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“Querido Héctor: Esta carta es para usted no más. Comprenderá, mi amigo, que por más brillante que sea la situación del ejército libertador, habría siempre inconveniencia en hacer públicos ciertos detalles, cuyo conocimiento puede sernos perjudicial.
Contenga, pues, su impaciencia, que comprendo, y devore solo, por ahora, las importantísimas noticias que sólo a usted me atrevo a confiar.
Nuestras fuerzas, sin incluir a nuestros simpáticos aliados, suben a cinco mil y pico de hombres. Se entiende, sólo lo que existe frente a Paysandú.
Las tropas de marina (cuya habilidad para hostilizar al enemigo, poniéndose fuera del alcance de sus fuegos, no me canso de admirar) puede calcularlas en cuatro mil y pico de soldados.
A esto debo agregar cincuenta piezas, entre las que hay de calibre 60 y 80.
No incluyo tampoco los cuatro mil y pico de las tres armas con que se nos sumó el bravo General Netto.
Sume usted ahora y compadézcase de los pobres blancos.
Para hoy está fijado el ataque y asalto de la plaza. El contento y el entusiasmo se ven en todos los rostros. Todos ansiamos el momento en que se dé la señal. Yo, para observar mejor la operación y poder trasmitir a los amigos de ésa hasta los menores detalles del asalto, me he situado nada más que a una legua de la ciudad, sobre una altura que lo domina todo y desde donde se goza en la contemplación del espléndido panorama que ofrece la vista del puerto y la costa argentina. De repente oigo tocar retirada. A cualquier otro hubiera causado sorpresa tan inoportuna disposición, pero a mí, que conozco tanto al General, maldita la impresión que me causó.
Al instante adiviné que el General, condolido ante la desesperada situación de estos infelices engañados por farsante don Leandro, había hecho una de las que acostumbra. Dicho y hecho.
El General Flores había resuelto levantar el sitio, para evitar la efusión de sangre. ¡Qué alma tan magnánima! Y qué hombre tan calumniado, sin embargo, por sus enemigos, incapaces todos de abrigar sentimientos tan generosos y nobles.
Por este motivo tuve un fuerte altercado con uno de nuestros amigos, que se empeñaba, lamentando la retirada, quererme convencer de que ya era tarde para dar ese paso puesto que ya había corrido la sangre en abundancia y la ciudad estaba reducida a escombros y sus habitantes arruinados, más otras tonteras y majaderías por el estilo. Verdad es que el disgusto fue general, pero pronto se convencieron de lo prudente y acertado de la medida.
No vaya usted a creer, mi querido Héctor, que aludo al importuno rumor de la aproximación de Sáa, ni a la aparición de unos individuos que venían en unos fletes ‘comme il faut’ y que se decían dispersos de Máximo Pérez. No lo piense usted.
Ojalá, amigo. Ojalá que viniese Sáa.
El plan del General es este: retirarse hasta encontrar el gran ejército brasileño del Mariscal Juan Propicio Mena Barreto, del que sabemos que ha entrado ya al país por la ciudad de Melo, para facilitar su incorporación. Y luego dejar que Sáa se interne en Paysandú y después, cuando menos lo esperen los enemigos, aparecer rodeando la plaza con un ejército de veinticinco mil hombres y obligar así a la guarnición a que se rinda.
Se llena así el gran desiderátum del General (evitar la efusión de sangre) y se obtiene la ventaja de matar dos pájaros de un golpe, pues Sáa tendrá que rendirse enseguida.
Cuánta previsión, mi querido amigo. El jefe de la Revolución es un hábil General, a la vez que un hombre cuyos humanitarios sentimientos todos aprecian.
Y todavía hay quien le enrostra el degüello de Párraga y demás criminales de la Florida. ¡Infames!
El ejército libertador ha disminuido estos días en unos quinientos hombres. No me refiero a los muertos y heridos.
Quiero hablarle de los uruguayo-brasileños que nos acompañaban desde el principio de la revolución que, como usted sabe, se han ocupado toda su vida del comercio de frontera y que ahora, en el calor de la pelea, no pudieron prescindir de tomar algunos bienes (de todos modos eran efectos perdidos) de las tiendas y almacenes que no podían proteger los soldados de Gómez.
Tocan retirada…
Mañana o pasado, si me es posible, continuaré esta carta.
Suyo afectísimo
Bustamante”