39299.fb2 Operaci?n Valkiria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

Operaci?n Valkiria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

Capítulo 6 La Guarida del Lobo

Al amanecer del 20 de julio de 1944, ya se sentía en Berlín el tibio calor que iba a preceder a un día tórrido. La noche no había traído fresco alguno y la jornada se anunciaba a tan temprana hora tan calurosa como la anterior.

Stauffenberg se levantó antes de las seis y se vistió hábilmente con sus tres dedos, ayudándose de sus dientes. Seguramente intercambió unas palabras de ánimo con su hermano Berthold, que había dormido en una habitación contigua, preparándose ambos para la intensa y crucial jornada que iban a vivir, y de la que iba a depender el destino de Alemania y de toda Europa.

Claus y Berthold subieron al vehículo que les conduciría hasta el aeródromo de Rangsdorf, cercano a Berlín. El chófer era el cabo Schweizer, que era ajeno al propósito de los hermanos Stauffenberg. Durante el trayecto tuvieron que pasar por calles en las que se amontonaban las ruinas provocadas por los constantes bombardeos, lo que probablemente les hizo pensar que, de tener éxito el golpe, esa pesadilla podía estar a punto de acabar. Por el camino recogieron al teniente Werner von Haeften y a su hermano Hans Bernd. Haeften tenía la misión de ayudar a Stauffenberg a preparar el atentado.

Un Heinkel 111 despegando. Un aparato como éste fue utilizado por Stauffenberg para volar hasta el Cuartel General de Hitler en Rastenburg y regresar después a Berlín.

En el aeródromo les esperaba un Heinkel 111, un avión correo que había sido puesto a disposición de los golpistas por el general Wagner. Stauffenberg estaba contento de poder contar con ese aparato en lugar de los lentos Junker 52 que solían efectuar ese recorrido. No obstante, esa ventaja se vería anulada; estaba previsto que el avión despegase a las siete en punto, pero la salida se retrasó hasta las ocho. Mientras tanto, apareció el general Stieff, que se incorporó al reducido pasaje.

Finalmente, poco antes de las ocho, Stauffenberg se despidió de su hermano Berthold y subió al aparato acompañado del teniente Haeften, que a su vez se despidió de su hermano. Ya en el avión, el coronel entregó a Haeften su cartera, que contenía las dos bombas, y éste le dejó la suya. El teniente debía encargarse de su custodia hasta que llegase el momento de activarlas. El avión, después de elevarse, puso rumbo a Rastenburg, distante unos seiscientos kilómetros.

EN LA GUARIDA DEL LOBO

A las 10.15, el Heinkel 111 tomó tierra en el aeródromo de Rastenburg. Al bajar del aparato, Stauffenberg, Haeften y Stieff encontraron un vehículo a su disposición para conducirles hasta la Guarida del Lobo. Stieff, acompañado de Haeften, continuaría su camino hacia el Cuartel General del Ejército, el Mauerwald, pues Haeften debía asistir allí a una reunión. El piloto del avión fue avisado de que tenía que estar preparado desde las doce del mediodía para emprender el vuelo de vuelta, pero esta vez sin demoras de ningún tipo.

El trayecto del coche hasta el Cuartel General del Führer, a seis kilómetros del aeródromo, duró unos escasos diez minutos, sin que surgiese ningún obstáculo. Hasta llegar a la residencia de Hitler debían atravesar tres puestos de control, numerados con las cifras romanas III, II y I. Una vez superado este último puesto, Stauffenberg descendió del auto y Haeften continuó junto a Stieff en dirección al Mauerwald. Haeften, que seguía llevando la cartera con las dos bombas, debía regresar en un par de horas, para poder ayudar a Stauffenberg a realizar el atentado, y debía ocuparse de asegurar la disponibilidad del vehículo para el momento en que, una vez consumada la acción, se dispusieran a regresar al aeródromo para tomar el avión de vuelta a Berlín.

