40313.fb2 Triste, solitario y final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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La mujer del asiento próximo los miraba, divertida. Habló en castellano:

– Perdón, señores: ¿por casualidad ustedes son argentinos?

– Él, señora -respondió el detective, con una sonrisa fría-, yo no tengo el honor.

– ¿Ah! ¡El señor! -gritó la mujer, mientras se tomaba la cara con ambas manos-. ¡Argentino! ¡Yo soy cordobesa!

Soriano la miró. En ese momento lo último que hubiera querido encontrar era a un argentino.

– ¡Mi marido es porteño! -lo señaló con un dedo.

Dos argentinos. Soriano se puso muy serio. Parecía un perro sorprendido mientras robaba la carne al dueño.

– Que bien -dijo desganado-, que casualidad.

– ¿Usted de donde es? -pregunto el hombre, con desconfianza.

– De Buenos Aires -dijo Soriano-, no soy porteño, pero vivo allá.

– ¡Que maravilla! -aulló la mujer-. ¿Se está divirtiendo?

– Mucho, señora -terció Marlowe-, los argentinos son muy divertidos. Más aún si están juntos. Los dejo charlar, mientras tomo una copa en el bar.

Se levantó. Soriano lo miró con horror. El detective saludó y se fue por el pasillo.

– ¿Qué le pasó a su amigo en el brazo? Parecía herido -preguntó el hombre.

– Nada -respondió Soriano.

– Sin embargo -insistió el porteño-, estaba lastimado.

Miraba con gesto desconfiado. Sus ojos eran pequeños y fríos. Acercó su rostro al de Soriano en actitud cómplice.

– ¿Es yanqui? -hizo un guiño.

– Sí, muy buen tipo.

– Se la dieron -agregó el hombre, solemne-. Tenía sangre en el saco.

Soriano levantó la vista. Estaba en guardia.

– No. Se lastimó en el pueblo, en una doma.

– ¿En una doma?

– Sí.

– ¿Con el saco puesto? -el hombre levantó las cejas.

– Los yanquis son muy raros. Quiso frenar el caballo y se enganchó. Nos divertimos mucho.

– Claro -dijo el hombre.

Hubo un silencio prolongado. La mujer lo quebró.

– Tiene los pies muy sucios de barro -indicó el pantalón y los zapatos de Soriano.

– Estuvo lloviendo -dijo el periodista y sonrió.

Los otros seguían serios.

– ¿Cuánto hace que anda por acá? -dijo ella.

– Dos semanas, más o menos -respondió Soriano.

– ¿Qué hace? -preguntó el porteño.

– Paseo.

– Aja -asintió el hombre-. ¿Son artistas?

– No. -Soriano se puso nervioso.- No, yo soy periodista y mi amigo… él es domador.

– Aja -repitió el viejo; luego bajo la voz-. Vi su show por la televisión.

Soriano se quedó frío.

– ¿Qué show? -preguntó por fin.

– El de los Oscars. Las peleas. Buen programa.

Fuera de lo común. Los diarios dicen que fue improvisado.

– ¡Ah, si! -sonrió-. Fue improvisado. Una sorpresa. Hay que innovar.

– Claro -dijo el hombre-. Lastima lo de Carlitos Chaplin. ¿También fue improvisado?

Soriano se puso tenso. Miro al hombre.

– ¿Por qué? -preguntó.

– Ustedes se lo llevaron. Los vio todo el mundo.

– Era parte del show -replicó Soriano, arrastrando la voz.

– ¿Si? -el porteño se puso de pie-. Los diarios dicen que la policía los anda buscando.

Puso su cuerpo frente al de Soriano, cerrándole el paso. Gritó: