39423.fb2 PresentimientoS - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

PresentimientoS - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

Séptimo día

Félix

Había aprendido a no despertarse de golpe, incluso a veces conseguía despertarse un poco antes de despertar del todo, estar lúcido durante un segundo en medio de aquel mundo que se iba haciendo extraño a medida que abría los párpados y empezaban a entrar por ellos los muebles de la habitación y la luz del mundo real. No se movía hasta que repasaba el sueño que había tenido, mejor dicho las migajas del sueño, sobre todo si tenía que ver con Julia. A veces, incluso lo anotaba o intentaba hacer un dibujo. Los dibujos siempre resultaban incompletos, pero mientras dormía el sueño era una visión que estaba completa, lo que le hacía pensar que perdía mucha información al despertar, prácticamente toda, y entonces ¿dónde quedaba, dónde se guardaba la gran parte de sueño que no recordaba? Tal vez mucho del inconsciente estuviera formado por sueños no recordados en la vigilia, y por eso algunos volvían a surgir una y otra vez.

Parecía un hecho probado lo que él ya había comprobado sueño tras sueño, que el inconsciente trabajaba con todos los datos recogidos durante la vigilia. Siempre se había considerado observador, pero ahora se daba cuenta de que su inconsciente era más observador que él. Una palabra cazada al vuelo, una mirada, un gesto, un papel escrito. Todo era alimento para el inconsciente.

Se dio la vuelta muy despacio a medida que la ensoñación se iba alejando a velocidad de vértigo. Por las rendijas de la persiana entraba mucha claridad. Acababa de soñar que Julia y el de la camisa de cuadros cruzaban corriendo la arena de la playa en penumbra hacia el acantilado cuando Julia se dio cuenta de que se había olvidado la pequeña mochila que usaba como bolso y regresó a buscarla. Miró dentro por si le faltaba algo y luego siguió andando con ella en la mano.

De alguna manera el sueño sin límite de Julia le contagió. Los sueños iban adquiriendo una gran importancia. Sobre todo los relacionados con ella. Félix siempre cerraba los ojos esperando soñar con Julia porque eso significaría que ella podría darle un mensaje, hablarle, revelarle algo oculto en la propia imaginación de Félix. O bien él querría dárselo a ella. En el momento en que ambos estuvieran presentes en el sueño de uno u otro podrían comunicarse algo esencial. El problema era que en los sueños todo funciona de otra manera y algo, por simple que sea, está dicho con rodeos y símbolos.

La clave del sueño que acababa de tener debía de ser la mochila porque todo en aquella escena giraba en torno a ella. Por la forma en que Julia volvía a buscarla y registraba su interior seguro que guardaría algo importante. Él lo había achacado en principio a la preocupación por el dinero y la documentación, pero ¿seguirían estas cosas siendo tan importantes en el sueño como en la vigilia o tendrían otro significado?

Hizo memoria un segundo. La mochila real estaría en la bolsa de plástico que le habían entregado en el hospital con las pertenencias de Julia y que él había guardado en el armario metálico sin abrirla.

Esa misma tarde, en cuanto Angelita llegó al apartamento para hacerse cargo de Tito, Félix salió disparado al hospital, y nada más entrar en la habitación, casi sin mirar a Julia, abrió el armario y sacó la mochila de la bolsa de plástico, donde estarían los pantalones de lino color beige, que usaba cuando quería estar muy cómoda, la blusa blanca de manga corta que se había puesto ese día y las Adidas gastadas, la mochila y nada más porque Julia con el calor no soportaba llevar reloj ni nada metálico que le rozara la piel. La tenía tan sensible que había que quitar las etiquetas pegadas en la ropa. Hasta este momento no se le había ocurrido mirar en la mochila de Julia. Ni siquiera se habría acordado de ella si no fuese porque había aparecido en el sueño en primer plano, como el elemento principal de aquella incomprensible historia. Y en su vida anterior al accidente la visión de la mochila se habría desvanecido antes de abrir los ojos y habría ido a parar a ese lugar profundo donde se archivan los sueños, ¿o se deshacen completamente como el vaho en el cristal? Si lo pensaba bien, a todos los efectos un sueño es un recuerdo. Sin embargo, la cordura consiste en no confundir la fantasía con la realidad. Pero para Julia no habría diferencia porque para el que sueña no hay absolutamente ninguna diferencia entre lo real y lo que no lo es, y lo cierto era que cuando uno se ilusiona mucho con algo es como si estuviera soñando.