Stauffenberg, llevando la cartera de Haeften, se dirigió al casino de oficiales y allí se encontró una mesa situada al aire libre, a la sombra de un frondoso roble, en la que desayunaban copiosamente varios conocidos. Algunos le esperaban allí desde las nueve, la hora prevista para su llegada. Estaban presentes el capitán Pieper, el doctor Walker, el doctor Wagner, el teniente general Von Thadden y el capitán Von Möllendorf. Como veremos más adelante, su amistad con éste último le resultaría providencial en un momento de grave dificultad, durante la huida de la Wolfsschanze. Stauffenberg fue invitado a sentarse y estuvo departiendo con ellos. El café de que disponían en la Guarida del Lobo tenía muy poco que ver con el sucedáneo al que se debía recurrir en Berlín, por lo que es de suponer que el coronel se sintió reconfortado y animado por ese desayuno, que se prolongó hasta las once.

El teniente Werner von Haeften acompañó a Stauffenberg a la Guarida del Lobo para ayudarle en los preparativos del atentado. Haeften se mostraría fiel al conde hasta el final.

Stauffenberg telefoneó al ayudante de Keitel, el mayor Ernst John von Freyend, para confirmar sus reuniones del día. La que contaría con la presencia de Hitler se celebraría a las 13.00 en el barracón de conferencias, como era habitual [8]. Entonces se dirigió a la primera conferencia en la que debía tomar parte, dirigida por el general Buhle, jefe del Estado Mayor del Ejército. En la sofocante cabaña en la que esa reunión tendría lugar, la del Alto Mando del Ejército, se discutió sobre la creación de dos nuevas divisiones para Prusia Oriental, con reservistas de la Guardia del Interior. El balance de una media hora de discusión fueron unas cuantas observaciones generales que no desembocarían en ninguna decisión concreta.

UN ADELANTO IMPREVISTO

Más relevante era la siguiente reunión a la que debía asistir Stauffenberg, en este caso con el mariscal Keitel. Mientras se estaba desarrollando el encuentro, entró un asistente y comunicó a Keitel que la conferencia diaria, en la que tomaría parte Hitler, se había adelantado una hora, como consecuencia de la visita oficial que debía realizar Mussolini, cuya llegada se esperaba hacia las 14.30. Así pues, la reunión, prevista inicialmente para las 13.00, tendría lugar a las 12.30.

Stauffenberg no sabía nada de ese adelanto imprevisto; el atentado se veía entonces amenazado de un nuevo aplazamiento, debido a que los dos artefactos se hallaban en la cartera de su ayudante, que desconocía también el adelanto de la conferencia. Por suerte, poco después de concluir la reunión presidida por Keitel, el teniente Haeften se presentó, llegando así a tiempo de proporcionar las bombas a Stauffenberg, pero había que apresurarse para poder activarlas a tiempo.

El adelanto de la reunión provocó otro inconveniente; al prever que sería corta y de que, por tanto, no se tratarían temas esenciales, tanto Himmler como Goering, que solían asistir a las conferencias diarias, decidieron no presentarse. El objetivo de los conjurados era eliminar también a ambos jerarcas, pero eso ya no sería posible. Las coincidencias y las casualidades comenzaban a conjurarse, irónicamente, contra los conjurados…

Pero ésa era una cuestión menor al lado del problema más perentorio: montar las bombas. Era necesario buscar un lugar adecuado para esa tarea, por lo que Stauffenberg pidió al comandante Von Freyend poder disponer durante unos minutos de una habitación en donde cambiarse de camisa. Éste le ofreció un pequeño dormitorio, en donde entró Stauffenberg acompañado de Haeften, lo que era explicable pues podía necesitar ayuda para vestirse. Una vez en la habitación, procedieron a activar las bombas.

Mientras tanto, los relojes ya marcaban las 12.30, y Von Freyend, que estaba esperando en el pasillo, se sentía cada vez más inquieto, pues debía conducir a Stauffenberg a la sala a tiempo para la reunión, cuando ésta ya había comenzado.

En ese momento hubo una llamada del general Erich Fellgiebel, jefe de comunicaciones del Alto Mando de la Wehrmacht, que se encontraba en la Guarida del Lobo. Fellgiebel también participaba de la conjura, y tenía la misión de bloquear todas las comunicaciones del Cuartel General de Hitler con el exterior. La llamada fue recibida por Von Freyend; le dijo que tenía que hablar con Stauffenberg y le pidió que le pasara el aviso de que le llamara. No había tiempo para que el coronel le devolviera la llamada, pero Freyend envió al sargento mayor Werner Vogel a comunicar a Stauffenberg el mensaje de Fellgiebel y a decirle que se diera prisa.

