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– Sí, lo abrí yo. Marga no había dormido en casa y Colette y papá estaban en Gerona, porque no paran. Yo no lo entiendo, la verdad, que un veraneo consista en estar todo el día yendo de compras a Gerona y Barcelona para volver cargados de quitasoles, mosaicos de colorines, limpiafondos para la piscina, muestras de tela y bidés, no te rías, no, traen cosas más absurdas que bidés muchas veces. Y lo peor es que vienen indefectiblemente de mala uva; sacan las cosas del coche, dicen que vienen rotos, lo dejan todo allí por el medio, ya aburridos de las compras, y acto seguido a ducharse y a largarse a casa de amigos o al club a cenar. Pero al día siguiente, que es lo que no se entiende, ya se les han ocurrido nuevos pretextos para quemar caucho. Papá yo creo que a veces se quedaría a gusto leyendo o escuchando música en la terraza de arriba, que suele ser su refugio, pero es que, claro, en una casa así, con obras continuas y con Colette por el medio no se puede parar. De ella es tontería soñar que vas a poder zafarte como no esté durmiendo la siesta; yo no he visto un ser que dé tanta noticia de su presencia, emite culebrillas continuas de fluido. En cuanto abre los ojos, ya está, el rayo que no cesa, que dónde me han dejado esto, que quién ha roto lo otro, porque la cuestión está en echarle siempre la culpa a alguien; asuntos infinitos, puro bizantinismo tejido en torno al mundo de lo práctico, ramificaciones de sus inventos de persona ociosa: que los operarios tardan siglos en venir, que no puede ver tanto chisme por el medio, que las criadas son muy burras y se cargan los aparatos eléctricos, claro, no me extraña, son cosas tan complicadas las que compra que cómo va a entenderlas y saberlas manejar una chica del Panadés, hay que ser de la I.B.M., y venga a taconear y a dar vueltas y voces y portazos; lo que más repite es que le duele la cabeza y que a los niños no los aguanta; ellos son inaguantables, en eso le doy la razón, pero ya me dirás cómo van a ser: si un niño nota que está estorbando desde que ha nacido, pues a estorbar más todavía, es lógico, y a inventar capricho tras capricho. Total, que acaban desapareciendo para, olvidarse de la casa y de las obras sin fin que vienen discurriendo desde hace cuatro años, quebraderos de cabeza en tonto, ganas de enredar y sobre todo de sufrir, ya te digo. Porque a mí me parece muy bien que cada cual juegue a lo que le dé la gana, pero por lo menos que se diviertan, como le decía yo a Marga la otra noche, que se diviertan, coño, que no se pasen el día ahogados en el miniconflicto de lujo, que les podamos ver otra cara cuando nos los topemos y que algún día se oigan risas y coplas por la casa, en vez de frases de vinagre; es lo menos que se les puede pedir, tú, que llevan así cuatro veranos con los dichosos arreglos. Y luego para qué, a fuerza de querer tener lo más moderno, se les pone anticuado antes que lo coloquen y no llegan a disfrutar con gusto de nada. Las reformas que quedan pendientes en septiembre, al verano siguiente las han pensado ya de otra manera, y venga a almacenar trastos inservibles en el pabellón del jardín, que no veas para acomodarlo, está aquello tupido, pero por si acaso, mejor no tirar nada; Colette siempre dice lo mismo "por si acaso", pero ¿por si acaso qué?, si tienen previstos y cubiertos todos los acasos, en fin, de pesadilla. Y encima este año es peor porque a papá se le ve que desde que ha comprado el yate se ha aburrido ya de las reformas, le da igual, ya sabes cómo es él cuando se cansa de una cosa, le sigue la corriente a Colette, pero ya por cumplir, por el miedo que le tiene, de ilusión por la casa ya ni gota, eso está clarísimo, y ella lo nota más que yo, así que no quieras sabes las histerias que le entran, porque ella sin papá no es nadie, un actor sin público, se acabó Colette; de verdad, si él se desentiende y le empieza a decir a todo que sí, que amén jesús, se le seca el magín al no tener con quien discutir, porque lo que le divierte es discutir, encontrar enemigo, es lo único que la anima a discurrir lo poquito que discurre, necesita bronca, qué quieres, la bronca la embellece. Y este año es terrible el acoso que viene desplegando a la desesperada, tienen que dejarlo terminado todo, pero