40313.fb2 Triste, solitario y final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 20

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– ¿De qué hablan? – preguntó el policía.

– Soriano no habla inglés, oficial.

– Bueno. Pregúntele dónde queda ese país y si es comunista.

– ¿El o el país?

– Los dos. Pregúntele.

Marlowe miró a Soriano y sonrió:

– Bueno, por fin me voy a enterar: Usted es comunista?

– ¿Eso pregunta?

– Si.

– Dígale que antes de entrar a Estados Unidos tuve que firmar un papel donde juraba que no era comunista.

– ¿Pero es o no? – insistió Marlowe.

– Déjese de joder, detective.

– El que jode es él. ¿Le digo que no?

– Claro.

– Comunista. – Y agregó en inglés, dirigiéndose al oficial: – Dice que es demócrata, admirador de Kennedy. Lloró como un chico cuando lo mataron.

Ayudó mucho a su país. Alfabetizo a los indios.

– Aja. ¿Y dónde queda la Argentina?

– En Sudamérica. Bien abajo del mapa, cerca del Brasil.

– ¡Brasil! Siempre soñé con unas vacaciones allá. Bueno, ¿quién va a pagar la fianza?

– ¿Cuánto?

– Dos mil. Mil quinientos por el y quinientos por usted.

– ¿Y yo que hice?

– Exhibición obscena, adulterio, escándalo. Elija lo que quiera.

– Mire, oficial, está equivocado si cree que no conozco la ley del Estado. Si no hay denuncia no puede acusarnos de nada. Además necesito a mi abogado.

– Llámelo. Con lo que había en su bolsillo dudo que pueda pagarle.

– Tengo amigos.

– ¿Amigos? Ustedes son basura, peor que los negros. ¡Vagos, buscavidas! Ahora se mezclan con los chicanos. Basura con mierda, todo en la misma cloaca.

– Mida sus palabras, oficial. Usted es la ley en este distrito y puede arrepentirse.

– ¿Arrepentirme? ¿Cree que no tengo su prontuario? Encubrimiento de ladrones, sospecha de encubrimiento de asesinos, borracho, vago, tramposo, traidor a la policía. Basta con que yo levante un dedo para que se pudra en un calabozo.

– No se agrande. El señor es extranjero y tiene que tratarlo como tal. Llame al cónsul argentino en Los Ángeles en lugar de cacarear tanto.

El rubio rió y las arrugas de la cara le apretaron los granos rojos. Dijo:

– Claro que es extranjero. Si ese fuera americano yo habría roto mi cédula. No voy a perder más tiempo con ustedes. Pagan antes de mediodía o van a la cárcel.

– No puede secuestrarnos. Présteme el teléfono.

– ¿Teléfono? ¡Eh, Micke!;Los señores quieren hablar por teléfono!

Micke era un hombre pequeño y serio, de rostro apretado como un puño. Tenía un cigarrillo apagado entre los labios y estaba limpiando la pistola a dos pasos del oficial. Apunto a los detenidos.

– No es hora de hacer citas, mejor van a dormir.

– Tendría pesadillas, después de haber visto su cara -dijo Marlowe.

El hombre se puso de pie lentamente.

– Gracioso, ¿eh? Me gustaría verlo en la TV porque cuando estoy de servicio no me río.

Acercó su cara de puño a la nariz de Marlowe.

– ¿Dónde cree que está?

– En una cueva de degenerados vestidos con el uniforme de la policía de Los Ángeles.

El policía pequeño empujó el cañon de su pistola en el estómago del detective que se dobló en dos.

– Repítalo. No le oí bien.

– ¡Déjelo! -gritó Soriano.

El oficial levantó su mano gorda, llena de anillos de oro y sacudió la oreja del argentino.

– Respete un poco, ¡mugriento!

El policía pequeño -sonrió.

– Dejamelos un rato, Gordon, me gustaría hablar con ellos en tu oficina.

– Que los lleven. Tenemos toda la noche para charlar. Me gustan. Son conversadores y simpáticos. Estoy cansado de tratar con negros y putas. Además siempre quise conocer el Brasil.