39411.fb2 Posdata: Te Amo - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 46

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CAPÍTULO 46

Holly se estaba retrasando mientras iba de un lado a otro de su dormitorio, intentando vestirse para el baile. Había pasado las dos últimas horas maquillándose, llorando hasta estropear el maquillaje y empezando de nuevo. Se aplicó rímel en las pestañas por cuarta vez consecutiva, rezando para que el lagrimal se le hubiera secado al menos por lo que quedaba de noche. Una perspectiva de lo más improbable, pero una chica nunca debía perder la esperanza.

– ¡Cenicienta, tu príncipe ha llegado! -gritó Sharon desde el pie de la escalera.

El corazón de Holly se aceleró, necesitaba más tiempo. Necesitaba sentarse y replantearse la idea de asistir al baile una vez más, ya que había olvidado por completo las razones que tenía para ir. Ahora sólo le acudían a la mente los motivos para no hacerlo.

Razones para no ir: no le apetecía, se pasaría la noche llorando, estaría sentada a una mesa llena de supuestos amigos que no habían hablado con ella desde que Gerry murió, se sentía fatal, se veía fatal y Gerry no estaría allí.

Razones para ir: tenía la abrumadora sensación de que debía asistir. Respiró lentamente, procurando evitar que volvieran a saltársele las lágrimas.

– Holly, sé fuerte, puedes hacerlo -susurró a su reflejo en el espejoTienes que hacerlo, será por tu bien, te hará más fuerte. Fue repitiendo el mismo conjuro hasta que el gozne de la puerta chirrió y la sobresaltó.

– Perdona -se disculpó Sharon, apareciendo detrás de la puerta-. ¡Oh, Holly, estás preciosa! -exclamó.

– Doy pena -masculló Holly.

– Bah, deja de decir tonterías -le espetó Sharon, enojada-. Yo parezco un globo y ¿acaso oyes que me queje? ¡Tienes que admitir que estás hecha un bombón! -Le sonrió en el espejo-. Todo irá bien.

– Quiero quedarme en casa esta noche, Sharon. Tengo que abrir el último mensaje de Gerry.

Holly no podía creer que hubiese llegado aquel momento. Pasado mañana ya no habría más palabras afectuosas de Gerry y ella seguía necesitándolas. Desde el mes de abril anterior había aguardado con impaciencia que pasaran las semanas para poder abrir los sobres y leer aquella caligrafía perfecta, pero el tiempo había pasado volando y ahora tocaba a su fin. Quería quedarse en casa para saborear aquel último momento especial.

– Lo sé -dijo Sharon, comprensiva-. Pero eso puede esperar unas horas, ¿no crees?

Holly se disponía a replicar cuando John gritó desde la escalera: -¡Vamos, chicas! ¡El taxi espera! ¡Aún tenemos que recoger a Tom y Denise!

Antes de seguir a Sharon, Holly abrió el cajón de su tocador y sacó la carta de Gerry del mes de noviembre que había abierto unas semanas atrás. Necesitaba sus palabras de aliento para recobrar el ánimo. Acarició la tinta con la punta de los dedos y se lo imaginó escribiendo. Imaginó la cara que hacía al escribir y que ella siempre aprovechaba para tomarle el pelo. Era una cara de pura concentración, hasta sacaba la lengua entre los labios al escribir. Holly adoraba aquella cara. Añoraba aquella cara. Sacó la tarjeta del sobre. Necesitaba que la carta le diera fuerzas y sabría que sería así. Leyó una vez más:

Cenicienta tiene que ir al baile este mes. Y estará fascinante y preciosa y se lo pasará en grande como siempre… Aunque nada de vestidos blancos este año…

Posdata: te amo…

Holly suspiró y siguió a Sharon escaleras abajo.

– ¡Uau! -exclamó Daniel, atónito-. Estás fabulosa, Holly.

– Estoy que doy pena -masculló Holly, y Sharon la fulminó con la mirada-. Pero gracias de todos modos -agregó enseguida. John Paul la había ayudado a elegir un vestido negro sin espalda con una abertura hasta el muslo justo en medio. Nada de vestidos blancos este año.

