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El señor Tomohiro Okamoto del Departamento Marítimo del Ministerio de Transporte de Japón, ya jubilado, me dijo que se encontraba junto a un compañero, el señor Atsuro Chiba, en Long Beach, California (el puerto de contenedores más importante en la costa oeste de Estados Unidos, cerca de Los Ángeles), por otro asunto de negocios cuando se les comunicó que, según se informaba, el único superviviente del buque japonés Tsimtsum, que unos meses atrás había desaparecido sin dejar rastro en aguas internacionales del Pacífico, había desembarcado cerca del pueblo de Tomatlán en la costa de Méjico. Su departamento les dio instrucciones de ponerse en contacto con el superviviente para ver si podían arrojar luz sobre la suerte del buque. Compraron un mapa de México para ver dónde quedaba Tomatlán. Por desgracia, había un pliegue en el mapa que cruzaba Baja California justo encima de un pequeño pueblo costero llamado Tomatán, impreso en letras minúsculas. El señor Okamoto estaba seguro de haber leído Tomatlán. Como quedaba más o menos en medio de Baja California, decidió que la forma más rápida de llegar sería en coche.
Partieron en un coche alquilado. Cuando llegaron a Tomatán, a ochocientos kilómetros al sur de Long Beach y se dieron cuenta de que no se trataba de Tomatlán, el señor Okamoto decidió que seguirían hasta Santa Rosalía, a doscientos kilómetros hacia el sur, donde cogerían el transbordador que los llevaría a Guaymas. El transbordador salió tarde y era muy lento. De Guaymas, todavía les quedaban mil trescientos kilómetros para llegar a Tomatlán. Las carreteras estaban en muy mal estado. Se les pinchó una rueda. Se les averió el coche y el mecánico que lo arregló desvalijó el motor de sus piezas a escondidas y las cambió por piezas usadas. En consecuencia, no sólo tuvieron que pagar las piezas nuevas a la compañía de alquiler de coches, sino que se les estropeó el coche por segunda vez a la vuelta. El segundo mecánico les cobró de más. El señor Okamoto admitió que estaban muy cansados cuando llegaron al Hospital de Benito Juárez en Tomatlán, que para nada se encuentra en Baja California, sino a cien kilómetros al sur de Puerto Vallarta, en el estado de Jalisco, que está casi a la misma altura que Ciudad de México. Llevaban cuarenta y una horas viajando sin parar. «Trabajamos mucho», escribió el señor Okamoto.
El señor Okamoto y el señor Chiba hablaron con Piscine Molitor Patel, en inglés, durante casi tres horas. Grabaron la conversación. He aquí unos pasajes de la transcripción textual. Le estoy muy agradecido al señor Okamoto por haberme facilitado una copia de la cinta y de su informe final. Para evitar confusiones, he indicado quién está hablando cuando no resulta evidente a primera vista. Las partes que aparecen en una fuente distinta corresponden a fragmentos hablados en japonés y que fueron traducidos posteriormente.
– Hola, señor Patel. Me llamo Tomohiro Okamoto. Vengo de parte del Departamento Marítimo del Ministerio de Transporte de Japón. Le presento a mi ayudante, el señor Atsuro Chiba. Hemos venido a hablar con usted del hundimiento del buque Tsimtsum, en el que usted viajó. ¿Le parece bien que hablemos del tema ahora?
– Claro. Por supuesto.
– Gracias. Es usted muy amable. A ver, Atsuro-kun. Tú no tienes experiencia en este tipo de trabajo, así que quiero que prestes atención y que escuches.
– Sí, Okamoto-san.
– ¿Has encendido la grabadora?
– Sí, señor.
– Bien, ¡qué cansado estoy! Que conste en acta que hoy es el día diecinueve de febrero de 1978. Número de expediente 250663, concerniente a la desaparición del carguero Tsimtsum. ¿Se encuentra usted cómodo, señor Patel?
– Sí, lo estoy. Gracias. ¿Y ustedes?
– Estamos muy cómodos.
– ¿Han venido de Tokio sólo para verme?
– Bueno, estábamos en Long Beach, California. Hemos venido en coche.
– ¿Ha ido bien el viaje?
– Ha sido un viaje maravilloso. Un paisaje bellísimo.
– El mío fue horroroso.
– Sí, hemos hablado con la policía antes de venir aquí y hemos visto el bote salvavidas.
– Tengo un poco de hambre.
– ¿Le apetece una galleta?
– ¡Sí, por favor!
– Aquí tiene.
– ¡Gracias!
– No hay de qué. Sólo es una galleta. Vamos a ver, señor Patel, ¿le importaría contarnos lo que le pasó en el bote salvavidas, dándonos todos los detalles posibles?
– En absoluto. Lo haré encantado.
La historia.
SR. OKAMOTO: Muy interesante. SR. CHIBA: ¡Vaya historia!
– Nos toma por idiotas. Señor Patel, vamos a hacer una pausa. En seguida volvemos, ¿de acuerdo?
– Ningún problema. Me apetece otra galleta.
– Sí, cómo no.
SR. CHIBA: ¡Ya le hemos dado muchas y ni siquiera se las ha comido! He visto cómo las escondía debajo de la sábana,
– Mira, dale otra. Tenemos que seguirle la corriente. Ahora mismo volvemos.
SR. OKAMOTO: Señor Patel. No creemos su historia.
– Disculpe. Es que estas galletas están muy buenas pero a la mínima se desmenuzan. Estoy asombrado. ¿Por qué no?
– No cuadra
– ¿Qué quiere decir?
– Los plátanos no flotan.
– ¿Cómo?
– Usted ha dicho que el orangután llegó flotando encima de una isla de plátanos.
– Es cierto.
– Pero los plátanos no flotan.
– Sí. Sí que flotan.
– Pesan demasiado para flotar.
– No, se equivoca. Tenga, compruébelo usted mismo. Da la casualidad de que tengo dos plátanos aquí mismo.
SR. CHIBA: ¿Pero de dónde ha salido eso? ¿Qué más tendrá debajo de las sábanas?
SR. OKAMOTO: ¡Maldita sea! No, no se preocupe.
– Mire, allá mismo tienen un lavabo.
– No hace falta, de verdad.
– Por favor. Insisto. Llenen el lavabo de agua y pongan los plátanos dentro. Entonces veremos quién tiene razón.
