40406.fb2 Viaje a la luz del Cham - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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VI. La fiesta del sacrificio.

Me despertaron por la noche los cañonazos, porque había comenzado la fiesta, y cuando logré dormirme volvió a despertarme al amanecer la voz estentórea de los almuédanos llamando a los fieles a la oración.

A partir de este momento, en casa no dejó de sonar el teléfono, Nayat y Fathi felicitaban a grandes gritos a los parientes, y los vecinos se felicitaban unos a otros asomados a las ventanas y los patios. Todo el mundo había hecho sus compras para celebrar la fiesta de hoy y las que se avecinaban, y los puestos que rodeaban las mezquitas, no contentos con haber estado abiertos hasta muy tarde los días anteriores, lo estarían hoy.

hasta el momento en que el presidente Al Assad se dirigiera a una de ellas para la oración. La radio bramaba cantos y manifestaciones de alegría y en las esquinas de todas las calles de todos los barrios de Damasco y de todas las ciudades de Siria, se vendían grandes ramos de arrayán que los fieles llevarían a sus muertos. Era viernes y además la fiesta del sacrificio que conmemoraba el sacrificio de Abraham, y el lunes, martes, miércoles y jueves también serían festivos. Se celebraba además el aniversario del nacimiento del Profeta y toda la ciudad estaría desierta. Quien más quien menos tenía parientes en las aldeas que ya debían estar preparándose para recibirlos.

La nación árabe.

Adnán y Teresa me habían invitado a ir con ellos a Salamiye, una pequeña ciudad al borde del desierto, para visitar a la familia de Adnán y celebrar con ellos la fiesta.

– Salamiye es un pueblo de artistas, poetas y políticos y podremos presentarte a mucha gente que te ayudarán a conocer la realidad del país, y después iremos a Hama y al valle del Orontes. Un amigo me ha prestado su coche -dijo Adnán.

Salimos por la carretera comarcal hacia el norte y nos detuvimos en una gasolinera. Mientras Adnán pagaba y controlaba con mucha atención el aceite porque el coche no era suyo y había que cuidarlo con cariño, según me dijo, yo salí a curiosear y me detuve frente a dos grandes fotografías colgadas en la pared, una de ellas la del presidente con su eterna media sonrisa, y otra a su lado de un hombre serio y ceñudo vestido de aviador.

– ¿Quién es el que está junto al presidente? -pregunté con ayuda de Teresa a uno de los hombres que limpiaban cristales.

– Es también el presidente, pero va vestido de aviador, de piloto.

– Es un buen presidente, ¿no?

– añadí para entrar en conversación.

Me miró con curiosidad y luego respondió:

– Es bueno.

Y yo insistí al ver que respondía:

– ¿Qué ocurrirá cuando muera?

Se quedó un momento perplejo, pero enseguida respondió:

– Nadie lo sabe -y se encogió de hombros-. Es un hombre honesto, es el mejor. -Y al ver mi expresión de incredulidad no por lo que decía sino porque así lo decía añadió-: Es verdad. El presidente siempre está trabajando, por esto tuvo un ataque al corazón. -Y después de una pausa se encogió de hombros y abrió las manos como los curas cuando se vuelven de cara al público-: No sabemos lo que ocurrirá y tenemos miedo.

¿Miedo de lo que pueda ocurrir o de los fundamentalistas que se acercan, o el miedo que el régimen provoca y fomenta para mantenerse en el poder? Porque miedo al poder no lo hay en Siria, me había dicho el representante de France Press, no por lo menos miedo generalizado.

Como tampoco hay miseria.

¿Que no hay miseria?, se asombró en cambio un disidente comunista al que conocí más tarde. ¿Miseria? ¿Que no hay miseria en Siria? No hay otro pueblo en el mundo con tanta miseria, no hay más que ver a los pobres, a los niños intentando vender sus míseros productos, niños que no tienen casa, niños abandonados.

Aunque yo no había visto miseria ni niños abandonados en Damasco ni de día ni de noche, ni habría de verla tampoco en los viajes por el país, quizá, pensé entonces, el hombre tuviera razón y el régimen escondiera a los pobres en reductos especiales como los americanos esconden la miseria, la enfermedad y el desempleo de los indios en las reservas.

Las versiones que de su tierra nos dan los nativos son a veces tan extremas y distantes que uno se desconcierta y piensa que no estamos hablando del mismo país. Y en el fondo tales versiones por contradictorias que sean, son las únicas que, amalgamadas, mezcladas, digeridas y debidamente contrastadas, nos aproximan a la realidad.

Al entrar en el coche, de nuevo comencé a hacer preguntas a Adnán sobre lo que pensaba de la situación actual. Con cuidado al principio, porque todavía no sabía cómo pensaba, ni si querría darme su opinión. Las cuestiones políticas son siempre difíciles de exponer, incluso en países como el nuestro donde la mayoría de los ciudadanos no tienen más ideología que la de arremeter contra los responsables del último escándalo, aunque son incapaces de elaborar una síntesis de las razones por las que defienden o atacan al encausado. Más aún en Siria, un país sometido a una dictadura y con escaso, por no decir nulo, debate político. Yo no quería que Adnán me hablara de la corrupción de las altas esferas económicas, políticas y sociales, que daba por supuesta y me interesaba muy poco, sino de lo que la prensa llama el pulso de la calle, de su actitud, de la esperanza en el presente y en el futuro, aun sabiendo que influiría en buena parte de todo ello su propia biografía. Adnán tenía un buen empleo, un apartamento antiguo y destartalado pero espacioso y cómodo, una mujer culta y hermosa con la que se entendía bien, y una capacidad de coger al vuelo las oportunidades que la vida le deparaba, que por fuerza habían de teñir su existencia con un matiz de optimismo y confianza.

La carretera general que va al norte estaba llena de coches y camiones cargados de gente. Conducían de cualquier modo, sin cinturones por supuesto, y con el niño en las rodillas del conductor, cuatro o cinco personas en los asientos delanteros, y en muchos tramos directamente por la izquierda porque por la derecha la carretera estaba peor. Pero a nadie le importaba, porque hoy y por encima de todo era un día de alegría, incluso en los campamentos que descubríamos desde la carretera donde se hacinaban los refugiados palestinos en sus barracas de chapa y uralita.

Yo apenas miraba el paisaje pendiente de Adnán y Teresa que, lejos de mantenerse en una actitud de reserva, se mostraban complacidos de poder explicarme lo que sabían de un país al que adoraban porque era el suyo y, añadieron, porque es el más hermoso de la tierra. Al principio se limitaban a dar una versión impersonal de Siria, pero, poco a poco, comencé a entender su actitud frente al régimen (me reía al recordar que, como en la España de Franco, en Siria se hablaba también de “régimen”)

y sobre todo el apoyo que prestaban no tanto a su presidente como a su actitud frente a Occidente.

– Los gobernantes de todos los países tienen ante todo que preservar la integridad de su población y la conservación de sus fronteras.

No hay gobernante que no sepa que más peligrosos que las bombas y los misiles son los intentos de desestabilización que, amparándose en verdades a medias, se les imponen desde el exterior. Muchas veces, al defender a las minorías, no se busca más que afianzar y radicalizar diferencias seculares con ánimo de dividir la opinión y el territorio nacional y sacar ventaja en favor propio. Así lo hemos visto mil veces y así lo veremos aún, mientras los poderosos recelen de los países grandes y unidos.

Así empezó.

– Por su situación geográfica, Siria ha sido camino de civilizaciones y escenario de luchas entre ellas, y por haber estado rodeada de poderosos vecinos y haber sido invadida y conquistada una y otra vez, es un mosaico de minorías, razas, religiones y lenguas: ésta es su identidad. Siria era Siria en los albores de la historia y bajo todos los imperios. Siria fue Siria incluso durante los cuatrocientos años de dominación turca, y lo seguía siendo cuando una vez terminada la Primera Guerra Mundial iba a alcanzar la prometida independencia por haber luchado contra los turcos y los alemanes.