juntos, los dos juntos, y con la misma ilusión con que lo empezaron, discutiendo detalle por detalle, no le deja vivir. Papá ya el otro día le cortó: "Pero, mujer, Colette, qué prisa te corre, ¿no ves que cuando termines con esto te tendrás que buscar otro juguete?"; ¡uh!, nunca se lo hubiera dicho, ¡juguete!, que cómo se atrevía a llamar juguete a tanto trabajo y tantas horas consumidas en él; y papá entonces dijo que pocas obras habría en el mundo, por no decir ninguna, que hubieran dejado de ser un juguete para quienes las inventaron y llevaron a cabo, pero que dentro de eso algunas se justificaban más que otras en nombre del bien que pudieran aportar a la humanidad. "Es una cosa que no tiene vuelta de hoja, ¿no?, y en esa escala de valores no me irás a decir que estamos construyendo el hospital de San Carlos ni el puente sobre el río Kwai"; lo dijo como para sí mismo, con amargura, no era siquiera un ataque para enfadar a Colette, y ahí noté que es bastante consciente a veces del círculo vicioso en que viven. Todo el mundo les dice que qué sueño de casa, realmente la casa es una maravilla, de acuerdo, pero una maravilla ¿para quién?; ellos no son capaces de disfrutarla, los niños para qué te cuento, se pasan todo el tiempo fuera con la señorita, cuantas más horas y más lejos, mejor, no sé si por los niños o por la señorita, porque Colette tiene celos de todas las que entran, aunque sean más feas que Drácula, y esos niños cambian de señorita como de camisa, y luego, cuando los pobres vienen "no toques esto", "no toques lo otro", "parecéis gitanos", que son ganas de enfatizar decir que esos niños parecen gitanos, si les van a sacar brillo de tanto lavarlos, pero en fin, eso es lo que les dicen para quitárselos de en medio. Conque a ver, no van a creer -y en esto papá se engaña menos que nadie- que nos están alegrando la vida a Marga ni a mí con poner una casa de película en la Costa Brava; ella se tira horas y horas con su pandilla metida en el chalet viejo de unos italianos que viven en comuna a cuatro kilómetros del pueblo y cuando aparece a comer abre la boca menos que yo todavía, y lo que es de mí no van a esperar el aliciente: el año pasado sólo fui unos días en septiembre y ahora, cuando vino tu telegrama, acababa de llegar hace una semana de Londres y, como has visto, estaba deseando que cayera un pretexto para volverme a largar.
Aunque no es justo decirlo así, la verdad es que no me hubiera valido un pretexto cualquiera, no sé cómo decirte. Precisamente anoche estuve hasta el amanecer hablando de esto con Pablo, un amigo mío, de lo aburrido que es ir a los sitios por ir y cambiar de postura por cambiar. ¿Qué hora es?…, sí, justo, fíjate qué casualidad, más o menos a estas horas empezamos a enrollarnos; estábamos en una boîte bebiendo y bailando con un grupo de gente, Marga andaba también por allí, y yo de repente le digo a ése: "Oye, Pablo, me largo, tengo calor y no aguanto las luces estas, ciao", dice: "¿Te vas a casa?", digo: "No, por ahí", y me fui a la playa. Hacía una noche impresionante, me acordaba de cuando era pequeño, de cómo me gustaba entonces mirar las constelaciones, y fíjate, me acordé de ti, de una vez que me dormí encima de tu regazo en la terraza de aquel chalet de Torrelodones, tú estabas fumando y me acariciabas la cabeza mientras hablabas con papá de coger una institutriz, una escena completamente olvidada, ya ves, del año en que murió mamá, me la trajeron las estrellas, porque aquella noche también estuve mirando las estrellas con los ojos muy abiertos hasta que empecé a cerrarlos a ratitos, a dormirme de puro gusto de sentir tus manos en mi pelo, creo que al año siguiente debió venir Colette, porque primero estuvo aquella Alice feíta que era un cielo; esto de los recuerdos que saltan así de pronto es un regalo, es como volverse a encontrar un objeto perdido que en el reencuentro parece que brilla más que cuando lo tenías y no te dabas cuenta. Y estaba tan metido en esa escena del chalet de Torrelodones, pensando que por mucho que haya cambiado todo, las estrellas por lo menos son las mismas, que no sentí venir a Pablo y me asusté, oye en serio, separé la cabeza de una roca donde la tenía apoyada como si la levantara de tu propio regazo sobresaltado por una pesadilla; y es que Pablo se había hartado