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Media Naranja

El motel está ubicado casi al final de Vicuña Mackenna, entre La Florida, la comuna del futuro con sus casas pareadas y pequeños jardincitos, y Puente Alto, un pueblo de provincia, dependiente de una sola industria – la Papelera -, que nadie sabe cómo ni cuándo terminó integrándose al Gran Santiago.

– Odio todas estas comunas nuevas. Estas calles recién pavimentadas apestan a arribismo -comenta Faúndez-. Puedo ser anticuado, pero para mí esto no es Santiago. Yo me quedo con el casco viejo.

– Todos quieren venirse para acá, Jefe -le dice Escalona-. Yo mismo estoy postulando a un subsidio. Mejor aire y mejor ambiente. Bueno para los niños.

– A los niños hay que criarlos en el centro. Cerca de las tentaciones. Así no te salen viciados. Cuando lo único que tienes es sol y flores, te desvelas pensando en la alcantarilla.

A través de radio Libertador suena De cara al viento, de Luz Eliana.

– Esta huevona ahora es evangélica, creo -comenta el Camión.

– Puta, si no me cuido, capaz que hasta a mí me agarren. Los evangélicos y los mormones nos van a cagar. En treinta años más van a infiltrar la Democracia Cristiana. Si ahora los curas nos tienen agarrados de las huevas, imagínense vivir bajo el yugo de esos chuchas de su madre.

– Ni Dios lo quiera, Jefe.

La canción termina y el animador da paso a un flash informativo:

«Gracias, Ernesto. Efectivamente, y tal como lo habíamos anunciado anteriormente, Carabineros y personal de la Brigada de Homicidios ya se encuentran aquí en el motel parejero Media Naranja, ubicado en la comuna de La Florida, donde una camarera encontró los cuerpos sin vida de una pareja que ingresó al recinto en horas de la madrugada. La identidad del hombre ha sido confirmada como Álvaro Rojas Pedraza, de 44 años. El nombre de la mujer, que fue baleada dentro de sus órganos genitales luego de haber sido penetrada por el cañón de la pistola, aún no ha sido entregado por los detectives. Trascendió que la mujer no es la cónyuge legal de Rojas Pedraza…»

– Obvio, Chico culeado.

«Al parecer, la tragedia de sangre fue un pacto suicida y contó con el beneplácito de ambas víctimas. Rojas, que llegó al motel Media Naranja en un automóvil Peugeot, se quitó la vida disparándose en la boca. Eso es todo desde el sector policial. Más informaciones en cualquier momento. Informó Roberto Rodolfo Quiroz.»

– Puta la huevada.

– Va a estar bueno. Camión, apúrate. ¿Cuánto tiempo crees que eran amantes, Pendejo?

– No sé. ¿Harto?

– Mucho. ¿Sabes cómo lo sé? La fórmula funciona así: donde hubo violencia, hubo intimidad, Pendejo. Acuérdate de eso. La violencia es proporcional al grado de intimidad que hubo. Mientras más violento un crimen, más intimidad hubo entre los dos.

Todos callan y escuchan durante un rato la tanda comercial.

– Alfonso, no te comas las uñas.

– Disculpe.

– Lo digo por ti, no por mí.

– ¿Usted cree que nos golpearon, don Saúl? ¿Podremos encontrar un ángulo distinto de lo que ya dijeron?

– No te compares con la radio, Pendejo. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

– Seguro que la Roxana se fue de boca y ya lo sabe todo Chile -reclama Escalona.

– No te metas con la Roxana. Hace su pega. No todos los crímenes pueden ser nuestros.

– Pero sería bueno, Jefe. Además, podríamos pautearlos. Dejar los más fuertes para los días en que no hay noticias.

El Media Naranja se esconde detrás de una larga y alta muralla color caqui. Para ingresar, se atraviesa un portón móvil ubicado en una ínfima calle transversal. El portón, sin embargo, está abierto. Pasan por alto la caseta de la oficina que está pintada, tal como el resto de la estructura, de un intenso color naranja. El motel está compuesto por bloques perpendiculares, cada uno con un garaje del que cuelga una cortina negra, estampada con gajos de naranjas, que llega más abajo de la altura de la patente de un auto.