Montaron todos en el taxi furgoneta y al acercarse al primer semáforo, Holly rezó para que se pusiera rojo. No hubo suerte. Por una vez apenas había tráfico en las calles de Dublín y después de recoger aTom y Denise llegaron al hotel en tiempo récord. A pesar de sus oraciones, no hubo ningún corrimiento de tierras en los Montes Dublín ni ningún volcán entró en erupción. El infierno también se negó a congelarse.

Se acercaron al mostrador que había junto a la entrada del salón donde se celebraba la recepción y Holly miró al suelo al notar que todas las mujeres los miraban, ansiosas por ver cómo iban vestidos los recién llegados. Cuando hubieron comprobado que seguían siendo las personas más guapas de la fiesta, se volvieron y reanudaron sus conversaciones. La mujer que estaba detrás del mostrador los recibió con una sonrisa.

– Hola, Sharon. Hola, John. Hola, Denise… ¡Vaya!

– Su rostro quizá podría haber palidecido más bajo el bronceado postizo que lucía, aunque Holly no estuvo muy segura-. Hola, Holly, me alegro de que hayas venido teniendo en cuenta… -Se interrumpió enseguida y repasó la lista de invitados para tachar sus nombres.

– Vayamos al bar -sugirió Denise, cogiendo a Holly del brazo y arrastrándola lejos de aquella mujer.

Mientras cruzaban la sala en dirección al bar, una mujer con quien Holly no había hablado desde hacía meses la abordó.

– Holly, sentí mucho enterarme de lo de Gerry. Era un hombre encantador.

– Gracias.

Holly sonrió y Denise volvió a tirar de ella. Finalmente llegaron al bar.

– Hola, Holly-dijo una voz conocida a sus espaldas.

– Oh, hola, Paul -dijo Holly, volviéndose hacia el corpulento hombre de negocios que patrocinaba aquella obra benéfica. Era alto, estaba muy gordo y tenía el semblante muy rojo probablemente debido al estrés de dirigir una de las empresas más rentables de Irlanda. A eso y al hecho de beber más de la cuenta. Daba la impresión de que la pajarita le estaba asfixiando y tiró de ella con expresión de incomodidad. Los botones del esmoquin parecían a punto de salir disparados en cualquier momento. Holly no lo conocía mucho, era una de tantas personas con las que coincidía en el baile año tras año.

– Estás tan encantadora como siempre. -Le dio un beso en la mejilla ¿Puedo invitarte a una copa? -preguntó levantando la mano para llamar la atención del camarero.

– Oh, no, gracias -contestó Holly sonriendo.

– Vamos, no me la rehúses -dijo él, sacándose una abultada cartera del bolsillo-.;Qué vas a tomar?

Holly se dio por vencida.

– Ya que insistes, una copa de vino blanco, por favor.

– Quizá también debería invitar a ese miserable que tienes por marido. -Rió-. ¿Qué está tomando? -preguntó buscándolo por la sala.

– No está aquí, Paul -dijo Holly, incómoda.

– ¿Y por qué no? Será canalla. ¿Dónde se ha escondido? -preguntó Paul, levantando la voz.

– Falleció a principios de año, Paul -dijo Holly con delicadeza esperando no violentarlo.

– Oh. -Paul se sonrojó aún más y carraspeó con nerviosismo. Bajó la vista a la barra-. Lo lamento mucho -balbuceó, y miró hacia otra parte. Volvió a tirarse de la pajarita.

– Gracias -dijo Holly, y se puso a contar mentalmente los segundos que tardaría en darle una excusa para poner fin a la conversación. Se marchó al cabo de tres segundos, tras asegurar que tenía que llevar una copa a su esposa. Holly se quedó sola en la barra, ya que Denise había regresado junto a su grupo con las bebidas. Cogió la copa de vino blanco y se dirigió hacia ellos. -

Hola, Holly.

Se volvió para ver quién la había llamado. -Ah, hola, Jennifer.

Se encontró delante de otra mujer a quien sólo conocía de asistir a aquel baile. Llevaba un vestido de baile increíble, iba cubierta de joyas caras y sostenía una copa de champán entre el pulgar y el índice de su mano enguantada. Tenía el cabello rubio casi blanco; la piel, oscura y áspera por el exceso de sol.

