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Esta clase de sujetos, los extravagantes, andan siempre buscando la cuadratura del círculo. Suelen pertenecer al sindicato de Oficios Varios. OV. Estas iniciales podrían aludir a los ovarios femeninos. O al orden venéreo (que sería algo parecido). Pero dejémonos de virguerías.
Los del distrito del Viaducto nos habíamos replegado sobre la Casa de Campo. Se diría que la Casa de Campo es un chalet coqueto para pasar los fines de semana con la furcia o calandraca o suripanta o pescueza de turno, pero es un parque medio natural, medio cultivado, cuyo perímetro no se podría recorrer a pie en un día entero sin extrema fatiga. Hay colinas, valles y un lago con peces, donde podría navegar un barco velero.
Y hasta un acorazado de sesenta bocas de fuego.
Por suerte no es fácil traerlo, el acorazado, al lago de la Casa de Campo, de otra forma estaríamos bien jodidos. Por el momento estamos solamente jorobados. Hay una diferencia eufemística: jorobados. Estas diferencias le gustan a Samar, que sabe calibrarlas en lo que valen.
Anda enamorado Samar y siempre se enamora por las alturas, como dice Emilia, es decir, de mujeres de cierto suponer. Es verdad que esas mujeres comen mejor, se bañan con más frecuencia y de un modo u otro son más apetecibles. Pero el hecho de que Samar pueda en estos días pensar en esas cosas es ya la rehostia.
O como diría Cipriano, que es un compañero valiente y digno y algún día (si ganamos la batalla) podría dirigirnos a todos como podrían hacerlo también Durruti o Ascaso (y no digo Escartín porque al pobre lo han vuelto medio loco las cárceles y los calabozos de castigo). Samar es un teorizante con pocos arrestos o facultades para la acción. Y no es que sea cobarde, porque ha demostrado que los tiene bien puestos, pero en medio de una escaramuza o una batalla se pone a perorar como un cura en la pascua florida. O a mirar una mariposa.
Y cada cosa quiere su momento.
Hay el momento testicular, el momento cardíaco y el momento intelectual y si alguno los confunde peor para él. Samar pone demasiado énfasis en las tareas del coco, a veces. No digo que esté mal, pero hay que saber distinguir.
La noche anterior al sexto domingo la pasaron a la orilla del lago de la Casa de Campo, que cuando habla Samar se convierte en algo como el lago Tiberiades.
Y allí estaba Samar y también Star García, que parece su sombra. Y otros así como yo, que estoy en el uso de la palabra.
Star sigue interesada por ese intelectual burgués alumbrao que viene con nosotros como un turista aunque jugándose, a veces, la piel. Yo los oía hablar a Samar y a Star al pié de un árbol. Él no sabía que yo los escuchaba. Y Samar decía:
– Las mujeres sólo piensan en detener el tiempo y llevarse el machito a la orilla de la corriente y organizar allí su nido como las oropéndolas.
Eso de las oropéndolas no deja de tener gracia, verdad.
Le decía tantas tonterías Samar a la chica del difunto Germinal que yo no pude menos de intervenir:
– Que la mujer piense en el amor no tiene nada de extraño. Más piensas tú aunque lo disimules.
Entonces Samar soltó una rociada de tonterías. Sobre lo que él llama la magia del futuro. Más nos valdría dormir un poco y restaurar fuerzas para mañana, que buena falta nos van a hacer, pero a veces pienso que Samar no duerme nunca. Un buen luchador tiene que saber dormir a cualquier hora del día y de la noche, cuando hay ocasión. Lo mismo digo del comer. Bueno, lo que nos decía Samar, a Star y a mí (a mí, sin darse cuenta) era más o menos lo siguiente: “El amor no existe. Lo han inventado las mujeres cloróticas y los poetastros para compensar las frustraciones del sexo”.
– ¿Y las madres? ¿No hay un amor de madre?
– Las madres están demasiado ocupadas lavándoles el culo a sus crios para pensar en el amor.
– Odio sí que lo hay. ¿O lo vas a negar?
– No digo que no.
– Pues si hay odio hay amor. Por la ley natural de compensación.
– En todo caso odio y amor van a ser controlados pronto por electrodos. Los problemas emocionales tienen equivalentes electrónicos o bioquímicos.
Cuando habla así su voz vacila, y es que el mismo Samar está siempre enamorado de alguna hembra, como un becerro. Quizá por eso habla de un modo tan desgarrado, como un enfermo que desearía librarse de alguna pejiguera especial. Electrodos. Y bioquímica. ¡Bah! Pero Samar decía:
– El sexo está muy bien. Aunque igual que se puede excitar se puede compensar y hasta suprimir.
– ¿Cómo? -le dije yo.