Santiago es la ciudad con más moteles por habitante en el mundo. Quizás Estados Unidos los inventó, pero están a la orilla del camino y su función es, más que nada, ser un lugar de descanso para luego poder continuar el viaje. En Santiago, en cambio, los moteles están dentro de la ciudad y exudan sexo ilícito y adúltero. La mayor diferencia que tienen con los llamados hoteles galantes, por ejemplo, es que a estos últimos se llega a pie. Los moteles, en cambio, que son más caros, fueron diseñados pensando en los automóviles y, por eso mismo, casi siempre se ubican en lugares suburbanos o, al menos, fuera del paso habitual.

El Media Naranja se inauguró hace tres meses y eso salta a la vista. El sitio es desmadradamente inmenso y los jardines están sobrecuidados, lo mismo que los árboles, que son, claro, naranjos que tapan estratégicamente cada puerta.

El Camión divisa el furgón de Carabineros y varios autos de Investigaciones. Se dirige hacia allá.

– Está bonito este local. Habría que ver cómo es por dentro -comenta Faúndez.

Los cuatro se bajan de la camioneta. Alfonso sigue a los demás de cerca. De un auto sale una pareja con anteojos oscuros; la mujer se tapa con la mano.

El motel está totalmente vacío con excepción del contingente policial y periodístico.

– El Chico la anduvo alumbrando -dice el Camión-. Puta madre, miren. Está todo el ganado.

– Buitres, huevón. Buitres.

En efecto, detrás de la pieza-cabaña en cuestión se ve a buena parte del sector policial al acecho: dos de los canales de televisión; el Chico Quiroz; el móvil de radio Caupolicán con la dupla Galvarino Canales padre y Galvarino Canales hijo, ambos con gruesos anteojos de carey negro; y el Indio Béjar, con una gorra de béisbol que dice Última Hora. Incluso está Waldo Puga, reliquia viviente de El Universo, muy empaquetado en un elegante terno negro con rayas blancas, su bisoñé resistiendo heroicamente el luminoso sol de mediodía.

– Puta madre, además está ese cubano enano del Extra -informa Escalona-. Estamos cagados.

– El Petete vale oro -le aclara Faúndez-. Siempre nos hace favores.

– A ti te va a hacer el favor.

– ¿Perdón? ¿Escuché mal? Más respeto. No te salgas de tu lugar, Escalona. Como ando de buena, porque anoche me lo chuparon bien chupado, voy a dejar pasar ese dardo. ¿De acuerdo? Pero la idea es que no se repita. ¿Estamos de acuerdo?

Después de distintos saludos, algunos protocolares, otros sentidos, Faúndez comienza a husmear.

– ¿Algún otro dato, Chico?

– No todavía. Parece que la mina era muy cuatiquera. Un encargado del motel escuchó feroces quejidos.

– O sea, se mandaron feroz cacha y después se mataron.

– Última vez, nadie se enoja.

– Acuérdate de nuestra deuda, Chico. Cualquiera de estos días te cobro la fianza.

– Cuando quieras, Saúl. Siempre es un agrado y un honor compartir contigo.

– Te encuentro toda la razón.

Escalona está hablando con los carabineros que vigilan el acceso a la pieza. Faúndez y Alfonso se acercan. El Indio Béjar se incorpora.

– ¿Cómo que no dejan entrar?

– Lo siento, son órdenes.

– Necesito fotos.

– Nada de fotos.

– Estamos haciendo nuestro trabajo -insiste Escalona.

– Nosotros también. Ahora, si fueran tan amables, podrían echarse para atrás y despejar el lugar.

Un carabinero entra a la pieza y cierra la puerta.

– ¿Quién está cargo? ¿El Inspector Tapia?

El joven carabinero mira su libreta.

– El Inspector Diógenes Salgado.

– Ah, pero es muy amigo mío. ¿Lo puede llamar? Dígale que Lizardo Escalona, de El Clamor, está acá.

Faúndez se aleja un paso junto a Béjar.

– Bonito jockey, Indio. ¿Ideas del nuevo gerente?

– Así es. Les doy cuatro meses. Los vamos a comer vivos.

– ¿Me has visto las huevas?

– Todo a su tiempo. Pero como muestra de mi amistad, Faúndez, te soplo una: no hay fotos porque la mina es de plata. Conocida. Parece que estaba casada con un importante gerente de banco. Banco al que ustedes le deben algo de plata.

– ¿Nosotros no más?

– El gremio, digamos.

– ¿Y el galán?