El sargento intentó entrar en la habitación sin llamar. Al abrir la puerta de manera impetuosa, ésta impactó en la espalda de Stauffenberg, que se encontraba de pie justo detrás de ella. El sargento se disculpó y dijo que le habían comunicado que no podía hacerse esperar a Hitler, por lo que el coronel debía presentarse de inmediato. Stauffenberg replicó de manera brusca que ya se estaba apresurando y volvió a cerrar la puerta. Más tarde, ese sargento declararía ante los funcionarios de la policía criminal lo que había visto fugazmente al abrir la puerta: dos carteras colocadas encima de la cama, además de algunos papeles y un paquete. El testigo interpretó que ambas carteras habían sido vaciadas.

No sabemos lo que ocurrió en la habitación. Lo que es evidente es que la primera bomba sí fue activada. Para ello es posible que fuera Stauffenberg, ayudado de una tenaza [9], quien rompiese la cápsula de ácido del mecanismo; a partir de ese momento, una pequeña cantidad de ácido quedaba liberada para que pudiera corroer un fino alambre colocado dentro de una ampolla de cristal, que sujetaba el disparador que debía provocar la detonación. El tiempo necesario para la corrosión completa del alambre era de diez minutos; ya era imposible impedir la explosión, así que Stauffenberg no podía volverse atrás.

Es posible que luego intentasen montar el mecanismo de la segunda bomba. Quizás la entrada del sargento se produjo mientras lo estaban intentado y a partir de ahí no lograron concentrarse o, para no entretenerse más, Stauffenberg decidió acudir a la conferencia únicamente con ese kilo de explosivo ya activado, una cantidad más que suficiente para matar a Hitler en condiciones normales. De un modo u otro, sólo una de las dos bombas fue activada [10].

Es comprensible que Stauffenberg, terriblemente presionado por las circunstancias, sólo consiguiese activar una bomba, pero igualmente cometió un error colosal. Introdujo la bomba activada en su cartera y entregó la otra a su ayudante; en ese momento no fue consciente, pero acababa de condenar el atentado al fracaso. Si, en vez de entregársela a Haeften, la hubiera colocado también en su cartera pese a no estar activada, el estallido de la primera hubiera hecho explotar también esa segunda. Está claro que este razonamiento, que a nosotros nos aparece de una forma tan clara, no acudió a su mente, al estar sometido a una gran presión y estar forzado a tomar decisiones transcendentales en décimas de segundo. De este modo, renunciando a la posibilidad de que la explosión fuera doblemente letal, Stauffenberg quedaba en manos de los factores aleatorios que finalmente salvarían la vida al Führer.

COMIENZA LA CONFERENCIA

Mientras Stauffenberg y Haeften estaban montando las bombas, la conferencia de situación había dado ya comienzo, con la presencia de Hitler, quien había llegado directamente desde su búnker.

El dictador germano llevaba en su búnker una vida casi monacal. En su habitación había una espartana cama de campaña y una mesita de noche, sobre la que se podía ver el retrato de su madre, una fotografía que también le acompañaría en sus últimos días en el búnker de Berlín.

Ese 20 de julio se había despertado sobre las diez de la mañana, después de que no pudiera conciliar el sueño hasta las seis o las siete de la mañana. Tras tomar un baño de agua muy caliente, había sido visitado, como era habitual, por el doctor Morell.

Éste le había examinado brevemente, comprobando sobre todo los temblores de sus manos. Siguiendo con la rutina, el galeno procedió a inyectarle un cóctel de sustancias destinadas a mantener la capacidad de trabajo de Hitler [11].

Una vez que el Führer entró en la sala de conferencias, el primero en hablar fue el general Heusinger que, en nombre del general Zeitzler, pasó a exponer la situación en el frente del este.

Heusinger intentó restar dramatismo a la situación por la que atravesaban las tropas alemanas, pero no podía ocultar que la gran ofensiva lanzada por los rusos el 23 de junio contra el Grupo de Ejércitos Centro estaba consiguiendo continuos éxitos.

Hitler preguntó a Heusinger:

– ¿Qué sucede en el frente rumano?

– Nada de particular -respondió el general.

– ¿Dónde están las fuerzas blindadas enemigas?

– Desde hace algún tiempo es imposible localizarlas por radio admitió Heusinger.

– ¿Qué sucede al este de Lemberg? -inquirió Hitler.

