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Capítulo 16 La calma llega a París

La llamada telefónica de Stauffenberg al coronel Hans-Otfried Von Linstow, que dirigía en París las operaciones desde el Hotel Continental, para comunicar que la situación en la Bendlerstrasse era ya desesperada, cayó como un mazazo entre los participantes en el levantamiento. A pesar de que el futuro se presentaba bastante sombrío para ellos, optaron por esperar el regreso de Stülpnagel de la reunión con Von Kluge en el castillo de La Roche-Guyon.

Cerca de la medianoche, en el Hotel Rafael se celebraba con gran alboroto la detención de los miembros de las SS. El champagne corría entre los oficiales, ajenos al fracaso del levantamiento.

En ese momento entró Stülpnagel en el salón; se hizo entonces el silencio, a la espera de sus palabras. Stülpnagel se limitó a sonreír nerviosamente y a decir que Von Kluge no había resuelto nada aún, y que su respuesta se demoraría hasta las nueve de la mañana, así que la celebración podía continuar.

Hitler se dirige por radio al pueblo alemán en la madrugada del 21 de julio, desde un barracón de la Guarida del Lobo. El mensaje desactivó por completo el levantamiento en París.

Los oficiales siguieron bebiendo champagne despreocupadamente, hasta que la radio del vestíbulo, que hasta ese momento estaba emitiendo música, anunció que Hitler iba a hablar en breves minutos. Todos se acercaron al aparato, con los vasos en la mano. Cuando estaban arremolinados en torno a la radio, expectantes, se escucharon por el altavoz del aparato las mismas palabras que en ese momento retumbaban también en el patio del Bendlerblock:

– Deutsche Volksgenossen und Volksgenossinen!

A los oficiales que hasta ese momento estaban celebrando su victoria sobre los odiados jefes de las SS se les heló la sonrisa y es posible que a alguno se le cayese la copa de las manos. Hitler detalló los poderes que, ante la situación de emergencia que vivía el país, había dado al jefe máximo de las SS, Heinrich Himmler. Con toda seguridad, a todos les entró un sudor frío cuando escucharon al dictador proclamar amenazadoramente:

– Esta vez ajustaremos las cuentas como nosotros, los nacionalsocialistas, tenemos la costumbre de hacerlo.

Los oficiales reunidos en el Hotel Rafael comprendieron al momento que habían estado luchando en el bando equivocado. Stülpnagel y Von Hofacker fueron conscientes también de que la batalla en la que tantos esfuerzos habían vertido estaba ya totalmente perdida.

Ante la amenaza de que las tropas de la Marina y la Luftwaffe destinadas en París, totalmente leales a Hitler, se enfrentasen al Ejército, los conjurados decidieron arrojar la toalla. Había que aceptar las órdenes oficiales.

Cerca de las dos de la madrugada, el general Linstow cursó la orden de poner en libertad a los detenidos. Oberg, el jefe de los servicios de Seguridad que había sido encerrado en una sala del Hotel Continental, fue liberado. Ante la lógica demanda de una explicación por la detención de que había sido objeto, Oberg fue conducido a la presencia de Stülpnagel; éste le dijo que todo era fruto de una confusión, lo que obviamente, no fue aceptado por el indignado Oberg. Pero las dotes diplomáticas del embajador Abetz, presente en el encuentro, lograron convencer al jefe de los servicios de Seguridad que Stülpnagel había obrado de buena fe, pero que había sido confundido por los mensajes contradictorios que le habían estado llegando de Berlín y Rastenburg.

Oberg se declaró satisfecho por las excusas de Stülpnagel e hizo correr entre sus compañeros liberados la explicación de que todo el embrollo había resultado ser un simulacro, pero puesto en práctica con demasiado realismo.

Aunque pueda resultar increíble, la explicación fue aceptada por los jefes de las SS detenidos y liberados; al cabo de unos minutos, ya se pudieron ver a varios de ellos compartiendo una copa en el salón del Hotel Rafael junto a los oficiales del Ejército, que tres horas antes habían participado en su detención.

Sobre las tres de la madrugada, el efecto del alcohol y el cansancio acumulado por tan intensa jornada hizo que la mayoría de los oficiales fueran regresando a sus acantonamientos. Poco después, la tranquilidad en las calles de París ya era absoluta.

Pero al amanecer, un telegrama firmado por el mariscal Keitel ordenaba al general Von Stülpnagel que se presentase de inmediato en Berlín. La metódica venganza a sangre fría contra los participantes en el complot del 20 de julio había comenzando a desatarse.