– Es el contador de la familia. Hombre de confianza. Por eso mismo esta huevada la van a parar. No va a ir más allá de lo que dijo el Chico al aire. El resto va a ser puro relleno. Lo van a tapar.

– Nada nuevo bajo el sol.

Faúndez ve que el Inspector Salgado ha salido y conversa ahora con Escalona. Sonríen. Faúndez se acerca a ellos. El Inspector Salgado es bajito, se peina para el lado como lo podría hacer Robin, el chico maravilla, con treinta kilos de más. A pesar de haber sobrepasado los treinta, el hecho de que al Inspector no le salga barba es más una carga que una bendición.

– Inspector, qué gusto. Cada día más joven. ¿Pacto con el Diablo?

– Con el Subprefecto, no más.

Ambos se ríen de buena gana.

Está claro que el Inspector Salgado se sabe seductor. Todos los reporteros lo miran y él disfruta ser el centro de la atención.

– Permiso -dice Escalona.

Antes de alejarse, le guiña el ojo a Faúndez y se escurre tras la horda de reporteros que comienzan a preguntarle cosas al Inspector. Es tal la masa de periodistas que, de pronto, Salgado desaparece y lo único que queda de él es su voz.

– ¿Conseguiste todos los datos, Pendejo?

– Sí.

– ¿Seguro?

– El nombre de la señora no lo entregaron. Pero pude fijarme que en el interior del auto había una carpeta que decía Banco de la Costa.

– Nada de mal. Ahora ven, acompáñame. El dueño me va a mostrar su mejor pieza.

Ambos caminan por un sendero tapado de naranjales. Al final, un tipo calvo, de cara pecosa y anteojos bifocales, los espera.

– Adelante. Esta es nuestra suite de luxe.

– Olor a azahar.

– Lo traemos de Sevilla. Viene en spray. Todas las piezas huelen igual.

– Estupendo. Por lo general todos los moteles huelen a desinfectante o a zorra.

El tipo calvo queda pálido y no sabe qué responder. Alfonso prefiere mirar la tupida alfombra color nácar.

La pieza es grande y tiene dos ambientes y un amplio baño con techo de vidrio, un jardín secreto al aire libre con sillas de lona anaranjadas, jacuzzi externo y una tina con dimensiones de piscina para niños.

– En verano, como ahora, pueden disfrutar el sol con total privacidad. Muchos de nuestros clientes aprovechan de asolearse tal como Dios los echó al mundo.

– Se me podría quemar la diuca.

– Bueno… Y en la noche el jacuzzi les permite ver las estrellas.

– Si el smog los deja. ¿Puedo mear? Ando con problemas. No soy capaz de aguantarme -le dice Faúndez bajándose el cierre.

El dueño y Alfonso pasan al sector del living, donde hay un gran sofá tapizado con una tela llena de ramas verdes y naranjas brillantes. También hay una mesa con una fuente de frutas frescas y ejemplares del Playboy en español. En una esquina, un frigobar y un equipo de música que está apagado. El único ruido que se oye es el chorro de Saúl Faúndez chapoteando en el agua de la taza. Alfonso no dice nada. Faúndez parece no terminar nunca. Finalmente, tira la cadena y sin lavarse las manos entra al living, pero sigue hasta la anaranjadísima pieza, con una cama redonda al centro, también color naranja. Faúndez se lanza de espaldas a la cama y rebota. Se queda mirando su reflejo en el espejo del techo.

– Está buena -dice-. Durita pero blanda. ¿Y esta tele? ¿Dan huevadas porno?

– Tenemos circuito cerrado, sí.

– ¿Dan o no dan?

– Tenemos una amplia selección.

– ¿A qué se refiere con amplia? ¿Cosas raras? ¿Sadomasoquismo?

– Mi socio es norteamericano. Piensa que en el sexo no hay que limitar las opciones ni la imaginación.

– Puta, sabio el gringo. ¿Podemos mirar?

– Por lo que pasó, decidí cortar la transmisión. Usted sabe que no es legal.

– Y si uno quisiera traer a una menor, ¿puede?

– Somos muy discretos. Solamente le exigimos el carnet al que paga. Tenemos dos reglas estrictas: no más de tres personas y nada de animales.

– Totalmente de acuerdo. Oiga… su nombre, ¿cuál era?

– Sanz, Fidel Sanz.

