40297.fb2 Tratado De Culinaria Para Mujeres Tristes - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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No es fácil el consejo cuando de alcohol se trata. Por completo he desistido de intentar decir algo a los varones; ellos creen saber, siempre, lo que más les conviene y no admiten apuntes de ninguna especie. Son borrachos impúdicos o impúdicos abstemios, cuál de las dos especies más nefasta.

La mujer triste, a veces, quiere buscar en el alcohol consuelo. La comprendo: hay a veces después de los espíritus una euforia ligera que aligera las penas. Pero si eres prudente seguirás algún método; no has de ceder al licor el timón que te maneje. Que no te dé el impulso de entregarle el gobernalle a tan poco prudente consejero.

El sabio y alquimista Paracelso, dijo que el alcohol era la esencia o el espíritu del vino. Pero notó que esta alma de la bebida de Cristo, adquiría colores diferentes, como las almas de todos los hombres, según parece, antes del purgatorio. Aprende, pues, antes que nada, a mirar los colores. Discrirnina. Hay aguardientes blancos tan puros como el agua cristalina. En esta su confusa condición revelan su alma: líquido traicionero el que sin serlo se parece al agua. Evita pues bebidas cristalinas. De éstas beberás, una copa, solamente en dos casos: si más frío que el hielo no se hiela, o si es de una textura tan espesa que fácil se distinga del primer elemento.

No es el whisky bebida que mucho te aconseje. Sus mezclas amarillas no convienen al pecho en la aflicción. Sin embargo, siendo de single malt, y de aguas escocesas o de Irlanda, puedes tomarte un par de decilitros. Pero iio en cualquier caso: hazlo tan solo cuando te veas en la obligación de mentir con impudicia; el whisky cia una cara tan dura que facilita la mentira. Más seria que un tramposo, parecerás de yeso y todos te creerán.

La fruta irreemplazable para el alcohol benigno es esa que en la misa llaman fruto de la vid y del trabajo, la bebida litúrgica. Aprende a distinguir sus derivados.

El vino blanco no es de tal color, eso lo sabes bien. Hallarás entre ellos los tonos verdecinos, los pajizos, los tenues amarillos, los que tienen un toque naranja casi imperceptible. Pruébalos, intenta conocerlos y conocerte en ellos. Siente y ausculta al día siguiente, en tu cabeza, los rastros de su paso por tu cuerpo. Hallarás el color que mejor te convenga. Cada caso es distinto, no hay

receta que sirva a todos los pacientes.

También el vino tinto tiene tonos variados. Los hay oscuros noche, oscuros sangre, oscuros de violento violeta arrebatado. Los hay más claros como moras disueltas, los hay rosados de distintos aspectos. Es trago muy seguro, salvo que la tiamina te produzca irritación o pesantez en la boca del estómago. Si alguna vez se inventa una bebida de amor, será con vino tinto.

Champaña, brandy, cognac, aguardiente de vino… Todos tienen su día señalado.

El ron de caña de nuestras Antillas es bebida calentadora y de buen gusto. Lo hay blanco, que es asaz aromático y, corno ya sabemos, no lo has de beber solo, sino mezclado con algún zumo dulce o incluso con alguna de esas bebidas de artificio que embotellan por millones. El añejo y de color ambarino es estupendo para tomarlo solo, incluso como brandy. No creas que por ser de nuestras tierras y tener bajo precio es de poca categoría. Fíjate, no lo hicieron los británicos en sus batmosas islas únicamente porque allí no se ha dado la caña, que de lo contrario… Pero inventaron su nombre y sus propiedades para entregarlo como consuelo a sus

Piratas. El whisky lo inventaron porque no pudieron hacer nada mejor; el ron de sus colonias lo usaron para conquistar el mundo con sus barcos. Con hielo y gotas de limón, el ron descubre sus mejores atributos, pero corno con todos los licores de alto grado, tómalo con cautela, sin pasar de tres vasos cada vez.