Él no sabía que lo estaban escuchando otros, alrededor. Star parecía oír sin comprender. Lejos se oían las bombas y los rifles del combate, porque había, todavía, lucha en las calles. Las calles han sido siempre nuestras, es verdad, pero parece que las estamos perdiendo. Samar decía:
– Confieso que el sexo proporciona tanto gusto que hay personas que querrían dar de lado a todo lo demás, en la vida. Yo también lo he pensado, a veces. Pero con electrodos especiales se pueden conseguir placeres más refinados y duraderos. Orgasmos electromagnéticos que duren media hora o más, sin pérdida de fósforo ni de calcio. Antes del año 2000 habrá cinturones con pequeños resortes ligados a los centros cerebrales del placer que andan por el lado occipital, y entonces el amor se habrá acabado.
– Y la humanidad un poco más tarde.
– En ese caso -replicaba Samar- no se habrá perdido gran cosa. Los cinturones con los resortes numerados regularán las vías del placer. Entre el cinto y la sesera habrá alambritos casi invisibles y apretando un botón alfa y un número siete o cinco se tendrán placeres superiores a todo lo que conocemos hoy.
– ¿Qué placeres?
– Tendrán nombres nuevos. Por ejemplo: Sophrosine edénica, Euphoria omega o cosas como Deliquio trigeminal o Hedonismo glandulatorio. Nombres entre griegos y pitecántropos.
Se oían risas cerca. Era Star, que pedía más nombres.
– ¿Para qué los quieres?
– Me hacen cosquillas.
– ¿Dónde?
– Cochino.
Entonces se oyeron risas de hombre. Samar explicó:
– La cochina eres tú. Yo te preguntaba si eran en el sobaco izquierdo o en el derecho.
– Mientes, que te conozco bien.
Entonces Star habló en voz tan baja que no la entendió nadie. Debía estar diciendo una de esas picardías grandes que sólo dicen las adolescentes virginales. Pensó Samar: “Se atreve a tanto porque estamos a obscuras”. Y añadió más nombres de placeres nuevos:
– Uno de los mejores se logrará combinando botoncitos, por ejemplo el número tres con la inicial beta. Y se llamará Radiophotylene ondulante.
– Eso será vicioso.
– ¿No es vicioso también el coito sin amor? Y todo el mundo lo practica. Igual que hay ahora prostíbulos habrá lugares donde se podrá pedir un menú de placeres moleculares nuevos.
– ¿Moleculares también?
– A ver. Y habrá tabernas especiales para eso: Carbodixales intravenosos, se llamarán, o hipodermales, según, y allí la clientela pedirá un sulfaten deshidratado o una etericalciosa doble o simple. Y también se tumbarán en divanes heterorradiales o cosas parecidas.
– Eso, no lo creo.
– ¿Cómo que no? Lo mismo que el ambiente cambia al hombre, el hombre puede cambiar el ambiente. Y estamos más cerca de lo que tú crees. En definitiva todo nace y muere aquí.
Samar señalaba su propio cráneo y añadía:
– Lo que venga mañana no podéis concebirlo porque tenéis la imaginación presa.
– ¿La tuya no?
– No, la mía está liberada hace tiempo.
– ¿Liberada de qué?
– De todo.
– Decir de todo es decir de nada. ¿De qué?
– De todo, repito. Incluso de la necesidad de admiraros a los que os jugáis la vida a una carta, cuando la perdéis. Me parecéis discretamente ambulatorios y un poco idiotas en el buen sentido.
– ¿Cómo? -dijo alguien, indignado.
– Pero plausibles.
– Algo es algo.
– Samar estará más o menos liberado -dijo alguien-, pero es hombre con la imaginación esclava de la bulba de la hembra como cada quisque, o más que cada quisque.
Ahí Samar se calló pensando en la dulce Amparo y diciéndose: “Ese que ha hablado ha encontrado la palabra justa, maldita sea su estampa”. Añadió en alta voz:
– La mejor inyección que ofrecerán las tabernas se llamará eterinábula 14. Si viviera yo entonces, digo en el año 2000, sería la que tomaría más a menudo.
– ¿Los domingos?
– No habrá domingos, entonces.
Se presentaron dos enlaces con noticias. Al oír a Samar uno de ellos dijo:
– ¿Cómo podéis hablar de esas cosas en momentos como los que vivimos?
Samar respondió:
– No es broma ninguna la magia del futuro. Todo eso a va suceder en un tiempo que está llegando. Habrá también gorros o cascos estimulantes. La agresividad y el odio se suprimirán en el enemigo o en uno mismo apretando un botón, o levantando una palanquita. Ya se ensaya todo eso con los animales.
Un compañero que llegaba con la frente manchada de algo como sangre ennegrecida irrumpió:
– Nada de eso resolverá nuestros problemas.
– ¿Qué problemas?
– Los de la organización, digo, en el anarcosindicalismo.
Ese compañero sabía lo que estaba diciendo. Poco después, a la orilla del lago, nos agrupábamos más de dos docenas de anarcos y Samar se adelantaba a preguntar al recién llegado -creo que era Escartín, pero no lo juraría porque en las sombras era difícil identificarlo- cómo afrontaba él los problemas de organización.