– ¿Cómo estás? ¡Te ves de fábula, y el vestido también! -Bebió un sorbo de champán y miró a Holly de arriba abajo.

– Estoy bien, gracias. ¿Y tú?

– Simplemente de fábula, gracias. ¿No has venido con Gerry esta noche? -Echó un vistazo al salón.

– No, falleció en febrero -repitió Holly amablemente.

– Oh, cielo, lo siento mucho. -Dejó la copa de champán en la mesa que tenían al lado y se llevó las manos al rostro, poniendo ceño con aire de preocupación-. No tenía idea. ¿Cómo lo estás llevando, pobrecita mía? -Apoyó una mano en el brazo de Holly.

– Muy bien, gracias -repitió Holly, sonriendo para no ensombrecer el ambiente.

– Oh, pobrecita mía. -Jennifer bajó la voz y la miró con compasión. Debes de estar destrozada.

– Bueno, sí, es duro, pero lo voy superando. Intento ser positiva, ¿sabes?

– No sé cómo puedes, es una noticia espantosa. -No apartaba los ojos de Holly, y ahora parecían mirarla de otra manera. Holly asintió y deseó que aquella mujer dejara de decirle lo que ya sabía de sobra.

– ¿Y estuvo enfermo? -indagó Jennifer.

– Sí, tuvo un tumor cerebral -explicó Holly.

– Oh, cariño, eso es espantoso. Y siendo tan joven…

– Cada palabra que pronunciaba se convertía en un agudo chirrido.

– Sí que lo era… pero juntos tuvimos una vida muy feliz, Jennifer.

Una vez más procuró no enrarecer el ambiente mostrándose positiva. aunque dudaba mucho de que aquella mujer fuera capaz de entender aquel concepto.

– Claro que sí, qué lástima que no fuera una vida en común más larga. Tiene que ser devastador para ti, absolutamente espantoso e injusto. Debes de sentirte fatal. ¿Y por qué diablos has venido esta noche? ¡Esto está lleno de parejas! -Echó un vistazo a las parejas que tenían alrededor corno si de repente hubiese percibido un mal olor.

– Bueno, hay que aprender a seguir adelante -dijo Holly, sonriendo.

– Por supuesto. Pero tiene que ser muy difícil. Oh, qué horror.

– Volvió a taparse la cara con las manos, mostrándose consternada.

Holly sonrió y masculló:

– Sí, es difícil, pero, como ya te he dicho, tengo que ser positiva y seguir adelante. Por cierto, hablando de seguir adelante, más vale que vaya a reunirme con mis amigos -dijo cortésmente y se dirigió hacia ellos.

– ¿Estás bien? -le preguntó Daniel cuando se reunió con el grupo.

– Sí, muy bien, gracias -repitió Holly por enésima vez aquella noche. Miró a Jennifer, que se había reunido con sus amigas y hablaba sin quitar ojo a Holly y Daniel.

– ¡Ya estoy aquí! -anunció una voz desde la puerta. Holly se volvió y vio a Jamie, el juerguista, plantado en la entrada con los brazos en alto-. ¡He vuelto a ponerme mi traje de pingüino y estoy listo para la fiesta! -Dio unos pasos de baile antes de unirse al grupo, atrayendo las miradas de todo el mundo. Justo lo que deseaba. Hizo su ronda de saludos estrechando la mano de los hombres y dando un beso en la mejilla a las mujeres, aunque se equivocó «cómicamente» de gesto en un par de ocasiones. Al llegar a Holly, hizo una pausa y su mirada vaciló un par de veces entre ella y Daniel. Por fin estrechó con frialdad la mano de Daniel, besó rápidamente a Holly en la mejilla, como si estuviera enferma, y se alejó corriendo. Holly, muy enojada, intentó tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta. Había sido muy grosero.