Procuró no obsesionarse con la idea de que él no estaba cuando alguien le quitó esta ropa a Julia y cuando tuvo el accidente y que aunque se lo hubiese propuesto no se puede proteger a nadie por completo, ni siquiera a Tito. Ni siquiera podía estar con Tito absolutamente todos los segundos de su vida vigilando que no sufriera ningún percance, incluso estándolo habría cosas que él no podría evitar. Había sangre seca de la herida de la frente en la blusa. Algunas gotas en los pantalones, nada en las zapatillas. Vio que en las zapatillas había puesto plantillas nuevas. Mecánicamente metió la mano en los bolsillos del pantalón. En uno había cinco euros y unas monedas. Probablemente las vueltas de la leche si es que había llegado a comprarla. Y en tal caso la leche estaría en el coche. La policía lo había dejado en un depósito. Pensaba ir a retirarlo cuando pudiera tomarse un respiro y llevarlo a un taller para que, al despertar Julia, lo viera arreglado.

La mochila era pequeña, negra y flexible. La cerraban en forma de fuelle dos cordones. Los abrió y se asomó como a un pequeño pozo y volcó su contenido a los pies de Julia como habría hecho con cualquier otro bolso que tuviera que analizar. Por respeto a ella quería ser estrictamente científico y no un cotilla. Desde el principio de su relación tuvo muy claro que ni su hogar ni su mujer serían jamás parte de su trabajo, y que toda su astucia y su olfato de investigador los abandonaría en la calle antes de entrar en el portal, y le habría repugnado recelar de Julia o fisgar en sus cosas a su espalda. Así que en cuanto despertara le contaría lo que se había visto obligado a hacer, porque si registraba el bolso era porque había tenido un sueño. Y si había tenido ese sueño sería por algo, o al menos él deseaba que así fuera y encontrar una señal que iluminara el camino.

Registró también los pequeños bolsillos cerrados con cremalleras. Había diversas tarjetas de visita, una era del tapicero, dos de restaurantes, del pediatra, del dentista y tres más de gente que no conocía, también papeles con números de teléfono anotados, algo muy corriente en ella, en realidad por la casa siempre había anotaciones de este tipo. Según su costumbre, Félix fue tocando objetos esparcidos en la cama, la experiencia le había enseñado que no bastaba con ver, que lo que se tocaba se retenía mejor. Una barra de labios plateada, una polvera con espejo, un cepillo pequeño plegado para el pelo, tres bolígrafos de propaganda, un rotulador, un monedero con el carné de conducir y algo de dinero. Dos folios doblados con recetas de cócteles. Durante la última semana había asistido a un curso de coctelería que se había impartido en el salón Ducal del hotel. Por lo visto había venido una eminencia desde Nueva York y era una maravilla seguir sus clases.

¿Y el móvil? Estrujó la mochila con las manos. Volvió a registrar la bolsa de plástico. Miró dentro de las zapatillas, que sería un sitio fácil para guardarlo en el momento de desnudarla. Y ahí estaba, en el fondo de una de ellas. Esto podría significar que Julia había hecho o iba a hacer una llamada y por eso lo había sacado de uno de los pequeños bolsillos con cremallera de la mochila. Puede que pretendiera hacérsela a él y que no le hubiese dado tiempo porque evidentemente él no la había recibido.