Muy sana es la cerveza, y expulsa por la boca su propia flatulencia, Espuma has de sacarle sin que supere el borde de tu jarro. Las hay rubias, morenas, rojizas y negrizas: de los mismos colores que las razas humanas con climas invertidos. Más convienen las rubias en el trópico y las oscuras en las tierras boreales. La cerveza, además, mantiene en ejercicio la vejiga: cuida de no pasarte.

Muchos inventos hay que elevan sus efluvios a la testa. Poco puedo decirte: mira el color, lo espeso, lo dulce o seco del producto. Ningún alcohol te tragues con la avidez del agua que puede permitirse a los camellos sitibundos al final del Sahara; prueba, aguarda, sopesa: encuentra tu camino y tu medida. Domínalo y domínate, sigue mandando sobre tu propio cuerpo. Si la euforia se lleva la conciencia de tus actos, si no puedes parar cuando algo te lo indica desde adentro, no te aficiones mucho: hazlo una vez al año.

La mujer grávida anda llena de antojos, y excelente cosa es hacer cuanto en tu mano esté para satisfacerlos. La embarazada halla también definidas y pertinaces repugnancias que si no desaparecen al tercer mes después del parto, luego ya durarán para toda la vida.

Cuando un antojo no se puede satisfacer -pues a veces los caprichos no coinciden con estaciones, tiempos y cosechas- se puede preparar un sustituto universal que no reemplaza el antojo, pero atenúa el ardor por comerlo ahora mismo. Consiste en lo siguiente:

No ha de decirse a la grávida lo que está comiendo. Ella no quiere cocinar; no quiere ver carne cruda (la cocida se la evoca), ni colores fuertes, ni olores picantes, ni aromas seductores. Haz, entonces, lo siguiente, en

Pon a hervir un litro de agua. Déjalo enfriar. Congélalo. Dale a la grávida el hielo: es lo único que nunca le repugna; es lo único que hace que olvide sus antojos por un rato.

Si después del hielo el antojo persiste y no es posible satisfacerlo, chamanes hay que recomiendan (aunque yo desconfío de sus sugerencias) que la mujer se pasee desnuda por la casa, muy despacio, cantando una canción que se sepa desde niña, cubriéndose el pecho con el brazo derecho y el vientre con el izquierdo.

Muchas veces hice probar esta receta a las embarazadas sin obtener satisfacción alguna para sus antojos. Si la repito es porque siempre es bueno, de vez en cuando, dar un paseo desnudas por la casa, incluso sin taparse pecho y vientre. Como también es bueno, embarazadas o no, desnudarse en la parte de la casa que equivalga al ombligo, y sentarse allí, a esperar nada, a pasar diez minutos sentadas en el suelo.

En los días de regla no es conveniente que varíes tus hábitos. Precepto antiguo es que la superstición trae muy mala suerte. No hagas, pues, caso alguno a las falsas consejas de comadres maléficas que prohíben los baños de inmersión, el coito, el ejercicio, los merengues… Para salir de dudas bate claras de huevo; ya verás que te suben como en los días sin sangre. Que tu vida no cambie: corre, salta, retoza, cose, cuece. Para el eólico nada como el acto sexual, puesto que distensiona. Mas no obligues al hombre y hazlo siempre y cuando ni a ti ni a tu pareja le repugne (y a muchos, sábelo, no les repugna nada). El menstruo no es motivo de vergüenza, no es bueno ni malo, no es impuro ni purificador: es sangre.

Si no te gusta el color de tu cara en la mañana, no te quedes quieta, haz algo, actúa. Si demasiado rubicundo, hazte una sangría larga. Si pálido, come alimentos verdes. Si amarillo, toma comida blanca. Sólo si tu color es normal tomarás comida roja. Nadie como tú conoce su propia tez: no consultes quirurgos ni barberos ni doctores al respecto. Te dejarán morir antes de tiempo.