El problema básico de la organización de mañana, quiero decir. De la sociedad de mañana, claro.
Entretanto se veía a Samar pensando en la inmortalidad del cangrejo.
El recién llegado era flaco y alto, como Escartín. Como él tenia perfiles afilados y agudos y ojos visionarios.
– Se habla, compañeros, de los males de la CNT y si pensamos despacio -dijo- veremos que esos males son precisamente las virtudes de la CNT y si la CNT no tuviera esas virtudes no las tendría, tal vez, nadie en España. Lo digo como lo siento. El primer mal es la falta de estructura funcional con vistas al futuro. Pero ¿qué estructura funcional puede tener el ejercicio de la libertad? El bien general, si nos detenemos a pensar, es una abstracción sin base en la realidad. Ciertamente que no existe el bien general, pero podemos idearlo fácilmente sobre el deseo y la necesidad de la libertad física. Velar por esa libertad de la cual se desprenden todas las otras es nuestra primera obligación. ¿Es poco programa ése? Preguntádselo a los veinte millones de obreros esclavos -minas, campos de concentración- que agonizan en Rusia. Veréis lo que os dicen. Y a los coolies de China y a los presos políticos de España. Se nos tacha de utopistas y sin embargo somos los más realistas y tal vez los únicos realistas, ya que partimos de esa necesidad y ese deseo (más consubstancial en el hombre que ningún otro). ¡Pues no es nada, la libertad física! Al mismo tiempo se habla de la democracia como una fórmula política con poder absoluto. Nosotros sabemos también que no existe tal cosa y que en su nombre se cometen los mayores atentados contra la libertad que recuerda la historia, incluida la experiencia rusa. Lo que podemos hacer es trabajar en la dirección de la democracia, es decir, bajo la ilusión de la democracia, del bien general y de la libertad. Y cada día nos acercaremos más a ellos si perseveramos en la línea justa.
– Y va de sermón -dijo alguien.
Escuchábamos atentamente, menos Samar que miraba el reflejo del cielo estrellado en el lago, abajo, y pensaba tal vez en su novia, aunque dijera que no creía en el amor. Pero quizá fingiéndose distraído escuchaba más atentamente que los demás. Entretanto el cielo se reflejaba en las aguas quietas y cuando saltaba una trucha el universo entero se ponía a temblar.
El desconocido seguía perorando como don Quijote en su discurso sobre las armas y las letras. Todos los locos tienen la manía de sermonear.
– Es lo que la CNT hace dentro y fuera de sus medios. Es lo que ha hecho siempre, y lo ha hecho bien. En el cristianismo las iglesias saben que la perfección no existe, pero luchan por acercarse a ella. En la política la perfección es imposible también, pero podemos acercarnos a ella. Sin esclavizar al hombre, porque entonces todo está perdido. La democracia es la más alta doctrina porque se basa en el respeto del ser humano. Las organizaciones políticas que tienen estructuras prefabricadas caen en lo dogmático. La CNT no. ¿Ineficaz la CNT? Desde antes, incluso, de su existencia orgánica se puede decir que ha ganado batallas al revés que el Cid que las ganó después de muerto.
Samar sonreía, irónico, en la sombra y aquella voz anónima continuaba:
– El combate social a lo largo de todo el siglo pasado, especialmente desde la fundación de la primera Internacional, está impregnado de una ideología similar a la de la CNT. Y la CNT que no ha sido una organización de clase para una clase, sino para la humanidad, ha sido generosa y esa generosidad ha dado frutos. Los da aún y los dará más cada día. Lo bueno de la CNT es que su causa (falta, aparentemente, de metas) es inmortal. Representa la aspiración eterna del hombre hacia una imagen de sí mismo y hacia un sistema de relaciones más racional dentro del grupo, es decir, de la sociedad. No sólo como clase sino como especie. El obrero en este caso toma sobre sí la misión humana que la cultura tradicional burguesa abandona. La CNT está ligada a todas las conquistas, pequeñas o grandes, de la clase trabajadora española en el campo o en la ciudad, en el taller o en la fábrica. La CNT tiene fundamentalmente razón. Desde Aristóteles hasta Rousseau y desde Rousseau hasta los teóricos modernos del mundo político todos parten de un error grave: la idea del hombre masa que no se puede concebir sin aceptar otro absurdo: la uniformidad del ser humano. Lo curioso es que partiendo de esa idea prometen los jefes políticos demagógicamente bienes individuales. Dame el poder político y te haré feliz. Lo mismo en Moscú que en Chicago o en Londres. La contradicción es evidente. Al parecer entre nosotros existe esa contradicción también, con los términos invertidos. No es verdad. Partimos del individuo y de nuestro concepto individualista para establecer sistemáticamente relaciones de grupo, pero esta es la vía natural y no hay otra que se pueda considerar lógica. El hombre es libre y diverso. El instinto le hace buscar las constantes de grupo y esa es una tarea de creación que la CNT entiende. Y conste que no es fácil unir a los hombres sin dogmas, es decir, unirlos espontánea, natural y libremente. La CNT es la única que lo hace en España. Los demás todos tienen sus totems y sus tabúes ligados a alguna forma de cerrazón mental.