Trató de encenderlo, pero como era esperable se había consumido la batería, lo que querría decir que lo había dejado abierto y que podría saltarse el trámite de averiguar el número secreto. Tal vez no encontrara nada, pero lo cierto es que hasta que el sueño del bolso no entró en su vida no se le había ocurrido darle ninguna importancia al móvil. Y la tenía porque si estaban registrados, como sería lo normal, los números de compañeros de trabajo, de amigas, él los llamaría, le pondría el teléfono al oído a Julia y les pediría que le hablaran, que dijeran algo para que ella escuchara sus voces conocidas y las recordara y tiraran de ella. Cuantos más estímulos la conectaran con el exterior, mejor. En cualquier caso necesitaba ponerse manos a la obra y recogió todo con rapidez.

Salió corriendo. Los ascensores tardaban tanto que bajó las escaleras de dos en dos. Llevaba la mochila en la mano. En la calle la luna se reflejaba en los capós. Había una intensa luna llena, que inundaba la noche de una gran palidez. Como siempre la carretera del puerto se encontraba saturada, así que trató de atajar por calles que le condujeran a caminos que conectaran con la carretera de la playa. Aunque le costó tanto como ir por la vía reglamentaria, al fin vio las letras parpadeantes de La Felicidad y el hormiguero de la entrada. Unos cinco kilómetros más allá debía torcer a la derecha y luego a la izquierda y después otra vez a la izquierda. Antes siempre le llamaba la atención La Trompeta Azul, un local pequeño, recluido entre árboles, en que le habría gustado entrar con Julia a tomarse una cerveza negra de importación. Y por un instante aminoró la marcha aun sabiendo que no llegaría a detenerse porque ese local pertenecía a la vida normal.

Ahora lo prioritario era encontrarle la mayor utilidad posible a la agenda telefónica de Julia. Aparcó con una sola maniobra, alguien se había marchado a divertirse y había dejado un fantástico hueco cerca de la puerta de entrada. Se había levantado una ligera brisa. Las plantas que colgaban de todas las tapias por la noche multiplicaban su olor hasta el infinito. Con la mitad de zancadas de lo ordinario llegó a su colmena de apartamentos y subió también en la mitad de tiempo. Abrió con la llave para no sobresaltar a Tito con el timbre, sin embargo, no pudo evitar que Angelita se asustara. Se asustó bastante, casi dio un grito. Estaba sentada en el sofá delante del televisor con las piernas sobre la mesa de cristal y mimbre. Tito dormitaba a su lado. Seguramente a Julia le habría gustado ver esta escena.

– ¡Qué susto! -dijo, sorprendida.

Félix no contestó. Fue directo a buscar el cargador del móvil de Julia. Estaba en la maleta grande. Oyó cómo se levantaba su suegra retirando un poco la mesa de cristal y mimbre.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó desde la puerta de la habitación.

Félix enchufó el cargador junto a la mesilla.

– Todo sigue igual, he venido para comprobar algo.

– Voy a calentarte un vaso de leche -dijo dirigiéndose a la minúscula cocina, vestida con una camiseta larga que le llegaba por la mitad del muslo. El mimbre de la mesa le había dejado profundas huellas en las piernas-. ¿Qué tienes que comprobar?

– Voy a revisar su agenda. He pensado que sería bueno que escuchase unas palabras de compañeros del trabajo y amigos por teléfono.

– Ya -dijo Angelita poniendo una taza humeante en el pequeño mostrador.

Le tendió la mochila sin que ella hiciese ningún intento por cogerla.

– Mira a ver si hay algo en la mochila que te llame la atención, algo que a Julia por ejemplo le viniese bien tocar.

– ¿No podemos hacerlo mañana? Estoy cansada -dijo mirando la mochila sin demasiado interés.

– No tardarás mucho, son pocas cosas.