E incluso lo era cuando fue dividida y fueron repartidos sus territorios entre franceses e ingleses.

– ¿Quién decidió el reparto?

– Fueron sir Mark Ykes por Inglaterra o mejor por el Imperio Británico y monsieur Charles Georges-Picot por Francia los que establecieron un acuerdo en nombre de sus respectivos gobiernos en el que, “reconociendo y al mismo tiempo protegiendo un Estado Árabe independiente o una Confederación de Estados Árabes” los dos países dividían el Oriente Medio en dos zonas de influencia: el norte estaría bajo tutela de los franceses y el sur bajo la influencia británica. No hay más que ver las fronteras para comprender que se dividieron el territorio con tiralíneas, como los estados americanos, sin tener en cuenta su historia ni su pasado que ni conocían ni comprendían ni querían comprender en absoluto, y mejor aún si podían borrarlo todo de un plumazo. Se ha dicho en mil ocasiones que no éramos una nación en el sentido en que lo son las naciones de Europa, que los nuestros son países con fronteras naturales, países distintos que pretendían cada cual su independencia. Y no es exactamente así, lo que ocurre es que nuestra idea de unidad, de nación, no es occidental. Las luchas entre las tribus y las distintas facciones de un país han sido siempre excusas que Occidente ha aprovechado para hacerse con él, como si los países de Occidente no hubieran luchado entre sí con brutalidad y no siguieran haciéndolo. Y una vez más, apoyándose en reinvidicaciones de minorías, de las minorías predilectas de las grandes potencias se hizo una división, espoleando las diferencias, a fin de que el reparto fuera más fácil y una vez dividido el territorio no hubiera que hacer frente a una nación unida y grande, con la confianza de que al avanzar la historia se fortalecieran, aunque sólo fuera momentáneamente, las situaciones impuestas.

– ¿De ahí parten las líneas rectoras del Partido Baaz?

– Quizá no tanto como ideas rectoras pero sí, en buena parte, como necesidad de defensa frente a Occidente. El origen del Partido Baaz que está hoy en el poder en Siria se remonta a 1941, cuando comenzaron a crearse círculos de estudio sin orientación ideológica precisa. Pero poco a poco fue tomando cuerpo la doctrina que había de darle el respaldo popular para llegar al poder y mantenerse en él: el nacionalismo árabe, la liberación de la nación árabe. De ahí que en los primeros años fuera prioritaria la libertad frente a la presencia colonial francesa, que no había de acabar hasta 1946. El desarrollo posterior mantuvo siempre dos grandes corrientes, la de los liberales nacionalistas y la de los izquierdistas, pero en ambos casos la divisa del Partido fue siempre la misma: “una nación árabe con una misión eterna”.

– ¿Qué quiere decir una misión eterna?

– Lo mismo que queréis decir vosotros cuando habláis y sacralizáis la “civilización occidental”.

– ¿Quién fundó el Partido? -seguí el interrogatorio sin darme por aludida.

– Michel Aflaq y Salah Bitar, que capitaneaban un pequeño grupo formado por miembros de la pequeña burguesía nacionalista de la elite damascena. La información sobre la fecha exacta de su creación y las actividades de los primeros siete años son confusas aunque se acepta que desde el principio el Partido se llamó a sí mismo socialista y se sabe que el primer congreso y el primer acto oficial tuvieron lugar en 1947.

– Y ¿qué ideas se adoptaron en este congreso?

– Las principales fueron: la tierra árabe es una unidad política y económica indivisible y no hay desarrollo posible en el aislamiento; la nación árabe es una unidad cultural y las diferencias aun siendo accidentales debilitan la conciencia árabe: la tierra árabe es la cuna de los árabes y ellos son los únicos que tienen derecho a dirigir sus propios asuntos, a disponer de sus recursos y a organizar su porvenir.

– Parece lo natural, ¿no?

– Ahora lo parece, pero cuando se adoptaron esos principios estábamos en el último peldaño de la sumisión y la esclavitud. -Y continuó-: El Baaz era y es, pues, un movimiento nacionalista, socialista, democrático y revolucionario, y antes que nada árabe, entendiendo por árabes el conjunto de los países árabes, incluidos los territorios ocupados, como Palestina ocupada por Israel, Alexandreta por Turquía y el Arabistán por el Irán.

– ¿Cuándo accedió al poder el Partido Baaz?

– Después de la liberación, en 1946, hubo un breve periodo de poder civil, hasta que el último presidente, Chukri al Quatli, fue derrocado por el ejército en 1949.

En 1954 los militares baazistas ya dominaban el país y, fieles a su ideario, en 1958 llevaron a cabo la unión con Egipto, entonces Siria se convirtió en la provincia del norte de la República Árabe Unida. El presidente Nasser de Egipto se dedicó a limpiar el país de la extrema derecha y de los comunistas, pero cuando puso al frente de la dirección política nacional a un egipcio, la indignación de los sirios se añadió al sentimiento general de frustración por sentirse tratados como subalternos y se produjo la crisis que en 1961 había de desembocar en la separación definitiva.

– ¿Fue un periodo de paz?

– No exactamente, hasta 1963 se sucedieron los golpes militares.

El del 8 de marzo de ese año dio el poder al ala izquierdista y revolucionaria del Partido Baaz, que eliminó a los comunistas, o dicho de otro modo, a los más radicales, e intentó la unión con el Iraq donde acababa de tomar el poder también el Partido Baaz, pero los esfuerzos no se materializaron. En febrero de 1966, otro golpe dentro del mismo Partido eliminó de la dirección a los fundadores y a los miembros menos radicales. De hecho, el Partido Baaz ha gobernado en Siria desde su fundación, sea con una facción radical o una más occidentalista.

En 1970 el ejército jordano masacró a los guerrilleros palestinos apoyados por Siria en una operación que ha pasado a la historia con el nombre de “septiembre negro”, y fue entonces cuando se produjo de hecho otro golpe de Estado incruento en el interior del propio Partido. El jefe supremo fue el entonces ministro de Defensa, Hafez al Assad, un alauí que rechazaba el radicalismo de ambos extremos y quería ampliar la base del régimen con una apertura económica y democrática y evitar el aislamiento político.

– ¿Sin oposición?

– Hoy, la oposición al régimen de Al Assad viene de los miembros del Partido que defienden posiciones más extremas o que no están de acuerdo en que el gobierno, aun con la prudencia del actual presidente de tener ministros de todas las religiones, esté en manos de la minoría alauí, que no representa más del 11,5%· de la población.

Pero sobre todo de los hermanos musulmanes, los integristas. En 1981 la pertenencia a los hermanos musulmanes se castigaba con la pena de muerte, aunque ahora se ha moderado la posición oficial e incluso se ha permitido el regreso de algunos exiliados.

– Pero, ¿tiene Al Assad el apoyo de la mayoría?

– Al Assad -afirmó contundente Adnán eludiendo la respuesta- es uno de los hombres más cautos, más listos y más inteligentes de la política del mundo árabe y de todo el mundo en general, que ha sabido sacar a su país de la miseria y el subdesarrollo en que lo encontró.

Por la estabilidad y la tranquilidad que hoy gozamos, ha conseguido el apoyo de distintas fuerzas y segmentos de la sociedad. En política exterior ha sabido estar con quien le ha interesado a su país, y nunca ha aceptado la presión de las potencias extranjeras, fueran los soviéticos antes o los americanos ahora, sin enfrentarse jamás a ninguno de ellos ni ser represaliado por sus favoritismos en un momento determinado. Es cierto que ha reprimido con dureza la oposición fuera y dentro del Partido. Ha quedado como un hito de su determinación, la brutal represión de febrero de 1982 en Hamma sobre todo, en la que murieron entre uno y otro bando no menos de veinte mil personas, en una batalla que comenzó cuando un grupo de hermanos musulmanes tendió una emboscada a las fuerzas de seguridad sirias para iniciar una insurrección general, según la versión oficial.

