40345.fb2 Un Corazon Lleno De Estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

Un Corazon Lleno De Estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

2

Michel

El orfanato municipal de Selonsville ocupaba dos pabellones unidos en forma de L de una antigua caserna militar. Bajo la estricta supervisión de Monsieur Lafitte medio centenar de niños salían cada mañana a un jardín desolado donde la helada ennegrecía los hierbajos.

Separado del mundo exterior por altas vallas, aquel lugar no era tan distinto de los campos de concentración en los que habían perecido los padres de muchos internos.

En sus sueños, todos los niños albergaban la esperanza de encontrar una familia de adopción, lejos de las monjas hurañas que servían cada día el mismo rancho y vigilaban que en los dormitorios nadie rechistara a partir de las nueve.

Todos excepto Michel.

Nadie, ni siquiera Monsieur Lafitte, entendía cómo podía ser tan feliz. A diferencia de los demás niños, que andaban todo el día cabizbajo o buscando pelea sin motivo, Michel no parecía tener queja de su vida en el orfanato. Tal vez porque había sido abandonado poco después de nacer y no conocía a sus padres, para él todo el mundo se hallaba en el perímetro de aquel lugar frío y austero. Su familia era los demás niños y las monjas del centro. Incluso el señor director era para él una especie de abuelo cascarrabias.

Aunque no era el más fuerte del orfanato, ejercía una extraña autoridad sobre sus compañeros. No sólo se libraba de los tortazos que se repartían a diario entre las diferentes bandas, sino que a menudo unos y otros recurrían a él para resolver entuertos. Así, antes de que un conflicto llegara a oídos de Monsieur Lafitte, las diferentes partes acudían a Michel para que ejerciera de juez de paz.

Con sentido común y unas cuantas bromas lograba casi siempre que los contendientes se dieran la mano y la cosa no fuera a mayores.

Muchos se preguntaban de dónde sacaba Michel aquella alegría de vivir que contagiaba a su alrededor. A fin de cuentas los niños del orfanato no tenían juguetes, ni familiares que los visitaran, ni siquiera ropa decente para pasear los domingos. Los días transcurrían monótonos, entre el grasiento comedor que apestaba a refrito y el pabellón habilitado como escuela, donde la monja maestra los torturaba, un día tras otro, con interminables dictados.

«En el futuro necesitaréis buena ortografía, aunque sólo sea para solicitar un puesto de basurero en el ayuntamiento», les advertía.

Ése era uno de los mejores destinos que aguardaban a los «liberados», como se denominaba a los internos al cumplir los 14 años. La mayoría entonces eran contratados como aprendices de cualquier oficio a cambio de un plato caliente y un techo, con una pequeña asignación mensual que apenas llegaba para una entrada de cine.

Tal vez era esa perspectiva, además del hacinamiento en habitaciones con una docena de literas, la que hacía que los niños y las niñas del orfanato fueran tan apáticos y malhumorados.

Michel no era así y sólo él sabía por qué. Él tenía algo de lo que carecían los demás. Un auténtico tesoro. Estaba enamorado de una niña del centro aunque ella ni siquiera lo sospechaba. Se llamaba Eri, un nombre que en japonés significaba «luz de luna». Al parecer, era hija de un marinero francés que había concebido en el país del sol naciente y, al morir la madre, no se había podido ocupar de ella.

Amigos inseparables, a Michel y a Eri se les veía juntos desde que habían empezado a caminar, lo que al principio les había valido muchas bromas pesadas. Con el paso de los años, sin embargo los internos se habían acostumbrado tanto a aquella pareja que sólo se sorprendían cuando aparecían por separado.

Lo normal era verlos charlando por el jardín pelado, leyendo juntos en la húmeda biblioteca, sentados en el comedor frente a frente…

Cada noche, antes de que sonara el timbre para acostarse, se citaban en el tejado de la antigua caserna para reconocer las estrellas y las constelaciones.

Luego se despedían con una sonrisa hasta la mañana siguiente.

Pero la noche más fría de aquel invierno iba a ser distinta a todas, pues al retirarse al dormitorio de las niñas Eri se durmió para ya no despertar.