– Quisiera pasar al punto siguiente.
– Insisto, por favor. [SILENCIO]
SR. CHIBA: ¿Y ahora qué?
SR. OKAMOTO: Presiento que hoy va a ser un día muy largo. [RUIDO DE UNA SILLA ARRASTRÁNDOSE POR EL SUELO. SE ENCIENDE UN GRIFO A LO LEJOS]
PI PATEL: ¿Qué está pasando? Desde aquí no veo nada.
SR. OKAMOTO [A LO LEJOS]: Estoy llenando el lavabo.
– ¿Ya ha puesto los plátanos dentro del agua?
[A LO LEJOS]
– No.
– ¿Ya?
[A LO LEJOS]
– Ya está.
– ¿Y?
SR. CHIBA: ¿Flotan?
[A LO LEJOS]
– Sí, flotan.
– ¿Y qué? ¿Flotan?
[A LO LEJOS]
– Sí, flotan.
– Ya se lo he dicho.
SR. OKAMOTO: Sí, de acuerdo. Pero harían falta muchos plátanos para sostener un orangután.
– Desde luego. Había casi una tonelada. Me pongo enfermo cada vez que me acuerdo de todos aquellos plátanos desperdiciados que salieron flotando.
– Una lástima. ¿Y qué me dice de…?
– ¿Podría devolverme los plátanos, por favor?
SR. CHIBA: Ya voy yo.
[RUIDO DE UNA SILLA ARRASTRÁNDOSE POR EL SUELO]
[A LO LEJOS]
– Vaya hombre, es verdad que flotan.
SR. OKAMOTO: ¿Y qué me dice de la isla de algas que dice que encontró?
SR. CHIBA: Tenga. Sus plátanos.
PL PATEL: Gracias. ¿Cómo dice?
– Mire, señor Patel, no quisiera ofenderle de ninguna manera, pero hablando en plata, no pretenderá que le creamos, ¿verdad? ¿Árboles carnívoros? ¿Un alga que come peces y produce agua dulce? ¿Roedores acuáticos que viven en árboles? Estas cosas no existen.
– Hombre, sólo porque ustedes no las han visto.
– Correcto. Hasta que no lo veamos, no lo creemos.
– Bueno, Colón tampoco. ¿Entonces qué hace cuando está en la oscuridad?
– Su isla es imposible, botánicamente hablando.-Dijo la mosca justo antes de posarse en el atrapamoscas.
– ¿Por qué no lo ha encontrado nadie más?
– Se trata de un océano enorme y sólo lo atraviesan buques grandes. Yo lo atravesé lentamente, observándolo todo.
– Ningún científico le creería.
– Los mismos que descartaron a Copérnico y Darwin, supongo. ¿Ya se han descubierto todas las plantas? ¿Y en la cuenca del Amazonas, por ejemplo?
– No han encontrado plantas que contradigan las leyes de la naturaleza.
– Las cuales usted se conoce al dedillo, ¿no?
– Hombre, lo suficiente para distinguir lo posible de lo imposible.
SR. CHIBA: Tengo un tío que sabe mucho de botánica. Vive en el campo cerca de Hita-Gun. Es experto en bonsáis.
PI PATEL: ¿Cómo?
– Es experto en bonsáis. Ya sabe, los bonsáis son árboles pequeñitos.
– Querrá decir arbustos.
– No. Quiero decir árboles. Los bonsáis son árboles pequeños. Miden menos de sesenta centímetros. Se pueden llevar en brazos. Viven mucho tiempo. Mi tío tiene uno de más de trescientos años.
– ¿Me está diciendo que existen árboles de trescientos años que miden menos de sesenta centímetros y que se pueden llevar en brazos?
– Sí, sí. Son muy delicados. Requieren mucha atención.
– Pero ¿quién ha visto algo así? Son botánicamente imposibles.
– No, señor Patel, le aseguro que existen. Mi tío…
– Hasta que no lo vea, no lo creo.
SR. OKAMOTO: Un momento, por favor. Atsuro, con todo el respeto que se merece tu tío que vive en el campo cerca de Hita-Gun, no hemos venido a hablar de botánica.
– Sólo quería ayudar, señor.
– ¿Los bonsáis de tu tío comen carne?
– Que yo sepa, no
– ¿Y alguno de ellos te ha mordido en alguna ocasión?
– No.
– Bien, en ese caso, los bonsáis de tu tío no no están ayudando. ¿Por dónde íbamos?
PI PATEL: Por los árboles altos y grandes que estaban firmemente arraigados en el suelo.
– Ah sí, pero de momento vamos a dejarlos de lado.
– Igual cuesta un poco. Nunca traté de desarraigarlos y levantarlos.
– Es usted muy gracioso, señor Patel. ¡Ja, ja, ja!
PI PATEL: ¡Ja, ja ja!
SR. CHIBA: ¡Ja, ja, ja! Tampoco hace tanta gracia.
SR. OKAMOTO: Sigue riendo. ¡Ja, ja ja!
SR. CHIBA: ¡Ja, ja, ja!
SR. OKAMOTO: Bueno, el tigre es otro elemento de su historia que nos resulta bastante increíble.
– ¿Qué quiere decir?
– Pues que cuesta mucho creérselo.
– Es una historia asombrosa.
– Por eso mismo.
– No sé ni cómo sobreviví.
– Debió de ser todo un reto.
– Me apetece otra galleta.
– Ya no quedan.
– ¿Y qué hay en esa bolsa?
– Nada.
– ¿Me permite verla?
SR. CHIBA: ¡Adiós! Nos acabamos de quedar sin el almuerzo.
SR. OKAMOTO: Volvamos al tema del tigre…
PI PATEL: Fue espantoso. ¡Qué buenos están estos bocadillos!
SR. OKAMOTO: Sí, parecen deliciosos.
SR. CHIBA: Tengo hambre.
– No se ha encontrado ni rastro del tigre. Cuesta un poco creérselo, ¿verdad? No hay tigres en el continente americano. Si anduviera un tigre suelto por allí, ¿no cree que la policía ya se habría enterado?
– Debería contarle lo que pasó con la pantera negra que se escapó del zoológico de Zurich en pleno invierno.