– ¿Cuál es el poder que se arroga el presidente?

– Assad ostenta el poder real de la República, ya que es jefe del Partido Socialista Baaz Árabe y jefe del gobierno, con poder para nombrar ministros y personal militar, declarar la guerra y legislar. La democracia en el país tiene pues grandes limitaciones.

Pero Al Assad ha sabido dar a su pueblo un sentido de defensa de los valores árabes, aunque no ha logrado desprenderles de la pasión por los productos de Occidente -y por primera vez en todo el discurso le vi sonreír a través del espejo retrovisor. Pero añadió con pasión-: Occidente le acusa de no ser demócrata ahora que ya se fueron los colonialistas franceses. Sin embargo, cuando Francia, que según un mandato de la Sociedad de Naciones había de mostrar al país formado entonces por Siria y el Líbano la forma de gobernarse a sí mismo, vio amenazado su poder por las violentas manifestaciones de los nacionalistas sirios, que pedían la independencia y, con toda probabilidad, la democracia, asesinó sin juicio a cientos de insurrectos y los expuso para su escarnio en la plaza de Mezzè sin que el mundo civilizado protestara ni hablara entonces de democracia. Ni cuando en represalia incendió aldeas enteras del Guta. Y cuando sin saber qué más hacer bombardeó Damasco desde la colina de Mezzè frente al Casiún, donde ahora se levanta el palacio de recepciones de Kenzo Tangue, las tímidas protestas de China, Egipto y los Estados Unidos no lograron la retirada del suelo sirio de tan demócratas gobernantes.

Llevado de su pasión, Adnán no podía parar:

– Cuando Occidente era defensora de la democracia para sí pero imponía su yugo colonial a los países subdesarrollados, nadie se metió con Siria. Ahora que ya nadie tiene intereses directos en el país, se le exige que adopte la misma forma de gobierno que Occidente. Y cuando tras la independencia los sirios tuvieron unos pocos años de democracia nadie les ayudó a conservarla, sino todo lo contrario: los países occidentales, todos ellos contrarios a los nacionalistas, defendían cada uno su propio grupo de presión, como hacen ahora en Somalia, Ruanda, Mozambique o Yugoslavia, que alcanzaba el poder y lo perdía sumiendo al país en una sucesión de incertidumbre y luchas intestinas. En cambio, defendieron siempre a los fundamentalistas, al principio sólo por ser enemigos de los nacionalistas, como les ocurrió en el Irán.

Y añadió con la rabia del que sabe que va a perder pero le consuela que con él pierda el enemigo:

– No querían los nacionalistas y ahora tendrán los fundamentalistas. -Y continuó-: Es cierto que Al Assad es un dictador, lo es, y que hay presos políticos en las cárceles de Damasco, de Palmira, de HÖms y Hama. Pero no tan dictador como los jeques de Arabia Saudí, de los Emiratos Árabes y del resto de los países del Golfo, incluido Kuwait, donde continúan produciéndose formas solapadas de esclavitud, donde se persigue a los ciudadanos por sus modos de vida, donde las mujeres están reducidas a meros instrumentos domésticos, laborales y sexuales, y donde no hay libertad religiosa, ni política, ni social, y donde se cortan manos y pies para escarmiento de los ladrones.

– ¿Qué es lo que molesta de Assad a los países occidentales?

– le pregunté para que no se detuviera, porque el apasionamiento en un árabe es siempre un espectáculo: el ardor se concentra en el resplandor de la mirada, se le crispan levemente los labios al hablar y la dicción adquiere la soltura y la fluidez propia de un discurso o una arenga en la plaza, aun manteniendo el cuerpo y el cuello estáticos y un perfecto control de sus gestos y movimientos.

– Quizá lo que le molesta a Occidente en el caso de Al Assad -respondió sin apenas pensarlo- no sea tanto la falta de democracia cuanto que, aun siendo un dictador, no es en absoluto tan burdo ni manipulable como los dictadores aliados de las democracias occidentales. Me refiero a Pinochet, a Somoza y a tantos otros. Al Assad sabe lo que quiere y cómo lo quiere, y si no puede conseguirlo por lo menos no se deja amilanar ni por unos ni por otros, ni se deja comprar con los préstamos del Banco Mundial o del Fondo Monetario, meras imposiciones de la forma en que hay que transformar la economía para que sea beneficiosa a Occidente. Al Assad cambia de aliados en los momentos oportunos y siempre sabe sacarse de la manga la carta precisa que falta para seguir el camino que ha trazado para su pueblo. Esa especie de Maquiavelo oriental que trae a los países de Occidente por la calle de la amargura, tiene su forma de comportarse y de ser imprescindible para gobernar un país que no sólo tiene que estar alerta por Israel sino también por la Turquía de la OTAN, y vigilar a los países del Golfo y al gendarme de los árabes, Arabia Saudí, al Iraq y al Irán, sin contar con el jefe supremo de todas las alianzas, el poderoso Tío Sam.

Y ya en el punto álgido de su apasionamiento añadió:

– Lejos de mí defender las dictaduras, pero lejos de mí también alinearme con los enemigos de Siria que en cualquier momento, por conveniencias coyunturales que nada tienen que ver con la democracia o la ética, pueden convertirse en sus aliados. No hay que olvidar lo que ocurrió cuando el Iraq perpetró la horrible matanza de los kurdos con armas químicas: no hubo un solo país occidental que se levantara en las Naciones Unidas ni fuera de ellas para condenarlo, y en cambio antes de dos años se había convertido en el demonio de los infiernos, sólo por haber invadido un país que Occidente le había desmembrado cuando dividió la zona en su propio beneficio y en el que de un modo u otro, clara o solapadamente, sigue existiendo la esclavitud, y de democracia ni se habla.

– Pero ¿hay oposición organizada?

– No hay oposición, sólo lucha por el poder. La única oposición muy clandestina es invisible, es la de los integristas apoyados por Arabia Saudí y el Irán. Pero hay 519.821 afiliados a los sindicatos, lo que en un país de casi veinte millones de habitantes no es poco, aunque los sindicatos sean en su mayoría gubernamentales.

– También hay pequeñas muestras casi domésticas de oposición -añadió Teresa- que esconden mayores organizaciones, como por ejemplo, el pañuelo en la cabeza de las mujeres que muchas veces no significa tanto una vuelta al fundamentalismo como una mayor voluntad de defensa de lo árabe, amenazado por la invasión comercial de Occidente. En 1982, cuando yo fui a la Universidad de Damasco, ni una sola mujer llevaba pañuelo y ahora lo llevan por lo menos el veinticinco por ciento. Y lo mismo ocurre en las oficinas. En los años sesenta, en Siria las mujeres adoptaron la minifalda y en este momento ni una de ellas se atrevería a llevarla por la calle. Aumenta el integrismo como en Occidente aumentan el conservadurismo, el nazismo y las sectas religiosas.

– Pero Siria sigue siendo un país laico -retomó la palabra Adnán-. De todos modos no puede haber oposición al margen de los suníes que son la mayoría del país y que apoyan al presidente y buena parte de su gobierno aun siendo alauí, porque, según reconocen ellos mismos, nunca habían tenido tanto dinero ni tantas prebendas.

Los alauíes siempre fueron gentes de montaña y de hecho hasta ahora pertenecían a una clase social inferior sin apenas otra salida que el ejército. Muchos de ellos proceden aún de familias que militaron en el ejército de los franceses.

Los suníes en cambio siempre han sido comerciantes y por tanto ricos en todas las situaciones y ahora, que ya pasó la época de la reforma agraria y de las nacionalizaciones, defienden la situación creada por el presidente, que está abriendo las puertas al comercio mundial y les deja que sean ellos los que negocien, controlen y se enriquezcan. ¿No te has dado cuenta de la cantidad de ricos, riquísimos que se ven en Damasco? En los dos o tres últimos años han proliferado los restaurantes de lujo, las boutiques donde se venden trajes cuyo precio es diez veces superior al sueldo de un profesor de universidad, los grandes coches y limusinas que comienzan a aparecer mezclados con los descacharrados taxis. Estamos entrando en la civilización occidental y en la televisión nos bombardean con productos europeos y americanos que la gente del pueblo intenta adquirir o por lo menos imitar.