Convéncete, te ruego, no hay afrodisíacos. No busques el deseo por medios de la gula o (le la magia. Algunos ignorantes han soltado el embuste de frutos de pasión. Patraña es ésta que tiene origen claro y mueve a risa. Fruto de la pasión o pasiflora llamaron los botánicos a algunas plantas rastreras que se enredan y trepan. Su flor se suponía que mostraba los estigmas de la pasión de Cristo: la lanza, el cáliz, la corona, los clavos… De la de Cristo, piensa, que poco o nada tiene que ver con la pasión que buscan los consumidores de afrodisíacos, no ansiosos de martirio sino de desenfreno. Créeme, la pasión viene sola o no viene. Si no llega espontánea no la fuerces con pócimas. O surge sin esfuerzo o no valía la pena.

No es cierto, sin embargo, que no se pueda hacer con la comida nada que favorezca los placeres del tálamo. Hay algo. Excitar los sentidos, todos los sentidos, es útil para hacerlos participar -una vez avivados- en el rito del abrazo. Se sabe que después del deseo sexual otra apetencia domina de segunda nuestra urgencia, y es el deseo de saciar el hambre. Para desatar el apetito sexual nada mejor que apagar antes las ganas de comer.

Aviva todos les sentidos: la vista, con partes estratégicas tapadas y descubiertas de tu cuerpo; con una combinación armoniosa de colores en el plato. Para el tacto deja que la piel roce la piel y que los dedos partan la corteza del pan. El olfato: no ocultes del todo tus olores naturales ni los disimules demasiado con desodorantes; más bien prepara la nariz del otro con olores deleitosos de comida que anuncien ya los sabrosos olores de tu carne. El oído con música rítmica y palabras escogidas.

Y para el gusto prepara esta receta:

Pelas trece langostinos grandes y pones a hervir las cáscaras en un buen caldo con cebollas y apios y un trozo de pescado. Fríes cebolla y ajo en aceite y mantequilla; luego le echas el caldo reducido a esta mezcla; lo adensas con una cucharada de harina de trigo; le das mejor sabor con una copa de brandy. Añades allí los langostinos enteros y dejas sólo que su color pase a un naranja intenso. Aparte cueces en agua con sal doscientos gramos de pasta corta. Al momento de mezclar la pasta con la salsa, añades pimienta y crema de leche. Este plato avivará sus sentidos hasta el colmo. Si lo acompañas con una botella de champaña seca, el resultado casi, casi es infalible.

Hay días en que el pretencioso que convive contigo amanece con la ventolera de invitar a sus jefes, a sus amigos importantes, al grupo en pleno de sus compañeros de trabajo, a comer por tu cuenta. Y compra mucho vino de distintas clases, quesos de fuerte olor, latas carísimas, frutas que jamás se han visto en tus listas del mercado. Está tenso, además, y una y otra vez, mirándote a los ojos, pide que la comida de esa noche esté perfecta. El mantel de lino bien planchado, impecables los pliegues de las servilletas, copas de cristal, de vino y agua, para todos (ninguna despicada), los cubiertos de plata de la abuela lustrosos como espejos… Y claro, tú ya sospechas que con tantos preparativos, consejos, advertencias, amenazas, algo ha de salir mal, irremediablemente.

Así será, convéncete. Tal vez la receta de chuletas te salga como nunca, y las doradas carnes tengan la consistencia precisa, y la salsa textura inmejorable: al llevarla a la mesa se caerá la fuente frente a los invitados, y los charcos de salsa salpicarán sus zapatos lustrosos, y los trozos de vidrio se clavarán como cuchillos en la carne cocinada.

O él, por ayudar, echará en el potaje la cantidad de sal que dice la receta; sólo que tú ya la habías echado. La culpa será tuya, por Supuesto. O tu hija coitará el jamón como siempre lo ha cortado, sin saber que esta vez necesitabas algo muy distinto para envolver los cubitos de melón. O tu suegra, también por ayudar, hará un postre tan dulce que las mismas abejas, si lo probaran, se sentirían hostigadas.

