39539.fb2
– ¿Qué entiende usted por «admiración por la ciencia no exenta de tonos líricos»?
– Ni idea. Lo memoricé en las clases de fundamentos de la filosofía pero no entiendo nada.
Marías estaba desconcertado.
– Lo mío es una fe… ¿sabe?
Se apresuró a decir Carvalho para no llamar a engaño.
– ¡Espléndido! Porque la fe es una Gracia de la Razón que le permite hacerse Vida. Hay un Ortega…
– ¡Corta el rollo cara bollo!
Interrumpió zafiamente el ministro en trance de apretarse las sienes mientras pedía un gelocatil. Luego se dirigió a Carvalho.
– Bueno, concedamos que sea orteguiana. Queda bajo su custodia, pero en el momento en que se demuestre que además de ser serbia no es orteguiana, a usted le va a caer un paquete y a ella la ley de extranjería.
Por fin atendieron médicamente a la culturista y Carvalho ofreció un Romeo y Julieta «Winston Churchill» a un celador del hospital, un joven príncipe hijo de príncipe miembro del COI que empezaba desde abajo su carrera de príncipe. Aparte del puro, Carvalho le metió un billete de cinco mil pesetas en el bolsillo.
– Toma, para tus gastos… Que los jóvenes príncipes siempre vais cortos de dinero. Salís con chicas que os cuestan muy caras. ¿Qué ha pasado con los objetos voladores?
Receloso, el príncipe, tras asegurarse de que nadie le veía guardarse el billete de cinco mil pesetas ni se oía lo que iba a decir en ninguno de los seis posibles puntos cardinales, puesto que también miró bajo sus pies y sobre su cabeza, acercó los labios a la oreja más próxima de Carvalho.
– Es un secreto. Se ha descubierto que alguien ha trucado el utillaje olímpico. Los objetos de lanzamiento: jabalinas, martillos, discos… algunos han aparecido con motores miniatura de propulsión… las jabalinas con artefactos vibratorios microscópicos… las pelotas con cerebros y memorias que teledirigen sus recorridos… Diabólico. Papá dice que es diabólico. Se nos había ocurrido el control antidoping de los deportistas, pero ¿y el de los objetos?
– ¿Hasta ahí están dispuestos a llegar con tal de ganar?
– No. No se deje llevar por una mala impresión. Se trata de una fase más del sabotaje implacable. Han sido otros los que han trucado el utillaje oficial y se sospecha de las marcas rechazadas, decididamente dispuestas a desacreditar el olimpismo. Pero todas las pistas llevan a Andreotti, un político italiano que es el jefe del holding de sociedades secretas del Universo.
– Y el COI, ¿qué dice?
– Que hablando se entiende la gente, pero que nadie violará la virginidad del COI por la puerta trasera.
Un enfermero reclamó la presencia de Carvalho y le condujo sigilosamente hasta la cama donde yacía Vera después de la intervención.
– Noche de confidencias. -El enfermero bajó la voz-. Sé que puedo hablarte con confianza, camarada. Esta mujer en su delirio recita versos de la Internacional y habla de la lucha final… Te lo digo para tu administración… Es de los nuestros…
Guiñó un ojo, cerró un puño y se fue por donde había venido. El mundo, o quizá sólo se tratara de Barcelona, volvía a llenarse de exiliados interiores.
Carvalho dejó a la culturista serbia en el hospital, curándose de la herida y cantando la Internacional en sus momentos de delirios febriles, y se trasladó a la central del Alto Mando de Emergencia del COI. Su desidia olímpica de las primeras horas debía compensarla y se hizo pasar los vídeos de todo lo ocurrido hasta el momento en que las fuerzas del nuevo orden internacional derribaron la puerta de su casa. Allí estaba la ceremonia inaugural que tanta autocomplacencia había dejado entre los catalanes en general y los barceloneses en particular hasta el punto de haberse producido un movimiento sísmico psicosomático que había elevado en más de veinte centímetros la altura de Barcelona sobre el nivel del mar. El resto de España había acogido con desiguales opiniones la brillantez de la ceremonia, especialmente molestos algunos sectores de la capital de España porque los reyes fueron introducidos en el estadio barcelonés a los acordes del himno nacional catalán. Al frente de la reacción anticatalanista figuraba el presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, dispuesto a vengar la afrenta en la primera jornada de la Liga 1992-1993 en la que se enfrentaban el Barcelona y el Real Madrid.
