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El reloj marca las doce y el cañonazo del cerro Santa Lucía remueve los cimientos de los edificios cercanos. Una bandada de palomas asustadas roza el parabrisas de la camioneta que avanza por Victoria Subercaseaux rumbo al paso bajo nivel.
– Ya se nos fue la mañana -reclama Faúndez-. La Pesca nos está quitando demasiado tiempo. Mucha burocracia y poca calle.
– Pero las fotos salen buenas, Jefe -señala Escalona.
– En mis días uno se las arreglaba solo. No debía favores. Un hombre con deudas es lo mismo que un hombre asustado. Termina trabajando para otros.
La camioneta se interna por las rectas y angostas calles del cuadriculado de Santiago sur. Radio Sensación toca temas de la Nueva Ola. La gangosa voz de Buddy Richard interpreta No voy a llorar.
– Hay dos cosas que un hombre no debe tolerar: ser amenazado y amenazar. Quiero que te grabes eso, Pendejo.
Los cuatro se quedan en silencio y absorben los lamentos de Lucho Barrios. Las casas de fachada continua son todas iguales: chatas, polvorientas, dejadas de la mano de Dios.
– Yo por hoy llego hasta aquí, Pendejo -dice Faúndez después de un largo rato-, necesito un poco de libertad. Tú sigue a la mueblería y entrevista a los testigos. Que elucubren por qué el karateka lo mató. Yo tengo que cumplir una diligencia.
– ¿Algún problema, Jefe?
– Que estoy más caliente que una tetera, ¿te parece poco? Si no me echo un polvo luego, me voy a tener que meter a un baño a corrérmela.
Faúndez abre la guantera y revisa una serie de fotos en blanco y negro. Todas de varones muertos. Cada una tiene un clip adjunto que sujeta en su lugar el recorte de prensa correspondiente al caso. Detrás de cada foto, en letra roja, está escrita la dirección de la viuda.
– ¿Dónde estamos, Camioncito?
– Copiapó al llegar a Nataniel.
– Veamos. La más cerca sería… Espérame un poquito… Ah, perfecto, doña Yolanda Regular viuda de Prieto, el contador que fue arrollado por una lancha.
– El de la calle Curicó -recuerda Alfonso.
– Exacto -replica Faúndez-. Puta el jetón con mala cueva. Que una lancha vuele desde un camión y te agarre por la espalda es como mucho.
– Es que la media velocidad con que frenó, también -agrega el Camión.
– Esta mina vive por la calle Chiloé.
– ¿Por el gimnasio de la Federación de Box?
– Más allá, pero por la misma calle. Anda a dejarme primero.
– Vale -contesta el Camión.
– ¿Como a qué hora lo paso a buscar?
– Cuando terminen y partan al diario. Si es cosa de meterlo y sacarlo. Con eso me basta.
Alfonso y Escalona se miran e intentan reprimir la risa.
– Alfonso.
– ¿Sí?
– Tú me entiendes, ¿no? Son necesidades biológicas. ¿Puedo confiar en ti?
– Yo me hago cargo. No hay problema.
– Entonces te vas a la mueblería y después a eso del baleo en La Legua. Si lo haces bien, puedes firmar con todas tus letras.
– ¿El segundo apellido también?
– Puta, huevón, si la mina me lo suelta puedes agregar hasta el número de tu carnet.