40279.fb2 Todo el amor y casi toda la muerte - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 25

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Ahí acaba el libro de Gabriel, que es también el libro de Eloy.

Clara, al terminar la lectura, lo ha girado a un lado y a otro esperando encontrar más texto, pero ése es el final.

Se ha demorado tanto en cada página, en cada párrafo, que la noche ha transcurrido y concluido, y ahora la luz del amanecer se cuela por los postigos entreabiertos.

Un canturreo leve se acerca desde alguna parte y Emilia aparece de pronto por la puerta, trayendo la misma bandeja, esta vez con café y pan y aceite. La coloca sobre la mesa y luego, reparando en el reloj detenido, mira cariñosamente a Clara:

– Curioso, Eloy también paró el reloj para leer. ¿Te importa que lo ponga en marcha?

Clara concede con un gesto y otra sonrisa. En efecto, no importa. El hilo imaginario que había logrado atravesar la muerte hasta Eloy era eso, imaginario.

– Esto es todo… -afirma Clara más que pregunta, claramente perturbada ya por un miedo que tiene nombre y apellidos. Emilia, por toda respuesta, abre las manos en señal de resignación-. Esperaba algo más. ¿Mi hijo hizo algún comentario a leerlo?

– Se puso muy contento, muy excitado -dice la estanquera mientras llena dos tazas de café.

– Contento… -vuelve a susurrar, desvalida, Clara.

– Decía que esto era una prueba de que era verdad lo que vio bajo el mar.

Clara respinga y se estira sobre la silla como sacudida por un choque eléctrico. Su miedo, ahora, tiene además rostro. Eloy no sólo estaba seguro de haber visto a un hombre sentado en el fondo el mar. Además daba credibilidad al demencial relato de Gabriel Ortueño Gil. Si su hijo defendía la existencia de la muchacha submarina, ¿no es ello una prueba incontestable de que había recaído en el delirio de la droga, de que rondaba la frontera de la locura justo antes de morir, y tal vez conducía en ese estado cuando se mató? Se tomaba en serio la demencial historia de Gabriel, se repite Clara, desolada. ¿Necesito más pruebas de que el horror había vuelto? Sin embargo, estaba la euforia, tan sincera, de la carta. Estaba, y sigue estando, su intuición de madre. Y estaban, y seguirán estando siempre, las últimas palabras de Eloy, memorizadas y exprimidas por Clara como si contuvieran la fórmula mágica del antídoto contra su futuro de pena sin retorno… «Contigo sé que lograré demostrarlo, y por eso te lo pido: cree en mí. Ayúdame». Rememorándolas, calla sin saber muy bien qué decir, mientras la estanquera, con ese halo misterioso que parece conceder a su mirada la capacidad de saber lo que piensan los otros, la observa expectante mientras, una vez más, la mente angustiada repite la pregunta obsesiva:

¿Eloy me mintió y había vuelto a caer o me dijo la verdad y estaba ilusionado con su proyecto de vida?

– Es mentira que se pueda vivir sin la verdad -pronuncia entonces Clara con solemnidad de sentencia. Emilia no dice nada, sólo espera. Sabe que va a continuar-. Esa frase se me quedó desde mis tiempos de estudiante, solía repetirla en la facultad un profesor de estadística que teníamos. La decía como introducción a su asignatura, pero yo, desde que la escuché aquella primera vez, la entendí como una clave para vivir. ¿Contaste a Eloy más cosas?

– Una más. Le conté mi encuentro con Tomás Montaña, hace muchísimos años.

– Te escucho.

– Pero no se lo conté aquí. Fuimos hasta el sitio donde tuvo lugar el encuentro.

– ¿Te importa que lo repitamos?

– No, me parece natural que lo pidas.

– ¿Está muy lejos? Antes me gustaría pasar por el hotel, debo recoger algo.

– Será mejor que pidamos un taxi, por mis piernas.

– De acuerdo. -Clara saca el móvil y pulsa el número de los taxistas de Padrós que previsoramente anotó nada más llegar-. ¿Dónde le digo que vamos?

– Al acantilado.