40268.fb2 Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

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Ponle color

– A ver, veamos cómo va esta cosa. ¿Qué hora es?

– Las cuatro.

– Tenemos tiempo. El cierre es a las siete. En mi época, Pendejo, era a las doce, una de la mañana. Se trabajaba hasta tarde. Como hombres. Más que reporteros, ahora parecemos secretarias. Por eso la profesión está tan mala. Una vez que llegaron los universitarios y el oficio pasó a ser carrera, todo se fue a la mierda. Lo peor que le pudo pasar al periodismo fue que lo oficializaran. Mientras más inculto era el reportero, más posibilidades tenía de sorprenderse. Y de aprender. Ya, veamos, pásame ese vaso de café.

De un balazo a quemarropa en el corazón murió la peluquera Irma González Cornejo, de 45 años, a manos de Emma Cáceres de Alfaro, la esposa de su amante, Esmeraldo Alfaro Castro. Éste resultó con heridas en la región púbica, inferidas por su cónyuge con un arma cortopunzante. El hecho de sangre ocurrió anteayer en el número 33 del pasaje María Teresa, en la comuna de Santiago.

– Mal, todo mal, Pendejo. No me gusta nada. Mano de universitario que hace sus tareas. Lo pudo haber escrito el huevón de la imprenta.

– Pero contesté las preguntas básicas, ¿no?

– Y yo me limpié la raja después de cagar. ¿Y? Media huevada. Con eso no basta. No te me pongas chúcaro, cabrito. Aquí vas a aprender aunque tenga que darte correazos en los dedos.

– Disculpe.

– Nada de disculpas. Mira, cámbiate de asiento y yo le voy a meter un poco de mano. Después sigues tú, imitándome. Pongámonos un poquito Clarín para las cosas, ¿te parece?

– Nunca lo he leído, don Saúl.

– Y cómo te atreves a trabajar en un diario, entonces.

– No había nacido.

– Mira, Pendejo, vamos a titular esto bien. A lo Gato Gamboa, con humor y precisión. Al final, eso sí, una vez que esté listo. No todavía. El título y la bajada van a responderte todo lo que quieras. Vas a leer el titular y aunque seas tarado vas a entender todo lo que pasó. Tus profes van a poder satisfacer las respuestas a sus cinco preguntas maracas. Nosotros nos vamos a preocupar de la historia. Solamente de eso. ¿No quieres ser escritor? Entonces mira.

Una iracunda y celosa esposa, indignada porque su marido había pisado la raya y abusado del acuerdo que ambos tenían respecto a sus «entretenimientos» femeninos fuera del hogar, decidió por fin terminar con el sádico pacto que había entre los dos y asumir su condición de mujer.

– ¿A qué hora fue? Revisa tus apuntes.

– A las siete y media de la mañana.

Cuando el reloj marcaba las siete veinticinco de la mañana y la temperatura todavía descansaba, Emma Cáceres de Alfaro, su mano temblando y sus ojos repletos por el deseo de venganza, tocó a la puerta de la modesta casa número 33 del desarrapado pasaje María Teresa, en la calle San Diego a la altura del 1500.

El que abrió la puerta fue Esmeraldo Alfaro Castro, su cónyuge por la Iglesia y el Estado durante más de veinte años. Emma Cáceres no se sorprendió de verlo desnudo, pero no estaba preparada para sentir el embriagador aroma de sexo y mate hervido que salió a recibirla. Tampoco imaginó ver los jugos de su rival resbalar del miembro aún erecto del único hombre que jamás había conocido.

– Disculpe, don Saúl, pero eso no me consta.

– Es para darle realismo y color. Ella me dijo que nunca se había metido con otro. Si sale libre, me la sirvo bien servida. No estaba nadita de mal la comadre.

– Me refiero a eso del olor y el…

– ¿Olor a parrillada crees que había?

– En la Escuela nos enseñaron que nunca se podía escribir sobre fluidos u olores corporales. Que eso agredía al lector.

– Que se vayan a lavar la canoa los culeados. A veces no te entiendo, Pendejo. ¿Puedo seguir? ¿O vas a seguir interrumpiéndome con mariconadas?

– Siga.

– Si la mina casi se lo corta, porque ésa era su intención, ella misma me lo confesó, entonces el infeliz tiene que haber tenido la corneta medio parada. ¿Cómo vas a cortar una diuca suelta, que cuelga? Dime.

– Puede ser.

– Es. Uno tiene los datos y rellena los espacios. Mira.

Emma Cáceres empujó a su marido y con un cuchillo vasto y filudo, que no por casualidad medía 18 centímetros, se lanzó contra el adúltero miembro viril. Un rápido reflejo de Esmeraldo Alfaro le salvó su orgullo, pero no su estómago, el cual fue rebanado por la vil mujer. Los intestinos desbordaron el surco rojo de la herida que le partió el abdomen y cayeron al piso de madera recién encerado.

– El piso era de baldosas.

…y cayeron al piso de baldosas recién encerado. Los gritos de Alfaro despertaron a la peluquera Irma González que yacía desnuda y tendida en la cama de dos plazas. La rival adúltera sólo atinó a taparse la cara con su almohadón de plumas antes de que Emma Cáceres le disparara, con un revólver calibre 22, directamente sobre su pezón izquierdo color frambuesa.

– Ya, Pendejo, me aburrí. Sigue tú. Explica bien eso del acuerdo que había entre marido y mujer. Mira que eso me interesa muchísimo. Hay muchos matrimonios por ahí que tienen un contrato parecido. Partiendo por mí.

– ¿Cómo?

– Cuando crezcas, te cuento. Ahora sigue tú. Y ponle color, Pendejo. Ponle harto color, eso es lo que quiero. No te reprimas y usa tu imaginación, que para eso está: para ponerse en el lugar del otro y ver lo que uno no vio.