Félix volcó el contenido sobre la mesa redonda del comedor. Los bolígrafos, la polvera y el espejo hicieron bastante ruido al caer. De los bolsillos con cremalleras sacó las tarjetas y las notas a mano. Angelita se sentó derrotada en una silla y empezó a mirarlo todo.

– Son sus cosas -dijo para sí-. Creo que son ganas de mortificarnos.

– No, aquí hay algo que es importante para ella. Estoy seguro. Es cuestión de descubrirlo.

Angelita siguió examinando cada tarjeta, cada anotación. Félix salió a la terraza con la taza en la mano. Tal vez esta noche ya no iría al hospital. Se quedaría aquí y se tomaría algo para dormir porque si no sería incapaz de descansar pensando que ella estaba allí a merced de su gran soledad. Su gran soledad era lo que le atormentaba, una soledad tan descomunal que ni ella podía captarla. Si realmente soñaba, sabría que algo extraño le sucedía, pero no que estaba completamente sola con sus sueños.

– Ya está -dijo Angelita-, voy a darle un biberón a Tito y luego nos acostaremos.

Ahora ya no había barreras, esta noche se acababa de abrir el caso de Julia con todas las consecuencias, no le importaba que fuese un caso sólo espiritual, si lo pensaba bien todos los casos lo eran. Ya no haría la vista gorda ante nada. Dejaría que los detalles y los datos que fueran saliendo a la luz pasaran a su cabeza en crudo, sin adornos. Así que ya estaba en disposición de aceptar que a su suegra se le había afilado el brillo de sus pequeños y envejecidos ojos, tras revisar los objetos de Julia, como si algo le hubiera llamado la atención.

– Me gustaría que antes tocaras una por una las cosas que hay ahí.

– ¿Lo crees necesario? -dijo con ese nuevo brillo.

– No, así no -le recriminó Félix viendo que se limitaba a pasar la mano por ellas-, sintiéndolas, grabándolas en tu mente.

Angelita era un libro abierto. El cepillo plegable del pelo, la barra de labios y demás objetos de su hija no le impresionaron, la mano no registró el más mínimo sobresalto, sin embargo, al llegar a los papeles con notas y números de teléfono, Félix detectó el micromovimiento de querer alejarse de ellos y al mismo tiempo de no querer que se notara. Entonces Angelita se levantó y se fue hacia la placa vitrocerámica guardando para sí lo que había descubierto o lo que no podía decir. Preparó el biberón en silencio.

Félix muchas veces en su vida habría preferido no darse cuenta de nada, en el colegio por ejemplo habría preferido no ser consciente del rechazo de algún profesor, apenas perceptible si él no fuese como era. No habría perdido nada y habría ganado mucho no enterándose. Y ahora, de no exigirlo las circunstancias, preferiría no saber qué estaba ocurriendo en aquellos papeles garabateados. Cada uno sobrevive a su manera y todo el mundo puede conseguirlo porque ésa es su obligación. Así que Julia con un poco de fuerza e ilusión sobreviviría, y él también sobreviviría a cualquier noticia desagradable que pudiera darle su suegra.

Tito se tomó ansiosamente el biberón. Angelita lo cuidaba muy bien, su flaco brazo lo sostenía por la nuca con fuerza como si se hubiera olvidado de la edad y los achaques. Luego le cambió el pañal y lo acostó mientras Félix desenchufaba el móvil de Julia y lo abría. Revisó las llamadas y los mensajes diciéndose que no estaba escudriñando el teléfono de Julia, sino del «caso Julia». Y en un eventual informe tendría que hacer constar que su mujer la noche del accidente había hecho dos llamadas a un número desconocido para él. Y en este instante no pudo por menos que sentir cierta congoja en el estómago, la congoja de la sospecha. La operación mental de la sospecha tenía comprobado que podía desencadenar distintas sensaciones con variedad de matices y grados de intensidad. En este caso concreto era muy fuerte, era de congoja.