– Señor Patel, un tigre es un animal salvaje terriblemente peligroso. ¿Cómo pudo sobrevivir en un bote salvavidas con un tigre? Es…
– Lo que usted no sabe es que para los animales salvajes, nosotros somos una raza extraña y amedrentadora. Nos tienen pánico. Si pueden, nos evitan. Tardamos siglos en quitarles el miedo a algunos de los animales más flexibles, en domesticarlos, pero la mayoría de ellos no pueden superar el miedo que sienten, y dudo que jamás lo consigan. Si nos ataca un animal salvaje, lo hace por pura desesperación. Sólo pelean cuando sienten que no les queda más alternativa. Es el último recurso.
– ¿Pero en un bote salvavidas? Por favor, señor Patel, ¡cuesta demasiado creérselo!
– ¿Que le cuesta creerlo? ¿Qué saben ustedes de lo que cuesta creer? ¿Quieren algo que cueste creer? Yo les diré algo que sí cuesta creer. Entre los directores de los zoológicos, hay un secreto muy bien guardado. Y es que en 1971, Bara, una osa polar, se escapó del zoológico de Calcuta. Nunca más se supo de ella. No la encontró ni la policía, ni los cazadores, ni los cazadores furtivos, ni nadie. Creemos que vive suelta en las orillas del río Hugli. Tengan cuidado si alguna vez van a Calcuta, señores. Si el aliento les huele a sushi, ¡tal vez tengan que pagar un precio muy alto! Si cogieran la ciudad de Tokio, le dieran la vuelta y la sacudieran bien, se asombrarían de la cantidad de animales que se caerían: tejones, lobos, boas constrictor, dragones de Comodo, cocodrilos, avestruces, babuinos, carpinchos, jabalíes, leopardos, manatíes y toda clase de rumiantes. No tengo la menor duda de que desde hace generaciones, ha sobrevivido más de un hipopótamo asilvestrado y más de una jirafa asilvestrada en la ciudad de Tokio sin que nadie los viera. Miren la porquería que se les queda pegada a los zapatos cuando caminan por la calle y compárenla con la porquería que encontrarán en el fondo de las jaulas del zoológico de Tokio. ¡Entonces levanten la vista, señores! ¿Y ustedes pretenden encontrar un tigre en medio de una jungla en México? ¡Es de risa, vamos, de risa! ¡Ja, ja, ja!
– De acuerdo, quizás haya jirafas e hipopótamos asilvestrados en la ciudad de Tokio y un oso polar suelto por Calcuta. Lo que no creemos es que hubiera un tigre vivo en su bote salvavidas.
– ¡Qué arrogantes que son los que viven en las grandes ciudades! ¡Ustedes conceden a sus metrópolis todos los animales del Edén, y a mi aldea no le permiten ni un miserable tigre de Bengala!
– Señor Patel, tranquilícese por favor.
– Señor Patel…
– ¡A mí no me intimide con su cortesía! Cuesta creer que existe el amor, si no pregúnteselo a cualquier amante. Cuesta creer que existe la vida, si no pregúnteselo a cualquier científico. Cuesta creer que existe Dios, si no pregúnteselo a cualquier creyente. ¿Qué problema tienen con lo que cuesta creer?
– Lo único que pretendemos es ser razonables.
– ¡Yo también! Tuve que razonar en cada instante. La razón va de maravilla cuando quieres conseguir comida, ropa y protección. La razón es el mejor juego de herramientas. No haya nada como el uso de la razón para evitar que se te acerque un tigre. Pero si son demasiado razonables, arriesgan a tirar el universo entero con las frutas pochas.
– No se ponga así, señor Patel. Tranquilícese.
SR. CHIBA: ¿Las frutas? ¿Ahora qué le ha dado con las frutas?
– ¿Cómo que no me ponga así? ¡Deberían haber visto a Richard Parker!
– Sí, por supuesto.
– ¡Enorme! ¡Con los dientes así! ¡Las garras parecían cimitarras!
SR. CHIBA: ¿Qué son cimitarras?
SR. OKAMOTO: Chiba-san, en vez de hacer preguntas estúpidas sobre el vocabulario, ¿por qué no echas una mano? Este niño es un hueso duro de roer. Haz algo de una vez, ¿quieres?
SR. CHIBA: ¡Mire! ¡Una barra de chocolate!
PI PATEL: ¡Estupendo!
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Como si no nos hubiera robado todo el almuerzo ya. Ahora nos exigirá tempura.
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Creo que nos estamos yendo por las ramas. Hemos venido a verle porque algunos meses atrás se hundió un carguero. Usted es el único superviviente. Y sólo era un pasajero. No es responsable de lo que ocurrió. Nosotros…
– ¡Qué bueno que está el chocolate!
– Nosotros no pretendemos presentar cargos contra usted. Sabemos que es una víctima inocente de una tragedia en alta mar. Sólo queremos establecer por qué y cómo se hundió el Tsimtsum. Pensamos que quizá usted podría ayudarnos, señor Patel.
[SILENCIO]
– ¿Señor Patel?
[SILENCIO]
PI PATEL: Los tigres existen, los botes salvavidas existen, los océanos existen. Como nunca han coincidido en su experiencia escasa y limitada, se niegan a creer que tal vez llegaran a hacerlo. Sin embargo, el hecho es que el Tsimtsum los reunió y luego se hundió.
[SILENCIO]
SR. OKAMOTO: ¿Y qué me dice del francés?
– ¿Qué le pasa?
– Hombre, dos personas ciegas en dos botes salvavidas diferentes que se encuentran en medio del océano Pacífico… La casualidad es un poco rocambolesca ¿no le parece?
– ¡Ya lo creo!
– A nosotros nos parece muy poco probable.
– Bueno, ganar la lotería también, y siempre hay un ganador.
– Nos cuesta muchísimo creerlo.
– A mí también me costó.
– Sabía que tendríamos que tomarnos el día libre. ¿Hablaron de comida?
– Efectivamente.
– Él sabía mucho acerca de la comida.
– Si se le puede llamar así.
– El cocinero del Tsimtsum era francés.
– Hay franceses por todo el mundo.
– Quizá el francés que se encontró fuera el cocinero.
– Quizá. ¿Cómo quieren que lo sepa yo? No llegué a verlo. Me había quedado ciego. Entonces Richard Parker se lo comió vivo.
– Qué oportuno.
– Al contrario. Fue horroroso y apestaba. Por cierto, ¿cómo explican los huesos de suricata en el bote salvavidas?