Su esposa, Helen, sonrió tímidamente a Holly desde el otro lado del grupo pero no se aproximó. A Holly no le sorprendió. Era obvio que les había costado demasiado conducir diez minutos calle abajo para visitarla después de la muerte de Gerry, así que tampoco esperaba que Helen diera los diez pasos que la separaban de ella para saludarla. Ignoró a la pareja y se puso a charlar con sus verdaderos amigos, aquellos que la habían apoyado durante el último año.

Holly se estaba riendo con una de las anécdotas de Sharon cuando notó que alguien le daba unos golpecitos en el hombro. Se volvió aún riendo y se encontró con Helen, que parecía apenada.

– Hola, Helen -saludó con tono alegre.

– ¿Cómo estás? -preguntó Helen en un susurro tocando a Holly en el brazo.

– Oh, muy bien -le respondió asintiendo con la cabeza-. Deberías escuchar esta historia, es muy divertida. -Sonrió y siguió pendiente de Sharon. Helen dejó la mano apoyada en el brazo de Holly y al cabo de un rato volvió a darle un golpe en el hombro.

– Quiero decir que cómo estás desde que Gerry… Holle renunció a escuchar a Sharon.

– ¿Desde que Gerry murió?

Comprendía que la gente a veces se incomodara en aquellas situaciones. A Holly también le ocurría de vez en cuando, pero consideraba que si eran ellos quienes sacaban el rema lo menos que podían hacer era ser lo bastante adultos como para mantener una conversación normal.

Helen hizo una mueca ante la pregunta de Holly. -Bueno, sí, pero no quería decir…

– No pasa nada, Helen. He aceptado que eso es lo que ocurrió.

– ¿En serio?

– Por supuesto -dijo Holly, frunciendo el entrecejo.

– Es que como hacía tanto que no te veía estaba comenzando a preocuparme…

Holly rió.

– Helen, sigo viviendo a la vuelta de la esquina de tu casa, mi número de teléfono sigue siendo el mismo y el de mi móvil también. Si tan preocupada estabas, podrías haberme localizado fácilmente.

– Sí, ya, pero no quería entrometerme… -Se interrumpió como si aquello explicara que no hubiese visto a Holly desde el funeral.

– Los amigos no se entrometen, Helen -puntualizó Holly cortésmente, aunque esperando que el mensaje hubiese llegado a su destinataria.

Las mejillas de Helen se ruborizaron levemente y Holly se alejó para contestar a Sharon.

– Guárdame un sitio a tu lado, ¿quieres? Tengo que ir al baño un momento otra vez -dijo Sharon.

– ¿Otra vez? -soltó Denise-. ¡Acabas de ir hace cinco minutos! -Verás, esto suele pasar cuando tienes a un bebé de siete meses apretandote la vejiga -explicó antes de dirigirse al lavabo caminando torpemente.

– En realidad no tiene siete meses, ¿verdad? -dijo Denise, torciendo el gesto-. Técnicamente tiene menos dos meses, porque de lo contrario significaría que el bebé tendría nueve meses al nacer y entonces celebrarían su primer cumpleaños al cabo de tres meses. Y normalmente los bebés ya caminan cuando cumplen el año.

Holly la miró con ceño.

– Denise,;por qué te torturas con pensamientos como ése? Denise se volvió hacia Tom e inquirió:

– Pero tengo razón, ¿verdad?

– Sí, cielo -contestó Tom, sonriendo con dulzura. -Gallina -dijo Holly en broma a Tom.

Sonó un timbre anunciando que era hora de sentarse en el comedor y la multitud comenzó a dirigirse hacia las mesas. Holly se sentó y puso su bolso nuevo en la silla de al lado para guardarle el sitio a Sharon. En aquel momento Helen se acercó dispuesta a sentarse.

– Perdona, Helen, pero Sharon me ha pedido que le guardara este sitio -explicó Holly educadamente.

– Bah, seguro que a Sharon no le importa-repuso Helen restándole importancia, y al sentarse en la silla aplastó el bolso nuevo de Holly. Sharon se dirigió a la mesa y se mordió el labio, un tanto molesta. Holly se disculpó señalando a Helen. Sharon puso los ojos en blanco, se metió dos dedos en la boca y fingió vomitar. Holly rió.

– Vaya, veo que estás animada -comentó Jamie a Holly, mostrándose muy poco impresionado.

