39244.fb2 No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 80

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14 de diciembre

Aquella noche Martín Zamora se lavó, se afeitó y vistió cuidadosamente para cenar junto a las cuatro mujeres de la casa que lo esperaban en el comedor. Ayudándose con las muletas que retumbaban en el piso madera como los pasos de un pirata solitario sobre cubierta de un galeón, Martín Zamora salió afuera, atravesó lentamente el patio a cielo abierto con intenso olor a floraciones de jazmines del Cabo y entró a la amplia cocina cuando doña Leticia Orozco y sus tres hijas ya estaban sentadas alrededor de la mesa.

– Bueno, así es la vida… -dijo él a modo de saludo.

– Estábamos esperando por usted, soldado Zamora… -reconvino la madre con impasible cortesía.

– Lo siento, señora. No faltaba más, hubieran empezado sin mí… -se excusó él, acomodándose trabajosamente en el lugar vacío, dejando las muletas a su lado y observando el blanco territorio de la magra mesa.

En cada sitio, incluyendo el suyo, una cuchara de alpaca, una galleta dura como una roca, una tangerina y un empobrecido plato de fideos agriados, aguardaban el hambre de cada uno.

– Si hubiésemos empezado sin usted, ya abríamos terminado, pues lo que se ve es lo que hay… -dijo Patricia, la mayor.

– Gracias al Señor… -dijo Martín Zamora.

– Yo diría que gracias a las previsiones de don Leandro… -precisó la madre-. Aunque usted tendrá que disculpar que el guiso esté tan agrio, pues tuve que echarle una rociada de tres limones.

– No se preocupe, doña Leticia. En mi tierra mi madre hacía lo mismo, pues en días calientes cualquier plato se corrompe y no llega a la tarde sino gracias al limón, que por eso es tan preciado.

Y comieron hasta lo último, sin que nadie hablara de ninguno de los temas del día: ni sobre el alto el fuego ni sobre los refugiados en la isla Caridad, ni de la terrible tarea que les esperaba a ellas en el hospital de sangre.

– Tienes buen color… -señaló Mercedes con satisfacción-. Se ha ido la palidez y eso quiere decir que te ha vuelto la sangre que faltaba.

– Eso es tan cierto que apenas amanezca volveré a las trincheras…

Doña Leticia Orozco lo miró con gravedad. Y convencida de que lo importante al fin de cuentas, sucediera lo que sucediese, era ser fiel a las obligaciones, dijo que deseaba que el ángel que cada uno tiene lo acompañase en los próximos tiroteos, pues el doctor Mongrell iba a requerir de los servicios de su casa para los próximos heridos y esperaba que no fuese él nuevamente uno de ellos.

– De modo que vuelva a la cama y aproveche estas horas para reponer fuerzas, que al fin de cuentas hay otros que están peor que usted…

Así lo hizo. Y por el zumo de tres limones que lo mantuvieron despierto, como en los viejos tiempos de Algeciras, Martín Zamora conoció el primer atisbo del amor en un minúsculo recoveco de la noche. Y a aquella sacudida espiritual que le removió la sangre por primera vez en mucho tiempo, dedicó un breve capítulo dentro de las extrañas memorias, escritas con la supuesta finalidad de que aquellos que tuviesen el deseo de emigrar a estas tierras fuesen informados.