Y añadió:

– No es extraño que frente a esta nueva invasión que empieza por desnudarnos de nuestras costumbres y de nuestra identidad, para muchos árabes no haya más contención que el extremismo, el fundamentalismo, la vuelta a los orígenes.

– Ni tampoco parece extraño que los países que defienden este fundamentalismo sean cada vez más intransigentes y más radicales -dijo con tristeza Teresa.

Los cementerios.

Más allá de la carretera que corría paralela al desierto, el paisaje desolado estaba ciego por la reverberación del sol. De vez en cuando nos veíamos obligados a detenernos porque los coches y las motos se aglomeraban en las puertas de los cementerios y la multitud atravesaba la carretera con niños y ramos para hacer sus ofrendas a los muertos.

En general los cementerios árabes se construyen sobre las lomas cercanas a las aldeas. Están ordenados con tal primor y los mantienen tan pulcros que transmiten una especial sensación de reposo, quizá porque las lápidas de las tumbas se levantan a los pies y en la cabecera como camas de piedra. Los muertos no se entierran en cajas de madera, sino envueltos en una sábana en contacto directo con la tierra, el cuerpo recostado de lado mirando a La Meca, los pies hacia oriente y la cabeza hacia poniente.

No hay inscripciones en las losas de las sepulturas porque, conocedores de que todo ha salido de la tierra y a ella ha de volver, no necesitan inscripciones para que el futuro les reconozca: la memoria del pasado la recogen las familias y los registros.

Algunas lápidas están pintadas de azul cobalto, como las piedras de lapislázuli que venden en el zoco para los collares, y ese día los familiares los cubrían con arrayán de un verde intenso y brillante que se destacaba sobre el ocre de la tierra.

Al salir del cementerio nos detuvimos en una casa contigua a él. La mujer que estaba en la puerta, al ver que yo era extranjera nos invitó a tomar una taza de té con menta. Teníamos poco tiempo pero aceptamos, porque caía el sol como en los campos de Maqueda en pleno mes de julio y bajo la parra de la entrada corría el airecillo y era agradable ver entrar y salir a los grupos de gente con sus ramos de arrayán.

Junto a la casa había unos grandes depósitos de obra vacíos cuya utilidad nos contó la mujer a grandes gritos, muy satisfecha de que la vieran con forasteros:

– Desde tiempo inmemorial -dijo-, los vecinos de la aldea reúnen aquí su trigo a partes iguales, y aquí lo hervimos. Un tercio se reserva para hacer harina, otro tercio se guarda para plantel y el tercero se hierve. Cuando está todavía caliente lo extendemos sobre sábanas en las azoteas durante tres días para que se seque, y después lo llevamos a moler, pero no como la harina sino tan sólo machacado. Lo llamamos ‘halé’ y con carne es uno de nuestros platos más comunes, una especie de arroz que guardamos durante todo el año en sacos o en barreños de madera.

Ya en el coche, cuando nos alejamos del cementerio y de la mujer que vino a despedirnos con un ramo de espliego, me contó Adnán que cuando el trigo se seca aprovechan los vecinos para celebrar una pequeña ceremonia que consiste en dárselo a probar unos a otros en prueba de buen entendimiento, como hacen los payeses del Ampurdán con los buñuelos de Pascua. En otras partes del país tienen una variante llamada ‘frique’ que consiste en abrasar someramente el trigo cuando aún no está maduro, para que el grano quede verde en el interior y quemado por fuera, tras lo cual se le quita la paja y se come también como si fuera arroz.

Salamiye, el pueblo ismaelí.

Salamiye es un pueblo polvoriento al borde del desierto, llano, sin montes cercanos ni lejanos, sin árboles, de espesos muros a lo largo de todas las calles sin aceras interrumpidos por pequeñas puertas que se abren a los patios y a las casas ocultas tras ellos. De no haber sido un día de fiesta habría dado la impresión de ser una aldea desierta del mismo color que la tierra y a punto de desvanecerse o diluirse en el incesante viento que viene de la estepa.

Me contaron que la ciudad, rica en los primeros siglos de nuestra era, se fue despoblando poco a poco en la época de los omeyas porque, lejos de Homs y de Hama y de Palmira, sus habitantes no sabían cómo protegerse de las incursiones y pillajes de los guerreros y poderosos beduinos. Los otomanos otorgaron una serie de privilegios y ventajas a quienes se asentaran de nuevo en ella, como la posesión de armas, la dispensa de servir en el ejército que suponía estar lejos de la familia durante años y la exención de impuestos. Fue poblándose poco a poco y durante generaciones sus habitantes siguieron luchando con los beduinos hasta que, dijo Adnán con un cierto orgullo que hasta más tarde no entendí, un ismaelí salvó la vida al hijo de un beduino y desde entonces, hace ya muchos, muchísimos años, sellaron un pacto de amistad que trajo consigo la paz. Ahora, añadió, buena parte de la población es ismaelí, yo entre ellos. Y además los beduinos han dejado de ser guerreros y ya no se permite a nadie el uso de armas. La amistad así es más fácil.

Antes de visitar a su madre, Adnán me llevó a la casa de un amigo cuyo padre estaba en la cárcel.

– ¿Podré hablar de ello?

– ¿A quién? -preguntó Adnán un poco inquieto.

– No sé, pregunto si puedo mencionar sus nombres en el libro que voy a escribir.

– Será mejor que no lo hagas.

Podría traernos problemas.

Y recordé la pregunta del director general el día que me llevaron a visitarlo: “¿No será un libro político, verdad?”.

Detuvimos el coche frente a una puertecita de madera entornada, entramos en un gran patio y salió a recibirnos la madre de su amigo.

Era una mujer alegre, de piel blanca sin apenas arrugas, ojos verdes y un pañuelo echado sobre el cabello que llevaba recogido en una trenza. Aunque por encima de nuestras cabezas seguía aullando el viento del desierto, el patio era un reducto protegido donde crecían los limoneros y los laureles y se alineaban los tiestos de geranios y aspidistras, y sobre la ropa tendida una parra echaba las primeras hojas de un verde intenso. El patio albergaba dos pequeñas construcciones, en la primera se encontraban la cocina y una sala donde estudiaban los hijos, en la otra dos habitaciones donde dormía la familia. Nos hicieron entrar en la sala grande, destartalada, con colchones en el suelo adosados a las paredes a modo de sofás, cubiertos de telas de colores tejidas a mano.

Había fotografías ya muy antiguas colgadas en las paredes, de los padres y abuelos, del matrimonio en el día de su boda, una boda al parecer todo lo occidental que podía ser en este país en 1970. Apenas tuvimos tiempo de sentarnos cuando llegaron otras visitas. Salió entonces una de las hijas y nos ofreció peladillas, refrescos de frutas, dulces y té pero no café que se sirve en el momento de partir, me dijo Adnán.

Los árabes son muy amantes de sus pequeñas costumbres y sus relaciones son de extrema cortesía; antes de comenzar a hablar se preguntan mutuamente por la familia, por las cosechas o por los negocios, por la salud, uno tras otro sin perder la paciencia, sabiendo en cada momento a quién toca preguntar y sobre qué. Cada gesto, cada ceremonia, por pequeña que sea, tiene su rito correspondiente.

Al entrar en la casa, Adnán había entregado a la mujer una gran caja de galletas que compramos al salir de Damasco y ella le había dado escuetamente las gracias y la había dejado en un rincón apenas visible.

Nunca hay que mostrar interés por los regalos, me contó, porque podría dar la impresión de que nos alegramos de la visita por el regalo y no por la presencia del amigo.

Y las hijas sacaron sus propias galletas sin abrir las de Adnán, ni nos invitaron tampoco a comer las frutas o los chocolates que habían traído los demás visitantes, no fuera que pensáramos que no tenían otra cosa que ofrecernos.