Oyendo todo esto Samar miraba al cielo estrellado -ahora arriba y no en el fondo de las aguas- y pensaba que aquello que decía el orador anónimo debía haberlo dicho él. Lo envidiaba y como protesta y compensación pensaba en los bonitos senos de Amparo. (Porque Amparo no tenía pechos como Emilia, sino senos.)
– Ha tenido siempre la CNT una actitud aglutinadora y ha buscado las coincidencias y los puntos de vista comunes. Si ha peleado a veces con alguna otra central sindical, la iniciativa no ha sido de la CNT y en los dos casos esas rivalidades de la UGT-CNT han sido un reflejo de la lucha por la supervivencia en el régimen capitalista. Es decir, que el vicio corresponde a un sistema que les es ajeno. Decía antes que la CNT no se ha equivocado fundamentalmente. ¿Cómo va a equivocarse? El error está en el dogma y en la CNT no hay dogmas. Desde sus orígenes allí donde aparece la necesidad de la protesta, allí está el espíritu progresivo y creador de la CNT, sin limitaciones. La CNT ha respaldado a los anarquistas “órficos” -ultrapuros- a los republicanos unitarios durante la monarquía, a los federales durante la república, a los liberales burgueses frente a los tradicionalistas, a todos los que representan una tendencia liberadora en cualquier sentido. Un miembro de la CNT apoyará a un protestante contra un cura católico y a un teósofo contra un protestante. Apoyará también (lo que ya es decir) una forma de capitalismo libre como el de Francia, contra otra forma de capitalismo de Estado, como el de Rusia.
Samar creyó que aquel compañero iba demasiado lejos en sus hipótesis y dejando de mirar a las estrellas de arriba y a las de abajo pidió la palabra. Star sonreía, feliz y parecía pensar: “Ahora veréis”. A Samar le gustaba la reverencia que a veces despertaba en la chica del gallo, aunque no lo habría confesado fácilmente.
En cuanto al gallo no podía comprender por qué Star seguía yendo con él a todas partes y a veces le decía: “Ese gallo habría que comérselo de una vez”. Star besaba al gallo y le decía con ternura:
– No hagas caso, que nadie te va a comer mientras yo pueda evitarlo.
Hablaba Samar con otro tono, empaque y acento, de los que usaba el desconocido. No dejaba de tener gracia que bajo el tableteo de las ametralladoras lejanas fuera posible aquella manera de argumentar.
– Las catástrofes -decía- de Alemania, Italia, Rusia fueron una consecuencia acabronada de dos ideas en apariencia justas, pero falsas en su entraña: las ideas de la soberanía popular y de la soberanía nacional encarnadas por el puerco estado. Las nociones políticas de Aristóteles y de Rousseau y luego las del almibarado Hegel nos llevan al fascismo lo mismo que al comunismo. Nada de eso sucedería nunca con la CNT, que sitúa la coyuntura política -la nefasta y cochina política- en el plano del derecho natural. Todo lo subordina a ese derecho natural, que es la única y verdadera reconquista del hombre en los tiempos modernos. Viendo las cosas como son y al margen de las fáciles propagandas de los agitadores la CNT es la única organización que conserva la posición naturalmente inteligente del hombre solo, del hombre en el grupo y del grupo en el municipio, en la región y en la nación. Como los expertos y sabios animales en la selva. Los demás han sido pervertidos por la seudocultura del estatismo seudodemocrático. Nosotros somos los únicos que no hemos abdicado. Si existe el superhombre de Nietzche y el infrahombre (el hombre masa) de Marx también existe el seudo, que es frecuentemente el más peligroso. Ninguno de ellos es el compañero de camino de los anarcos españoles. Si el anarquista puro (el que se llama a sí mismo puro) es una especie de virgen vestal de la libertad, con el cono precintado, el cenetista es el operario funcional de la libertad. Y como tal suele actuar cuando, como y donde tiene ocasión, es decir, no sólo en el sindicato. Frecuentemente esa ocasión, si no la hay, la crea.
Mientras hablaba así se reía Samar en otro nivel de su conciencia: “Somos una gente absurda que puede teorizar sobre la violencia en medio de la batalla o sobre el amor haciendo el amor. Y mañana va a ser el séptimo domingo, es decir el último”. Porque el número siete es mágico y decisivo por ser el número clásico de los planetas ambulatorios.
– Para una cuestión de orden -dijo alguien alzando la mano.