– Bueno, los huesos de un animal pequeño…
– ¡De más de uno!
– …de algunos animales pequeños aparecieron en el bote salvavidas. Me imagino que ya estaban en el buque.
– No teníamos suricatas en el zoológico.
– Tampoco tenemos pruebas que demuestren que se trata de huesos de suricata.
SR. CHIBA: ¡Quizá fueran huesos de plátano! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
– Atsuro, ¡haz el favor de callar!
– Lo siento mucho, Okamoto-san. Debe de ser la fatiga.
– ¡Estás desacreditando nuestro servicio!
– Discúlpeme, Okamoto-san.
SR. OKAMOTO: Podrían ser huesos de otro animal pequeño.
– Son de suricata.
– Podrían ser de mangosta.
– No conseguimos vender las mangostas del zoológico. Permanecieron en la India.
– Tal vez plaguen los buques, como las ratas. Las mangostas son muy corrientes en la India.
– ¿Que las mangostas plagan los buques?
– ¿Por qué no?
– ¿Que varias mangostas llegaron al bote salvavidas nadando en el Pacífico? Vamos, cuesta creerlo, ¿no dirían?
– No tanto como algunas de las cosas que hemos oído en las últimas dos horas. Tal vez las mangostas ya estuvieran dentro del bote salvavidas, igual que la rata que ha mencionado.
– Es asombroso la cantidad de animales que había en ese bote salvavidas.
– Muy asombroso.
– Toda una selva.
– Efectivamente.
– Son huesos de suricata. Haga que los examine un especialista.
– No quedaban muchos. Y no había ninguna cabeza.
– Las usé como cebo.
– Dudo que un experto sepa diferenciar los huesos de suricata de los de mangosta.
– Pues busque un zoólogo forense.
– De acuerdo, señor Patel. Usted gana. No sabemos explicar la presencia de huesos de suricata, si es que lo son, en el fondo del bote salvavidas. Pero eso no es lo que nos preocupa. Hemos venido porque un carguero japonés de la compañía naval Oika, con bandera panameña, se hundió en el Pacífico.
– Es algo que no olvido, ni por un instante. Perdí toda mi familia.
– Lo lamentamos mucho.
– No tanto como yo.
[SILENCIO LARGO]
SR. CHIBA: ¿Y ahora qué hacemos?
SR. OKAMOTO: No lo sé.
[SILENCIO LARGO]
PI PATEL: ¿Les apetece una galleta?
SR. OKAMOTO: Sí, gracias. Me apetece mucho.
SR. CHIBA: Gracias.
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Hace un día estupendo.
PI PATEL: Sí. Hace sol.
[SILENCIO LARGO]
PI PATEL: ¿Es su primera vez aquí en México?
SR. OKAMOTO: Sí, efectivamente.
PI PATEL: La mía también.
[SILENCIO LARGO]
PI PATEL: De modo que no les gustó mi historia.
SR. OKAMOTO: Sí, nos ha gustado mucho, ¿verdad, Atsuro? La recordaremos durante mucho, mucho tiempo.
SR. CHIBA: Así es.
[SILENCIO]
SR. OKAMOTO: Pero a efectos de nuestra investigación, quisiéramos saber qué ocurrió de verdad.
– ¿Que qué ocurrió de verdad?
– Sí.
– Es decir, quieren que les cuente otra historia.
– Esto… no exactamente. Queremos saber qué ocurrió de verdad.
– ¿Y el hecho mismo de contar una historia no la convierte en un cuento?
– Esto… quizá en su idioma. Una historia narrada en japonés tendría un elemento de invención. Nosotros no queremos una invención. Queremos «datos concretos» como dirían ustedes.
– Quiero decir que el hecho de contar una historia, de emplear palabras, sean de mi idioma o del suyo, ¿no es en sí una invención? ¿El mero hecho de observar el mundo no es en sí una invención?
– Esto…
– A ver, el mundo no es sólo como lo vemos sino también como lo entendemos, ¿no? Y al entender una cosa, le añadimos algo, ¿no? ¿Eso no convierte a la vida en un cuento?
– ¡Ja, ja, ja! Es usted muy inteligente, señor Patel.
SR. CHIBA: ¿De qué está hablando?
– No tengo ni idea.
PI PATEL: ¿O sea que quieren palabras que reflejen la realidad?
– Sí.
– ¿Palabras que no contradigan la realidad?
– Eso es.
– Pero los tigres no contradicen la realidad.
– Por favor, más tigres no.
– De acuerdo. Ya sé lo que quieren. Quieren una historia que no les sorprenda. Que confirme lo que ustedes ya saben. Que no les haga mirar más alto, ni más lejos, ni de otro modo. Quieren una historia llana. Una historia inmóvil. Quieren facultad árida y ázima.
– Pues…
– Quieren una historia sin animales.
– ¡Sí!
– Sin tigres ni orangutanes.
– Correcto.
– Sin hienas ni cebras.
– Sin ellas.
– Sin suricatas ni mangostas.
– No las queremos.
– Sin jirafas ni hipopótamos.
– ¡Nos taparemos los oídos con los dedos!
– O sea que tenía razón. Lo que quieren ustedes es una historia sin animales.
– Queremos una historia sin animales que explique por qué se hundió el Tsimtsum.
– Vamos a ver. Voy a necesitar un momento.
– Por supuesto. Creo que por fin estamos avanzando. Esperemos que se deje de tonterías.
[SILENCIO LARGO]
– Bueno, les voy a contar otra historia.
– Perfecto.
– El buque se hundió. Hizo una especie de eructo gigantesco y metálico. Algunos objetos flotaron hasta la superficie y volvieron a desvanecerse. Me encontré nadando en medio del océano Pacífico. Nadé hacia el bote salvavidas. Fueron las brazadas más duras de mi vida. Tenía la sensación de que no estaba avanzando. Tragué mucha agua salada. Estaba congelado y me estaba quedando sin fuerzas. No hubiese llegado si no fuera porque el cocinero me tiró un salvavidas y me arrastró hacia el bote. Me subí como pude al bote y me desplomé.
«Sobrevivimos cuatro. Mi madre se agarró a unos plátanos y nadó hacia el bote. El cocinero ya estaba a bordo, y el marinero también.