En un claro entre dos visitas, una vez hubieron pasado revista a toda la familia y a los últimos acontecimientos de su entorno, la mujer me contó que tenía cinco hijos, el amigo de Adnán estaba en Moscú con una beca, el segundo había ganado otra del Consejo Superior Ismaelí en el Paquistán, y las tres hijas, una abogado, la otra médico y la tercera estudiante aún de ciencias químicas, trabajaban en Damasco y en Alepo, aunque habían venido a pasar la fiesta con ella. Pero del marido preso no dijo nada.

Cuando ya nos ofrecían el café de la despedida entraron dos hombres de unos cuarenta años que nos saludaron con timidez. Sólo entonces, cuando una de las hijas cerró la puerta, nos dijeron en voz baja que acababan de salir de la cárcel y venían a visitar a la mujer cuyo marido seguía preso. La mujer los había recibido sin la menor sorpresa. Yo le pregunté a Adnán si ella sabía que estos chicos habían salido de la cárcel.

– Todo se sabe -respondió-. La información corre de boca en boca, se sabe quién entra en la cárcel, quién sale de ella, a quién buscan.

Esas cosas nunca se ponen por escrito ni se hablan por teléfono.

Pero siempre se saben.

La mujer contó que desde 1982 su marido estaba detenido, no preso, aclaró, porque estaba en la cárcel sin juicio.

– Primero estuvo en Palmira, una cárcel en el desierto donde había tantos presos en cada celda que apenas podían darse la vuelta para dormir y donde las condiciones eran terribles y muy duras. En la de Damasco, donde está ahora, sólo hay doce detenidos por celda. No les hacen trabajar y les dejan estudiar, incluso les proporcionan los libros de la universidad. Los presos se dan clases unos a otros, porque todos son políticos, gente instruida, que quieren aprovechar el tiempo. La cárcel de Damasco está en un edificio en buenas condiciones, es la cárcel que enseñan a las comisiones de derechos humanos que visitan al país. Y además se admiten visitas de la familia una vez al mes durante unos quince minutos.

– ¿Se sabe cuándo saldrá tu marido?

La mujer sonrió pero su mirada seguía siendo grave:

– Nadie lo sabe -dijo.

– ¿Cómo has sacado a la familia adelante? -le pregunté, porque aunque los hijos ya eran mayores tuvo que ser difícil educarlos sin el sueldo del marido ni la ayuda del gobierno.

– Soy bibliotecaria y no me ha faltado trabajo. Esto me ha salvado. Y la ayuda de todo el pueblo.

La gente aquí es muy solidaria.

– ¿Y a vosotros os encarcelaron también con él? -pregunté a los hombres.

– Un año más tarde.

– ¿Por la misma razón? -sin atreverme a preguntar por qué los habían detenido.

– Todos somos del grupo “Movimiento del 23 de febrero”, el ala izquierda del Partido -me dijo uno de ellos-, los mismos que tomaron el poder y que de alguna forma siguen en él.

Pero lo dijo como si en realidad pertenecieran a otro partido, como si el Baaz que gobernaba hubiera utilizado su nombre y su fama para acceder al poder traicionando después al verdadero.

– Y ¿vais a seguir luchando en la oposición ahora que habéis salido de la cárcel?

Aquí la conversación quedó truncada porque se abrió la puerta y entraron nuevas visitas. Los hombres me miraron excusándose y la mujer también, un segundo antes de extender las manos e ir a dar la bienvenida a los recién llegados.

Y de no haber estado esperándonos la madre de Adnán, les habría seguido hasta su casa para hacerles muchas más preguntas sobre la oposición, la clandestinidad y su vida en la cárcel. No sabía entonces que aquella misma tarde conocería a uno de los líderes del Movimiento del 23 de febrero, un hombre respetado por todos, incluso por el gobierno, cuyo hermano en una crisis de conciencia, o de desesperación, ¿quién puede saberlo?, se había suicidado hacía algunos años.

La fiesta.

La madre de Adnán, que nos dio la bienvenida en la puerta del patio de su casa, era una mujer ya mayor que desde la muerte de su marido se había refugiado en el trabajo y el silencio. Llevaba el pelo blanco recogido en un moño e iba vestida con una larga túnica negra y una pañoleta de punto. Era todavía muy hermosa y miraba a su alrededor con expresión de dulzura y cierto desentendimiento, como si para ella ya todo estuviera demasiado lejos. Me hizo entrar y me mostró la casa que acababan de comprar, dos habitaciones abiertas al patio lleno de frutales y otra habitación en otro extremo con el baño que habían construido sus propios hijos con ayuda de vecinos y amigos. En el suelo había aún material de construcción esparcido entre los parterres que, ajenos a las pisadas y el caos de sacos de cemento, maderas y ladrillos, albergaban adelfas en flor, retama olorosa, almendros y buganvillas, y un pozo con brocal de piedra amarillenta con el cubo de estaño colgado de la soga.

Habían llegado los hermanos de Adnán con sus mujeres y con los hijos y yo apenas sabía dónde meterme porque era un continuo entrar y salir de niños y hombres y mujeres de todas las edades que se besaban y se saludaban y reían contentos, y gente que iba desgranando la tarde con sus visitas: unos iban, otros comían, otros venían, la familia les despedía en el patio y volvían todos juntos a sentarse y volvían a irse, sacaban bebidas y ensaladas, y pimientos, y carne de cordero en pilas altísimas a cada momento, se sentaban en sillas o sobre las camas y se levantaban sin que parecieran tener ningún plan establecido hasta que llegaba la hora de irse. Me instalé en un rincón con un delicioso pan árabe caliente aún que acababan de sacar del horno en el patio y un tazón de olivas y nueces machacadas con cebolla picada, mejorana, pimiento rojo y jugo de limón, que así es la ensalada de ‘zeitún’, aceitunas.

La oposición.

Hacia las seis de la tarde, antes de irnos a Hama, Adnán me rescató del torbellino familiar y me llevó a visitar a un hombre muy importante, dijo en un susurro, un líder del Movimiento del 23 de febrero.

Era un hombre ya mayor que llevaba gafas oscuras de montura ancha y sólida, tenía el pelo blanco y lo llevaba cortado a cepillo. La chilaba gris disimulaba su enorme corpulencia y su gran barriga. Cuando estaba callado tenía la expresión grave y adusta pero al hablar se le iluminaba la cara y cobraba de pronto una gran expresividad.

Adnán me presentó como una periodista que estaba haciendo un reportaje sobre el país. Así será más fácil, me había dicho.

El líder estaba en el jardín sentado en un sillón de mimbre, bajo la sombra de los olivos entre tanta gente tomando fruta y zumos que al cabo de un rato, cuando comenzábamos a hablar, le pedí que nos alejáramos un poco para que no nos interrumpieran y nuestra conversación no fuera tan pública.

Porque tenía la impresión de que lo que me estaba contando a mí, los demás ya lo sabían.

Se levantó con parsimonia asintiendo y me pidió que le siguiera, pero no entramos en la casa sino que nos dirigimos hacia una salida del jardín, donde había una pequeña construcción junto a la verja. Era un estudio, una habitación amueblada con esmero: divanes junto a las paredes y estanterías repletas de libros. En un rincón una estufa de cerámica, frente a ella un escritorio y por todas partes viejas fotografías de compañeros de lucha, me dijo mostrándomelas una a una, compañeros que ya se fueron, que se exiliaron, que ya no volveré a ver.

– Éste es el lugar donde trabajo -añadió cambiando de conversación y dejando las fotografías-, porque mi familia es numerosa y nuestra casa no demasiado grande.

Comencé por el principio.

– Me han dicho que usted está en la oposición.

– Así es -respondió-, no me queda más remedio. Los que mandan ahora son de mi Partido pero son peor que Franco, para que usted me entienda, más sucios aún, ya no miran por el bien del país.