Nadie le hizo caso, y Samar continuó como si se dirigiera personalmente a él:
– Sólo hay un momento en la cochina y hedónica vida que vivimos en el cual el hombre es capaz de limitar por su gusto y espontáneamente el placer de su propia libertad: la necesidad común. El hombre aislado siente la libertad como una necesidad natural. Cuando se reúne en grupo para tratar de las necesidades ajenas entra en lo colectivo y esa libertad del individuo deja de ser indispensable para convertirse en un preciado lujo con diferentes grados de intensidad y diferentes matices y sentidos. Todavía no se sabe de un hombre que se haya atrevido a decir en público que el bien de los demás le tiene sin cuidado, que es un cínico y que los otros pueden irse a comer hierba. Frente a los demás el hombre se siente obligado a mostrar su aspecto mejor. En colectividad, pues, el hombre está dispuesto a limitar su libertad en provecho de esa cosa inexistente y utópica que se llama el bien general. Si esa cosa no existe en la naturaleza el hombre libre y agrupado voluntariamente, la inventa. Es pues una tarea creadora la asociación voluntaria de los hombres Ubres. Ahí comienza el milagro social, creando la idea de un bien general que no existe, pero en el cual todos los hijos de puta creen y a cuya creencia adaptan su conducta. Cuando ese grupo de hombres se reúne para tratar de crear una cosa inexistente y darle no sólo existencia sino vigencia y eficacia (el bien general) ha constituido una forma de autoridad social. Como hay otros grupos más cerca o más lejos con los cuales es necesario entenderse, no tienen más remedio que encargar a un hombre que represente esa autoridad. Ahí comienza el problema. Es decir, que cada uno de los hombres libres reunidos para crear noblemente (esa creación es generosa y desinteresada) el “bien general” sobre la base de la limitación de la propia libertad ha delegado la autoridad que el ejercicio de su don creador le ha dado. Ya tenemos, pues, una “autoridad delegada”. Y en cuanto alguien ha delegado su autoridad aparece el gran problema del que algunos compañeros que saben darle empleo a la mollera han hecho un laberinto de confusiones. Una autoridad delegada es ya una forma de política y una amenaza latente. Detrás de la autoridad delegada del hombre libre aparece el enemigo de la democracia y la sombra del cenizo: el Estado. Hasta ahora no ha habido niñera en la historia moderna de evitarlo. Rousseau resolvía el problema haciendo que los que recibían y asumían la autoridad “delegada” fueran los mejores. Entonces ya no era una democracia sino una aristocracia. La solución que yo veo es la de reducir ese cuerpo social de autoridades delegadas a su mínima expresión para que la voluntad del pequeño grupo sea expresada del modo más directo posible: el municipio. Nada nuevo, como se ve. Pero las herramientas viejas pueden tener usos nuevos. El municipio español, cuando no ha pesado sobre él la coerción del Estado, no ha traicionado nunca al pueblo. Ni en la edad Media ni antes de la era cristiana. Ni en las behetrías del alto neolítico, ni en el grupo rudimentario del australopiteco. La democracia solo puede ser vigilada y positivamente defendida y salvaguardada en los más pequeños organismos. Es típico -y pertenece ya al repertorio de la farsa popular- el diputado hijo de perra que logra ser elegido sembrando promesas por todas partes, pero en cuanto llega a Madrid se transforma en un arma del Estado opuesta a las corrientes reformadoras de su distrito. Y si éstas llegan a plasmar en protesta (acordaos de Casas Viejas) no digamos. El diputado es el primero en enviar la gente del rifle. El Estado tiene un inmenso poder corruptor. Pero suponiendo que cada municipio fuera un ejemplo de democracia funcional queda la política nacional. ¿Cómo se gobierna? La técnica moderna simplifica las cosas. No sería raro que se pudiera obtener una o dos veces cada mes y en casos críticos cada semana la opinión directa de esos municipios por plebiscito frente a problemas de capital interés. A veces por el sistema seguro y simple del sí o el no. Dentro de cada región federada sería más fácil aún. El gran problema de la coordinación de fuerzas de producción, de transporte y distribución lo resolvería la central sindical que velaría también por la armonía de la producción y de la economía a través de una red de bancos cuyo fondo sería, como en definitiva ha sido siempre, la capacidad productora de los trabajadores. Además las federaciones de industria surgirían solas, desde el principio, tal como las propugnaba nuestro gran Juan Peiró, el vidriero iluminado y heroico.
Se veía que estaban de acuerdo con Samar, aunque algunos no disimulaban cierto resentimiento viéndose obligados a compartir las opiniones de otro. Eso no se puede evitar, a veces.
Llegó corriendo un vigilante (había como siempre dos apostados, para evitar sorpresas) y su prisa asustó a los demás.
Quería ser relevado para escuchar a los que hablaban. Fue a ocupar su puesto Star, que en definitiva no sacaba provecho alguno de todo aquello.