Tampoco los sevillanos se sintieron seducidos por la brillantez de la inauguración barcelonesa, bien porque temían que se minimizara el esplendor paralelo de la Exposición Internacional de Sevilla, bien porque el jefe de Gobierno, don Felipe González, sevillano, apenas si se dejó ver por los Juegos Olímpicos, fuera por la expresión de su natural reservado o porque no quería restar protagonismo a su majestad el rey o porque guardaba hacia los catalanes el agravio de un hombre del sur, receloso del norte prepotente. Aunque el éxito del espectáculo no podía ignorarse, no despertaba unanimidad de solidaridades anímicas. Esta conclusión le fue facilitada al COI por el servicio de Información de los Espías Satélites de la NASA y a la lista de todos los interesados en un posible sabotaje olímpico se añadió la de una sospechada sociedad secreta nominada España, Una y Grande, que consideraba los Juegos de Barcelona como la palanca lanzadora del separatismo catalán. Antes de que se incrementara el número de interesados en el sabotaje olímpico, convendría hacer un primer balance de evidentes agravios: los patrocinadores que no habían sido escogidos, el Ku Klux Klan dispuesto a disminuir los Juegos de Barcelona para realzar comparativamente los de Atlanta, las cadenas de TV norteamericanas, decididas a minimizar la función intermediaria del COI e imponer sus condiciones de cliente mediático hegemónico (esta capacidad de imposición se demostraba en los presentes Juegos Olímpicos por el concurso de los jugadores profesionales de baloncesto de la NBA que respondían al ideal olímpico casi tanto como los jugadores de mus o los campeones de Europa de masturbación), los movimientos terroristas residuales en España y los internacionales convencidos de que agudizar las contradicciones internas del olimpismo es ya la única posibilidad de agudizar las del capitalismo, Carolina de Mónaco que no sabe qué hacer para demostrar su tristeza y dolor de viuda, Andreotti, indignado contra el COI, la única sociedad internacional, pública o secreta que jamás le ha ofrecido la presidencia: las dos mafias, la Santa y la otra; el departamento de desestabilizaciones de la CIA, indispensable si quiere tener función el departamento de estabilizaciones de la CIA… Los madrileños como posible imaginario y los sevillanos ídem de ídem. A todas partes acudía la mirada recelosa de Samaranch, que parecía un presidente del COI enjaulado…
– Hace años, cuando el olimpismo sólo generaba deudas que debían cubrir las aportaciones de los Estados, nadie estaba dispuesto a hacerse cargo del invento de Coubertin, pero ahora, cuando yo lo he convertido en una multinacional de espectáculos deportivos rica y próspera, todos quieren apoderarse del pastel.
– ¿Y el Islam?
– En su mayor parte todavía hacen lo que ordenan los Estados Unidos. Tampoco me tranquiliza Bush. Últimamente tiene demasiados problemas políticos e igual me arma una guerra contra Irak durante los Juegos de Barcelona. ¿Se imagina usted un zafarrancho de combate en la Villa Olímpica entre iraquíes y norteamericanos?
Los iraquíes apenas eran un puñado de señores con aspecto decididamente antiolímpico, mientras los norteamericanos eran un ejército completo de norteños poseedores del secreto de las bombas inteligentes y dispuestos a medir la inteligencia de sus bombas en comparación con las de cualquier competidor. Pero la única batalla que se había armado hasta la fecha en la Villa Olímpica estaba destinada a conseguir preservativos, quién sabe si sólo por el propósito de secundar la propuesta del anuncio de Benetton en el que preservativos de diferentes colores evocaban los aros olímpicos, o si con el propósito deportivamente discutible de hacer el amor mientras el espíritu de Coubertin sobrevolaba los tejados de la Villa con una palmeta de advertencia y castigo en la mano. La excitación sexual de los Juegos de Barcelona podía ser acrecentada a causa de una información de prensa en la que se aseguraba que el rendimiento de las atletas mejora si han hecho el amor en las horas anteriores a la competición. En cambio, el de los hombres empeora, razón de más para que la ambición atlética femenina unida a la lucha de sexos pudiera llevar a una caza del hombre olímpico frente a la que poco podía hacer la organización. También se aseguraba que el rendimiento deportivo mejora si en el cuerpo humano, independientemente de su sexo, crecen las hormonas del embarazo, por lo que se sospechaba que muchos hombres quedaban preñados, metafóricamente, competían, mejoraban su esfuerzo y luego abortaban mediante procedimientos a todas luces secretos, celosamente guardados en los sótanos de la ética olímpica.