Y antes de que tuviera tiempo de intervenir, se apresuró a indicarme:

– Yo le diré lo que quiera, pero si pone mi nombre tendré problemas.

– No lo pondré -le dije para tranquilizarle-. Dígame, ¿cómo comenzó su vida política?

– Era todavía muy joven cuando comencé a luchar contra los franceses. Sería a principios de los años cuarenta. Había entrado en el Partido Baaz cuando acababa de fundarse. Nadie se dio cuenta entonces de la importancia que tenía ese Partido, ni los ingleses que hicieron lo imposible por dar la independencia a Siria porque no querían a los franceses en el país.

– Pero ¿no habían sido ellos los que en 1919 los llamaron para el reparto? -pregunté.

– No es exactamente así. En 1919 los franceses no se avenían a perder su influencia en la zona. Y presionaron a la recién estrenada Sociedad de Naciones, de la que ellos eran fundadores y beneficiarios primeros, y consiguieron el llamado Mandato de la Sociedad de Naciones. Pero llevaron a cabo dos políticas muy distintas. Los franceses pueden llegar a ser más crueles que los ingleses en nombre de la cultura y de la civilización.

No olvide Indochina, Argelia, África… -Se detuvo como si el que no quisiera olvidar fuera él, y después de un momento continuó-: De hecho mi vida política comenzó en 1948, cuando de un modo u otro la comunidad internacional se las arregló para que fueran los propios árabes los culpables de la pérdida de Palestina, y cuando nosotros, ocupados en nuestra recién estrenada independencia, apenas nos dábamos cuenta de lo que estaba ocurriendo. Éste ha sido un país sometido a toda clase de invasiones desde los albores de la historia, y nunca ha sido una zona estable.

– ¿Cree usted que esta situación entre dos mundos sigue influyendo en su destino?

– Mire, las tablillas y los archivos descubiertos en las últimas excavaciones demuestran que Salomón no fue un profeta como se cree sino un hombre ambicioso que quería extender su reino hasta el Yemen para asegurar la ruta de las caravanas. Hoy, aun sin rutas, la zona sigue despertando el mismo interés. Antes eran las piedras preciosas, la seda o las especias, ahora es el petróleo que ha de llegar a las industrias de Occidente, y el control de la droga. Por otra parte queremos alcanzar el avance técnico y tecnológico que posee Occidente. Pero también queremos la paz, así que Siria, igual que los demás países del Oriente Medio, teme que un día u otro, aun cuando no les beneficie tanto como a sus enemigos, tendrá que firmar el retazo de paz que les ofrezcan.

– El Partido Baaz, en sus inicios, ¿fue antioccidental?

– A Occidente le interesan los gobiernos títeres, pero somos muchos en el país que lo que queremos es otra cosa.

– ¿Cómo explica la cantidad de golpes de estado ocurridos en el país desde 1948 hasta 1970?

– En los años cincuenta había cundido entre el pueblo y la clase política una gran desesperanza por la pérdida de Palestina. Para un occidental que tiene en mente la idea de nación es muy difícil comprender lo que es la Gran Siria, esta unidad que desde tiempos inmemoriales formaban Palestina, el Líbano, Jordania y Siria, con sus distintas zonas y peculiaridades que los occidentales explotaron en beneficio propio. De ahí que la decepción de la gente fuera un buen pretexto, una ocasión que aprovecharon los militares para hacerse con el poder. Ellos fueron los que firmaron pactos para los oleoductos con los occidentales. Todos los golpes militares fueron apoyados por Occidente. No fueron golpes cruentos porque no estaban sustentados por ninguna organización: no había más que influencia inglesa, francesa y americana. Y su dinero, pero nada más. Seis golpes de estado hubo. Y fue a partir de 1956, con la aparición pública, por decirlo así, de un partido democrático y bastante liberal entre cuyos miembros había nacionalistas, cuando el objetivo se centró en la calle. En 1957 la gente ya sabía que tenía voz y comenzó a decir en voz alta lo que pensaba. Ya no había nadie que no se diera cuenta de que Palestina y la parte del norte de Siria, Alexandreta, habían sido regaladas a los sionistas y a los turcos sin consultar con el pueblo al que pertenecían. Es natural que al comenzar a entender se volvieran antioccidentales. No hacía falta trabajar contra la influencia de Occidente.

– ¿Fue una época de intensa actividad política?

– Sí, el Partido Baaz y los comunistas seguían moviendo la calle. Pero los occidentales presionaron a través de la Alianza de Bagdad para apagar las voces sirias. Fue entonces cuando apareció Nasser con su idea de la Unión, porque existía la convicción de que con esto seríamos más fuertes. Éste fue un momento de gran influencia soviética.

– Esta Unión, ¿estaba concebida como el primer paso hacia una Unión de todos los pueblos árabes?

Se detuvo un instante e hizo un levísimo gesto de impaciencia, y como si su destino fuera contar siempre la misma y única historia para intentar que la comprendiéramos los occidentales, dijo:

– Los cruzados sólo pudieron ser expulsados del país cuando se unieron los árabes y esto mismo comprendieron entonces los que forjaron la Unión. Y causó pánico en Occidente: Nasser había acabado con el canal de Suez y se estaba metiendo en el Líbano. Sin embargo se cometieron muchos errores y las cosas se complicaron. Además había un gobierno muy débil en Siria.

– ¿Habrían podido evitarse? -le interrumpí, pero ya no parecía reparar en ello y continuó:

– El 8 de marzo de 1963 -decía las fechas con la misma precisión con que mi padre recordaba los grandes logros de la República llegó al poder el Partido Baaz, con un golpe de estado al que se llamó Revolución Social que pretendía destruir las clases sociales y llevar a cabo una reforma agraria. Era un partido sin experiencia y hubo grandes problemas debidos en gran parte a que no todos los que participaron en él estaban dispuestos a apoyar la revolución.

Hasta que el 23 de febrero de 1966, el ala izquierda del Partido consiguió eliminar a los que no eran revolucionarios. Se cortaron las relaciones económicas, culturales y políticas con Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, y se inició la reforma agraria. Este periodo en que dominaron los revolucionarios del Partido Baaz duró hasta el 5 de junio de 1967 cuando se produjo la invasión israelí del Golán y de Egipto. No fueron Siria y Egipto quienes invadieron, sino los israelíes con el apoyo que tuvieron desde el primer momento de los americanos y de Arabia Saudí, para deshacerse de Nasser en Egipto y del Partido Baaz de Siria.

– ¿Esto es una acusación o una suposición?

Me miró como si mi duda le ofendiera.

– Si quiere puedo mostrarle los documentos que así lo prueban.

Como si pidiera disculpas, hice un gesto indicando que no hacía falta, no sé muy bien por qué, porque nada me habría gustado más que verlos. Y él continuó:

– No hace ni dos años, en 1991, salieron a la luz una serie de cartas entre Arabia Saudí y el Iraq, países creados y apoyados por ellos para defender sus intereses, que mostraban la preparación de la invasión de Israel e indicaban que se iniciaría con el bombardeo a los aeropuertos, como así ocurrió, para continuar en los Altos del Golán. Y -añadió adelantando un poco el cuerpo para hacer más hincapié en lo que decía-, un amigo del frente popular me ha dicho que tiene documentos cruzados entre el rey Faisal y los Estados Unidos en los que queda claro que Arabia y el Iraq eran los primeros interesados en que desaparecieran los partidos de izquierda tanto en Egipto como en Siria.

– Pero ¿en el Iraq no había tomado también el poder el Partido Baaz en 1963 y se había intentado hacer una federación tripartita entre Siria, el Iraq y Egipto?

– Así es, sin embargo no se llegó a un acuerdo porque las ambiciones del Iraq siempre fueron desorbitadas.

– ¿Cuál es la visión de la guerra del Golfo desde este país?