también del plan de allí y me andaba buscando, pero me debió ver unos ojos tan raros que le tuve que contar que me estaba acordando de cosas de cuando era pequeño, y me puse a hablarle de ti con una especie de fascinación, porque es que además había bebido mucho, y le digo (palabra, oye, que me muera ahora mismo si no es verdad): "Es posiblemente la única persona en el mundo por la que yo me movería en este momento para hacer un viaje"; y dice Pablo: "Pero si yo no sabía que tu padre tuviera una hermana, nunca viene por aquí", y le conté que no te llevas bien con Colette y eso, y que además yo tampoco te veo casi nunca, que eres muy especial y se sabe pocas veces por donde andas. Y me dice Pablo: "Pues, chico, no sabes lo que tienes si puedes echar mano, aunque sea en sueños, de un estímulo para moverte, sea tu tía Eulalia o sea la cruzada contra los albigenses, porque lo que es yo no encuentro ninguno por más que me ponga de codos a imaginarlo". Y ya nos pusimos a hablar de eso, de lo difícil que es tener entusiasmo por algo, notar ese fluido que te une a las cosas y te hace sentirlas tuyas, como cosa de tu cuerpo, incorporarlas, que ya la palabra lo dice. Más o menos lo que estabas explicando tú antes de cuando se pone uno a leer un libro con ganas; cuando te estaba oyendo me parecía que era la misma conversación de anoche que seguía. ¡Qué pena que no se animara Pablo a venir!, y fíjate, estuvo a punto, claro que ya la conversación no habría sido esta misma que tenemos, ni mejor ni peor, habría sido simplemente otra, pero pienso que le hubiera gustado enterarse de que entusiasmo quiere decir endiosamiento, siempre anda a vueltas con las etimologías, a lo mejor lo sabe, aunque no creo, me lo habría dicho. Pues que no salió a relucir veces anoche la palabra entusiasmo en lo que estuvimos hablando, endiosamiento, claro. Él decía que, en el fondo, lo que se busca es como un arranque para agarrar la batuta de las cosas que vas haciendo, que necesitas verles el hilo que las traiga hasta ti de donde sea, la relación, el proceso, es decir que no sean todo acontecimientos aislados, chispas brillando y apagándose cada cual por su cuenta. Había bebido mucho, pero si vieras qué bien habla, es un tío listísimo, qué pasión le echa a hablar, dice que es lo único que hay, lo único que diferencia a un hombre de un animal, hablar cuando se puede, cuando viene bien traído como anoche venía, de lo que se tercie, aunque sea de que no vale la pena hablar. "No te entrará sueño, ¿verdad?", me decía al principio, pero luego me lo dejó de preguntar porque notaba muy bien que me estaba dando por el gusto, se nos pasó la noche en un soplo, oye, con esos temas del entusiasmo y del hilo, y de vez en cuando también contándonos alguna cosa personal, por ejemplo le estuve hablando de Ester, pero eso menos, más bien fue rollo teórico. Que tenemos perdido el hilo, ése era el estribillo fundamental; se emocionaba con haber descubierto esa verdad que le parecía tan básica, y cuando la conversación languidecía, repetía la palabra casi a secas: "Eso, Germán, el hilo, es eso, el hilo, en el hilo está todo, ¿no te parece?", como si tuviera miedo de que al dejar de pronunciarla se le escapara la posibilidad de agarrar realmente algún cabo de hilo fundamental para nuestras vidas; y yo: "Sí, claro, el hilo", recogiéndole la palabra y metiéndola en la frase siguiente mía, aunque no viniera demasiado a propósito, como una piedrecita blanca de las que dejó de señal Pulgarcito para no perder el camino, porque había acabado por entender que él me lo encargaba así, y al final casi se materializó la tarea, y era exactamente igual, te lo aseguro, que estar agarrando entre los dos un hilo cada uno por el cabo que el otro le largaba "toma hilo, dame hilo", de verdad completamente así, era tejer. Se lo dije, y le hizo mucha gracia, que era igual que estar tejiendo algo en común con aquel fonema que salía y volvía a salir, a tientas, sin saber qué dibujo se está componiendo en la tela ni de qué color es el bordado; eso fue ya al final, muy borrachos, en una taberna del puerto que la abren temprano, viendo cuajarse el sol del día siguiente, vamos, de hoy, y con una resaca que ni saliva teníamos, pero sin darnos por vencidos de sacar algo en limpio tirando del hilo que se había encontrado