Asqueado por tanta doble verdad, Carvalho se fue a su casa de Vallvidrera, quemó en la chimenea La ciutat de les anelles (La ciudad de los anillos) de Enric Truñó, concejal de Deportes del Ayuntamiento de Barcelona, se guisó una sopa fría de espárragos trigueros con almejas y un pedazo de lubina a la papillotte aromatizada al hinojo, regado con un vino blanco de Franconia bien frío. El hecho de que la botella de Franconia evoque, según los alemanes, los cojones del toro, previno a Carvalho de que probablemente estaba excitado por todo lo sabido sobre las cacerías sexuales olímpicas. Carvalho lo estaba, pero su hijo predilecto proseguía en posición descanso y Carvalho lo contemplaba en escorzo, como convocándole para que intentara vivir en pie y no morir de rodillas. Inútil reclamo. Era otro aviso. No tuvo a mano otro desfogue que hinchar uno por uno los preservativos de colores propuestos por Benetton y lanzarlos contra la ciudad, pero cuando estaba remontando a soplidos el preservativo color amarillo, una flecha incendiada pasó justo entre su nuez de Adán y su barbilla.
Aunque Carvalho salió corriendo con toda la celeridad que le permitía la botella de vino de Franconia que se había bebido, ni rastro del arquero que había tratado de matarle con una flecha encendida. Era la primera amenaza directa recibida en el caso y alguna relación simbólica guardaba con la flecha que había prendido la llama olímpica en el pebetero del estadio el día de la inauguración. Sin acabar de delimitar el porqué de la reiteración, de vez en cuando volvían al salón cinematográfico de su memoria escenas que había contemplado en el vídeo de aquel acto; como si no las hubiera digerido bien, le repetían como los alimentos demasiado pesados. Algo había en aquellas imágenes que comunicaban ruidos y no mensajes. ¿O acaso un ruido no es un mensaje?
Telefoneó al hospital para interesarse por la culturista serbia. Se le habían cerrado los músculos con una contundencia agresiva, incluso, músculos carnívoros retenían el dedo de un mozo de clínica que se había atrevido a tocarla y de no ser por el dedo incrustado que la señalaba, apenas se hubiera notado la cicatriz. La muchacha ya hacía tablas de ejercicios culturistas y de su pasado marxista conservaba la tendencia al apostolado que invitaba a practicar la tabla de culturismo a todos cuantos la rodeaban, con los consiguientes desastres musculares en gentes poco dedicadas a investigar qué tenían debajo de la piel o convencidos, como Oscar Wilde, que lo más profundo en el hombre y la mujer es la piel. Incluso había tratado de forzar al ministro del Interior, Corcuera, a cambiar de alimentación y dedicarse a la gimnasia de pesas, porque lo veía un poco fofo para encarnar la más alta representación de la seguridad del Estado. Cuando un ministro del Interior o de la Gobernación tiende a ser fofo, trata de compensar esta debilidad semántica con el ceño y el mal humor, así como con decisiones violentas que compensan la inseguridad de sus músculos, razonaba la atleta serbia, sin darse cuenta de la irritación que iba acumulando el ministro, hasta que no pudo más y pidió que se la sacaran de delante. La muchacha aprovechó el cansancio de los aparatos represivos del Estado para huir y era la voz de Corcuera en persona la que estaba riñendo a Carvalho y recordándole la responsabilidad contraída con la muchacha y el incumplimiento de las funciones detectivescas para las que había sido contratado.
– Piensa, huelebraguetas, que el detective es como un filósofo que desvela hasta llegar a la verdad última y, a la vez, es ese cazador del que habla Ortega que persigue el conocimiento.