Algo te saldrá mal, inevitablemente, y ese marido odioso, pobre víctima y presa de sus temores y fantasmas, te mirará con ojos inyectados haciéndote sentir inútil, inepta, despreciable. La solución es única: cuando a ese pretencioso que convive contigo le dé esa ventolera, dile que sí, que claro, pero que cocine él mismo o contrate por fuera un maestro cocinero, Si cedes y te sacrificas, no serás otra cosa que la sacrificada.

Sana costumbre es que le saques la lengua a tu imagen del espejo. Por un lado hace falta, diariamente, reírse un rato de sí misma; y además aprovechas para echar un vistazo a su color y consistencia. La lengua es gran depositaria de secretos, como órgano interno que tenemos afuera. ¿Cómo leer los signos de tu lengua? Ah, este alfabeto es oscuro puesto que cada lengua tiene el propio. Conocerse a sí misma no es otra cosa que conocer la propia lengua: mírala, indaga en sus montículos y senos, piensa qué harás en este hoy con ella. No seas lengüilarga. Antes del chisme, la mentira, la infidencia, muérdetela tres veces: después, si quieres, suéltala,

Esa tendencia a traicionar, a mentir y a ser perfecta mente franca. A esconderte o a mostrarte mucho. Ese cuidado de cuidarte tanto para acabar narrando tu historia, tu verdad con pelos y señales a un desconocido.

Esas ganas de huir, de salir corriendo cuando alguien muestra que empieza a conocerte, aunque no te reveles. Ese vértigo de quedarte. Esa indomable sed de alguien y de no estar con nadie. De envolver las caricias en palabras. Esas ganas de cambiar sin renunciar a nada. Esa hambre de imposibles. ¿Cómo pensar en esta confusión contradictoria? Es verdad y mentira, está bien y está mal y no hay salida.

Nada que hacer. Tómate un vaso de agua.

Usa la modestia como una coraza para protegerse. Finge que no sabe lo que mejor sabe. Entre una vanidad con fundamento y una modestia falsa elige la segunda. Hablo del azúcar.

La sal es lo contrario: hace creer que sabe hasta lo no sabe. Su modo de protegerse es la arrogancia. Es vana sin motivo e incapaz de ser modesta.

Conoce a fondo la sal y el azúcar, así sabrás usarlas. La una es muy concreta, la otra demasiado abstracta. Si usas mucho la una, te hace falta la otra, y ambas te hacen vivir en perpetua nostalgia. No hay mejor método que el camino trillado: sal al principio, azúcar al final.

Lo salado, además, sirve para dejarnos satisfechos. Lo dulce en cambio, no es para llenar, sino que es un estímulo para la fantasía. Bien lo dijo el sabido Savinio:

“En el orden de las comidas el dulce ocupa el lugar del vicio, o mejor aún, de un pecado que no estaría mal llamar dulcísimo. No es sin un motivo preciso que el dulce se sirve al final del yantar. Los dulces no los aceptamos sino cuando ya hemos saciado el hambre, apagado la necesidad. El dulce hace olvidar lo que tiene de necesario y por lo tanto de lúgubre y de mortal la operación de nutrirse; nos reconcilia con la parte divina de la vida y hace renacer en nosotros la risa, Castigo gravísimo es dejar a un niño sin postre pues es como quitarle el goce y el consuelo.”

El muy sapiente Artemidoro, mi maestro en sueños, sentenció que no hay fortuna más extraordinaria que la de soñar que se devora carne humana, siempre que no se trate de pariente o persona conocida. Comer carne de hombre en el sueño es excelente auspicio; quiere decir, según el sabio, que uno se adueña de las cualidades de los otros, que empleará en adelante sus virtudes.

El sueño y la comida van unidos. O se sueña con comida o la comida nos provoca pesadillas o nos induce sueños deleitosos.

Si deseas soñar con el que amas cuando se encuentra lejos (o aun si está a tu lado, pues soñar con él es siempre placentero), brebajes hay que semejante fin prometen. Pero son ilusiones chapuceras y de cada diez veces que los tomes, si tienes suerte, una o dos soñarás con el que quieres.