El mismo número se repetía la tarde del accidente coincidiendo con la parada en el restaurante de carretera. Posiblemente había hecho la llamada desde los lavabos, y también aparecía los días anteriores, siempre llamando ella, nunca recibiéndola. Con aprensión creciente pulsó el buzón de voz por si acaso se conservaba algún mensaje antiguo, pero sólo había uno de Angelita y otro del hotel.

Con el móvil en la mano miró al techo, como si allí estuviera escrito lo que pensaba. Pensaba que creía haber visto ese número de teléfono en uno de los papeles guardados en el bolso. Fue a la mesa, intentó serenarse pensando que se trataría de alguna gestión que llevaba entre manos. Se oyó el ruido de la cisterna, Tito ya debía de estar en la cama. El destinatario se llamaba Marcus. Su nombre estaba apuntado con este mismo número de móvil en un papel que tal vez había encendido el brillo de los ojos de Angelita. Marcus. ¿Sería este nombre el que su subconsciente le había ordenado que buscase por medio del sueño de la mochila en la playa?

Angelita llegó frotándose crema en las manos.

– ¿Quién es Marcus?

Ella como respuesta se limitó a sentarse frente al televisor, cuyo resplandor parpadeaba en medio de la oscuridad que entraba por la terraza. Permaneció mirándolo con cara ausente. Y Félix consideró que las palabras sobraban y que lo mejor era ponerle ante los ojos el papel en que estaban escritos el nombre de Marcus y el teléfono.

– No sé cómo explicarlo, puede que esté confundida, pero creo que es su amante -dijo Angelita sin dejar de mirar la televisión.

¿Su amante? Era increíble, tendría que preguntarle a Angelita cómo había llegado a esa conclusión, cómo lo sabía, pero sería en otro momento, porque ahora le venían a la memoria detalles en tropel que deberían haberle puesto en guardia si él hubiese estado dispuesto a considerarlos.

– ¿No será un amigo? ¿Un compañero de trabajo?

Angelita negó con la cabeza.

– A veces pasan estas cosas. Sobre todo después de tener un hijo una mujer necesita saber que sigue gustando.

– A mí me gusta. Me gusta más que antes.

– Esto no tendría que decírtelo yo. Pero así son las cosas y no puedo ocultártelo. Está loca por ese chico, Marcus. Un día en que estabas de viaje me pidió que me quedase con Tito y pasó toda la noche fuera. Me cuesta mucho trabajo decirte algo así, es muy duro y creía que no iba a perdonárselo, y ahora ya ves, casi no tiene importancia.

Los pequeños ojos claros de Angelita estaban enrojecidos. Félix se sentía mareado y salió a la terraza. La pantalla de la televisión se veía dentro, en el cristal de la puerta y en el firmamento, multiplicada como un espejismo. No le molestaba, necesitaban compañía, cualquier clase de compañía.

– ¿Estás segura de lo que dices?

Vio en la pantalla reflejada en el cristal cómo asentía de una forma que no dejaba lugar a dudas.

Le contó que Julia lo había conocido en el hotel y que aunque no estaba alojado allí, iba todos los días por la cafetería a tomar café, también le gustaban el vodka y la ginebra. Era de los llamados países del Este, y Julia le dijo que había estado en la guerra y que era el hombre más atractivo que había conocido en su vida y que era superior a sus fuerzas lo que sentía por él. Cuando acabó de hablar, Angelita dejó caer la cabeza hacia delante como si se hubiese quedado dormida o como si estuviese mirándose el pecho y profundizando en él, como si estuviera replegándose hacia el interior. Por su parte Félix cerró los ojos un momento y al abrirlos vio las estrellas, la luna, las sombras, a sí mismo en el cristal, a su suegra. Todo estaba fuera de él, dentro ya no tenía nada. Había vuelto a estar solo, pero con un hijo y una mujer inconsciente en un hospital.

– Está bien, vete a dormir. Yo vuelvo al hospital. No es conveniente que Julia se quede tanto tiempo sola.

Julia

Por la noche se había gastado casi todo lo que tenía en un bocadillo, una botella de agua de litro y medio y gasolina para poder venir a dormir al lugar de costumbre. Compró el bocadillo en el bar más cochambroso y barato que encontró y podría haberse ido sin pagar, pero dadas las circunstancias prefería no verse envuelta en ninguna pelotera.

Aparcó el coche mirando hacia la Osa Mayor. Era una suerte haber nacido y poder ver las estrellas. Tenía ganas de que Tito se diera cuenta de todas las maravillas que lo rodeaban. Estuviera o no estuviera ella, eso no cambiaría. Se comió el bocadillo todo lo parsimoniosamente que pudo para que mientras tanto le entrara sueño.

Ya no tenía dificultad en saber ponerse cómoda. La almohada hecha con las toallas y los pantalones, la manta más que nada para sentirse protegida y las ventanillas abiertas esta vez dos dedos en lugar de uno. Esto era todo.

Al despertar por la mañana no movió un músculo, aún conservaba frescas las palabras del ángel Abel diciéndole mientras dormía que pronto tendría que marcharse por un motivo mayor. Le había dicho que tenía el presentimiento de que ya no podría hablar muchas veces más con ella y quería que supiera que no la abandonaba, sino que no podía elegir. Repasó varias veces este mensaje lamentando no poder intercambiar unas palabras o unos pensamientos con él. Se limitó a interpretar que al ángel Abel no le parecería abominable el suceso de Marcus porque en ese sitio desde el que él observaba a los humanos regirían otras leyes.

Abrió la ventanilla y se puso los pantalones. Se pasó las manos por la cara con fuerza y bebió de la botella. El agua ya no estaba fresca, pero tampoco caldosa y esperó ver aparecer de un momento a otro el mechón amarillo del enorme Tom. Cómo se acostumbra uno a cualquier cosa, ya le echaba de menos. En cualquier caso, necesitaba salir del coche a estirar las piernas y respirar aire puro. Si hoy se lo encontraba sí le contaría lo que le ocurría porque ya no serían unos perfectos desconocidos.

Se sentó en una esquina de la terraza del bar El Yate vigilando la posible llegada de Tom. Necesitaba un amigo de carne y hueso, no sólo espíritus. No quería volverse un ser raro, una mística o algo así, deseaba con todo su ser encontrar a su familia, deseaba volver a ser una más y vivir la vida de verdad y no dedicarse a correr detrás… detrás de una sombra, como ahora. Claro que después de lo de Marcus nada volvería a ser igual. Desde ahora sería culpable y tendría remordimientos.

Al ver acercarse al camarero con un mantel de papel y un cubierto en la mano se propuso decirle que ya había desayunado, pero el camarero maniobró con tal rapidez que no pareció escuchar y al momento volvió a aparecer con un zumo de naranja y lo que en El Yate llamaban un desayuno completo.

– Es una invitación del señor Tom. Dejó encargado que aunque él no estuviera le sirviéramos el desayuno.

Vaya, era increíble que existiera gente así en el mundo. Julia creía encontrarse completamente sola y de pronto otro ser tan real como la misma Julia se preocupaba por ella.

Tras el festín del desayuno y antes de poner el coche en marcha se preguntó cómo sacarle el mejor partido al día, se preguntó dónde más podría ir para buscar a su marido y a su hijo. Se lo preguntó con una terrible sensación de fracaso. Nada de lo que había hecho hasta ahora servía de gran cosa. Los hilos que la unían a su mundo se habían roto. ¿Por qué? Era imposible saberlo. Aún podría intentar hablar con el hotel en que trabajaba, pero en caso de que diese resultado, qué iban a hacer ellos, no entenderían nada. Sonaría todo demasiado complicado y raro. Por lo pronto decidió parar en una zona de piedras blancas y redondas y bastante desierta.

Dejó el anillo dentro del pantalón y se metió con dificultad en el agua. Estaba templada. De vez en cuando miraba hacia el coche, no quería perderlo de vista. El agua la purificaba. No había un solo sitio de su cuerpo por donde no entrase. La absorbió por la nariz y después la expulsó. Cuando le pareció que ya estaba bastante limpia, salió pisando tortuosamente a secarse sobre las piedras. No le pesaba que Marcus hubiera muerto, le pesaba haberlo matado ella. El espíritu del mar le mandó un poco de brisa. A veces había sido demasiado rígida juzgando a los demás, en esos casos Félix solía decirle que nadie sabe, ni siquiera uno mismo, cuándo se le pueden cruzar los cables aunque si se es observador siempre se encuentran datos y señales que pueden alertar. Julia creía que lo que Félix quería decir era que juzgar era una pérdida de tiempo si no se podía castigar. Era más interesante comprender por qué la gente hacía ciertas cosas. Sin embargo, ella no podía dejar de sentirse culpable, tanto como si le hubiese clavado un cuchillo a Marcus, la intención había sido la misma, y el porqué estaba claro, quería eliminarlo de su vida, y quería eliminarlo porque lo detestaba. Lo detestaba porque la había engañado y le había robado el coche. ¿Y esto era suficiente? Muchas veces la habían engañado, puede que incluso su madre, puede que el mismo Félix, y ni se le había pasado por la cabeza matarlos. Nunca había sentido una amenaza tan grande como la de Marcus. ¿Qué clase de amenaza?, le habría preguntado Félix. Pues no lo sabía, una amenaza que rompería su vida.

Se pasó los dedos por el pelo repetidas veces. Lo dejaba resbalar por el cuero cabelludo con los ojos cerrados. El sol no sabía nada de lo que había hecho, caía sobre ella como sobre las flores, el mar, las piedras y los seres más inocentes. Ya no era capaz de saber cómo se sentiría ahora mismo si no hubiese matado a Marcus. Era otra Julia. Una de esas personas que parece que no han hecho nada malo en su vida y que luego se descubre que han hecho algo terrible. Ahora debía estar ojo avizor para no delatarse, para huir si era necesario porque no podía permitirse el lujo de que la cogieran y la encerraran antes de encontrar a Félix y a Tito. Hasta el lunes no podía volver al banco, y en la comisaría y el hospital durante el fin de semana tendrían demasiado jaleo para atenderla.

Las gaviotas pasaban velozmente sobre su cabeza, entre grises y doradas. Era un planeta hermoso y ella no quería morir, ni estar encerrada en ningún sitio. No quería estar encerrada. Jamás había pensado en esta posibilidad que ahora se hacía acuciante y aterradora.

La llegada de un grupo de chicos y chicas la decidió a volver al coche. Se vistió detrás del capó levantado y sacó del bolsillo del pantalón el anillo y se lo puso antes de que lo olvidara, se cayera al suelo, quedase enterrado entre la arena y las piedras y perdiera así toda la magia que tenía. Se lo llevó a la boca como hacía Tito con los juguetes para reconocer las formas y de qué estaban hechos. Se podía decir que Tito reconocía el mundo con la boca. Tenía los ojos cerrados y estaba sentada en el asiento del conductor y cuando retiró la mano del anillo de la boca y la puso en el volante sorprendentemente sintió un beso en los labios. Abrió los ojos de golpe, casi asustada. Había sido un beso de Marcus.

Por supuesto Marcus no estaba aquí, ni siquiera en el mundo de los vivos, y no había nadie más con ella y sin embargo el beso había sido real, completamente real. Reconocía a la perfección los labios de Marcus, delgados,

sonrosados igual que las encías. Era la boca que más le había gustado en toda su vida, pero ahora Marcus estaba muerto, y este beso le daba miedo. Aunque tal vez había sido una forma de decirle, desde la otra vida, que la perdonaba por haberle matado. Dondequiera que estuviese, Marcus había reconocido su parte de culpa.

En ese sitio invisible, que estaría en todas partes y en ninguna, se comprenderían los sentimientos y los actos que en este mundo de las cosas y los seres tangibles no se comprenden del todo. En ese lugar no sería necesaria ninguna explicación, no habría malentendidos, no se podría mentir porque cualquier acto o pensamiento se desplegaría ante la vista como si se desenrollara una cuerda y no podría ser nada más que lo que era.

Félix

La voz de Marcus era áspera, muy apropiada para cantar baladas románticas o susurrar al oído. Hablaba español bastante bien.

– Siento molestarle, no me conoce, pero necesito hablar con usted.

Ésta fue la carta de presentación de Félix. Marcus reaccionó poniéndose en guardia y dejando entrever que tenía muchas cosas que temer.

– ¿Cómo sabe mi número?

– Soy el marido de Julia. Por favor, no cuelgue. No llamo por lo que usted cree. Julia ha sufrido un accidente.

Se hizo un profundo silencio lleno de desconfianza.

– No conozco a ninguna Julia.

– Sí la conoce. Es una empleada de la cafetería del hotel Plaza. Tiene su número de teléfono anotado por todas partes y sé de buena fuente que usted y ella eran amantes. Por favor, no cuelgue. Ahora eso no importa, lo que importa es que ella siente un interés especial por usted y le haría mucho bien que le hablase, que le creara la ilusión de que si despierta y vuelve a la vida van a estar juntos.

– Pero ¿de qué habla? Es una trampa, ¿verdad?

Félix no se podía creer lo que estaba oyendo. Una trampa. Vaya tío acojonado, cobarde y miserable.

– Parece un hecho que mi mujer está enamorada de usted. Puede no gustarme la idea, pero no puedo hacer nada, ya es mayorcita para enamorarse de quien quiera. No se trata de eso, ¿comprende? Está sumida en algo así como un coma, del que estamos tratando que salga por medio de estímulos externos y por eso le necesitamos.

– No me lo creo -dijo.

Era evidente que no le importaba lo más mínimo la situación de Julia. Ni siquiera había preguntado qué le había pasado.

– Tal vez debería ir a Madrid para convencerle, pero no puedo dejarla sola. Estamos su madre y yo cuidándola y además tenemos un niño pequeño.

– ¿Cómo se llama el niño?

– Tito. Por supuesto, si decide venir tiene todos los gastos pagados. Sólo quiero que venga, que coja la mano de mi mujer, que le diga que la quiere, que la echa de menos y que la está esperando para vivir juntos el resto de sus vidas, que le diga lo que crea que a ella le gustaría oír.

Marcus hizo un ruido de desagrado. Estaba claro que para él Julia había sido un simple pasatiempo, que no significaba nada. Y Félix estaba sufriendo la gran desilusión de Julia, su decepción, su enorme frustración antes que ella misma. Puede que incluso el accidente se hubiese producido por una distracción al pensar en él.

– Entiendo que a usted ni se le pasaba por la cabeza rehacer su vida con Julia.

– Pero ¿qué dice? Para nada.

Para nada. ¿Sería capullo? Julia había puesto sus deseos y sus esperanzas en él, y él los despreciaba. Si lo tuviera delante, tendría que partirle la cara.

– Lo que le diga a Julia no le comprometerá. Lo urgente es que salga de este estado. Después nunca le molestaríamos y yo personalmente se lo agradecería. Estoy muy bien relacionado y en disposición de poder ayudarle si necesita regularizar aquí su situación. Le doy mi palabra.

– Una palabra no es nada de nada.

– Bien, si quiere algo más que mi palabra, hablaremos de ello cuando venga.

– Deme su dirección y si me decido me presentaré allí en cualquier momento del día o de la noche y no me haga ninguna encerrona, se lo advierto por su bien.

Félix colgó asqueado. Ahora no estaba seguro de que hubiese sido una buena idea llamarle.