Corcuera daba golpecitos de satisfacción sobre Origen y epílogo de la filosofía de Ortega que le portaba un caddie a unos palmos de distancia.
– Señor ministro, para esclarecer los hechos necesitaría reproducir en vivo toda la ceremonia de la inauguración.
El ministro le sometió a tres minutos de silencio y respiración entrecortada al otro lado del teléfono.
– ¿Está usted loco? ¿Cree que puede montarse así por las buenas un sarao semejante? Para empezar necesitaríamos un sponsor. ¿Qué marca estaría dispuesta a subvencionar la reconstrucción de una inauguración? Y sólo porque un detective de mala muerte tiene una intuición femenina. Además, hemos privatizado la seguridad del Ministerio del Interior y nos cuesta la torta un pan. Es muy bonito privatizar la seguridad del Estado pero luego llegan las facturas. No puedo salirme del presupuesto general del Estado. Como diría Ortega, el presupuesto general del Estado es pura metafísica.
Carvalho se lamentó de haber entrado en el juego de conversar con un ministro del Interior. Con los ministros más represivos no se ha de conversar, hay que esperar a que caigan, recuperen la condición de ciudadanos inseguros, cometan la demagógica torpeza de viajar en metro y entonces pegarles una patada en el culo en la primera ocasión que se presente. Así que, en el ínterin, optó por recurrir a sus propias fuentes informativas y, como solía sucederle, todas sus fuentes permanecían instaladas en su pasado. Hizo una lista de los ex militantes de izquierda que habían colaborado en la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona; casi todos, menos dos maoístas macrobióticos ahora seguidores de Indro Montanelli y Jean-François Revel y cuatro solteronas del Opus Dei, fracción depilada y faldicorta. La mayor parte de hacedores olímpicos habían militado en la izquierda e incluso habían hecho alguna que otra excursión por Sierra Maestra antes de trasladarse al monte del Olimpo. Pero bastó que Carvalho conectara con ellos para que colaboraran en su investigación, recuperaran la memoria histórica y se desalienaran de olimpismo, sobre todo los que veían su contrato irremediablemente interrumpido al día siguiente de la clausura de los Juegos.
Todos tenían información de primera clase que darle, pero el más dispuesto a hablar fue el coronel Parra, nombre de guerra con el que en los grupos clandestinos se designaba a un estudiante que había asombrado a sus torturadores por el procedimiento de evitarles el trabajo. Así cuando los policías iban a aplicarle cigarrillos encendidos en el tórax, el coronel les quitaba los cigarrillos, aspiraba una bocanada de humo y a continuación se quemaba a sí mismo. Cuando le obligaban a ponerse en cuclillas una hora, el coronel Parra permanecía dos y a veces tenían que devolverle a la verticalidad a patadas, porque el coronel ofendía el sentido de la iniciativa torturadora de los sicarios del franquismo. Pues bien, ahora Parra, después de haber servido eficazmente al equipo olímpico informatizando todos los servicios culturales en sus relaciones con las televisiones extranjeras, le demostró su desencanto a la orilla del teléfono.
– Estoy desesperado, Carvalho. El movimiento olímpico persiguió objetivos eminentemente culturales, pero sobre ellos pesa la maldición de la lucha por el control del mundo. ¿Sabías que Júpiter y Saturno lucharon en Olimpia por la hegemonía universal? ¿Sabías que el primer olimpiónico, es decir, el nombre correcto del vencedor de los juegos, pudo serlo Apolo que le ganó una carrera a Mercurio? Falsamente premonitorio. Hipocresía referencial, desdicha suma. Apolo, dios de la Belleza, tan bello que equivalía al sol, vence a Mercurio, dios del Comercio. Pero a la larga ¿de quién ha sido la victoria? ¡Del mercachifle olimpiónico! Esta gente no cree en la cultura.
¿A qué gente se refería?
– Se ha llegado a tiempo de inaugurar todo lo que hace posible unos Juegos Olímpicos deportivamente hablando, pero ni una, ni una sola de las instalaciones culturales previstas: ni el auditorio, ni el Museo de Arte Moderno, ni el Calcetín Gigante de Tápies… nada. Aparte de los fastos inaugurales y epilogales, la única manifestación cultural es que los cantantes españoles interpretan a Verdi y Donizetti en italiano. Pero no me atrevo a hablar por teléfono. ¿Cenamos en Casa Leopoldo?