– Allí la situación es cada vez más tensa, ya que pronto se unirán los dos frentes de ataque rusos.

Heusinger no podía ocultar a Hitler la situación crítica en la que se encontraba el frente oriental. El empuje ruso era cada vez más intenso en todos los sectores del frente y, si el Ejército Rojo conseguía abrir una brecha en dirección a Lemberg, las consecuencias sobre el conjunto del frente serían un auténtico desastre.

Este monolito recuerda hoy día el emplazamiento del barracón de conferencias en el que Stauffenberg cometió el atentado. La base de hormigón que sirve de soporte a la piedra conmemorativa formaba parte de dicha construcción.

Tras activar la bomba, Stauffenberg y Haeften salieron del cuarto y se encontraron al general Buhle y al comandante Von Freyend, con los que recorrieron el camino hacia el barracón, en el que ya había comenzado la conferencia. Buhle y Freyend trataron de ayudar al coronel mutilado, llevándole la cartera, pero éste rechazó de una manera un tanto áspera el ofrecimiento, aduciendo que prefería llevarla él mismo.

Sin embargo, antes de entrar en el barracón, el coronel entregó la cartera a Freyend y le rogó que, siendo éste ayudante del mariscal Keitel, le acercase lo más posible, a él y a su cartera, al lugar que ocupaba el Führer. La primera razón era que él mismo debía presentar un informe y que por ello debía encontrarse cerca de Hitler y, en segundo lugar, porque así podría seguir mejor sus observaciones, pues dijo ser un poco duro de oído.

Los tres llegaron al barracón. Era una pequeña construcción de una sola planta; las paredes eran de cartón de yeso reforzado con fibra de vidrio y una capa de entablado de madera, todo ello cubierto por un material a prueba de balas. Para el propósito de Stauffenberg hubiera sido más conveniente que la reunión se celebrase en un recinto de hormigón, para que la onda expansiva quedase contenida entre sus paredes y no escapase al exterior, como era previsible que sucediese en ese endeble barracón.

Para llegar a la sala tuvieron que atravesar un vestíbulo en el que había un vestuario, un lavabo y una centralita telefónica. En el vestuario, Stauffenberg dejó su cinturón, su arma y la gorra. Después se dirigieron a la sala. El general Bukle abrió la puerta y, tras él, entraron Stauffenberg y Freyend. Eran las 12.37.

Hitler se encontraba de pie junto a la gran mesa cubierta de mapas, detrás de la puerta y de espaldas a ella. A su derecha se hallaba Heusinger, que interrumpió su exposición al prestar atención a los recién llegados. A la izquierda de Hitler se encontraba el mariscal Keitel, que tenía al lado al general Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht.

La intervención de Heusinger quedó así momentáneamente en suspenso. Keitel taladró con su mirada a los rezagados que acababan de entrar en la sala e informó a Hitler que había llegado el coronel conde Von Stauffenberg, intercambiándose ambos un breve saludo:

– Tendrá que esperar, Stauffenberg -le dijo el dictador-, quiero que antes termine Heusinger.

Mientras, Freyend estaba ocupado en pedir en voz baja al almirante Voss, que se encontraba inmediatamente a la derecha del general Heusinger, que cediese su lugar al coronel. El almirante cedió amablemente y se trasladó al otro lado de la mesa, exactamente enfrente de Hitler, mientras el coronel ocupaba su puesto, dándole las gracias por la atención que había tenido con él. En ese momento, Freyend entregó la cartera a Stauffenberg y éste la colocó a su lado.

– Continúe, Heusinger -dijo Hitler.

Estaba previsto que cuando Heusinger terminase con su intervención le correspondiese a Stauffenberg tomar la palabra. Pero el coronel no tenía ninguna intención de esperar su turno, pues sabía que el mecanismo de la bomba seguía su curso imparable y que en cualquier momento el ácido podía acabar de corroer el fino alambre, por lo que no se podía predecir el momento exacto en el que el artefacto haría explosión.

Así pues, Stauffenberg empujó la cartera hasta situarla en el punto en que el efecto letal de la deflagración sería mayor; la detonación alcanzaría de lleno a Heusinger y Hitler, y después a los que se encontrasen en los dos lugares más cercanos a ellos. La onda expansiva se dirigiría hacia la posición de Hitler, pues hacia el otro lado ésta chocaría con la gruesa pata de la mesa. La posición que ocupaba la bomba en ese momento era la idónea para conseguir el objetivo deseado por los conjurados.

