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Anexo 5 Discurso del Führer del 21 de julio

¡Camaradas alemanes y alemanas!

No sé cuántos atentados han sido proyectados y ejecutados contra mí. Si os hablo hoy es, sobre todo, por dos razones: para que oigáis mi voz y sepáis que estoy sano y salvo y para que conozcáis los detalles de un crimen que no tiene equivalentes en la historia alemana.

Un insignificante grupo de oficiales ambiciosos, sin honor y de una criminalidad estúpida, ha tramado un complot cuya finalidad era suprimirme y eliminar al mismo tiempo al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. Una bomba colocada por el coronel conde Stauffenberg ha estallado a dos metros de mí, a mi derecha, y ha herido gravemente a varios de mis fieles colaboradores. Uno de ellos ha muerto. Yo estoy absolutamente indemne. Sólo he sufrido ligeras erosiones, contusiones y quemaduras. Considero que mi salvación confirma que la Providencia me ha confiado una importante misión y que debo seguir adelante por la ruta de mi destino, como he hecho hasta ahora. Porque puedo afirmar solemnemente ante la nación entera que, desde el día en que entré en la Wilhelmstrasse, no he tenido más que un pensamiento: cumplir con mi deber como mejor pueda hacerlo y con toda conciencia. Desde que vi claramente que la guerra era inevitable y no se podía retrasar, no he tenido más que preocupaciones y trabajo. Durante innumerables días y noches en vela, sólo he vivido para mi pueblo.

Ahora que los ejércitos alemanes están enzarzados en los más duros combates, se ha descubierto en Alemania, como en Italia, un pequeño grupo que creía poder dar una puñalada por la espalda, lo mismo que en 1918. Pero esta vez los conspiradores se han equivocado del todo. La afirmación de estos usurpadores de que he perdido la vida queda desmentida desde el momento en que os hablo, mis queridos conciudadanos.

El círculo de estos conspiradores es insignificante. No tiene nada común con las Fuerzas Armadas alemanas, sobre todo con el Ejército. Es un reducidísimo grupo de elementos criminales cuya implacable eliminación ha empezado ya.

En consecuencia, ordeno:

1º Que ninguna autoridad civil acepte orden alguna de los servicios que estos usurpadores se atribuyen.

2º Que ninguna autoridad militar, ningún jefe de tropa, ningún soldado obedezca orden alguna de estos usurpadores; que, por el contrario, todos tienen la obligación de detener en el acto a todo hombre que transmita o dé tales órdenes, y, si se resiste, darle muerte inmediatamente.

A fin de restablecer definitivamente el orden, he nombrado al ministro del Reich, Himmler, jefe del Ejército del Interior.

He designado al general Heinz Guderian jefe del Estado Mayor General para reemplazar al anterior, incapacitado por enfermedad, y he nombrado para secundarle a un segundo jefe procedente del frente del este.

En todos los demás servicios del Reich, nada se modifica. Estoy convencido de que con la eliminación de esta pequeña pandilla de conspiradores y traidores crearemos al fin, y también en la retaguardia, la atmósfera que necesitan los combatientes. Porque es inadmisible que mientras en la vanguardia cientos de millares de valientes se sacrifican hasta el fin, una diminuta banda de criaturas ambiciosas y miserables intente constantemente en el interior sabotear tal proceder.

Esta vez ajustaremos las cuentas como nosotros, los nacionalsocialistas, tenemos costumbre de hacerlo.

Estoy convencido de que todo oficial responsable y todo soldado valiente comprenderá esta resolución.

La suerte que se habría abatido sobre Alemania si el atentado hubiese tenido éxito, pocos pueden imaginarla. Personalmente, doy gracias a la Providencia y a mi Creador no por haberme salvado -mi vida no es más que preocupación y trabajo por mi pueblo-, sino por haberme dado la posibilidad de continuar sobrellevando estas preocupaciones y proseguir mi trabajo lo mejor que pueda y a conciencia.

Todo alemán, cualquiera que sea, tiene el deber de oponerse por todos los medios a estos elementos, de detenerlos en el acto o, si se resisten, darles muerte. Las órdenes han sido transmitidas al conjunto de las tropas. Serán ejecutadas ciegamente, con la disciplina tradicional del Ejército alemán.

Deseo sobre todo saludar una vez más con alegría a mis antiguos compañeros de combate por haberme librado de nuevo de una suerte que para mí no tiene nada de terrible, pero que habría sembrado el terror en el pueblo alemán. Veo también en ello un signo de la Providencia: es necesario que prosiga mi obra y, por consiguiente, la proseguiré.