– ¿Por qué no iba a estarlo? -replicó Holly con aspereza.

Jamie contestó con una respuesta ingeniosa que algunos comensales le rieron porque era «muy divertida», y Holly les hizo caso omiso. Ya no le parecía nada divertido, pese a que ella y Gerry habían sido de los que le reían todas las gracias. Ahora no hacía más que decir estupideces.

– ¿Estás bien? -preguntó Daniel en voz baja desde el otro lado.

– Sí, muy bien, gracias -contestó Holly, y bebió un sorbo de vino.

– Oye, no tienes por qué contestarme de esa manera, Holly. Soy yo. -Daniel rió.

– Todo el mundo está siendo muy atento dándome sus condolencias -se lamentó Holly, y bajó la voz hasta un susurro para que Helen no alcanzara a oírla-, pero me siento como si volviera a estar en su funeral, teniendo que fingir que soy toda fuerza y entereza pese a que algunos de ellos lo único que quieren es verme hecha polvo. Es algo espantoso. -Imitó a Jennifer y puso los ojos en blanco-. Y luego están los que no se han enterado de lo sucedido, y desde luego éste no es el mejor sitio para contárselo.

Daniel la escuchaba pacientemente. Asintió con la cabeza cuando por fin dejó de hablar.

– Entiendo lo que dices. Cuando Laura y yo rompimos, tuve la impresión de que fuera donde fuese siempre tenía que contárselo a la gente. Pero lo bueno es que al final se corre la voz y dejas de tener esas conversaciones tan incómodas.

– ¿Has tenido noticias de Laura, por cierto? -preguntó Holly. Disfrutaba criticando a Laura aunque no la conociera. Le encantaba que Daniel le contara historias de ella y luego pasar la noche hablando de lo mucho que la odiaban. Era un buen pasatiempo, y ahora Holly necesitaba cualquier pretexto que le evitara tener que hablar con la pesada de Helen.

– Pues sí, en realidad tengo un buen cotilleo -contestó Daniel con picardía.

– Fantástico, me encantan los cotilleos -dijo Holly, frotándose las manos con deleite.

– Bien, un amigo mío, que se llama Charlie y que trabaja de camarero en el hotel del padre de Laura, me contó que su novio intentó propasarse con una huésped del hotel y que Laura lo sorprendió, de modo que han roto. -Rió con malicia y los ojos le brillaron. Estaba encantado de que le hubieran partido el corazón.

Holly se quedó atónita porque aquella historia le resultaba familiar.

– Oye, Daniel, ¿cuál es el hotel de su padre?

– El Galway Inn. No es nada del otro mundo, pero está en una buena zona, en el paseo marítimo.

– Oh -musitó Holly, abriendo los ojos desorbitadamente.

– Sí. -Daniel rió-. Genial, ¿eh? Si alguna vez conozco a la mujer que les ha hecho romper, le compraré la botella de champán más cara que exista. Holly esbozó una sonrisa e inquirió:

– No me digas?

Más le valía comenzar a ahorrar. Holly estudió el rostro de Daniel con curiosidad, preguntándose cómo diablos era posible que Daniel alguna vez hubiese estado interesado por Laura. Holly habría apostado todo su dinero contra ellos dos como pareja, pues le parecía que ella no era su tipo, aunque en realidad no tenía idea de cuál era tal «tipo». Daniel era muy simpático y amable, mientras que Laura era… Bueno, Laura era una bruja. No se le ocurría una palabra mejor para describirla.

– Oye, Daniel. -Holly se remetió el pelo detrás de las orejas con ademán nervioso, preparándose para interrogar a Daniel sobre la clase de mujer que le gustaba. Él le sonrió con los ojos aún brillantes por la noticia de la separación de su ex novia y su ex amigo.

– Dime, Holly.

