40313.fb2 Triste, solitario y final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 33

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Sacó una botella de whisky y sirvió dos vasos. Dejó uno sobre la mesa y tomó el otro de un trago. Marlowe apareció en el living y encendió un cigarrillo. No había temblor en sus manos. Bebió el whisky, dejó el vaso y se llevó la vela al baño. Estuvo una hora bajo la ducha. Cuando salió, la luz entraba por las ventanas. Se había peinado, vestido y afeitado. Fue hasta la habitación de servicio, tomó una pala, la llevó al jardín y cavó un pozo de medio metro. Por la calle pasaban los camiones de los proveedores. Regresó al dormitorio y envolvió al gato en una camisa. Soriano lo seguía de cerca. Marlowe depositó el cuerpo en el hoyo, con cuidado. Sacó la pistola de un bolsillo y la puso encima del gato.

– Basta de muertes -murmuró.

Empezó a cerrar la tumba.

La claridad se colaba por las rejillas de las ventanas. Los dos hombres se habían dormido: Soriano sobre el diván y Marlowe en un sillón viejo que en uno de sus brazos tenía dos manchas de café. La luz se hizo más brillante cuando el sol dio en las ventanas. El detective se despertó dos veces, sacudido por las pesadillas. Cuando se dormía otra vez, el hilo de las historias se reiniciaba en el lugar exacto en que lo había interrumpido al despertarse, como si fuera el siguiente capítulo de una novela barata. Cuando se despertaba, apenas por unos segundos, Marlowe sentía la nariz seca y la boca pastosa, pero no lograba vencer la somnolencia para levantarse a tomar un vaso de agua. Al mediodía, el detective despertó repentinamente porque creyó que algo había saltado sobre sus piernas. No había nada. Sintió, en cambio, que un calambre empezaba a contraerle los músculos y estiró la pierna rápidamente. Cerró otra vez los ojos porque la luz que se filtraba por los postigos era demasiado fuerte para él. Con las manos palpó la ropa hasta encontrar los cigarrillos. Le quedaba uno y lo encendió. Soriano roncaba pausadamente y tenía los brazos cruzados, como si esperara algo. Marlowe se levantó y sintió que le dolían la espalda, las piernas y la cabeza. Se lavó la cara. Encendió la cocina, llenó una cafetera hasta el borde, la puso en el fuego y esperó con los ojos fijos en la llama. Cuando el café estuvo listo sirvió dos tazas grandes y dejó una en la mesa, frente al argentino. Luego se acercó y lo sacudió de un brazo. Soriano abrió los ojos de a poco y miró a su compañero.

– ¿Ya vinieron?

– Todavía no.

El periodista se levantó y fue hasta el baño. Orinó largamente, se lavo la cara y se miró al espejo. La barba le había crecido demasiado y las ojeras eran profundas. Volvió al living y tomo el café. Se sintió más despejado. Buscó un par de hojas de papel y escribió una carta breve, casi ilegible. La dobló, la puso en un sobre y anotó una dirección.

– ¿No hay estampillas?

Marlowe negó con la cabeza.

– Que pague el destinatario -dijo.

Soriano salió a la calle. El sol había calentado el pavimento. Camino hasta la segunda esquina y halló un buzón. Echó la carta. Compró dos atados de cigarrillos, encendió uno y camino de regreso, lentamente. Se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Miró las tapas de los folletines pornográficos. Una muchacha negra le preguntó que iba a llevar. Contestó "nada" en inglés y sonrió. Caminó cinco metros y regresó al kiosco. Compró un diario de la mañana. En la primera página aparecía una foto de Chaplin que sonreía luego de "la dramática, increíble aventura". Quiso leer pero no entendió. Tiró el diario en la calle. Llegó a la casa y antes de entrar miró los yuyos verdes, tan altos que ya alcanzaban las ventanas. El trozo de tierra removida estaría pronto cubierto por el pasto. Entró.

Marlowe estaba quieto, con la mirada fija en algún punto de la pared.

– Lo lograron -dijo Soriano sin expresión.

Marlowe no contestó. El argentino le alcanzó el paquete de cigarrillos. El detective lo abrió y con la colilla que tenía entre sus dedos encendió otro.

– ¿Juega al ajedrez?

– Bueno.

El detective se puso de pie, buscó el tablero y sacó las piezas de una caja de cartón. Faltaba el rey blanco. Busco en el escritorio. Encontró una bala 45 y la paró en el casillero de su rey.

– Apuesto a que le doy mate antes de que lleguen -dijo Marlowe con una sonrisa.

– Tal vez no vengan.

– Es posible. Juega usted.

– No. No tengo ganas.

– Está bien. ¿Qué le parece si me cuenta la historia de Laurel y Hardy?

– ¿Todavía le interesa?

– Si. Cuénteme lo que sepa. ¿Donde reunió los datos?

– En las bibliotecas, en los archivos.

– ¿Usted cree lo que dicen los libros?

– Antes creía. Ahora no sé. Es fácil escribir.

– Vivieron en esta ciudad. Aquí hay mucha gente que sabe de ellos. ¿Toma otro café?

– Bueno.

– Dígame, Soriano: ¿por qué se le dio por meterse con el gordo y el flaco?

– Los quiero mucho.

– ¿No tenía otra cosa que hacer? Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quien es usted, que busca aquí.

– ¿Lo averiguó?

– No, pero me gustaría saberlo.