a base de hablar de aquello del hilo, y que yo le decía que lo veía de color malva, que no podía ser de otro color; y él seguía: "que no, si el color del hilo da lo mismo, no tiene color, se trata de sentir por qué y por dónde están pegadas unas cosas con otras, de que digas: pues mira, lo entiendo, a esto le cojo el hilo, y entonces es igual cometer un crimen pasional que ponerse a cuidar ancianitos o a deshojar flores en un prado, la cuestión está en poder decir: hago esto en vez de aquello porque lo elijo, porque tiro de un hilo que me relaciona con ello y con el señor que yo era antes de quererlo hacer; eso sobre todo, ¿no?, aunque sean las cosas más dispares, entender que a través de hacerlas no se quiebra la persona ni se pierde". Y en esto tiene razón Pablo, no importa que estuviera algo borracho, tiene razón, lo importante es poder elegir. Ahora los alicientes te los inventa la sociedad, montones, pero de tantos como hay se te ha perdido el principal, el de elegir una cosa porque guste más que otra. Y es andar como por una nebulosa, entre pretextos que te arrastran de un lado para otro sin que hayas tenido tú arte ni parte en la decisión, pretextos es lo que no falta, te los encuentras a patadas y más gente rica y mimada como nosotros, venga, de hippy a Marruecos o a ligar una chica y llevársela dos días por ahí, o a hacer de progre, lo que sea, pero lo malo es que te da igual un empujón que otro, así no hay viaje que valga, ni te crees lo que te pasa ni te alimenta, así que para qué tantas imágenes pasando si ninguna te arraiga, puro caleidoscopio, círculos, volutas, abalorios sin enhebrar, luces que se encienden y tú allí, como en el cine, sin intervenir; fascinante de momento, pero a la larga cansa. Yo he llegado de Londres hace poco, ya te digo, y sitios donde largarme para no aguantar a papá y a Colette los encuentro a manta, y me dirían: "Bueno, pues adiós, que te diviertas", como a Pablo, para él menos problema todavía porque su familia apalea el dinero, millones, no sé, y encima se lo dan sin tasa, así que ése ni adiós tiene que decir, ya están acostumbrados. No veas en la de sitios que ha estado ya con veinticinco años que tiene; esta primavera se largó a Indonesia con la idea de hacer cine, pero anoche me decía que es imposible sacar en cine la vida que lleva allí la gente en Bali, por ejemplo, que lo que más le llamó la atención es un ritmo interior especial que tienen, cosa del alma de ellos y que eso cómo va a salir en el cine, no tiene nada que ver con el cine, un aliciente raro en que vive metida toda la colectividad; los niños ya lo traen en la sangre desde pequeños o se les contagia, inventando sus juegos y comiendo a la hora que les da la gana sin que nadie intervenga, y luego, en cuanto crecen, se meten en una serie de labores que no tienen que ver con utilidad práctica ninguna porque el dinero propiamente no existe, es más bien cosa de comunicarse con los dioses por medio del trabajo; dice que a lo mejor se pasan dos semanas haciendo un ex voto tejido con palma y flores de un tamaño enorme, una especie de templete siempre distinto, allí horas y horas embebidos en esa virguería los hombres, los niños y las mujeres, poniendo cada cual su detalle al invento que queda como de museo, pero allí de museos nada, lo cogen, se llegan hasta el mar y lo echan a las olas con toda solemnidad para aplacar a los dioses del mal o como homenaje a los del bien, lo que sea, las razones pertenecen a su texto, a su conversación con los dioses, pero decía Pablo que lo que se ve desde fuera es que les paga el mirar flotar aquel chisme mucho más que a nosotros ganar dinero con las inmobiliarias y los puentes; absortos, embriagados todo el día, atentos a no quebrar el hilo con los dioses, como que todas las religiones tienen mucho que ver con el hilo, religare es volver a atar, vamos, me lo ha dicho ayer Pablo, yo no lo sabía; y cómo no les van a salir maravillas, a base de endiosamiento, de entusiasmo, claro. Y oyendo a Pablo, se nos había olvidado hasta el frío de la playa, le brillaban los ojos y movía las manos continuamente y le digo: "oye, qué entusiasmo le echas a eso, lo que no entiendo es por qué no te quedaste allí" y dice: "tú estás loco, lo que me entusiasma es contártelo, convertirlo en historia esta noche para que se la lleve el mar después de oírla tú como se lleva los templetes de Bali, ¿o no?, ¿o no es nuestro esto que estamos hablando y cómo lo estamos bordando en la noche que hace hoy, en nuestra tela, en nuestro texto? A esto le cojo el hilo, pero yo allí con aquella gente no tenía nada que ver, aprender a tejer palma hubiera sido una afectación, no creo en sus dioses, qué más quisiera, ni en nada, aunque sí, en esto de hablar con los demás cuando se tercia sí creo un poco". Y ya te digo, sacamos en consecuencia que las cosas son inseparables de tu relación con ellas, del calor con que las miras y te las explicas, y que se metería uno en los mayores líos, en la boca del mismísimo infierno en busca de motivos para tomarse con calor una cosa. Y con esto pasamos la noche en blanco, la de hoy es la segunda, menos mal que he dormido un poco en los dos tramos de avión, y ya a eso de las ocho de la mañana en la taberna ésa del puerto donde estábamos desayunando y viendo cómo se levantaba el día, le digo a Pablo, después de un rato que llevábamos sin hablar: "Oye, ¿no estás cansado?, a mí me duele la cabeza, la tengo como en blanco, vente a casa y nos damos una ducha y nos acostamos", dice: "Vale"; llegamos y nada más entrar veo el telegrama allí encima de la bandeja del salón, lo miro desde la puerta extrañado yo mismo de que me llamara tanto la atención un papelito azul, de que casi se me hubiera cortado la respiración y le digo a la chica que estaba barriendo: "¿Y ese telegrama?", y me dice ella: "Pues nada, un telegrama, ya lo ve, qué quiere que le diga", entro, lo cojo: "familia Orfila", o sea que no era asunto del despacho de papá, y le digo: "No, lo que pregunto es por qué no lo han abierto". "Es que vino ayer -dice ella- y no estaban ustedes ninguno", y yo, nada, ya cada vez más seguro de que traía alguna noticia especial, le digo: "¿Y cómo no se lo subes a papá a su cuarto?". "Pues porque no están, salieron ayer y a la noche avisaron que se quedaban en Gerona en una fiesta" "¿Y no dijeron más?" "Nada, que besos a los niños, pero supongo que la señora no tardará porque tiene la masajista", y entonces ya me cabreé y empecé a decir pestes de la familia y del verano y de la manía de hacer casas para nadie cuando hay tanta gente que no tiene donde vivir, todo sin dejar de mirar el telegrama, y va y me dice Pablo: "Pero bueno, no desquicies las cosas ni te pongas ahora en plan de justicia social, ábrelo si tanto te intriga y en paz, familia Orfila eres también tú, ¿no?"; lo abro y le digo: "Mi bisabuela que se muere, subo a coger un maletín, ¿te vienes conmigo a Galicia?", no lo dudé ni un momento, oye, pero completamente espabilado de repente y notando mientras subía las escaleras que aquello sí que era decidir una cosa, que aquel aliciente que habíamos estado añorando durante toda la noche lo tenía metido en la sangre desde que había visto tu nombre escrito a máquina allí en aquel papel y me parecía lógico además, lo más natural del mundo, que se rematasen así mis recuerdos de hacía unas horas en la playa, saber dónde estabas y poderte venir a ver a este sitio tan irreal y misterioso para mí, y de pronto todo lo hacía con una ilusión increíble, ducharme, coger una camisa, sacar el maletín, reconocer los objetos de mi cuarto, ver allí a Pablo que me miraba tumbado en la cama, hablar con él, todo me parecía distinto. Era en la voz, por lo visto, en lo que más se me notaba, en que se me había puesto otra voz, eso no lo puede notar uno mismo, claro, pero me lo dijo luego él: "¡Jo, vaya moral!, te sale ahora una voz espabiladísima, a cualquiera que se le diga que no has dormido no se lo cree, yo no puedo ni hablar ya, oye". Me lo dijo ya camino de Barcelona, porque me acompañó él a ver qué avión podía alcanzar para hacer transbordo en Madrid, a ciento cincuenta en su deportivo, un encanto, se portó genial, si no es por él no llego; y ya te he dicho que estuvo incluso dudando si venir también o no, pero luego decidió que este viaje era cosa de mi hilo, no del suyo, que a él aquella noticia no le había barrido, como a mí, el cansancio de la noche en blanco ni le había revivido la voz ni espoleado las ideas, al contrario, al final ya casi eran sólo monosílabos lo que decía. Bien es verdad que yo tampoco le dejaba meter baza, estaba muerto el pobre, creo que ni me atendía, me puse pesadísimo, ahora me doy cuenta, qué rollo le solté, historias tuyas y de mamá y de cómo me imaginaba yo este sitio y de por qué habíais ido aborreciendo la casa, se vuelve uno egoísta cuando está de buen humor, ¿no te pasa a ti?, te olvidas de que tienes a otro tío allí al lado y de que igual no le importa un bledo lo que le estás diciendo. "Se va a alegrar -le decía-, se va a alegrar ella de verme aparecer", y él no me contestaba nada, sólo a lo último, ya en el aeropuerto cuando nos despedimos, me dijo: "Bueno, ojalá sea verdad que te reciben tan bien, no vaya a ser que tenga razón tu madrasta". ¡Ah!, porque no te he dicho que nos los encontramos a ellos al salir, que volvían de Gerona, y les expliqué la cosa, claro, y salta Colette: "¿Pero cómo?, ¿que te largas allá? ¿Estás loco?", y yo sin hacerle maldito el caso, preguntándole a papá que si no se animaba a venirse conmigo, y ella dale que te pego: "¿Pero no comprendes que lo primero que va a hacer Eulalia en cuanto vea aparecer a cualquiera por allí va a ser ponerle cara de perro?, también son ganas, a ella le gusta hacer de protagonista solitaria, tantos años y todavía no la conocéis". Y papá, a lo primero de ver el telegrama había dicho que no se explicaba tu ventolera, que eras incomprensible y patatín, lo que te conté antes, pero luego en cambio que se metiera Colette ya le molestó y se enzarzaron a discutir uno con otro en un tono cada vez más agrio, y Pablo poniendo cara de equis, y yo ya harto le digo a papá: "Bueno, oye, decide lo que sea, porque yo en este plan el avión lo pierdo seguro, si te vienes te tienes que dar prisa". Y me mira, ya sabes que él últimamente mira pocas veces a la cara, pues me miró y dice: "Para arranques como ése hay que tener tu edad o ser de la madera de Eulalia, dale un abrazo de mi parte", y yo, un poco confuso por el tono como solemne que le había dado a la cosa, no sabía qué decir. "O sea -le digo-, que no vienes." Y dice: "No, pero haces bien en ir tú, te lo agradezco", que estuve a punto de decirle que no me tenía que agradecer nada, que yo no lo hacía por él, pero no fui capaz de darle ese corte porque se le había puesto una voz humilde, por raro que te parezca, y sacó la cartera y que si necesitaba dinero, porque todo lo arreglan a base de dinero, con los niños pequeños hacen igual, y Colette sin dejar de rezongar cuando me lo daba. Y ya me despido, habíamos subido al coche y lo estaba poniendo en marcha Pablo, comentándole yo que qué pesadez de familia porque les veíamos por los gestos que se habían vuelto a poner a reñir, cuando veo a papá que viene hacia nosotros corriendo, Colette allí parada sin perderle ojo. "Vaya, ¿qué querrá ahora?"; bajé la ventanilla: "¿Qué pasa?, ¿quieres algo?", y no contestó en seguida, no sé si es que me notó impaciente, luego dijo en voz bastante baja: "Sí, verás, es que me gustaría, ya que vas, que decidierais algo sobre Juana. Dile a Eulalia que no vuelva a Madrid sin decidir lo que sea, que a mí todo lo que ella piense me parecerá bien; pero además que lo hable contigo, hazme el favor, ¿sí?". Le digo: "Pero ¿hablar qué?, ¿de qué se trata?", y en vez de contestarme, sacó un bolígrafo y una agenda y allí, apoyado contra la ventanilla, escribió muy aprisa "querida Eulalia", pero no siguió más, se quedó absorto mirando a lo lejos y de repente: "No, mira, déjalo, no da tiempo, vais a perder el avión. Conque le digas eso, ella ya entiende, pero, por favor, díselo sin falta". Así que ese recado tan raro te traigo, a ver si me lo explicas porque también yo parece que voy a meter baza en esa decisión y con que lo entiendas tu sola no adelantamos nada. Dime, soy todo oídos, ¿qué problema hay con Juana? Siempre decís su nombre con misterio y apuro, como cosa solemne. ¿Por qué os preocupa tanto? Porque es que, claro, después de conocer al personaje empieza a intrigarme a mí también. Cuéntame lo que sea, no te importe tardar. Antes me dijo un niño que los viejos se mueren contra la madrugada, y parecía muy sabio, así que según él tenemos varias horas, mira el haz de luna que entra todavía por el balcón, no tendrás sueño, ¿verdad?, pues nada, yo tampoco, ¿quién se duerme a tu lado?, tus historias me gustan, me gustan con locura, supongo que lo notas, ¿a que lo notas?, di.