Y Samar seguía:
– En cuanto a los manuses que recibieran alguna forma de autoridad delegada, para evitar las tentaciones del caudillismo que tantas catástrofes ha traído a la vida de los pueblos, no se daría publicidad nunca sino a los acuerdos obtenidos en el plano de cada región o nación federada y en la Federación peninsular. De una manera impersonal. El que quisiera distinguirse tendría que quemarse las pestañas leyendo ciencia, arte, sociología, filosofía, en lugar de entregarse a la garrulería y la picardía políticas. Y no faltarían bibliotecas, laboratorios, campos de experimentación, universidades, seminarios de estudios especiales. Y si alguien insistía en “sacrificarse” únicamente en el plano político por el bien general, como suelen decir en sus propagandas, le dejaríamos hacerlo. Pero tendría que sacrificarse de veras y hasta el fin. No sería el primero. Cristo lo hizo antes. Y otros. Esa sería la única religión que la gente realmente cultivaría: la del ejemplo moral. Neurosis y vanidades incluidas. ¿Simple? Sí. Más simple era, todavía, el esquema de los bolcheviques rusos en 1918. Yo tengo, como cada cual, mi esquema y mi panacea. La mía se resume en una federación peninsular ibérica, incluido Portugal cuyos trabajadores están de acuerdo con nosotros aunque no lo esté su pequeña burguesía ni su militarada. Pequeñas nacionalidades separadas y vueltas a unir libremente: Cataluña, País Vasco, Asturias, Galicia, Aragón, Valencia (hasta Murcia y Cartagena), Andalucía, las Baleares y las Canarias y finalmente la gran región central formada por las dos Castillas y Extremadura, cuya capital sería Madrid. Capital de la meseta castrense, no la España colonial. La capital de esa federación peninsular ibérica cuyo nombre habría que inventar sería Lisboa. Desde los tiempos de Felipe II, el gran error de no llevar la capital frente al océano del futuro ha costado a España la pérdida de la supremacía sobre el Atlántico. Esa federación de nacionalidades libres formadas a su vez por municipios democráticos representados en las diputaciones parece una utopía, pero llegará un día. Como el tiempo es elástico y ahora se contrae más que nunca, lo mismo que el espacio (gracias a los medios de comunicación y de difusión de la palabra), ese día podría no estar demasiado lejos. Pero los hombres de media edad no lo veremos. Eso no quiere decir que no debemos trabajar para propiciarlo.
– ¿Cuál sería el nombre de España?
– No sé. Península Ibérica, tal vez.
– La sigla sería PI.
– De Pi y Margall?
– ¡Mira con lo que sale éste!
La misma mano de antes se levantó y una voz áspera dijo:
– El compañero Samar enseña el plumero.
– ¿Yo? ¿Qué plumero?
– El plumero autoritario. ¿Qué necesidad tenemos los anarquistas de la supremacía en el Atlántico?
– ¿Prefieres dejarles esa supremacía a tipejos como Hitler?
Hubo un silencio. El anterior orador impersonal que se parecía a Escartín, dijo con voz ronca:
– Llegado el caso, veríamos.
– Veríamos, decía el ciego.
Yo creo como Samar que esas cosas hay que verlas antes.
La noche pasó así, más o menos. Algunos dormían roncando como cerdos y Samar los miraba y los escuchaba con envidia, pensando en Amparo. En los dulces senos de mayólica de Amparo. La magia del futuro traerá cosas mejores que los senos de mayólica, aunque de momento es inconcebible que pueda haberlas. Pero el cinturón del que hablaba Samar es muy posible. Y sin alambres ni electrodos. Tal vez bastarán ondas especiales como las que ahora controlan -sin alambres- algunos aparatos a distancia.
Todo antes del año 2.000.
También lo nuestro se arreglará -digo, el problema social-antes del fin de siglo.
Entretanto no hay más remedio que hacer cosas sublimes con su lado ridículo y correr el riesgo de confundirse a veces sin saber cuando son lo uno o lo otro.
Deshechos los comités, clausurados nuestros locales y nuestros periódicos, quedamos entregados a la libre iniciativa. La “libre iniciativa” representa una aspiración con la cual el hombre liega a alcanzar toda su dignidad soberana. Respetemos la “libre iniciativa”.
– ¿Cuál? ¿La de ser esclavos? ¿O quizá la de ser obispos?
La “libre iniciativa” permite al hombre redimirse de la esclavitud de los convencionalismos. No sé si seré comprendido al decir que aun lamentando mucho los encarcelamientos de los compañeros y la clausura de los centros contra lo cual protesto aquí con todas mis fuerzas, esos organismos no son indispensables para realizar la revolución, y ésta no será completa y verdadera hasta que la libre iniciativa individual nos lleve a cada uno a coincidir en el mismo plano de la acción revolucionaria. Ha pasado el período de los cuadros sindicales y tras su fracaso por la superioridad de las fuerzas enemigas venimos nosotros con nuestra libre iniciativa y decimos: “¿Qué estímulos nos mueven en estos instantes? Uno solo, único y sacrosanto: la libertad”. Queremos nuestra libertad y la de nuestros hermanos. Si es necesario para ello acabar con los esbirros armados que nos bloquean, vayamos a ello sin pensar en el sacrificio. Derribemos las puertas de las cárceles, venganza y oprobio de la humanidad.
