40268.fb2 Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 20

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Foto portada

Domingo, once de la mañana, calles vacías, olor a misa. Un tal Galíndez maneja la camioneta. El Camión y Faúndez están en sus respectivas casas. Escalona y Fernández, de turno. El Chacal se lo explicó claro y Tejeda, el editor con la caspa como granizo fresco, se lo reafirmó. Durante los turnos se reportea lo que haya. Lo que te pide tu editor de turno.

La mañana ha estado lenta. Asaltaron una botillería en la calle Santa Rosa, anoche, cero muertos, poca plata. Foto del local. Versión igual a la de los pacos. Conferencia de prensa, exigua asistencia, de sindicato de taxis-colectivos: anuncian rebaja de tarifas por temporada de verano.

Alfonso baja la ventana y relee el parte policial. Varios ahogados, en tranques, Cartagena, ríos. Ninguno en Santiago, todos en forma rutinaria, nada digno de transformarse en historia, nada que merezca viajar hasta allá y justifique el esfuerzo.

– No sé cómo vamos a rellenar esas páginas. Ojalá que no nos den mucho espacio. Volvamos al diario. A lo mejor el cable trae algo. ¿ La Roxana está de turno?

– No, pero el Jefe dejó cosas guardadas. Pasemos a la Vega a comprar fruta. Te invito a un borgoñita, Fernández. Galíndez, métete por la Panamericana y ahí salimos a Santa María.

– Vale.

La camioneta deja las derruidas casonas de El Llano e ingresa a la autopista de la Panamericana. El viento del verano deja todo limpio; las siluetas de los edificios del centro se perfilan diáfanas y equilibradas. La radio toca tangos al mediodía. Goyeneche canta Tinta roja.

– Gol.

– ¿Qué? -dice Alfonso.

– Tenemos materia prima. Galíndez, estaciónate, rápido.

Un carabinero está desviando el tránsito. En la pista de la izquierda, la última, yace un cuerpo tapado con diarios. Mirando en dirección contraria, hay un taxi con el parabrisas totalmente destrozado y lleno de sangre.

– Tenemos exclusiva, Fernández, los únicos buitres somos nosotros. Este huevón está fresquito. Andamos con suerte.

Un hombre joven, 31 años según su licencia de conducir, identificado como Francisco Fernando López Olate, murió trágicamente al ser arrollado durante varios metros, y a alta velocidad, por un camión primero, y después por un taxi. El sangriento incidente ocurrió a las 11:23 de una cálida mañana dominical a la altura del Paradero 3 de Ochagavía, a metros de una pasarela peatonal que atraviesa esa vía de alta velocidad que es la carretera Panamericana.

La causa de la muerte de López Olate no fue la fuerza del impacto del camión Pegaso, sino una circunstancia de índole más moral. Francisco Fernando murió por un gesto amable, de ésos que dicen que no cuestan nada. Pues bien, a Francisco Fernando le costó la vida. En su gesto humano se le fue la humanidad. Pero queda el gesto.

López Olate fue arrollado al cruzar la calzada para rescatar el camioncito de plástico de un niño que había caído desde la pasarela y estaba a punto de ser destrozado por los vehículos, a vista y paciencia del chico que gritaba con horror desde la altura.

– ¿Tienes todos los datos, los nombres? ¿Qué más te han dicho los pacos? Yo ya tengo fotos de la abuela y del pendejo. Quiero armar una foto con el camioncito. ¿Te fijaste que es del mismo color que la camioneta? Y del Pegaso que escapó. Que no se te vaya una, huevón, mira que esto te lo va a leer mañana el Jefe.

Francisco Fernando, oriundo de la populosa comuna-dormitorio de San Bernardo, manejaba una camioneta pick-up Ford roja cuando vio el camioncito tirado en el pavimento. Quizás pensó, y en ese caso acertó, que era un reciente regalo de Navidad. Su impulso caballeresco, originado en su condición de padre, hermano, tío e hijo, fue tomar el camioncito de plástico rojo y ponerlo a salvo para que el niño, que estaba con su abuela arriba en la pasarela, pudiera recuperarlo cuanto antes.