STAUFFENBERG ABANDONA LA SALA

Stauffenberg había conseguido lo más difícil. Ahora sólo le quedaba desaparecer lo más rápidamente posible de aquel barracón que en unos pocos minutos iba a convertirse en un infierno en llamas. Tenía que marcharse de allí si no quería morir víctima de su propia bomba.

Probablemente, antes de salir, advirtió que las ventanas estaban abiertas de par en par, para que corriese algo de aire en esa calurosa mañana. Esa circunstancia no ayudaba a que los efectos de la bomba que estaba a punto de estallar fueran más letales, al permitir el escape libre de la onda expansiva, pero su única preocupación en ese momento debía ser salir de la sala de inmediato.

Con suma discreción, Stauffenberg se dirigió a Von Freyend para decirle que debía efectuar una llamada urgente en relación al informe que debía presentar, y éste le indicó con un gesto que le acompañase a la centralita. Stauffenberg murmuró entonces al oficial que se encontraba a su derecha, el coronel Heinz Brandt [12], que le vigilase la cartera durante su breve ausencia, pues ésta contenía documentos secretos, a lo que el coronel Brandt accedió solícito.

Stauffenberg abrió despacio la puerta mientras todas las miradas estaban centradas en el mapa que ilustraba el diálogo entre Heisenger y Hitler, y salió discretamente al pasillo acompañado por Von Freyend. Si alguien advirtió la salida del coronel tampoco pudo extrañarse de ese repentino abandono de la sala, puesto que las conferencias presididas por Hitler eran más desordenadas de lo que cabría pensar; era frecuente que los participantes entrasen y saliesen continuamente, que hubiera diálogos paralelos o que se impartiesen órdenes a los ayudantes. Tan sólo de vez en cuando alguien reconvenía a los presentes para que mantuvieran el orden.

Una vez en el pasillo, Stauffenberg dijo a Freyend que debía devolverle la llamada a Fellgiebel, la llamada sobre la que el sargento mayor Vogel le había informado de forma inoportuna mientras estaba montando las bombas junto a Haeften. Freyend se asomó al pequeño cuarto en el que se encontraba la centralita y pidió al oficial de guardia, el sargento Adam, que llamase a Fellgiebel. Mientras se establecía la comunicación, Freyend dijo a Stauffenberg que debía regresar a la sala y se marchó, es de suponer con gran alivio para el coronel, pues así podría escapar sin tener que ofrecer explicaciones.

El sargento Adam localizó a Fellgiebel e indicó a Stauffenberg que pasase a la cabina contigua para tomar el auricular. Stauffenberg entró, tomó el auricular y lo dejó descolgado, marchándose a toda prisa, pues no había tiempo que perder. La bomba podía estallar en cualquier momento. Avanzó por el pasillo a largas zancadas y, sin tan siquiera detenerse a recoger la gorra y el cinturón, salió en dirección al barracón de los ayudantes de la Wehrmacht, para reunirse de nuevo con Haeften y emprender la huida hacia el aeródromo.

Mientras tanto, la reunión seguía desarrollándose con normalidad. Durante el informe de Heusinger, Hitler había planteado una cuestión que, según el general Buhle, caía perfectamente en el campo que le correspondía a Stauffenberg, en calidad de jefe del Estado Mayor del Ejército territorial, quien podría dar respuesta exacta a la consulta. En ese momento se echó en falta al coronel. El coronel Brandt comunicó entonces que Stauffenberg había tenido que ausentarse para efectuar una llamada telefónica urgente.

Visiblemente molesto, el mariscal Keitel salió al pasillo y se dirigió a la centralita, mientras el general de la Luftwaffe Korten daba a conocer las últimas novedades en lo que se refería a la aviación. En la central de teléfonos, el oficial de guardia informó a Keitel que, efectivamente, “el coronel de un solo brazo y un parche en el ojo” había pedido una conferencia con Berlín, pero que se había marchado enseguida. Keitel, enojado y desconcertado a partes iguales, regresó a la sala de reuniones y envió al general Buhle a localizar por teléfono al coronel.

