40268.fb2 Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

Estamos tan orgullosas

Alfonso está tirado en el sofá, a pie pelado, con el control remoto en la mano; en el suelo, envueltos en toalla Nova, dos cuescos de durazno. El Canal 7 emite la última edición de su noticiario. El locutor termina de informar sobre el caso del dedo en la boca del profesor Christián Uribe. Suena el teléfono. Alfonso lo deja sonar un par de veces antes de atender.

– ¿Aló?

– Mijito, lo he estado llamando todo el día. ¿Dónde estaba?

– En el diario, mamá.

– Acaban de dar lo del dedo en la tele. Y vi su artículo. Lo recorté y todo. Estamos tan orgullosas.

– Déjeme bajar el volumen.

Alfonso aprieta el botón del mute y se sienta en posición de loto en el sofá.

– ¿Lo leyó? -le pregunta sin muchas ganas.

– Varias veces. Qué caso más espantoso.

– Pero nadie habla de otra cosa. Golpeamos, ¿se fijó?

– ¿Cómo?

– Que fuimos los únicos que hablamos del dedo. Le gané a la competencia. Eso me va a significar mucho, mamá. Con esta nota suben mis bonos. La próxima vez creo que voy a poder firmar con mi nombre. Con todas sus letras.

– No se olvide de colocar el Ferrer, mi amor. Tenemos ese acuerdo.

– Trataré.

– Y ese jefe suyo. Qué hombre tan horroroso. ¿Cómo lo trata?

– Bien. En el fondo, es divertido. Me cae cada día mejor.

– No me gusta nada que esté metido en ese ambiente. La otra noche soñé que se quedaba ahí. Que se acostumbraba.

– Acostumbrarme, jamás.

– ¿Y ha comido bien?

– Almuerzo en el diario.

– ¿Y qué cenó?

– Duraznos.

– Ay, por Dios, qué le cuesta prepararse algo y…

Alfonso aleja el fono de su oreja y cierra los ojos.

– No me voy a morir de hambre -la interrumpe con algo de violencia-. Sé arreglármelas solo.

– Sin nosotras, mi amor, usted no es nadie.

– Voy a tener que cortarle, mamá.

– Su abuela le manda cariños.

– Igualmente -dice sin mucha convicción mientras se levanta hacia la ventana.

– Tu hermana se compró un auto.

– ¿Qué? ¿Cuándo?

– El sábado. Es un Renault, pero no una Renoleta. Cuatro puertas. Azul. Yo no entiendo mucho de autos, pero se ve fino. Nuevecito. Los asientos estaban cubiertos de plástico.

– ¿Tanto gana?

– Ahorra.

– Sí, pero igual. Me sorprende.

– Ay, Alfonsito, si la pobre no hace nada. Puede ahorrar. Yo estoy feliz. Así podemos dar paseos. O ir a Santiago a visitarlo.

– Casi nunca estoy.

– Ya que a la pobre no la invitan, quizás con esto salga más. Dios lo quiera. Es tan responsable la Ginita.

– Todos lo somos, mamá.

– Y cuénteme, qué es de esa Nadia. ¿Todavía la ve?

– Sí.

– He leído sus notas. Firma a cada rato. Más que usted.

– Parece que se va a ir a Viña -dice Alfonso en forma seca-. Va a pasar la mitad del verano allá. Cubriendo el Festival.

– Mejor que esté lejos de usted. Quedo más tranquila. No quiero ser abuela. ¿Va mucho para allá?

– Nunca. Además, estamos medio enojados.

– ¿Pero qué pasó?

– No, nada.

– Dígame.

– No.

– Alfonso…

– Que me rayó mi crónica con tinta roja.

– ¿Cómo?

– Que marcó mis errores. Como si fuera mi profesora. Según ella, lo hizo para ayudarme, pero me molestó porque esto de la escritura es subjetivo, no sé si me entiende. Además, ya me lo había corregido mi editor.

– Me alegro, Alfonso. Qué quiere que le diga. A ver si por fin se le abren los ojos. Esa niñita le tiene envidia. No quiere dejarlo crecer porque sabe que usted, mi amor, va a llegar muy lejos.

– Mamá, es tarde. Me tengo que levantar temprano.

– Su abuela vuelve a Santiago los últimos días de enero, así no va a estar tan solito.

– No estoy tan solito.

– Claro que se va a quedar solamente unos días porque después se va a las Termas del Flaco con sus amigas de San Fernando.

– Cuánto me alegro -dice Alfonso tirándose de nuevo al sofá.

– Y su tía Esperanza se va a quedar hasta mediados de febrero en Concepción. A lo mejor después se va unos días a Arauco con la Ivonne. Las clases en el Liceo no parten hasta la primera semana de marzo.

– No me diga.

– ¿Y usted no se va a dar una vuelta por acá? ¿Un fin de semana?

– Tengo turno. A lo mejor más adelante. Realmente tengo sueño, mamá.

– Cuando esté la Nadia acá, le apuesto.

– En serio, tengo que cortarle.

– Pucha, uno los cría y así la tratan.

– Buenos noches, mamá. Que descanse.

– Adiós, mi amor. Y llámeme, pues. No sea ingrato.

Alfonso cuelga el fono con fuerza. Va al refrigerador, coge un yogur y regresa al sofá. Con el control remoto sube el volumen.