40313.fb2 Triste, solitario y final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 18

Triste, solitario y final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 18

– ¡No es cierto! -dijo el flaco-; usted nos dio dos grandes para que despachemos a la chica. Somos gente seria. Al detective lo limpiamos gratis si quiere.

– Si, quiero.

– ¿Y al Don Juan? -señalo al rubio que ya estaba vestido.

– Hagan lo que quieran.

– Eso es mucho. Deje un retrato de Madison y arreglaremos todo.

Frers abrió la cartera y sacó un cheque.

– Le cobran muy caro -acotó Marlowe-, es un trabajo fácil y cualquiera puede hacerlo por dos mil.

– ¡No se meta! -gritó el flaco mientras golpeaba en el cuello a Marlowe con el caño de la pistola. Luego miró a Frers y dijo amablemente-: No se aceptan cheques, señor.

– No tengo efectivo.

– ¿Cuánto hay allí? -señalo la billetera.

– Dos mil quinientos.

– Esta bien -el flaco puso el dinero en el bolsillo y agrego-: Váyase ahora.

Frers saludó con amabilidad y tendió la mano a Marlowe.

– Adios, señor. Usted hizo un buen trabajo.

– Todavía me debe trescientos dólares.

– Le mandare un cheque.

– Por lo que veo no va a servirme.

– ¡Dios! Lo había olvidado. Discúlpeme. Estoy un poco confundido. ¿Y su socio? Puede cobrar él.

– Claro. Llámelo, por favor. Recuérdele que debemos el alquiler de la oficina.

– Lo haré.

– ¡Basta de farsa, Frers! -gritó Marlowe-, estos chapuceros lo están metiendo en un asesinato y dejan huellas por todas partes. ¿Se ha vuelto loco?

– Ya no me importa nada, Marlowe. Arréglese con su problema.

Salió. El detective miró a su alrededor. No entendía nada de lo que pasaba desde que había entrado al edificio. Pensó que Soriano estaría afuera, mojándose, firme en su puesto, sin saber que pasaba aquí.

– Desvístase -dijo el flaco.

– ¿Me va a bañar?

– No se haga el gracioso. Lo voy a meter en la cama con la rubia.

– ¡No me diga! Ordene a su socio que me sirva un whisky con soda.

– ¡Desnúdese, imbecil!

Marlowe se quitó el saco, los zapatos y la camisa.

– Todo. Dije desnudo -recalcó el flaco.

– ¿Se trata de asesinato y violación?

– Acábela. ¿No se da cuenta de que lo vamos a liquidar?

– Si, pero no entiendo el sistema. Hace mucho que ando en esto y nunca vi nada tan sofisticado.

– Gas, compañero. Sáquese el calzoncillo.

– Me da vergüenza.

El gigante puso el tanque de guerra apuntando a la cabeza del detective. Este se sacó el calzoncillo. Tenía las piernas peludas y los músculos eran firmes. Una cicatriz le cruzaba el pecho y otra le marcaba la espalda. La rubia se dio vuelta.

– Bueno, a la cama los dos -dijo el flaco.

La rubia se metió en la pequeña cama y Marlowe vaciló. Por fin se estiró bajo las sábanas.

– Que pensaría su marido, señora -dijo.

El gigante golpeó a Diana y a Marlowe con la culata de la pistola. Ambos quedaron inmóviles. Luego desató a la mujer y les acomodó los brazos. El derecho de Marlowe pasaba alrededor del cuello de la rubia y caía sobre uno de los pechos. Luego abrió los muslos de ella y puso la otra mano del detective apretando el sexo. El flaco sacó la ropa de la cama y contempló la escena con una sonrisa tierna.

– Adiós para siempre, preciosidad.

El gigante abrió las llaves del gas de la cocina. Salieron empujando al rubio.

Cuando entraron en el ascensor, Soriano salió del hueco de la escalera y tocó timbre en el departamento varias veces, pero no tuvo respuesta. Había seguido al hombre del habano y vio cuando este sorprendió a Marlowe. Desde entonces había estado escondido. Como nadie salió a la puerta, sintió que su corazón empezaba a saltar en el pecho. Sin embargo, trato de tranquilizarse, pues no había escuchado disparos. Llamó todos los ascensores. Un minuto después se abrió la puerta de uno. Cuando llegó a la planta baja busco el departamento del administrador y toco timbre. Abrió una mujer gorda que tenía puestos los ruleros y se había levantado del sillón que estaba frente al televisor.

– Necesito la llave del departamento A del piso 34 -dijo Soriano en español.

La mujer hizo un gesto con la cara y encogió los hombros.

– Váyase a México -dijo-, aquí no damos limosna a los chicanos.

Soriano intentó en inglés:

– Llave -hizo un gesto con la mano-, departamento A 34 -dibujo el numero con el dedo índice sobre la puerta.

– ¿Que le pasa, vago? -grito la mujer-. ¿Quiere que llame a la policía?

– Si, ¡por favor! -grito Soriano.