– Verás, me estaba preguntando una cosa. Laura da la impresión de ser un poco… En fin, una bruja, si quieres que te diga la verdad. -Se mordió el labio v observó atentamente la reacción de Daniel para ver si lo había ofendido. Él siguió mirando impertérrito las velas del centro de mesa-. Bueno -prosiguió Holly, consciente de que debía andar con pies de plomo para abordar el tema puesto que sabía de sobra que Laura había partido el corazón de Daniel-, lo que realmente quería preguntarte es qué viste en ella;Cómo es posible que alguna vez estuvierais enamorados? Sois muy diferentes. Al menos, por lo que cuentas, parecéis muy diferentes -corrigió enseguida al recordar que se suponía que ella nunca había visto a Laura.

Daniel permaneció en silencio un momento y Holly temió haber pisado terreno resbaladizo. Por fin apartó la vista de las velas y la miró. Sonrió con tristeza y dijo:

– En realidad Laura no es una bruja, Holly. Bueno, lo fue cuando me dejó por uno de mis mejores amigos… pero como persona, cuando estábamos juntos, nunca se comportó como una bruja. Dramática, sí. Una bruja, no. -Volvió a sonreír y cambió de postura para mirarle a la cara-. Verás, a mí me encantaba el drama de nuestra relación. Me parecía excitante, Laura me cautivaba. -Su rostro se animó al explicar su relación y fue hablando cada vez más deprisa a medida que recordaba el amor perdido-. Me encantaba levantarme por la mañana y preguntarme de qué humor estaría ella ese día, me encantaban nuestras peleas, me encantaba la pasión que había en ellas y la manera en que hacíamos el amor al reconciliarnos. -Los ojos le brillaban-. Hacía muchos aspavientos por casi todo, pero supongo que eso era lo que me resultaba diferente y atractivo de ella. Yo solía decirme que mientras hiciera tantos aspavientos a propósito de nuestra relación no tenía por qué preocuparme. Si hubiese dejado de hacerlos, quizás habría dejado de merecer la pena. Me encantaba el drama -repitió creyendo en sus palabras-. Nuestros temperamentos eran opuestos, pero formábamos un buen equipo. Ya sabes lo que dicen sobre que los opuestos se atraen… -Miró a los ojos de su nueva amiga y la vio preocupada-. No me trataba mal, Holly. No era una bruja en ese sentido… -Sonrió y agregó-: Era sólo…

– Dramática -concluyó Holly por él, comprendiéndolo al fin. Daniel asintió con la cabeza.

Holly contempló su rostro mientras él se perdía en otro recuerdo. Supuso que era posible que cualquiera amara a cualquiera. Ésa era la mayor grandeza del amor, que se presentaba en todas las formas, tamaños y temperamentos.

– La echas de menos -afirmó Holly con ternura, apoyando una mano en su brazo.

Daniel despertó de su ensoñación y miró a Holly de hito en hito. Un estremecimiento recorrió la columna vertebral de ésta y el vello se le erizó. Daniel soltó una risotada y volvió a sentarse de cara a la mesa.

– Te equivocas de nuevo, Holly Kennedy. -Asintió con la cabeza y puso ceño, como si Holly hubiese dicho la cosa más rara del mundo-. Estás completamente equivocada.

Cogió los cubiertos y comenzó a comer el entrante de salmón. Holly se bebió media copa de agua fresca y prestó atención al plato que le estaban sirviendo.

Después de la cena y de unas cuantas botellas de vino, Helen encontró a Holly, que había escapado al lado de la mesa donde estaban Sharon y Denise. Le dio un fuerte abrazo y, emocionada, se disculpó por no haber permanecido en contacto.

– No pasa nada, Helen. Sharon, Denise y John me brindaron todo su apoyo, así que no he estado sola.

– Oh, pero es que me siento fatal -dijo Helen, arrastrando las palabras.

– Pues no debes -repuso Holly, ansiosa por seguir hablando con las chicas.

Pero Helen insistió en hablar de los viejos tiempos, cuando Gerry estaba vivo y todo era de color de rosa. Rememoró los momentos que había compartido con él, que eran recuerdos en los que Holly no estaba particularmente interesada. Finalmente Holly se hartó del lloriqueo de Helen y advirtió que todos sus amigos se habían levantado y estaban divirtiéndose en la pista de baile.

