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19 de diciembre

Escribió Martín Zamora el diecinueve de diciembre: “Ñorita es el apodo del voluntario argentino al que van a fusilar mañana por la mañana, para escarmiento de los que padezcan la tentación del pillaje. Se trata de un joven artillero correntino de pelo chuzo al que sorprendieron robando varios pares de botas en una zapatería de la calle Rincón de las Gallinas, según parece muy ignorante de cuánto detesta a rateros y saqueadores el general Gómez.

Doy fe que el saqueo es de las conductas más detestables que he visto en los hombres. Y era esta, sin duda, la razón de mis desavenencias mayores con el finado Hermes Nieves y también de mis silencios obstinados, en ocasiones duraderos por varios días, cuando el tuerto Laurindo José, además de robarse a los negros libertos de las haciendas uruguayas y arrearlos al Brasil, despojaba de sus vestidos y hasta de las prendas más íntimas a las mujeres indefensas y enviudadas por su causa, sólo para olfatear aquellos trapos y excitarse durante el largo trayecto como si de una droga marroquí se tratase. Pues también tuve que ver durante el ataque del seis, mientras montaba guardia en los techos de la Jefatura, la burlona faz de los sitiadores despojando de sus botas pringosas a los muertos o entrando como ratas humanas en las viviendas a través de los huecos dejados por los cañonazos, para salir luego cargados de enseres, vestimentas de domingo y vajillas plateadas. Ofenden la vista los saqueos y a veces más que un muerto, pues se tiene la opresiva sensación de que allí donde se ejercen esas repugnancias, en ese hogar abandonado precipitadamente con la esperanza de recobrarlo algún día, están todas las razones de vivir y las posesiones que le fueron dadas obtener a la víctima durante toda su existencia y en tiempos de paz.

Por eso casi no sentí compasión del correntino Ñorita, por más que dicen de él que se trata de un joven valiente, que no ha ahorrado pellejo a la hora de saltar fuera de las trincheras. Me consta que esta noche, mientras escribo a la luz del farol, el ladrón de botas estará conviviendo con los mismos pensamientos siniestros con los que Raymond Harris y yo debimos hacerlo cuando fuimos condenados, pues el general Gómez ha ordenado que lo pongan en capilla, para que mañana a las diez en punto, enfrente la compañía al mando del teniente coronel Belisario Estomba, quien deberá pasarlo por las armas a la vista de toda la guarnición.

Y que el Gran Poder se lo lleve a mejor sitio, que mucho no habrá de costarle…”.