40268.fb2 Tinta roja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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Lazos profundos

Alfonso abre la puerta del departamento 903 y es como si ingresara a un horno lleno de galletas quemadas. Las ventanas que dan al centro de la ciudad, a la Alameda fraccionada por luces blancas y rojas, están abiertas de par en par. El sol de la tarde ha caldeado el departamento y se nota. Basta tocar las paredes para sentir el calor acumulado.

Alrededor de la mesa del comedor, tomando onces-comida, están su abuela, su tía Esperanza y una vecina solterona del piso ocho, de nombre Margot pero que responde al apelativo de «Flaca». Las tres lo saludan sin mirarlo y continúan atentas al televisor. Alfonso reconoce a los acartonados actores y se da cuenta de que es Lazos profundos, la telenovela del semestre, claro que el horario estelar no coincide.

– ¿No se supone que terminaba ayer? Lo leí en El Clamor.

– Están repitiendo el último capítulo, amor -le dice la Flaca.

– ¿Y no lo vieron?

– Pero queremos verlo de nuevo. ¿Comiste?

Alfonso observa la mesa cubierta por un mantel de hule con patitos amarillos estampados. Efectivamente, hay galletas pero son de ésas compradas a granel. También hay lonjas de un jamón que parece plástico laminado y un pote de margarina, una caja de leche larga-vida, hallullas tostadas y una tetera protegida por una suerte de abrigo a crochet que su abuela cambia periódicamente. Alfonso corta un trozo de queso gouda y mira el televisor.

– ¿Se casan?

– Sí, pero María Laura se suicida lanzándose al mar.

– ¿Lo muestran?

– Se ve de lejos -le contesta la Flaca -. Lo filmaron en Las Torpederas. Se nota a la legua que es un muñeco.

Alfonso mira una larga escena en que una pareja comparte dos cafés y un montón de recuerdos implantados. Arriba del sofá hay tres gaviotas enchapadas en oro falso que vuelan rumbo a la ventana. Sobre la mesa del teléfono, una reproducción de La última cena que la Flaca les trajo de Europa. Más allá, en un marco de bronce, el título de odontóloga de su prima Ivonne.

Su tía Esperanza se ha puesto hawayanas de goma; tiene las uñas de los pies color naranja y no se ha depilado en meses. Su abuela anda con un delantal a cuadritos celestes que es exactamente igual al de la mujer que va a ayudar a hacer el aseo los martes y los viernes.

– Te llamó la Nadiacita, Alfonso -le dice su abuela sin despegar los ojos de la pantalla-. Dijo que la llamaras después de Lazos profundos.

– Ya.

– ¿Así que les fue regio?

– Mejor imposible.

– Si sé, me lo contó todo. Es tan dije la Nadiacita.

– Muy dije.

– ¿Me vas a traer el diario todos los días?

– Si me lo dan, sí.

– La Nadia me dijo que le daban varios. Era cosa de tomar los que uno necesita.

– Me podrías traer uno a mí.

– Pensé que leías La Lucha, Flaca.

– Pero te quiero leer a ti. Vamos a recortar todas tus notas y se las vamos a mandar a tu pobre madre.

– El Clamor llega todos los días a Viña, Flaca.

– Entonces las guardamos para nosotras. Capaz que algún día seas famoso.

– Si a este niño le va a ir muy bien. Desde chico lo supimos. Por suerte no heredó nada de su padre.

– Excepto el apellido -comenta la tía Esperanza-. ¿Vas a firmar con tus dos apellidos, Alfonso?

– Dudo que me publiquen algo. Menos firmar.

– Si firmas, firma Fernández Ferrer. Por nosotras.

– Por tu pobre madre que tanto se ha sacrificado.

– Ferrer Fernández suena mejor -opina la abuela-. Para qué vas a publicitar al desgraciado de tu padre.

– Ferrer Fernández, me gusta. Como Fitzgerald Kennedy -agrega la Flaca.

Alfonso va hacia su pieza, donde su cama de una plaza apenas deja espacio para una mesa-escritorio, un afiche enmarcado de Hemingway en Key West y unas repisas mal atornilladas atestadas de libros usados, revistas La Bicicleta y los tomos rojos de la Enciclopedia Salvat.

No enciende la luz. Su ventana da al suroriente y la vista de noche es impresionante. El Estadio Nacional, curiosamente, está encendido y las luces que lo alumbran expelen humo. En la torre del lado, la imagen de Lazos profundos se repite de piso en piso.