López Olate detuvo su camioneta en forma correcta sobre la berma y encendió sus luces intermitentes. De su radio emanaba música sacra. Cruzó la calzada y recogió el camión, pero justo entonces otro camión, también rojo, marca Pegaso, gigantesco, repleto de cemento, lo golpeó de lleno, lanzándolo varios metros por el aire. Un taxi que venía sobrepasándolo por la izquierda recibió el cuerpo ya destrozado de López, quien cayó, como un ángel, arriba de su parabrisas, que se rompió en mil pedazos. En medio de su infortunado vuelo, López soltó el camioncito, el cual también voló hasta depositarse, sano y salvo, sobre la berma.

El primer impacto le reventó el cráneo y el otro golpe lo remató y lo llenó de astillas de vidrio. El camión rojo, marca Pegaso, cargado de cemento, continuó su viaje como si nada hubiera pasado. El taxi, conducido por Osvaldo Campos, 40 años, pasó encima del cuerpo, giró y se detuvo en medio de los aterrados gritos de la abuela y el niño, que contemplaban toda esta escena desde un palco privilegiado.

– Fernández, tenemos problemas. La foto no sirve. Esta huevada puede ser portada color. Es demasiado buena pero estamos mal.

– ¿Qué pasa? No tienes rollos.

– Imbécil, cómo se te ocurre. Fíjate en el cuerpo.

– ¿Qué?

– Los diarios.

– Están empapados de sangre, si sé.

– Es el Extra. Fíjate, dos portadas del Extra, salta a la vista la típica gráfica rococó. No podemos publicarlo. Portada color y nosotros publicitando a la competencia. El Chacal me lo mete hasta el fondo.

– Toma otro ángulo. Consíguete el camioncito y ponlo frente al taxi.

– El fotógrafo soy yo. Yo diseño el mono, ¿entendiste? No tienes derecho ni a voz ni a voto. Ahora apúrate, anda a comprar unos Clamor y yo armo la toma antes de que lleguen los del Médico Legal.

– ¿Cómo?

– Hazme caso, yo sé. Confía. Corre, que te conviene.

Alfonso corre por la berma hasta una de las salidas de la carretera. Ya en la calle, ve un quiosco a media cuadra; sigue su trote hasta llegar, sin aliento, al local. Compra tres ejemplares y corre de vuelta. Desde lo alto ve el cuerpo, el taxi, los carabineros, la camioneta amarilla y la larga fila de autos atochados uno detrás del otro.

– Conseguí tres. Los últimos.

– Esto merece gran angular. Ahora mira, yo distraigo a los pacos, tú anda donde el cadáver y tapa los diarios con el nuestro. Fíjate que las portadas miren hacia mí. Y deja algunos de los que están más empapaditos a la vista porque eso le da color. Ya, un, dos, tres, te fuiste.

Alfonso se acerca al cadáver y ve cómo las gotas de sudor de su propia frente caen sobre las hojas de los diarios que, en vano, tratan de cubrir el cráneo destrozado del muerto. Cierra los ojos ante la visión de la esponjosa masa cerebral sobre el pavimento hirviendo.

– ¿En qué chucha me he metido? -piensa en voz alta.

Alfonso cumple las órdenes de Escalona en forma automática. Tira las páginas sobrantes sobre la sangre que está al otro lado del cuerpo.

– Aléjate -le grita Escalona.

Alfonso se hace un lado y mira como el fotógrafo, casi acostado en el suelo, enfoca y dispara una y otra vez. Muy cerca de su lente, las ruedas del camioncito de plástico están dando vueltas mirando al cielo. Detrás de Escalona, Alfonso divisa a una señora mayor de la mano de su nieto, de pantalones cortos.

– Esto es portada color, Fernández. Nos van a amar. Lo único capaz de levantar esta foto es que se muera el Papa. Y eso, huevón. Esta fotito va a vender más que una goleada del Colo. Te anotaste un punto.

– Me anoté más que eso, Escalona.