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22.

Inés entró en su casa, cerró la puerta y dio dos vueltas de llave. Eran las diez y media de la mañana. Tiró su cartera en alguna parte. Lali ya se había ido. Se acercó a cada ventana y bajó cada persiana hasta que la luz apenas pudo adivinarse entre las hendijas. Desenchufó el teléfono. Subió al primer piso y repitió los mismos pasos. Se miró en el espejo de su cuarto. Fue al baño y buscó en el botiquín las pastillas tranquilizantes. Las sopesó. Sonaron en el aire, había unas cuantas, por lo menos medio frasco. Desenroscó la tapa, volcó algunas pastillas sobre la palma de su mano. Se quedó con dos y devolvió el resto al frasco. Se las puso en la boca. Se sirvió agua. Antes de tomarla sacó una de las pastillas de su boca y la tiró por el inodoro. Tragó la otra. Bajó. Entró en la cocina. Las cosas del desayuno seguían allí. Como si nada hubiera pasado. Intentó lavar una taza. Pero la terminó estrellando contra la pileta. El asa saltó y rebotó tres veces sobre el mosaico de la cocina. Se lavó la cara. Se quedó un rato así, con la cara mojada. Se secó con un repasador húmedo. Sintió asco. Lloró. Puso el resto de las cosas del desayuno dentro de la pileta, incluida la mantequera, con la manteca a medio derretir. Fue al living. Quería ir al garaje pero fue al living. Dio algunas vueltas alrededor de la mesa ratona. Se sirvió un whisky. Sin devolver la botella al bar, lo tomó. Dejó el vaso. La botella no. Salió. Fue al garaje. Entró y cerró el portón tras de sí. Caminó directo hacia la pared del fondo. Sacó el ladrillo. Iba a sacar las cosas que escondía detrás de ese ladrillo, pero no lo hizo. Dejó todo como estaba. Fue a la cocina. Buscó los guantes de goma. No los encontraba. Corrió las tazas de la pileta sin cuidado. Estaban ahí, debajo de los restos del desayuno. Mojados y sucios. Los lavó y los secó. Volvió al garaje. Con los guantes puestos. Fue otra vez hacia la pared del fondo. Sacó las cosas que escondía detrás del ladrillo. Buscó dónde meterlas. Encontró la caja de herramientas. Tiró al piso lo que estaba dentro. Guardó las cartas de Tuya, los pasajes a Río, las fotos de Ernesto desnudo, la caja de preservativos dedicada, y la cerró. Devolvió el resto al hueco y colocó otra vez el ladrillo en su lugar. Faltaba el revólver. Fue a su auto y abrió el baúl. Sacó la rueda y allí estaba, donde lo había puesto el día en que lo había traído de la casa de Alicia. Lo sacó suavemente, casi con respeto. Lo metió en la caja de herramientas. Salió del garaje con la caja en una mano y la botella de whisky en la otra. Devolvió el whisky al bar, y dejó sobre él la caja de herramientas. Fue a la cocina. Dejó otra vez los guantes en la pileta. Abrió la canilla y se lavó la cara, con mucha agua, fría.

Entonces sí, barajó y dio de nuevo.