– Helen, basta, por favor-la interrumpió por fin-. No comprendo por qué tienes que comentarme todo esto precisamente esta noche, cuando estoy intentando divertirme y distraerme un poco, aunque salta a la vista que te sientes culpable por no haberte mantenido en contacto conmigo. Si quieres que re sea sincera, creo que de no haber asistido a este baile esta noche no habría tenido noticias de ti durante otros diez meses o más. Y ésa no es la clase de amiga que necesito en mi vida. Así que deja de llorarme en el hombro y permite que me divierta.

Holly tuvo la impresión de haberse expresado de forma razonable, pero Helen puso la misma cara que si le acabaran de dar una bofetada. Una pequeña dosis de lo que Holly había sentido durante el último año. Daniel apareció de repente, cogió a Holly de la mano y se la llevó a la pista de baile, donde estaban sus amigos. En cuanto llegaron a la pista, se terminó la canción y comenzó Wonderful Tonight, de Eric Clapton. La pista fue vaciándose salvo por unas pocas parejas, y Holly se encontró frente a Daniel. Tragó saliva. Aquello no estaba previsto. Esa canción sólo la había bailado con Gerry.

Daniel apoyó una mano suavemente en su cintura, le tomó la otra con delicadeza y comenzaron a bailar. Holly estaba rígida. Bailar con otro hombre le parecía mal. Sintió un cosquilleo en la columna vertebral y se estremeció. Daniel debió de pensar que tenía frío y la atrajo hacia sí como para darle calor. Holly se dejó llevar por la pista como en trance hasta el final de la canción y entonces se disculpó alegando que tenía que ir al cuarto de baño. Se encerró en un retrete y se apoyó contra la puerta, respirando hondo. Lo había llevado muy bien hasta ahora. Pese a que todo el mundo le preguntaba por Gerry, había conservado la calma. Pero el baile la había trastornado. Quizá sería mejor que regresara a casa antes de que la velada se echara a perder. Se disponía a abrir el pestillo cuando oyó que fuera una voz mencionaba su nombre.

– ¿Habéis visto a Holly Kennedy bailando con ese hombre? -preguntó una voz. El inconfundible gañido de Jennifer.

– ¡Desde luego! -respondió otra voz con tono indignado-. ¡Y su marido aún no está frío en la tumba!

– Bah, dejadla en paz -terció otra mujer con más desenfado-. Puede que sólo sean amigos.

«Gracias», pensó Holly.

– Aunque lo dudo -agregó la misma mujer, y las tres rieron con picardía.

– ¿No os habéis fijado en cómo se abrazaban? Yo no bailo así con mis amigos -dijo Jennifer.

– Es una vergüenza -dijo otra mujer-. Alardear de tu nuevo hombre en un sitio al que solías ir con tu marido delante de todos sus amigos. Es repugnante.

Las mujeres chasquearon la lengua en señal de desaprobación y se oyó la cisterna del retrete contiguo al de Holly. Ésta permaneció inmóvil, apabullada por lo que estaba oyendo y avergonzada de que otras personas también pudieran oírlo.

La puerta del retrete se abrió y las mujeres se callaron.

– ¿Por qué no os metéis en vuestros asuntos, viejas brujas chismosas? -vociferó Sharon-. ¡Lo que mi mejor amiga haga o deje de hacer no es de vuestra incumbencia! Si tu vida es tan cochinamente perfecta, Jennifer, ¿qué coño haces flirteando con el marido de Pauline?

Holly oyó que alguien ahogaba un grito. Probablemente fuese Pauline. Holly se tapó la boca para contener la risa.

– ¡Muy bien, pues meted las narices en vuestros propios asuntos y que os jodan a todas! -concluyó Sharon.

Cuando Holly creyó que ya se habían marchado, abrió la puerta y salió del retrete. Sharon levantó la vista del lavabo, asustada.

– Gracias, Sharon.

– Oh, Holly, lamento que tuvieras que oír eso -dijo Sharon, abrazando a su amiga.

– No te preocupes, me importa un bledo lo que piensen -aseguró Holly con valentía-. ¡Lo que me parece increíble es que Jennifer tenga una aventura con el marido de Pauline! -agregó asombrada.

Sharon se encogió de hombros.