– Supongo que se ve de forma muy distinta a la que se ve en Europa. Para nosotros es evidente que el Iraq había llegado a ser el policía de la zona y de la mano de los Estados Unidos y de los franceses había conseguido una fuerza científica y militar equivalente a la de Israel. Es posible que fueran los Estados Unidos los que, asustados por tanto poder y creyendo que era una forma de aniquilarle, le empujaran a invadir Kuwait para luego derrotarle y poner a otro en su lugar. Pero lo más seguro es que los Estados Unidos tras la invasión se vieran obligados a intervenir por razones de prestigio frente a su propio país y sobre todo a Arabia, el otro policía de la zona enemigo del Iraq, y pactaran de antemano la permanencia de Saddam Hussein. Porque temían que en caso de llegar toda esa fuerza a manos de otro la utilizara en contra de los intereses americanos en la zona. Por esto eliminaron la fuerza manteniéndolo en el poder. No cabe pensar en otra persona capaz de prestar mejor servicio a los Estados Unidos que Saddam Hussein: les vendió su país a cambio de quedarse en el poder, será él quien siga luchando contra el Irán y contra los kurdos, quien haga el trabajo sucio sin que sea necesaria la intervención de ninguna fuerza occidental.

Ningún país occidental con intereses en el Oriente Medio tendrá que ensuciarse las manos.

Yo no pude por menos de acordarme de la apuesta que habíamos hecho a raíz de la guerra del Golfo en abril de 1991, mi amigo Mario Sexer y yo. Yo defendía, como ahora el político, que si las armas que el Iraq adquirió a los países occidentales no habían servido para atacarles ni responder a sus ataques; que si la llamada coalición había detenido unilateralmente la guerra sin que hasta hoy se hayan dado explicaciones convincentes sobre ello; que si el presidente Bush habiendo animado a los iraquíes de la oposición a sublevarse contra Saddam Hussein, les había abandonado después a su suerte limitándose a echarles panes en paracaídas con el pretexto de “no injerencia” en los asuntos internos de otros países; que aun cuando una de las condiciones del alto el fuego decretado por los Estados Unidos exigía que los iraquíes no utilizaran aviones de combate ni helicópteros, no protestaron cuando Saddam Hussein los empleó contra los kurdos, etc., etc., todo hacía suponer que había un acuerdo tácito entre ellos como había dicho mi amigo, el político del 23 de febrero, cuyas sensatas palabras me llenaban ahora del regocijo que invade nuestro espíritu cuando alguien, lejano en el tiempo, en la distancia y en la historia, coincide con una de nuestras convicciones. Y me hizo albergar cierta esperanza de que quizá algún día apareciera la persona, el documento o -como dicen ahora los periódicos la “evidencia” que nos darían la razón al político y a mí, y yo además ganaría la apuesta. Siempre estamos más predispuestos a creer aquello que se conforma a nuestras convicciones.

– ¿Existe en Siria el problema kurdo? -continué con el interrogatorio.

– No, nunca lo hubo. La zona del noreste del país donde ahora se han refugiado estuvo desde siempre habitada por los asirios, los caldeos y otros pueblos, pero jamás por los kurdos. Los kurdos son un pueblo formado por un conjunto de emiratos que vivían en la zona norte del Irán y en el sureste de Turquía. Estos emiratos que son mercenarios desde hace cuatrocientos años, han luchado contra los turcos, los chiíes, los iraníes o los suníes, siempre en favor del que pagaba más. Fueron los mercenarios kurdos los que, pagados por los otomanos, realizaron las matanzas de sirios en el siglo pasado.

– ¿Cómo se vivió en Siria la derrota de la invasión de Israel?

– La derrota causó la distorsión del sistema político y social porque costó mucho aceptarla. Nosotros pensamos que no estábamos preparados para otra guerra, que antes debíamos elevar el nivel de vida de la gente, su capacidad adquisitiva y no comenzar a pensar seriamente en enfrentarnos al peligro hasta que se contara con cierto desarrollo social. La nueva situación y el cambio de objetivos transformaron las relaciones internacionales y nos volvimos hacia la Unión Soviética. Fue el tiempo de la gran presa del Éufrates, que dio agua a todo el país, el momento en que se inició el desarrollo industrial.

– ¿Por qué cree que Israel invadió los Altos del Golán?

¿Sólo por mantener una zona de seguridad como afirman ellos?

– ¿Qué dirían los franceses si España invadiera el norte de los Pirineos por tener una zona de seguridad escudándose en la ETA?

En mi opinión no eran las tierras lo que se buscaba sino el mercado de sus productos agrícolas en esta zona y, sobre todo, el agua. En los Altos del Golán nacen manantiales y ríos que Israel necesita.

– ¿Es cierto que los países árabes estarían dispuestos a olvidar el problema de Palestina a cambio de seguridad en la zona?

– Creo de verdad que si no fuera porque los palestinos han mostrado determinación en la lucha contra Israel, todos los países árabes habrían estado dispuestos a venderlos a cambio de la paz que quieren los israelíes. Esto queda claro sobre todo después de la caída de la Unión Soviética y de la guerra del Golfo, que han cambiado por completo el panorama político y han abierto la puerta a los capitales occidentales.

– ¿Cómo se abandonó el camino de desarrollo interior del país y se pasó al golpe de estado de 1970 que dio el poder a Al Assad?

– Mire, en 1967 Siria se había encerrado en sí misma y había cortado sus relaciones con Occidente, manteniendo algunas vías con la Unión Soviética para iniciar el desarrollo interior. Todo ello causó la disminución de gastos e intereses en todo el país y a los pocos años los militares pensaron que ya bastaba de tanta austeridad porque se habían acostumbrado a tener bienes y coches y no querían renunciar a nada. En esta situación toma el poder el actual presidente que, en mi opinión, estuvo aliado con los intereses occidentales desde que era un teniente y fue a Inglaterra a sus cursos de aviación.

– ¿Cómo puede estar tan seguro?

– La prueba me la da la información occidental, que es la que domina todo el mundo, y esta información es la que da la imagen de una persona u otra. Por ejemplo, en 1981 y en 1982 las fuerzas de Al Assad perpetraron una masacre en Hamma contra la oposición general y la de los hermanos musulmanes en particular, y no apareció información alguna en el mundo. Otro ejemplo, en 1978, cuando el presidente preparaba sus fuerzas para entrar en el Líbano, llegó a Siria el primer ministro soviético Kossiguin y estuvo con él hasta las tres de la madrugada pidiéndole con insistencia que no invadiera el Líbano, porque esto era precisamente lo que interesaba a los Estados Unidos para acabar con la oposición palestina en el Líbano.

El presidente no hizo el menor caso, sus fuerzas entraron en el Líbano y en colaboración con los maronitas, es decir, con los cristianos del Líbano, arrasaron los campos de palestinos y acabaron con su fuerza. A partir de aquel momento los palestinos se convirtieron en un grupo de hombres sin armas que ya no representaba peligro alguno para Israel, reduciendo su lucha a las piedras y a la diplomacia. Estoy convencido de que fueron los propios Estados Unidos los que pidieron a Siria que entrara en el Líbano.

– ¿Cuál fue la respuesta de la Unión Soviética?

– En esta cuestión los soviéticos estuvieron bastante al margen, tal vez porque querían seguir manteniendo lo que habían conseguido a través de la izquierda siria y la de Egipto.

– ¿Qué dice la gente de todo esto?

– La política del actual régimen es crear necesidades en la gente para que no piense en lo que está pasando sino sólo en lo que quiere conseguir.

– Es la táctica que se aplica en todo el mundo, creo.

– Aquí más, porque aquí todavía hay dificultades para encontrar lo que se anuncia en los periódicos.

En los periódicos se dedica la mitad de las páginas a la gloria del régimen y la otra mitad a mostrar un mundo de lujo. La economía ha caído y si no fuera por el turismo que se aprovecha de la situación de Argelia y Egipto, sería un verdadero desastre. Un ejemplo nada más: en 1971 yo cobraba quinientas liras y vivía bien y ahora con quince mil apenas puedo vivir.

Además, se está demasiado ocupado en problemas materiales y en cómo conseguir un trabajo para pensar en política. Y hay miedo, nadie habla del régimen.