– Usted sabe, cuando uno tiene sucursales y…

– Disculpe, tenemos un solo establecimiento. Hemos pensado abrir…

– Amantes. Amigas. A eso me refería con sucursales.

– Por supuesto. Claro.

– ¿Usted es extranjero?

– Viví mucho tiempo afuera, sí.

Saúl Faúndez se da vuelta en la cama, saca una almohada y se la coloca bajo la pera.

– Entonces sabe que aquí, como en cualquier otro país, no hay nada peor que la mala publicidad. Me imagino que, con este doble suicidio y tanta prensa, debe estar aterrado de que le pueda afectar su negocio.

– Así es. Ya en la radio mencionaron el establecimiento.

– La sección policial es colindante con la de los avisos de los saunas y los moteles. Quizás porque tenemos bastantes cosas en común. Ambos son terrenos donde lo que se mueve es la pasión, dígame que no.

– Sí, sí.

– Cada vez que leo mis crónicas, señor Sanz, veo su avisito con la Media Naranja. No es malo. Uno se fija. Llama la atención. Pero hay formas y formas de llamar la atención.

– Así es, claro.

– Vi a un colega redactando que la sangre y la masa encefálica saltó a las paredes.

– Pero eso no es cierto.

– Como no nos dejan ingresar a la pieza, es lógico que mis colegas tengan que recurrir a su imaginación. Usted tiene que entenderlo. Yo mismo no sé lo que voy a escribir esta tarde.

– Ojalá no escribiera demasiado.

– Bueno, siempre hay formas de obviar ciertos temas, usted me entiende. Tampoco es una noticia tan trascendental. No es un atentado, un crimen en el Metro, algo que escandalice a la sociedad. Es decir, y no sé si me estoy dando a entender, si uno llegara a un cierto acuerdo yo podría escribir, no sé, que en un motel al sur de la capital ocurrió un lamentable hecho de sangre y terminar ahí. No sé, estoy pensando en voz alta. ¿Qué opinas tú, Alfonso? ¿Crees que podríamos responder a la gentileza del señor Sanz pasando por alto algunos detalles de mal gusto?

En la radio está sonando Esta noche la paso contigo, cantada por los Ángeles Negros.

– Mañana me iré, aaaa-mor mío… -canta Faúndez.

El Camión acelera y cruza Walker Martínez con luz amarilla. Saúl baja el volumen.

– A ver, cuenta. ¿Cómo tomaste las fotos?

– Después que Salgado dio su pequeña conferencia, volvió a la pieza y abrió las cortinas de la ventana que daba hacia el otro lado. Yo tenía el teleobjetivo listo y agarré a los muertitos. Olvídate cómo le quedó la zorra a esa huevona.

– Como le queda a la Roxana cuando acabo adentro.

Todos se ríen menos Alfonso, que cuenta las invitaciones de cartulina que les pasó el dueño del motel.

– ¿Y qué le hiciste al tira para que te abriera las cortinas? ¿Le chupaste la corneta?

– No sigo tus prácticas, Camión. Salgado y yo hemos ido juntos a la iglesia.

– ¿Qué crees que hacen en los confesionarios?

– Una vez me pidió si podía irme un sábado a San Beca, donde él vive, a tomarle fotos a la primera comunión de su hija. Puta, estuve en su casa hasta como las doce. Me comí como seis lomitos.

– Lo que hacen los contactos, Escalona.

– Hoy por ti, mañana por mí.

El Camión señaliza y agarra la Circunvalación. A ambos lados de la avenida cientos de obreros construyen inmensos malls y supermercados.

– ¿Y, Pendejo? ¿Cuántas invitaciones nos pasó el ahuevonado ése?

– Doce, don Saúl.

– Pásamelas.

Faúndez las toma y separa ocho para él.

– Así me gusta -dice-. Que a uno lo traten con respeto. Total, qué me cuesta no nombrarlo. Mal que mal, están empezando. Veamos, Escalona, toma una para que invites a tu vieja. Camioncito, aquí hay dos, pero no lleves a tus maracas. Trata de subir el nivel. Y ésta, Pendejo, es para vos. Anda a echarte tu cachita como Dios manda. A lo mejor, con esto, esa tal Nadia te lo suelta.

– Gracias, don Saúl.

– De nada, Pendejo. Para eso estoy, ¿no? Para ayudarte y darte el ejemplo.