39244.fb2 No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 79

No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 79

78

14 de diciembre

Al atardecer, taciturno y con los ojos color de rabia, volvió el capitán Masanti al lado de Martín Zamora, esta vez con un puñado de cartas a las que no sabía si clasificar para responder o para quemar allí mismo, en la cocina a leña de la señora Orozco. Estaba muy enojado, caminaba de un lado a otro de la habitación y mezclaba las cartas al azar como si fuesen naipes gigantescos.

– Hace dos días que el coronel Gómez está recibiendo notas de viudos condolidos… -se quejó el capitán-. Fíjese en esta, Zamora, escuche: “Montevideo, 13 de diciembre de 1864. Señor coronel don Leandro Gómez, Distinguido amigo: He leído con todo el interés que es posible a un corazón como el mío, sus hazañas en bien de esta su patria, de su gloria y de su orgullo nacional.

Quiero ser el primero, si es posible, en felicitarlo, en reconocer como siempre a mi compañero, a mi amigo, al que jamás abandonó su puesto para combatir hasta lo último contra esa raza infame de macacos, cuya ambición, desde la conquista de los españoles, por hacerse dueños de esta hermosa tierra, no ha dejado un día de hacer verter la sangre de esclarecidos varones, y que periódicamente nos ha envuelto en la anarquía espantosa a que se ha plegado siempre el partido de los tránsfugas, el colorado.

Sea Paysandú, mi amigo, la tumba de los brasileños y los traidores…”. Y ahora escuche esta otra, Zamora, vea: Querido don Leandro: La fortuna se la ha reservado Dios a usted y a ese puñado de valientes, que ya han inmortalizado sus nombres, y sus heroicas hazañas tienen henchido el corazón de todos, y hasta los viles y protervos unitarios se han visto en la necesidad de elogiar.

Usted puede repetir con orgullo las palabras de Sila a Mario:

‘¡Miserables! Queríais hundir la patria en la anarquía olvidando vuestros deberes. Yo conquistando laureles inmarcesibles, os he puesto en la obligación de ir a prosternaros de rodillas para agradecer a nuestros dioses las victorias con que enaltecía mi genio y mi brazo a Roma’.

¡Hermano!

Al despedirme os saludaré con las preciosas palabras de esas madres espartanas al colocar en el brazo de su hijo el escudo para su defensa:

‘Cubierto con él, lleno de gloria.

Sobre él, muerto, sea tu único ataúd’.

¡Adiós, valiente Leandro!

Lo abraza Coriolano Márquez”.

El capitán Masanti suspendió la lectura del resto de las misivas y las masacró una y otra vez entre sus manos hasta reducirlas a la mínima expresión. Luego encendió un cigarro, se sumergió en un impenetrable silencio y se dedicó a despedir nubes de humo por un extremo de sus hoscos y apretados labios.

– ¡Vaya partida de maricones! -exclamó al fin mientras arrojaba la bola de papel a un rincón de la habitación-. Todos nos saludan desde lejos y desde ya nos dan por muertos… ¡Qué forma tan miserable de dejarnos solos! ¡Carajo! ¡Hasta los masones abandonaron al Coronel!

Y antes de marcharse, tras encasquetarse el sombrero, el capitán Masanti miró desde la puerta a Martín Zamora con la misma dureza de los primeros días de calabozo en que lo había conocido.

– Se terminó la licencia, mi amigo, le doy doce horas para que vuelva a su trinchera. Cada día que pasa somos menos y por lo que veo, nunca seremos más.