– No la tiene, pero así tendrán con qué entretenerse durante unos meses. Se echaron a reír.

– De todos modos, creo que me voy a ir a casa -dijo Holly, echando un vistazo al reloj y pensando en el último mensaje de Gerry. Se le partió el corazón.

– Buena idea -convino Sharon-. No era consciente de lo aburridos que son estos bailes cuando estás sobria.

Holle sonrió.

– Además, has estado genial esta noche, Holly. Has venido, has triunfado y ahora te vas a casa y abres el mensaje de Gerry Llámame para contarme lo que pone. -Volvió a abrazar a su amiga.

– Es el último-dijo Holly, apenada.

– Lo sé, así que disfrútalo -respondió Sharon, sonriendo-. Los recuerdos duran toda la vida, no lo olvides.

Holle regresó a la mesa para despedirse de todos y Daniel se levantó, dispuesto a acompañarla.

– No vas a dejarme aquí solo -bromeó-. Podemos compartir un taxi. Holly se molestó un poco cuando Daniel bajó del taxi v la siguió hasta su casa, pues tenía muchas ganas de abrir el sobre de Gerry. Eran las doce menos cuarto, así que sólo le quedaban quince minutos. Calculó que para entonces Daniel ya se habría tomado la taza de té de rigor y se habría marchado. Incluso llamó a otro taxi para que fuera a recogerlo al cabo de media hora, sólo para hacerle saber que no podía quedarse mucho rato.

– Vaya, así que éste es el famoso sobre -dijo Daniel, cogiéndolo de encima de la mesa.

Holly abrió mucho los ojos. Sentía una especie de afán protector hacia aquel sobre y no le gustó que Daniel lo tocara, como si eso fuera a borrar el rastro de Gerry.

– Diciembre -musitó Daniel, leyendo y acariciando la caligrafía con la punta de los dedos. Holly tuvo ganas de decirle que lo dejara en la mesa, pero no quería parecer una psicótica. Por fin Daniel dejó el sobre, Holly suspiró aliviada y siguió llenando de agua la tetera-. ¿Cuántos sobres más quedan? -preguntó Daniel, quitándose el abrigo antes de reunirse con Holly junto al mostrador de la cocina.

– Éste es el último -dijo Holly con voz ronca, y carraspeó. -¿Y qué vas a hacer después?

– ,Qué quieres decir? -preguntó Holly, confusa.

– Bueno, por lo que veo, esa lista contiene tus diez mandamientos. En lo que a tu vida atañe, lo que dice la lista va a misa. Así que ¿qué harás cuando no tengas más mensajes?

Holly lo miró a la cara para ver si estaba tomándole el pelo, pero sus ojos azules brillaron con inocencia.

– Vivir mi vida -contestó y se volvió para conectar la tetera eléctrica.

– ¿Serás capaz de hacerlo?

Daniel se acercó a Holly y ella olió su loción para después del afeitado. Aquel aroma era puro Daniel.

– Supongo que sí -contestó incómoda por sus preguntas.

– Lo digo porque entonces tendrás que tomar tus propias decisiones -agregó Daniel en un susurro.

– Ya lo sé -replicó Holly a la defensiva, evitando mirarlo a los ojos.

– ¿Y crees que serás capaz de hacerlo?

Holly se frotó la cara con expresión de cansancio. -Daniel, ¿a qué viene todo esto?

Daniel tragó saliva y se acomodó delante de ella.

– Te lo pregunto porque ahora voy a decirte algo y tú tendrás que tomar una decisión.

– La miró a los ojos y el corazón de Holly latió con fuerza-. No habrá ninguna lista, ninguna directriz, tendrás que guiarte por tu propio corazón.

Holly retrocedió un poco. El miedo le atenazó el corazón y confió en que no fuera a decirle lo que pensaba que iba a decirle.

– Daniel. No creo que éste sea… el mejor momento para… ¿No deberíamos hablar de…?

– Es un momento perfecto -dijo Daniel muy serio-. Sabes muy bien lo que voy a decirte, Holly, y me consta que también sabes lo que siento por ti.

Holly se quedó atónita y echó un vistazo al reloj. Eran las doce en punto.