Cuando Buhle regresó sin haber podido tampoco encontrar a Stauffenberg, el coronel Brandt se acercó a su jefe, Heusinger, con la intención de observar más de cerca un detalle en el mapa que se encontraba en ese momento extendido sobre la mesa. Al intentarlo, dio involuntariamente un golpe con el pie a la cartera dejada por Stauffenberg. Como le estorbaba para moverse, la tomó y la colocó al otro lado de la gruesa pata de la mesa.

Hitler interrumpía con frecuencia a Heusinger durante su intervención:

– ¿Cómo está la situación en el Centro?

– Un ligero alivio en el sector Sur. La llegada de refuerzos se deja sentir. Llegaremos quizás a detener a los rusos en la frontera polaca.

– Se conseguirá -afirmó Hitler, optimista-, y después podremos eliminar la cabeza de puente de Lemberg.

– Los rusos se acercan a Prusia Oriental -sentenció Heusinger.

– No entrarán -le tranquilizó Hitler-, Model y Koch me lo garantizan.

Heusinger prosiguió con su explicación, insistiendo en que el Grupo de Ejércitos del Norte debía retirarse urgentemente del lago Peipus:

– Las fuerzas rusas, en número abrumador, están efectuando un movimiento envolvente hacia el norte, al oeste del Dvina. Las vanguardias están ya al sudoeste de Dvinsk…

Hitler se interesó por el punto concreto del mapa al que hacía referencia el general, en el extremo superior del plano; el Führer se echó sobre la mesa, apoyando todo el tronco sobre ella para estudiarlo con su lupa.

– Si nuestro Grupo de Ejércitos no se retira del lago -explicaba Heusinger-, nos enfrentaremos a una catástrofe…

Justo en ese momento, el alambre del temporizador, corroído por el ácido, dejó de sostener el resorte del percutor. Eran exactamente las 12.42.


  1. <a l:href="#_ftnref8">[8]</a> Aunque es frecuente encontrar fuentes que aseguran que la reunión se celebró en un lugar distinto al habitual, en el Informe Kaltenbrunner se indicaría claramente lo contrario: “El lugar del acto fue la sala en la que siempre se mantenían las conversaciones”. Así pues, no es cierto que Stauffenberg hubiera tenido que realizar el atentado en un lugar imprevisto, tal como suele creerse.

  2. <a l:href="#_ftnref9">[9]</a> La tenaza estaba especialmente adaptada para Stauffenberg, teniendo en cuenta que sólo contaba con los tres dedos que le quedaban en la mano izquierda. No se sabe si fue él o bien Haeften el que rompió esa primera cápsula, pero es probable que Stauffenberg, a quien no le gustaba eludir ninguna responsabilidad, asumiese ésta sin dudarlo.

  3. <a l:href="#_ftnref10">[10]</a> Existen otras versiones sobre esos instantes. Algunos autores, como Ian Kershaw, apuntan a que Stauffenberg no cerró la puerta tras la irrupción del sargento Vogel, sino que ésta quedó abierta, con Vogel esperando en el umbral, y que Freyend gritó desde el pasillo a Stauffenberg para que se diera prisa. Si sucedió así, está claro que no hubo ninguna opción de montar el segundo detonador.

  4. <a l:href="#_ftnref11">[11]</a> El doctor Morell se había convertido en el médico personal de Hitler. Era el especialista de moda en Berlín para enfermedades de la piel y venéreas, y tras obtener la confianza del Führer, desbancó a los otros médicos que se encargaban de su salud, que le acusaban de ser un charlatán. Morell inyectaba a Hitler, casi a diario, una cantidad desmedida de sustancias: sulfonamidas, hormonas, productos glandulares o simple glucosa. Se cree que llegaba a administrarle un total de 28 específicos distintos. Con el paso del tiempo, Morell tuvo que recurrir a medicamentos cada vez más fuertes y frecuentes, lo que le obligaba a inyectarle después sedantes para contrarrestar el efecto de los primeros. Esta medicación contraproducente podría explicar algunas de las, cada vez más frecuentes, reacciones explosivas de Hitler.

  5. <a l:href="#_ftnref12">[12]</a> Brandt había participado el año anterior en el atentado de las botellas, ayudando a introducir la bomba en el avión de Hitler. Tras ese fracaso, se había desligado de los conspiradores, por lo que desconocía que estaba a punto de realizarse el atentado.