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La primera vez que se publicó esta novela, en Barcelona, yo consideraba la literatura como una forma de escapismo. Pero hay varias maneras de escapar. Una hacia el pasado, otra hacia el futuro, otra por el mundo de los sueños fuera del tiempo y aun la mía, que consistía perderse en los bajos fondos de la realidad misma del momento. Unos bajos fondos más ligados a nuestro mundo inconsciente que a nuestra conciencia.
Aunque parece irreal a veces, ese substrato viene a ser la cuna misma y la raíz de la realidad. Así sucedió, poco después, que los que no creían que esta novela estuviera autorizada por la verdad de las condiciones sociales de 1933, tuvieron la desgracia o la fortuna de persuadirse de lo contrario durante la guerra civil en la que todos -tirios y troyanos- fuimos víctimas, y los triunfadores no han estado nunca seguros de su triunfo, ya que la historia sigue y las contiendas de ese género no se acaban nunca sino que se proyectan hacia un futuro siempre problemático y amigo de las compensaciones.
El amor por la libertad es entre los anarcosindicalistas españoles (y ahora entre la llamada “nueva izquierda”, que tiene la misma mentalidad y por cierto las mismas banderas en todas partes) natural, y va ligado a los movimientos religiosos, sociales y políticos de todos los tiempos desde los primeros testimonios de la llamada protohistoria.
Pero además ese amor a la libertad (que naturalmente está hoy igualmente encendido en mí y supongo que en ti, lector) lo abarca todo y condiciona y da su calidad intrínseca a todas las formas de amor, incluidos el amor sexual y el que mueve a los astros en el espacio.
He retocado un poco la primera edición. He querido dar más unidad estructural a lo que tiene la novela de poético. En realidad, una novela, como un poema, no está acabada mientras vive su autor. Sólo hay que tener en cuenta las últimas ediciones de los poetas que ya nos dejaron y las de las novelas de los que vivieron antes que nosotros *. Espero que si alguien quiere acordarse de mí en el futuro, sean estas últimas ediciones las que tome en consideración. Pero si no es así, estará en su derecho y a mí no me importa gran cosa, ya que como digo al final de Siete domingos rojos, la única libertad absoluta posible (esa que en vano buscamos con cada paso y cada palabra y cada latido de nuestro pulso) es una libertad metafísica que se nos da a todos al final. Y que yo tendré entonces.
Sin embargo, evita mientras puedas ese final, lector amado. Es un buen consejo. La muerte es un asunto feo. Y tratemos de hacer compatible mientras tanto nuestro amor por la libertad con los otros amores más inmediatos y con la necesidad de propiciar condiciones más justas entre los hombres.
R. S.
<a l:href="#_ftnref1">*</a> Esta tercera edición es definitiva.