Pero hay una manera de cocer la sopa de cebolla que engendra siempre buenos pensamientos y sueños placenteros. Has de probarla con una condición: es de rigor beberla mientras llueve y siempre que el termómetro baje de los diez grados.

Harás primero una bechamel de las corrientes. Cortarás luego cebollas cabezonas (dos por persona) en rodajas finas y las pondrás a freír en mantequilla. Cuando estén quebrantadas y su color alcance un muy tenue amarillo por encima del blanco, añadirás medio vaso de vino blanco seco y en cuanto el alcohol se haya evaporado, tres tazas de caldo fuerte. Deja hervir seis minutos y pon la bechamel. En los platos hondos de la sopa, ralla un poco de queso de ese con agujeros, amarillo, y riega un dedo de buen brandy. Tómala calientísima y esa misma noche concéntrate en tus sueños.

Pon bloc y lapicero en tu mesita de noche, pues lo que has de soñar será digno de apuntarse antes de que lo olvides. No consultes intérpretes de sueños, que te confundirán, sólo tú entiendes, si acaso, lo que tienes dentro.

No exageres los modales en la mesa. Come con naturalidad y con los dedos, con los palitos chinos, con nuestros cuchillos y cucharas y tenedores. Llévate a los labios la taza, sin ruidos y sin dudas y sin lamer el borde. ¿Precauciones? Muy pocas daba el rey Alfonso X para los hijos de los reyes. No veo por qué tú, que no eres hija de reyes (supongo) debe tener más cuidados que los hijos de Alfonso, a quienes les bastaban las siguientes reglas:

“Sabios hobo que fablaron de como deben fazer aprender a comer et a beber los fijos de los reyes; et dixieron que les deben facer comer, non metiendo en la boca otro bocado fasta que hobiesen comido el primero, porque podría ende venir tan grand daño, que se afogaríen a su hora. Et non les deben consentir que tomen el bocado con todos los cinco dedos de la mano, porque no los fagan grandes; et otrosí que non coman feamente con toda la boca, mas con la una parte; ca se mostrarían en ello por glotones, que es manera de bestias más que de homes; el de ligero non se podría guardar el que lo ficiese que non saliese de fuera de aquello que comiese, si quisiese fablar. Et otrosí dixieron que los deben acostumbrar a comer de vagar et non apriesa, por que quien dotra guisa lo usa, no puede bien mascar lo que come, et por ende non se puede bien moler, et por fuerza se ha de dañar et tornarse en malos humores, de que vienen las enfermedades. Et debenles facer lavar las manos ante de comer, porque sean limpios de las cosas que ante habien tañido, porque la vianda cuanto más limpiamente es comida, tan mejor sabe, et tanta mayor pro face; et despues de comer gelas deben facer lavar, por que las lleven limpias. Et limpiarlas deben en las tobaias et non a otra cosa, por que sean limpios et apuestos ca non las deben alimpiar en los vestidos así como facen algunas gentes que non saben de limpiedat nin de apostura, Et aun dixieron que non deben mucho fablar mientra que comieren, et non deben cantar, porque non es lugar conveniente para ello. Otrosí dixieron que non los dexasen mucho baxar sobre la escudilla mientre que comiesen, lo uno porque es grand desapostura, lo al porque semejaría que lo quieren todo para sí el que lo ficiese, et que otro non tuviese parte en ello”.

Más modales que los anteriores principescos son remilgos y exageraciones.

Hay pesadumbres que hunden, sin remedio, en el más hondo desconsuelo. Y el pesar es tan completo que tú misma te asombras de sufrir tanto y poder soportarlo. Sólo con él podrías aguantar tanta desdicha, pero es él quien se ha ido.

¿Ha muerto quien amabas y puedes resistirlo? ¿Ha muerto el que te hacía soñar y sonreír, y sin embargo aguantas? Antes, cuando él estaba, la vida era otra cosa, tú eras otra. Ahora sientes que has perdido lo que te hacía palpitar, sin darte cuenta, alegre.