40268.fb2 Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 49

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La Plaza Bogotá

– La gran diferencia entre los diarios blancos y los amarillos, Pendejo, es que nosotros podemos publicar lo que queremos, porque nadie importante nos lee -le dice Faúndez.

Alfonso lo mira a través del espejo retrovisor. Faúndez no está afeitado y la sombra que le cubre las mejillas le da un toque siniestro.

– Incluso un condoro como el que te mandaste el otro día puede pasar inadvertido, porque la información no llega donde más duele. No sé si me entiendes. Tildar de drogadicto a un cuico en El Clamor tiene el mismo peso que tacharlo de mal vestido en El Universo. Les puede molestar un poco, pero pasa. Lo superan. Lo que a estos sacos de huevas les interesa es que los amigos no se enteren de lo que les pasó. Que el domingo en misa no los queden mirando.

– Bien dicho, Jefe -comenta Escalona.

– Es la pura y santa verdad. Ahora, Camión, quiero que te desvíes hacia mi casa. No voy a andar con esta lámpara todo el día.

– Vale.

Sanhueza hace virar la camioneta. La cordillera se ve despejada y seca. El aire está quieto como un gobelino.

– Bonita la lámpara -le dice Alfonso.

– Pero puta que me costó que me la rebajara. Tozudo el culeado. Mi mujer va a quedar feliz.

– ¿Colecciona antigüedades, don Saúl?

– ¿Te estás refiriendo a mí?

Alfonso se pone serio, compungido. Los otros tres se largan a reír.

– Cachurera la gorda. Como todas las viejas.

La Plaza Bogotá es lo que sobra de la intersección de cuatro calles de esa parte del sur de Santiago que aún no es San Miguel. La plaza, entonces, se arma gracias a que Lira y Sierra Bella, que son paralelas y corren de norte a sur, cortan en ángulos de noventa grados las calles Sargento Aldea y Nuble.

Faúndez vive en la calle Lira, en el lado oriente de la plaza, en una típica casa chilena, con zaguán y patio interior, que da a la calle y se une a las otras en una fachada continua y homogénea. La plaza es más rectangular que cuadrada y tiene pasto y árboles en todos sus costados, menos al medio, donde se alza una pérgola y hay una suerte de piscina vacía donde chicos con patinetas hacen malabarismos. También posee una serie de juegos infantiles que son la delicia de los niños del barrio.

La camioneta sube por Ñuble y se detiene delante del antiguo e imponente cine América, que ahora funciona como taller mecánico. Debajo de la marquesina, a la sombra, un grupo de vagabundos duerme siesta junto a unos perros huachos.

Frente a cada esquina de la plaza hay una fuente de soda, como la Gardel y El Triunfo. La plaza está llena de niños y la música de un organillero suena detrás de un quiosco que vende papas fritas y churros.

– Esto es como Quilpué -opina Alfonso antes de que el Camión estacione frente a una casa pintada de blanco-. Tranquilo como un pueblo.

– De noche, huevón, esto es el Bronx. El epicentro de la droga y el hueveo. Esas botillerías están cerradas porque abren toda la noche.

En la vereda, una mujer maciza, seria, de anteojos, con un delantal oscuro y el pelo teñido de azabache arreglado en un moño, barre la vereda mojada. Está a pie pelado. Sus piernas están mal depiladas y son anchas como jamones serranos colgando al sol.

– ¿Y este milagro? -le pregunta a Faúndez sin dejar de barrer el polvo húmedo.

– Encontré esta lindura, Berta -dice él sin bajarse-. Pensé que te podría gustar.

La mujer mira la lámpara y parece no reaccionar. Después le pregunta:

– ¿No tenemos demasiadas, ya? Con lo cara que nos está saliendo la cuenta de la luz.

– Tengo que arreglarla primero, mujer.

Faúndez abre la puerta y se baja. No se besan. La mujer no acusa recibo de los otros ocupantes de la camioneta. Ambos entran a la casa. La escoba queda apoyada en la pared.

– Puta, mejor solo que mal acompañado -sentencia el Camión-. Y la huevona ni siquiera es rica.

– ¿Y el hijo? -pregunta Alfonso.

– El Nelson -responde Sanhueza.

– A ése casi nunca lo dejan salir de día. Lo tienen guardado en el patio del fondo. A veces lo dejan jugar de noche en la plaza. Así asusta menos a los niños.

– Sí, puh, los monstruos siempre han salido de noche.