39244.fb2 No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 96

No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 96

95

24 de diciembre

Escribió Martín Zamora: “Es probable que la niña Mercedes Orozco quiera niños por pura venganza, que desee, con todo su corazón, ser madre y poblar de familia propia algún día estas casas ruinosas, cuando puedan levantarse. A ella le gusta divagar de cara a la noche y me ve a mí en la cabecera de una mesa de caoba y se ve a sí misma inclinada sobre grandes platos de un gusto refinado, mondando naranjas o partiendo nueces y repartiéndolas como si fuese un juego de niños. Y en sus sueños inventa bebidas que ofrecerá a los vecinos de la calle Queguay en los días de calor sofocante, jugos maravillosos, dice, rojos, verdes y azules que acompañarán nuestros panes untados en mermelada de membrillo. Sin embargo, ambos comprendemos sin decirlo, que no será posible nada de lo que se sueña, pues la oscuridad ha envuelto nuestras vidas y grande es nuestro desengaño galopante. Me atrevo a decir más: temo que apenas en horas, habrá de convertirse en carbón esta pasión que melancólicamente se va apagando como el ánima de cualquier infortunado herido del doctor Mongrell. Existe tanta desgracia en esta historia y en la vela bajo cuya luz escribo, que todo se aparenta amargo y oscuro como una carbonera de sueños o peor aun, como lo que es, una Navidad de trincheras en la cual nadie recuerda al que debe recordarse ni nadie menciona al que nació para morir por nosotros.

Sin embargo, aun así, soy el más afortunado de los guerreros en veinte leguas a la redonda. Incluyo en este pensamiento a los enemigos que nos sitian, pues en este cuento está Mercedes, una mujer con aromas de alhucema en su pelo, quien ha preferido sentir lo que soy en mi jergón tirado entre las ruinas. Y ella dormita ahora a mi lado, exhausta de guerra pero aún tibia, en un casi eterno sueño de caricia, apática, sola, confidente. En suma, hemos terminado por ceder a encantos instantáneos, a sabiendas de antemano de que no tendrán futuro ni consecuencia y he disfrutado como un moro de la inocencia compartida. Hemos bebido aguardiente con galleta, hemos partido dos nueces y mordido un mismo higo seco. Y estuve feliz, tibio, versado en proverbios, deslumbrándola con pequeñas sensaciones andaluzas, aunque en todo instante supe que antes de que la vela muera, ella se irá por donde vino”.