39263.fb2 Nunca Sere Como Te Quiero - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

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17

Le dejaron en un cuarto desnudo con dos bancos pegados a la pared. Estaba solo. No había ventanas. Imaginó que todavía seguía soñando debajo de la escalerilla y que éste era el sueño más largo y lento de todos. Por ejemplo, sólo de un sueño podía salir que la comisaría estuviese en la Plaza Porticada, a pocos metros de la casa de Christine y a pocos metros del Instituto. En realidad, a medio camino justo entre los dos. ¿No era demasiado significativo que se hubiera quedado encerrado a medio camino entre los dos? Demasiado significativo era demasiado poco real.

Dentro de ese sueño, también estaba la maleta. La maleta con el ventilador, con el delfín, con las servilletas y con el lapicero. Lo había hecho él, pero después la maleta se había estrellado con la puerta del Gran Sol sin poder abrirla. No se sentía asustado, pero sí sentía que cualquiera de las cosas que pasan en un sueño o en una vida podían pasar. Y, cuando cualquier cosa podía pasar, todo pasaba. Por tanto, nadie se asusta de cualquier cosa, sino de algo. Él no tenía algo y, en consecuencia, no tenía miedo.

No se veía capaz de medir el tiempo que llevaba en aquel cuarto cuando la mujer policía, la misma que le había detenido, entró y le dijo:

– Todavía no vamos a hacerte declarar. Hay alguien aquí que quiere verte.

Jacobo se fijó en la mujer joven, con el pelo rizado y algo gruesa, que estaba esperando una respuesta.

– No sé quién quiere verme -dijo el muchacho sinceramente, porque no imaginaba a nadie que pudiese estar con él allí.

– Llegará enseguida y entonces lo sabrás. Pero tienes que aceptar la visita. Voy a decirle que pase.

Roncal entró con el chaquetón debajo del brazo y con la maleta. Se sentó en el banco de enfrente, la abrió y preguntó sin ningún tono:

– ¿Qué son?

– Es una maleta, un ventilador de coche, un delfín de acero, servilletas y un lápiz -contestó Jacobo.

– ¿Sólo son eso? -ahora la voz de Roncal sonó con más intención, y los ojos pequeños y oscuros parecían estar hechos de pintura seca.

– Son cosas inútiles -dijo Jacobo.

– Y también son robadas -se apresuró a decir Roncal.

Se quedaron en silencio. Jacobo miró entonces con más atención lo que Roncal tenía en las manos. Recorrió cada uno de los objetos y el tiempo de ese día se echó encima de sus ojos, todo el tiempo de golpe, pastoso, blanco e inmóvil como la mar del sueño.

– ¿Qué significa «robadas»? -preguntó.

Roncal no dijo nada.

– ¿Y qué significan estas palabras? -Jacobo había sacado la servilleta de su padre y se la enseñaba a Roncal con el brazo extendido.

El cocinero cogió el trozo de papel y leyó. Antes de volver a levantar la vista, cerró la maleta y la puso en el banco.

– Significan que tu padre trata de hacer algo -dijo Roncal muy lentamente, como si todavía le quedaran palabras por traducir.

– Matarse a su gusto, tal vez -contestó Jacobo.

– Eso ya lo estaba haciendo aquí. Quizá no se haya ido para hacer lo mismo.

– No estás diciendo la verdad.

Roncal dobló cuidadosamente la servilleta. Se levantó y fue hasta el banco de Jacobo, que siguió sentado.

– Esto es tuyo y es verdad que es tuyo -dijo el marinero devolviéndole la servilleta-. Y ahora dime qué es lo que vas a hacer con lo que es verdad y con lo que es tuyo.

Jacobo cogió la servilleta doblada en las manos y volvió a guardarla en el bolsillo del chaquetón.

– Ahora ya sé lo que vas a hacer. Tu vida va a ser la de un hombre que lleva la servilleta de su padre en el bolsillo -dijo Roncal.

Jacobo levantó la vista como si estuviera levantando una mirada pesada que después tendría que reposar en algún sitio o precipitarse hacia una caída.

Sacó otra vez el papel del bolsillo y su mano lo fue arrugando delante de los ojos, pero sin mirarlo. Roncal se lo quitó de las manos hecho ya una bola. Lo estiró y dijo:

– Quizá debiéramos guardarlo en la maleta con todas las cosas que hay que devolver a sus dueños.

La puerta se abrió y la mujer policía habló desde el umbral.

– El inspector quiere hablar con usted -le dijo a Roncal-. Traiga también la maleta.

Roncal guardó el papel en la maleta.

– Seguramente ya no podré verte hasta mañana. Trataré de darle una buena explicación al inspector. Si lo consigo, a lo mejor mañana estás en la calle. A esta gente no le gusta el papeleo por tan poca cosa. Y dale gracias a Fermín, que me avisó.

Cuando Roncal se iba, Jacobo se levantó y le interceptó el paso.

– Hay algo que no tengo que devolver a ningún dueño. Es una caja que hay en el chamizo de doña Eulalia. Fidel está allí y te la dará.

Roncal le observó bruscamente delante de él, con el gesto del que descubre que hay algo no sabido, algo que se ha estado escapando mientras lo demás parecía concluirse.

– Quiero que se lo des a Christine Charouzel. Júrame que se lo darás.

– No sé quién es -dijo Roncal, muy atento.

– Vive en la Plaza de Pombo, en el número 15. Júramelo.

– Cuenta con ello -respondió el cocinero, sin moverse y aprovechando ese compás, antes de que volviera a sentarse, para estudiar a Jacobo.