– ¿Cómo ve el auge del integrismo? ¿Cree que amenaza también a Siria?

– Es la situación la que lleva al integrismo. Nunca, ni en la época de los turcos se había visto tanta corrupción en este país.

Frente a ello el ciudadano piensa que la ideología no sirve para nada y como oriental sigue el camino de la religión que le es propio y se vuelve hacia Dios. Es el régimen quien apoya esta tendencia. Mire, hace veinte años en este pueblo había una sola mezquita, ahora el gobierno ha dado permiso para construir siete más. Y en las zonas cristianas se autoriza a levantar una mezquita frente a cada iglesia.

Y yo me pregunto, si éste es un país laico como declara la Constitución ¿por qué con este dinero en lugar de mezquitas no se hacen escuelas?

– Mi país también es laico según la Constitución y la Iglesia sigue teniendo privilegios en la educación, en los días festivos, en las subvenciones y hasta en los programas de televisión. Así que ya ve -le dije para que se consolara-, en todas partes ocurre lo mismo.

– Pero en los países árabes tenemos el peligro del integrismo que fanatiza a los ciudadanos y los convierte en asesinos en nombre de Dios.

En nuestros países esto ya ocurrió durante siglos, y a nosotros en lugar de un tiro en la sien nos quemaban en la hoguera de la plaza pública, también en el nombre de Dios. Pero le veía tan meditabundo y triste que no quise añadir una gota más de desesperanza a la suya, y le pregunté:

– ¿Qué papel desempeña Arabia Saudí en todo esto?

Levantó la cabeza, animado de pronto por la respuesta que ya estaba cavilando:

– Los países del Golfo son los que apoyan y fomentan el integrismo, una forma de entender el Corán que hasta ahora fue minoritaria.

Los países occidentales parecen olvidar este hecho: ni el Irán, ni Argelia, ni el Sudán son más integristas que Arabia Saudí, a favor de la que Occidente luchó en la guerra del Golfo; claro que ninguno de ellos tiene tampoco más petróleo ni por tanto más dinero ni más poder. Arabia Saudí es el gendarme de los pueblos árabes, es quien impone con inflexible autoridad las rígidas leyes y normas que atribuye al Corán. Siria tiene la sensación de que lucha sola contra el modelo de vida fundamentalista que se le pretende imponer y no comprende cómo Occidente se alinea con países que luchan por aplicar el integrismo a los súbditos de otros países, porque los propios ya lo han aceptado de grado o a la fuerza. Arabia es más integrista que todos los países árabes juntos y su única preocupación es que desaparezcan las ideas políticas, las ideas de cualquier tipo. En 1973 Arabia Saudí había pactado con Siria la donación de tres mil millones de dólares para la ampliación del puerto de Lataquia, y en el último momento cambió las condiciones y exigió que con este dinero se construyeran campos de deporte y mezquitas, porque no le interesaba el progreso sino sólo el deporte y la religión que ayudan a la despolitización y disminuyen en los ciudadanos su capacidad de comprensión de los problemas y de rebelión. Lo mismo ocurre en las universidades, donde ha dejado de exigirse el alto nivel de hace unos años y se dan títulos por dinero e influencias para que los estudiantes se desentiendan de la ciencia y se dejen tentar con todo lo que sea material, sin darse cuenta de que la falta de investigadores árabes, el descalabro científico y cultural, será el verdadero peligro.

– Es una visión muy pesimista de la situación.

Al responder su voz era firme y contrastaba con la expresión un tanto compungida de su rostro:

– Nuestra visión es pesimista, para nosotros el porvenir es bastante oscuro.

– ¿Hay algo que pueda hacer concebir alguna esperanza?

– No. Ni siquiera a largo plazo, porque no sabemos aún qué ocurrirá con estos jóvenes, con la generación del futuro que, de seguir incultos, sin entender lo que está ocurriendo como hasta ahora, nos abocarán a una situación en la que se reproducirá la misma historia. Si el pensamiento no tiene una base no sigue adelante. No hay nación en todo el mundo que pueda avanzar sin su propia erudición intelectual. Nosotros no tenemos pensadores, no podemos proyectar una erudición, un pensamiento propios, de ahí que lo nuestro no sea más que ir dando bandazos sin resultado alguno.

– ¿A qué se dedica usted?

– A la política, aunque en este país está prohibida.

– Quiero decir, ¿en qué se gana la vida?

– Soy director financiero de una empresa extranjera. Fui antes director del sector cultural de mi partido, pero me echaron cuando los militares llegaron al poder. Aquí y ahora se ejercita la represión directa, ya no hay la libertad de trabajar, de enseñar. Y no sólo soy yo el que estoy amenazado, todo el que no esté a favor del régimen está sometido a la misma represión.

Nos echan de nuestro trabajo en la administración, incluso si trabajamos bien.

– ¿Ha pensado alguna vez en abandonar el país si la persecución se hace intolerable?

– No, yo no quiero irme. El que habla convencido no puede huir, ha de aguantar toda la vida y esperar a que otros le sustituyan. Si se va deja el camino libre, el hilo se corta y todo se pierde. Hasta ahora yo he tenido suerte, y quizá conmigo se atrevan menos porque fui un hombre de cierta relevancia.

Pero mi hermano, y en general el grupo al que pertenecía, estuvo sometido a grandes presiones. Mi hermano murió y con él otros muchos. Las cárceles están llenas, hay personas que llevan veintitrés años detenidas sin acusación ni juicio y nadie protesta. Nelson Mandela estuvo veintidós años en la cárcel, pero acusado y juzgado.

Nadie habla de ello ni en Amnistía Internacional ni en las Naciones Unidas.

– ¿Cuántas personas calcula que hay en la cárcel?

– Unas cuatro mil personas de las que pertenecen o pertenecieron al Partido Baaz, además de los comunistas y los hermanos musulmanes.

Mi amigo se sirvió un vaso de agua, se levantó y se puso a buscar entre los libros. Yo no podía quitarme de la cabeza las palabras de Adnán de esta misma mañana:

“Claro que tienen razón los intelectuales, los patricios de Damasco, la gente del pueblo cuando piden democracia y libertad.

Por supuesto. Pero que los países occidentales se ocupen de sus menesteres y si no, que juzguen a todos por el mismo rasero. Se me dirá que soy un inocente porque ya se sabe que la guerra contra el Iraq se hizo por petróleo, y en cualquier conflicto subyacen los intereses de ambas partes. Ya lo sé. De esto los franceses saben un montón: acaban de abandonar un país al que dijeron acudir en ayuda de una población que ha llegado a los infiernos por un atentado cuyos únicos responsables son ellos. Pero Occidente siempre calla cuando le conviene.”

El líder se acercó a la puerta con un libro entre las manos y me regaló la historia del Partido Baaz publicada por él mismo en 1965 en una editorial de Londres.

Le di las gracias por el tiempo que me había dedicado y la sinceridad con que me había hablado y sin darle importancia él a su vez me agradeció la visita.

Salimos al jardín, era casi de noche pero todavía las ramas de los olivos y de las palmeras se recortaban en el cielo de un azul brillante y profundo como sólo se ve en el desierto o en sus proximidades. El patio olía a jazmín y los dos en silencio fuimos a sentarnos con los demás que seguían en el corro hablando y bebiendo zumos, refrescos y té, sin enterarse de que la noche iba cayendo lentamente sobre ellos. Alguien me dio un plato con ensalada de berenjenas que había traído un vecino, y aunque al principio me parecía demasiado fría la acabé con fruición intentando adivinar qué especia extraña le daba este sabor que suavizaba la boca y calmaba la sed.

El líder se había recostado en el respaldo del sillón de mimbre y tenía los ojos cerrados. Cuando alguien encendió la luz los abrió y miró a los asistentes como si no supiera lo que hacían allí. Un momento antes de volverlos a cerrar y sumirse en sus pensamientos topó con mi mirada y me sonrió fugazmente.