Veo al compañero Samar impaciente y le ruego que tenga calma. Mi proposición concreta es la siguiente:
– Vamos a llevar la luz de la esperanza a los pechos de los camaradas encarcelados. Todo el que tenga un arma, a la plaza de la Moncloa, por distintos caminos y sin formar grupos.
No ha sido necesario convencer a los compañeros. ¡Si es lo que yo he dicho! El sentimiento de la libertad se alberga en todos los pechos. “¡Camaradas! Vamos a llevar la luz de…” Samar me interrumpe diciendo que todo lo que digamos ahora será ocioso. Nos diseminamos. Varios compañeros van en direcciones contrarias a avisar a otros. Por diferentes caminos, bajo la sombra, las calles que conducen a la plaza de la Moncloa donde está enclavada la ergástula van poblándose de individuos aislados que coincidirán luego en torno de los jardines. Yo tengo un escrúpulo y le digo a Samar:
– ¿Y si no conseguimos nada?
– Algo se consigue siempre -me responde.
Aunque me opongo a Samar muy a menudo porque la toma conmigo, reconozco que a veces tiene razón. Acaba de decir una expresión que habla de la elevación de su espíritu.
– Yo lo que quiero -le digo- es conquistar la luz de la esperanza y si es posible la de la libertad para los pobres vencidos.
– Así hablan los curas.
Eso es una impertinencia, pero Samar es así. Además, el mejor procedimiento para conquistar a los semejantes es la tolerancia. Yo no me ofendo nunca, y comprendo que si todos hicieran lo mismo…
– Así piensan los jesuítas.
Samar y su grupo me han tratado siempre mal. ¡Qué le vamos a hacer! Al ver que no contesto, que no le digo nada, Samar forma mejor concepto de mí. He aquí que si yo hubiera contestado a sus impertinencias ahora estaríamos discutiendo o hubiéramos reñido. En cambio, me gasta bromas. No hay como mi sistema. En buena paz seguimos avanzando. Las sombras son más densas en el centro de la plaza, entre los árboles del jardín. A la derecha se alzan unas barracas de feria con los toldos y las frágiles puertas cerradas. ¿Qué es eso?
– La verbena.
Se advierte que algunos compañeros toman posiciones entre los tiovivos y las tómbolas. Hay también un molino con aspas en estrella, a cuyo remate van colgados barquichuelos con cortinillas. Uno de esos molinos es más alto que los árboles y que la misma cárcel.
Ha pasado ya más de medianoche. ¡Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo cuando se actúa! Samar quiere que recorramos el barrio, la zona de las barracas, a ver dónde y cómo están nuestros compañeros. Aunque es peligroso y no comprendo su utilidad, vamos allá… Salen rumores entre las lonas. -Camaradas… -susurro en voz baja. En la sombra les oigo responder. Debe haber un par de centenares escondidos por aquí, como las chinches en la madera. Fuera no se ve ninguno. En una barraca que lleva el título: “Al monstruo marino”, se oyen grandes resoplidos, como cuando los trenes del Metro sueltan el aire de los frenos. En la de al lado hay una sombra acurrucada en la lona. -Compañeros… Una voz desdentada contesta: -¡Mierda!
Samar se detiene, extrañado: -¿Quién eres? Es un viejo malhumorado:
– Ya podíais meteros en lo vuestro y no venir aquí a molestar. Me vais a espantar al mono. Todos vais con pistolas. La verbena, una ruina. Como no hay luz, hay que gastarse diez reales en un candil de gas y ahora venís a espantarme el mono. -Delicado es el mono. -Eso sí. Como una señorita.
Luego, Samar levanta la pistola hacia el cielo y dispara. Es la señal para comenzar. El viejo se santigua y de su regazo brinca un animalejo peludo que va atado al cinturón del amo por una cadena. El viejo anda tras el mono siguiéndolo en sus brincos, casi arrastrado por él. A veces da vueltas a su alrededor, como si bailara bajo la voluntad del animalejo. Samar y yo nos vamos hacia los jardines corriendo. Me pregunta: -Pero ¿crees que se podrá asaltar la cárcel? Le digo que sí. Llega Villacampa:
– Yo me voy -dice.
– ¿A dónde?
– Tengo ganas de dormir. Llevo tres días sin desnudarme. Me voy al campo.
Saca la pistola y vacía su cargador haciendo nueve disparos contra las sombras de la puerta de la prisión. Luego, como quien ha cumplido su misión, se guarda la pistola y se va. Samar piensa que Villacampa lo ve todo perdido y quiere salvar la piel. Quizás anda Star por medio. Lo ha dicho en voz alta mientras retrocedía y se incrustaba en la lona de una barraca. Se oyen cascos de caballos y yo me oculto por el mismo camino. Encuentro dentro al monstruo marino metido en un cajón forrado de cinc y mediado de agua. Es una especie de foca o de morsa de piel aceitosa y brillante que no puede darse la vuelta en dos palmos de agua sucia. Sale un mozo de aspecto mohíno en calzoncillos. Nos quedamos callados Samar y yo. El mozo, como nos ve a la luz de una cerilla con las pistolas en la mano calla y dice señalando el cajón:
– No hagáis daño a Felipe.
Yo veo al hermoso animal resoplar, ahogándose. No es este cajón su casa. Su casa es el mar Báltico. También habría que librar a este animal de la esclavitud y la prisión. Samar me dice:
– ¿Y a ese otro animal?
El mozo mohíno, a quien señala Samar con la pistola, dice queriendo desviarla:
– Llámeme usted lo que quiera, pero eche el humo a otro lado.
Luego asegura que el animal lo pasa bien, y para demostrarlo saca un pez podrido de debajo de un canasto y se le acerca:
– ¡Felipe, baila el Charleston!
Se incorpora el animal con movimientos espasmódicos en busca del pez. Luego se lo engulle. Samar ve la grupa negra y brillante del animal y comenta ensimismado:
– Parece un cura.
Fuera suenan los tiros como si la plaza se llenara de domadores de caballos que chascaran sus látigos en un extraño pugilato, Samar piensa otra vez en Villacampa y luego me dice:
– Vamonos fuera.
Luego señala el cajón con la pistola:
– Estamos en la vida como ese animal en el cajón. Para agarrar el pez tenemos que bailar y llenar los bolsillos del patrón. Se oyen entre los disparos mecánicos de las pistolas los trabucazos de los mosquetones de la guardia civil. No se ve a nadie. Ni guardias ni compañeros. Nadie sale de su escondrijo. Las sombras son muy densas y uno cree que va a durar esto toda la vida o que la vida va a durar diez minutos, que es igual. A veces pasa el mono dando brincos y arrastrando al viejo, que se santigua y gime entre las balas. El fuego aumenta. Debe haber heridos. Una barraca próxima descorre su lona apresuradamente y un hombre grita señalando a otros dos: -¡Aquí están! ¡Aquí están!
Cree que todo se debe a que en su barraca se han escondido dos de los nuestros. La barraca se llama “El desenfreno de la morisma”. Dentro hay un grupo de muñecos que representan en tamaño natural varios moros bien barbados. De pronto se ha puesto a funcionar el mecanismo, y los moros resbalan sobre unas correderas circulares y dan vueltas uno tras otro, muy serios. Samar dice que el dueño es visigodo y que la barraca es un atavismo. Pero se ve que no es posible el asalto. No hay quien salga de su refugio porque han llegado más fuerzas y la guardia del cuartel ha cerrado todas las puertas y dispara por las aspilleras. Deben estar sitiando la plaza de la Moncloa. Hay que pensar en la retirada; si no, nos matarán aquí como a ratas. La iniciativa individual ha debido llevar a la gente hacia el camino de Puerta de Hierro y por allá vamos bajando con cautela. El dueño de la morisma” se ha tumbado en tierra y sobre los moros llegan descargas cerradas.
Dejamos atrás el edificio de la cárcel punteado de ventanas y bajamos con mucho cuidado porque hay destacamentos que toman posiciones para cortarnos la retirada. Tenemos que estar más de una hora escondidos detrás de un arbusto. Arriba sigue el fuego. Deben andar a tiros entre sí, los guardias. El mono, el viejo y Felipe han debido perecer. Los puestos de botijos y alfarería habrán sufrido bajas. Se oye corretear a los caballos. Hemos visto algunos grupos de fugitivos y cuando, al amanecer, vamos a encontrarnos a la otra parte de la Moncloa, veo que estamos por lo menos quince. Samar está desencajado bajo las primeras luces. Se marcha de mal humor diciendo:
– ¿No querías llevar la luz a los compañeros presos? Ahí la tienes.
Es verdad. Pero ¿qué quería Samar? Se ve que el descontento lo lleva siempre dentro y le sale, con motivo o sin él, cuando quiere. La verdad es que, a la luz, también nosotros nos damos cuenta de que es muy difícil triunfar. En las sombras todo parece fácil, pero de día se ve que los árboles, las casas, el campo y el aire no están de nuestra parte, aunque lo parezca. Son neutrales, y para vencer la neutralidad del verde de la arboleda y del azul del cielo hace falta más fuerza.
No sé cómo ha ocurrido; uno ha dado una voz y un brinco y ha salido corriendo. Con él se han marchado casi todos. Cuando puedo darme cuenta tenemos enfrente a tres carabinas apuntándonos.
Vienen las preguntas y los cacheos. Un policía dice:
– ¿No queríais asaltar la cárcel? Habéis salido con la vuestra porque vais a asaltarla de uno en uno.