Casa Leopoldo era el restaurante mítico del Barrio Chino al que Carvalho acudía en momentos de nostalgia del país de su infancia, cuando era un miserable pequeño príncipe del País de Posguerra. Allí se producían encuentros con Parra. El barrio había sido pasteurizado. La piqueta había empezado a derribar manzanas enteras y las putas perdidas sin collar se habían quedado sin fachadas en las que apoyar el culo en las largas esperas de clientes disminuidos económicos y psicológicos. Las putas más viejas fueron incitadas a reconvertirse por el procedimiento de matricularse en la Universidad Pompeu Fabra o irse de vacaciones, y los bares más cutres, una de dos, o clausurados o reconvertidos en boutiques de filosofía de la cadena II pensiero devole (El pensamiento débil), dado que buena parte de las instalaciones de la nueva Universidad se ubicarían en lo que habían sido ingles de la ciudad. Convenía que el mirón olímpico no se llevara de Barcelona la imagen del sexo con varices y desodorantes insuficientes. Era como recorrer un barrio condenado a la piqueta y al no ser, y desde esta melancolía no le costó demasiado a Carvalho penetrar en la zozobra cuando descubrió que Parra no le esperaba en Casa Leopoldo. Si alguien recela de hablar contigo por teléfono y luego no acude a la cita, no hay duda y, sobre todo desde que existen el cine y la literatura de misterio, lo más probable es que ese alguien haya sido asesinado. Así era. A Parra lo encontró Carvalho en el callejón que unía la calle del Hospital con la de San Rafael, dentro de un container. La muerte le había borrado las facciones olímpicas y volvía a ser aquel muchacho dispuesto a perder la vida para ganar la historia.
Aunque sus ojos permanecían secos, unas cuantas lágrimas cayeron en el territorio secreto de la memoria de Carvalho. Parra estaba allí, como un muñeco descoyuntado, asomado dificultosamente entre los más variados objetos retenidos por el container. Pero cuando Carvalho iba a entristecerse de veras, a recordar, a mejorar los rasgos del presunto cadáver, Parra abrió uno de sus ojos muertos y lo guiñó. Sus labios se movieron para musitar:
– No te des por enterado de que estoy vivo. Me he hecho el muerto para impedir que me mataran. Te espero en el Rompeolas a las siete de la tarde.
– ¿Qué puedo hacer por ti, ahora?
– Entristecerte, mirar a derecha e izquierda como si buscaras ayuda y luego correr hacia la primera cabina telefónica, como si estuvieras llamando a la policía.
Así lo hizo, porque la voz de Parra volvía a ser la de los viejos tiempos, pero no podía quedar mano sobre mano durante un día entero a la espera del encuentro con el antiguo guerrillero imaginario y de todos los caminos que le devolvían al núcleo del enigma, la culturista serbia le parecía el más adecuado. ¿Dónde encontrarla? Recorrió varios establecimientos especializados en ventas de alimentos para culturistas y finalmente dio con ella cuando estaba engullendo el quinto pote de proteínas puras reactivadas, enriquecidas, subrayadas, reiteradas y biodegradables. Precipitaba el contenido del tarro abierto hacia los abismos de su cuerpo, sin duda dotado de tanta musculatura exterior como interior, y Carvalho se la imaginó de pronto como un cuerpo reversible. Cuando ella advirtió la presencia de Carvalho gruñó e instintivamente protegió con sus brazos los tarros que aún no había consumido.
– ¿Por qué me buscas? Eres como una mariposa de luz que no sabe graduar la distancia con el calor de las bombillas. Que no sabe mantener la distancia con la muerte.
– Como ejemplo me parece manido y como metáfora un tópico devaluado. ¿Dónde están los desaparecidos olímpicos? ¿Qué o quién los retiene?
– Cosas peores van a ocurrir. Estos Juegos Olímpicos son una trampa. Aléjate de ellos antes de que puedan destruirte.
De pronto se produjo una extraña descomposición nuclear del aire y las campanas de las iglesias de la ciudad sonaron, mientras el cielo adoptaba, a pesar de su nocturnidad, luminosidades de arco iris.