»Se comió las moscas. El cocinero, me refiero. No llevábamos ni un día en el bote salvavidas; la comida y el agua que teníamos nos durarían semanas; no teníamos ninguna razón que nos hiciera sospechar que no nos rescatarían en breve. Pero allí estaba, dando manotazos para coger las moscas y comérselas con glotonería. Enseguida se convirtió en el mismísimo demonio de la gula. Nos insultó, diciéndonos que éramos idiotas e imbéciles por no disfrutar del festín. Nos sentimos ofendidos y asqueados, pero disimulamos. De hecho, fuimos muy educados. Era un desconocido y un extranjero. Mi madre sonrió, negó con la cabeza y levantó una mano para rechazar la oferta. Era un ser repugnante. Un vertedero tendría más criterio que la boca de ese hombre. También se comió la rata. La despedazó y la secó al sol. Yo… bueno, para ser sincero, yo también comí un trocito muy pequeño cuando mi madre no estaba mirando. Tenía tanta hambre. Era un animal, ese hombre, malhumorado e hipócrita.
»E1 marinero era joven. En realidad, era mayor que yo. Debía de tener veintitantos, pero se rompió la pierna cuando saltó al bote salvavidas y el dolor lo convirtió en niño. Era hermoso. No tenía vello facial y tenía el cutis fino y radiante. Y tenía unas facciones muy elegantes: la cara ancha, la nariz chata, los ojos achinados y plisados. Parecía un emperador chino. ¡Sufrió tanto! Fue espantoso. No hablaba ni una palabra que no fuera en chino. Ni siquiera sabía decir «sí», ni «no», ni «hola» ni «gracias». No entendimos nada de lo que nos estaba diciendo. Debió de sentirse muy solo. Cuando lloraba, mi madre le sostenía la cabeza en el regazo y yo le cogía la mano. Fue tan, tan triste. Estaba sufriendo y no pudimos hacer nada.
»Tenía la pierna completamente destrozada. Le salía el hueso de la piel. Estaba gritando de dolor. Se lo encajamos lo mejor que pudimos y nos aseguramos de que comiera y bebiera. Pero se le infectó la pierna y aunque cada día drenamos el pus, empeoró. El pie se le puso negro e hinchado.
»Fue idea del cocinero. Era un animal. Nos dominó. Nos susurró que la infección se extendería y sólo sobreviviría si le cortábamos la pierna. Como tenía el hueso roto a la altura del muslo, lo único que tendríamos que hacer era cortar la carne y ponerle un torniquete. Ese susurro malvado aún resuena en mis oídos. Nos dijo que se encargaría él de la misión de salvarle la vida al marinero, pero que nosotros tendríamos que sujetarlo. La única anestesia sería la sorpresa que se iba a llevar. Nos abalanzamos sobré él. Mi madre y yo le inmovilizamos los brazos mientras el cocinero se sentó encima de su pierna buena. El marinero se retorció y chilló. Respiraba aguadamente. El cocinero maniobró el cuchillo con rapidez. Se le cayó la pierna. Mi madre y yo lo soltamos en seguida y nos apartamos de él. Creíamos que una vez libre, dejaría de forcejear. Creíamos que se quedaría tendido tranquilamente donde estaba. Pero no fue así. Se incorporó al instante. El hecho de no entender los gritos hizo que nos calaran todavía más. Gritó y nosotros lo miramos, petrificados. Había sangre por todas partes. Peor aún fue el contraste entre la actividad frenética del marinero y el reposo sosegado de su pierna en el fondo del bote. Se la quedó mirando como suplicándole que volviera a su sitio. Por fin, se recostó. Entramos en acción. El cocinero cubrió el hueso con un pliegue de piel. Envolvemos el muñón en un trozo de tela y le atamos una cuerda para que dejara de sangrar. Lo tendimos lo más cómodamente posible sobre un colchón hecho de chalecos salvavidas y procuramos abrigarlo con las mantas. Pensé que no serviría de nada. No creía posible que un ser humano pudiera aguantar tanto dolor, tanta carnicería. Pasó toda la tarde y la noche quejándose, con la respiración áspera y entrecortada. Le dieron ataques de delirio agitado. No esperaba encontrarlo vivo a la mañana siguiente.
»Sin embargo, se aferró a la vida. Al alba seguía vivo. Perdió y recobró el conocimiento varias veces. Mi madre le dio agua. Vi la pierna amputada. Me dejó sin habla. Con toda la conmoción, había quedado apartada y olvidada en la oscuridad. Estaba secretando un líquido y parecía más delgada. Cogí un chaleco salvavidas y lo usé como guante. Cogí la pierna.
»- ¿Qué haces?-me preguntó el cocinero.
»-Voy a tirarla al agua-repuse.
»-No seas idiota. Nos servirá de cebo. ¿Para qué crees que se la he cortado, si no?
«Pienso que se arrepintió de aquellas últimas palabras incluso cuando le estaban saliendo de la boca, pues fueron perdiendo intensidad. Se apartó.
»- ¿Que para qué se la ha cortado, si no?-espetó mi madre-. ¿Qué quiere decir exactamente?
»Fingió estar ocupado.
»La voz de mi madre subió de tono:
»- ¿Nos está diciendo que le hemos cortado la pierna a este chico no para salvarle la vida, sino para usarla de cebo?
»E1 animal se quedó callado.
»- ¡Respóndame!-gritó mi madre.
«Levantó la vista como un animal acorralado y la fulminó con la mirada.
»-Se nos están agotando las provisiones-gruñó-. Si no conseguimos más comida, moriremos.
»Mi madre le devolvió la mirada.
»- ¿Qué dice? ¡No se nos está agotando nada! Todavía nos queda mucha agua y muchos paquetes de galletas. Nos arreglaremos como sea hasta que vengan a rescatarnos.
»Agarró el recipiente donde guardábamos las galletas. No pesaba casi nada. Lo sacudió y oyó que sólo quedaban unas pocas migas en el fondo.
»¿Cómo?-exclamó, abriéndolo-. ¿Dónde están las galletas? ¡Si ayer por la noche el recipiente estaba lleno!
»E1 cocinero apartó la vista. Yo también.
»- ¡Es un monstruo!-gritó mi madre-. Si nos estamos quedando sin comida es porque usted se ha atiborrado.
»-Bueno, él también-contestó el cocinero, señalándome con la cabeza.
»Los ojos de mi madre se volvieron hacia mí. Se me cayó el alma a los pies.
»-Piscine, ¿es cierto?
»-Fue por la noche, mamá. Estaba medio dormido y estaba hambriento. Me ofreció una galleta. Me la comí sin pensármelo…
»-Conque una, ¿eh?-dijo el cocinero con desdén.
»Esta vez, la que apartó la vista fue mi madre. La rabia la abandonó. Sin decir nada, fue a atender al marinero.
«Quería que se enfadara. Quería que me castigara. Pero ese silencio, no. Bajo el pretexto de colocar más chalecos salvavidas alrededor del marinero para que estuviera más cómodo, conseguí acercarme a ella. Le susurré:
»-Lo siento, mamá. Lo siento.
»Se me llenaron los ojos de lágrimas. Cuando miré hacia ella, vi que a ella también. Pero no me miró. Estaba mirando hacia algún recuerdo suspendido en el aire.
»-Estamos solos, Piscine. Completamente solos-dijo en un tono que aniquiló todas las esperanzas que me quedaban.
»En mi vida me había sentido tan solo como en aquel instante. Ya llevábamos dos semanas en el bote salvavidas y nos estaba afectando. Sabíamos que las posibilidades de que hubieran sobrevivido mi padre y Ravi eran cada vez más escasas.
«Cuando nos volvimos, vimos que el cocinero había cogido la pierna del marinero y que la estaba colgando por encima del agua para acabar de drenarla. Mi madre le tapó los ojos al marinero.
»Murió plácidamente. La vida se le fue escurriendo igual que el líquido de la pierna. El cocinero no tardó en masacrarlo. La pierna no sirvió de cebo. Estaba demasiado podrida y la carne no se quedaba enganchada en el anzuelo. Sencillamente se disolvió en el agua. Ese monstruo no desperdició nada. Lo cortó a pedacitos, incluso la piel y cada centímetro de sus intestinos. Preparó hasta los genitales. Cuando hubo acabado con el torso, pasó a los brazos, los hombros y las piernas. Mi madre y yo nos estremecimos de dolor y horror. Mi madre gritó:
»- ¿Cómo puede hacerlo? ¿Dónde está su humanidad? ¡No tiene vergüenza! ¿Que le ha hecho a usted ese pobre muchacho? ¡Monstruo! ¡Es un monstruo!
»E1 cocinero se limitó a responder con una vulgaridad indescriptible.
»- ¡Por el amor de Dios, al menos tápele la cara!-sollozó mi madre.
»Fue espeluznante ver aquel rostro tan bello, tan noble y sereno, conectado a semejante carnicería. El cocinero se abalanzó sobre la cabeza del marinero y ante nuestros propios ojos, le arrancó la cabellera y la cara. Mi madre y yo vomitamos.
»Cuando hubo terminado, tiró el cadáver mutilado del marinero al agua. Poco después, el bote estaba cubierto de tiras de carne y órganos que el cocinero puso a secar al sol. Retrocedimos estremecidos. Procuramos no mirarlas. Pero el olor persistió.
»La próxima vez que se nos acercó el cocinero, mi madre le dio un guantazo en toda la cara, un guantazo que resonó y quedó suspendido en el aire. Jamás me lo hubiera esperado de mi madre. Pero fue heroico. Fue un acto de indignación y pena y dolor y coraje, propinado en memoria del pobre marinero. Lo hizo para salvar su dignidad.
»Me quedé atónito. El cocinero también. Se quedó allí sin moverse ni hablar. Mi madre se lo quedó mirando. Me acuerdo que él no fue capaz de mirarla a los ojos.
»Nos retiramos a nuestros espacios privados. Yo no me aparté del lado de mi madre. Sentía una mezcla de admiración encandilada y miedo atroz.
»Mi madre lo vigiló. Dos días después lo agarró in fraganti. Trató de ser discreto, pero lo vio llevar la mano a la boca.
»- ¡Lo he visto!-gritó-. ¡Acaba de comerse un trozo! ¡Ha dicho que era para cebo! ¡Es un monstruo! ¡Un animal! ¡Cómo puede hacerlo! ¡Es carne humana! ¡Es de la misma especie que usted!
»Si esperaba que el cocinero sintiera vergüenza, que escupiera el pedazo, que se derrumbara y le pidiera disculpas, estaba muy equivocada. Siguió masticando. De hecho, echó la cabeza hacia atrás e introdujo el resto de la tira en la boca.
»¡Mmm! Tiene gusto a carne de cerdo-masculló.
»Mi madre expresó su asco e ira apartando la vista bruscamente. Comió otra tira.
»-Ya me siento con más fuerzas-dijo, volviéndose para concentrarse en la pesca.
»Cada uno teníamos nuestra punta en el bote salvavidas. Es increíble cómo la voluntad puede construir muros. Pasamos días enteros haciendo como si no estuviera allí.
»Pero no pudimos hacerle caso omiso del todo. Era un animal, pero un animal práctico. Era un manitas y conocía bien el mar. Fue él quien tuvo la idea de construir una balsa para atraer más peces. Aunque sólo hubiéramos sobrevivido unos días, hubiese sido gracias a él. Yo lo ayudé con todo lo que pude. Tenía muy mal genio y no paraba de gritarme e insultarme.
»Mi madre y yo no comimos ningún trozo del cuerpo del marinero, ni un bocado, a pesar de que estábamos muy debilitados. Sin embargo, empezamos a comer lo que el cocinero sacaba del mar. Mi madre, una vegetariana de toda la vida, tuvo que obligarse a comer pescado crudo y carne de tortuga cruda. Le costó mucho. Nunca superó su aversión. Supongo que para mí fue más fácil. Descubrí que el hambre mejora el sabor de lo que sea.
«Cuando a tu vida se le ha concedido el indulto, es imposible no sentir algo de afecto por la persona a quien debes ese indulto. Nos emocionábamos cada vez que el cocinero sacaba una tortuga del agua o pescaba un dorado grande. Nos hacía sonreír y sentíamos una oleada de calor en el pecho que duraba horas. Mi madre y el cocinero llegaron a tratarse con cordialidad e incluso bromearon. Durante algunas de las puestas de sol más espectaculares, la vida casi parecía buena. En esos instantes lo miraba con… sí, con ternura. Con amor. Me imaginaba que éramos buenos amigos. Era un hombre tosco, hasta cuando estaba de buen humor, pero hicimos como si no nos diéramos cuenta, incluso entre nosotros. Dijo que encontraríamos una isla. Ésa era la esperanza que teníamos. Nos agotamos los ojos escudriñando el horizonte en busca de una isla que nunca llegó. Entonces empezó a robar agua y comida.
»E1 océano se elevó como un muro enorme a nuestro alrededor. Creí que nunca íbamos a superarlo.
»La mató. El cocinero mató a mi madre. Estábamos famélicos. Yo estaba muy debilitado y no pude sujetar una tortuga. Por mi culpa la perdimos. Él me pegó. Mi madre le plantó una bofetada y él se la devolvió. Ella me miró y me dijo: «¡vete!», empujándome hacia la balsa. Salté. Estaba convencido de que ella me seguía. Caí al agua y me subí como pude a la balsa. Estaban peleándose. Yo no hice nada, sólo miré. Mi madre estaba luchando contra un hombre adulto, un hombre malvado y musculoso. La cogió de la muñeca y se la retorció. Mi madre chilló y se cayó. Él se tiró encima. Apareció el cuchillo. Lo alzó. Entonces lo bajó. Cuando volvió a levantarlo estaba ensangrentado. Lo alzó y bajó bastantes veces. No la veía. Estaba en el fondo del bote salvavidas. Sólo lo veía a él. Paró. Levantó la vista y me miró. Lanzó algo hacia mí. Un chorro de sangre me azotó la cara. No existe látigo capaz de proporcionarme un azote más doloroso. La cabeza de mi madre me cayó en las manos. La solté. Se hundió entre una nube roja, con la trenza a la zaga como una cola. Los peces se lanzaron sobre ella. Entonces vi una sombra larga y gris que se le cruzó en el camino y la cabeza desapareció. Levanté la vista. No lo veía. Se había escondido en el fondo del bote salvavidas. Apareció cuando tiró el cuerpo de mi madre al agua. Tenía la boca ensangrentada. El agua bullía de peces.
»Pasé el resto del día y la noche en la balsa, mirándolo. No nos dijimos ni una palabra. Podría haber cortado la cuerda de la balsa, pero no lo hizo. Me conservó a su lado, como una conciencia sucia.
»Por la mañana, delante de sus narices, tiré de la cuerda y me subí al bote salvavidas. No tenía fuerzas. Él no dijo nada. Yo también guardé silencio. Pescó una tortuga. Me dio la sangre. La cortó en pedazos y dejó las mejores partes encima del banco del medio. Comí.
«Entonces nos peleamos y lo maté. No tenía ninguna expresión en la cara, ni de desesperación ni de rabia, ni de miedo ni de dolor. Sencillamente, se resignó. Dejó que lo matara, aunque para mí fue una lucha. Sabía que había ido demasiado lejos, incluso según sus propios principios brutales. Había ido demasiado lejos y ya no quería seguir viviendo. Pero nunca dijo «lo siento». ¿Por qué nos aferramos a la malevolencia?
»E1 cuchillo estaba allí, encima del banco. Los dos lo habíamos visto. Él podría haberlo tenido en sus manos desde el principio. Fue él quien lo dejó allí. Lo cogí y lo apuñalé en el estómago. Hizo una mueca pero se quedó de pie. Saqué el cuchillo y se lo volví a clavar. La sangre empezó a manar de las heridas. Pero aún seguía de pie. Me miró a los ojos y levantó un poco la cabeza. ¿Quiso decir algo? Yo interpreté que sí. Lo apuñalé en la garganta, al lado de la nuez. Cayó como una piedra. Y murió. No dijo nada. No pronunció unas últimas palabras. Empezó a esputar sangre. Un cuchillo tiene un poder dinámico terrible; una vez se ha puesto en marcha, no hay forma de pararlo. Lo apuñalé repetidas veces. Su sangre me alivió las manos agrietadas. Me resultó difícil sacarle el corazón debido a todos los tubos que lo conectan. Estaba buenísimo, mucho mejor que la tortuga. Comí su hígado. Le corté la piel a tajos.
»Fue un hombre tan malvado. Y lo peor de todo es que conoció la maldad en mí: el egoísmo, la ira, la crueldad. Es algo que debo aceptar.
«Empezó la soledad. Miré hacia Dios. Sobreviví.
[SILENCIO LARGO]
– Bueno, ¿les ha gustado más? ¿Hay alguna parte que les cueste creer? ¿Algo que quisieran cambiar?
SR. CHIBA: ¡Es una historia horrible!
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Tanto la cebra como el marinero taiwanés se rompieron una pierna, ¿te has dado cuenta?
– No.
– Y la hiena la arrancó la pierna a la cebra igual que el cocinero cortó la del marinero.
– Oohh, Okamoto-san, usted ve mucho.
– Y el hombre francés ciego que encontraron en el otro bote salvavidas, ¿no reconoció que había matado a un hombre y a una mujer?
– Sí, así es.
– El cocinero mató al marinero y a su madre.
– Estoy impresionado.
– Las historias concuerdan.
– De modo que si el marinero taiwanés es la cebra, su madre es el orangután y el cocinero es…la hiena, ¡eso quiere decir que él es el tigre!
– Exactamente. El tigre mató a la hiena y al francés ciego, igual que mató al cocinero.
PI PATEL: ¿Tienen otra barra de chocolate?
SR. CHIBA: ¡Ahora mismo!
– Gracias.
SR. CHIBA: Pero, ¿qué quiere decir, Okamoto-san?
– No tengo ni idea.
– ¿Y la isla? ¿Quiénes eran los suricatas?
– No lo sé.
– ¿Y aquellos dientes? ¿De quién debían ser aquellos dientes que encontró en el árbol?
– No lo sé, no estoy dentro de la cabeza de este muchacho.
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Perdone que se lo pregunte, pero ¿el cocinero no mencionó por qué se hundió el Tsimtsum?
– ¿En la otra historia?
– Sí.
– No, no dijo nada.
– ¿Y no hizo alusión a los acontecimientos que precedieron a la madrugada del dos de julio que justificaran lo que ocurrió?
– No.
– ¿Nada de naturaleza mecánica ni estructural?
– Nada.
– ¿Nada de otros buques u objetos marinos?
– No.
– ¿No dijo nada acerca del hundimiento del Tsimtsum?
– No.
– ¿Y no le dijo por qué no habían enviado una señal de socorro?
– Y si la hubiera enviado, ¿qué? Por experiencia, sé que cuando se hunde un montón de chatarra roñosa de tercera, a no ser que tenga la suerte de transportar suficiente petróleo para matar a decenas de ecosistemas, a nadie le importa y nadie se entera. Te encuentras solo.
– Cuando Oika se dio cuenta de que algo no iba bien, ya era demasiado tarde. Ustedes estaban demasiado lejos para poder acudir en su auxilio. A los buques en la zona se les advirtió que estuvieran alertas. Dijeron que no habían visto nada.
– Bueno, ahora que estamos hablando del tema, el carguero no fue lo único que era de tercera. La tripulación era una pandilla de brutos antipáticos que siempre fingían trabajar duro delante de los oficiales pero que no pegaban golpe cuando los dejaban solos. No hablaban ni una palabra de inglés y no nos ayudaron en nada. Algunos ya apestaban a alcohol a media tarde. ¿Quién sabe hasta dónde fueron capaces de llegar esos idiotas? Los oficiales…
– ¿A qué se refiere?
– ¿Acerca de qué?
– Ha dicho que quién sabe hasta dónde fueron capaces de llegar esos idiotas.
– Quiero decir que en un arrebato de demencia borracha, algunos podrían haber soltado los animales.
SR. CHIBA: ¿Quién tenía las llaves de las jaulas?
– Mi padre.
SR. CHIBA: ¿Y cómo iban a abrir las puertas si no tenían las llaves?
– No lo sé. Me imagino que debieron de usar palancas.
SR. CHIBA: Pero ¿por qué iban a hacerlo? ¿A quién se le ocurriría soltar un animal salvaje de su jaula?
– No lo sé. ¿Conoce a alguien que sepa comprender la mente de un borracho? Lo único que puedo decirles es lo que ocurrió. Los animales no estaban dentro de sus jaulas.
SR. OKAMOTO: Disculpe, pero ¿duda de la aptitud de la tripulación?
– Tengo serias dudas.
– ¿Usted vio a alguno de los oficiales bajo la influencia del alcohol?
– No.
– ¿Pero vio algunos miembros de la tripulación bajo la influencia del alcohol?
– Sí.
– ¿Y la conducta de los oficiales le pareció competente y profesional?
– Tuvieron muy poco trato con nosotros. Nunca se acercaron a los animales.
– Me refiero al funcionamiento del carguero.
– ¿Yo qué sé? ¿Cree que tomamos el té con ellos cada día? Hablaban inglés pero vamos, no fueron mucho mejores que la tripulación. Nos hicieron sentir como intrusos cada vez que entrábamos en la sala común y apenas nos dirigieron la palabra cuando comíamos. Siguieron hablando en japonés, como si no estuviéramos. Para ellos, sólo éramos una humilde familia india con un cargamento fastidioso. Al final, fuimos a comer solos en la cabina de mis padres. «¡La aventura nos reclama!», dijo Ravi. Por eso lo aguantamos, por nuestro sentido de la aventura. Pasamos la mayor parte del tiempo sacando excrementos y lavando las jaulas y dando de comer a los animales mientras mi padre hacía de veterinario. Si los animales estaban bien, nosotros también. No sé si los oficiales eran competentes o no.
– Ha dicho que el carguero estaba escorando a babor, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Y que había una pendiente que iba de la proa a la popa?
– Sí.
– ¿De modo que el buque empezó a hundirse por la popa?
– Sí.
– ¿No por la proa?
– No.
– ¿Está seguro? ¿Había una inclinación que empezaba en la parte delantera del buque y acababa en la parte trasera?
– Sí.
– ¿Sabe si el carguero chocó contra otro buque?
– No vi ningún buque.
– ¿Pudo haber chocado contra algún otro objeto?
– Que ya sepa, no.
– ¿Pudo haber embarrancado?
– No. Se hundió sin dejar rastro.
– ¿No percibió posibles problemas mecánicos después de salir de Manila?
– No.
– ¿Y le pareció que el buque estaba bien cargado?
– Era la primera vez que subía a un buque. No sabría distinguir si un buque está bien cargado o no.
– ¿Cree que oyó una explosión?
– Sí.
– ¿Oyó algún ruido más?
– Hombre, miles.
– Me refiero a un ruido que explicara el hundimiento.
– No.
– Ha dicho que el carguero se hundió rápidamente.
– Sí.
– ¿Sabría decirme cuánto tardó aproximadamente?
– Es difícil calcularlo. Todo ocurrió muy deprisa. Me imagino que menos de veinte minutos.
– ¿Y hubo muchos restos?
– Muchísimos.
– ¿Cree que le pudo haber dado una ola gigante?
– No lo creo.
– ¿Pero había tormenta?
– Bueno, a mí me pareció que el mar estaba bastante agitado. Hacía viento y llovía.
– ¿Y las olas hasta dónde llegaban?
– Eran grandes, entre ocho y diez metros.
– Bueno, en realidad tampoco es que sea tanto.
– Hombre, no cuando estás en un bote salvavidas.
– Claro. Quiero decir que para un carguero no es nada.
– No sé. Tal vez fueran más altas. Lo único que sé es que me moría de miedo.
– También ha dicho que el tiempo mejoró, que el buque se hundió y luego hizo un día precioso, ¿no es correcto?
– Sí.
– Debió de ser una turbonada pasajera.
– Que hundió el buque.
– Eso es lo que me pregunto.
– Murió toda mi familia.
– Lo lamentamos mucho.
– No tanto como yo.
– Entonces, ¿qué paso, señor Patel? No conseguimos entenderlo. Todo iba bien y luego…
– Luego el bien se hundió.
– Pero ¿por qué?
– No lo sé. Son ustedes los que me lo deberían estar explicando a mí. Ustedes son los expertos. Apliquen sus conocimientos científicos.
– No tiene sentido.
[SILENCIO LARGO]
SR. CHIBA: ¿Y ahora qué?
SR. OKAMOTO: No hay nada que hacer. La explicación del hundimiento del Tsimtsum yace en el fondo del océano pacífico.
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Sí, ya está. Vámonos. Bien, señor Patel, creo que ya tenemos todo lo que necesitamos. Le agradecemos mucho su cooperación. Ha sido muy, muy amable.
– No hay de qué. Pero antes de que se vayan, hay algo que quisiera preguntarles.
– Adelante.
– El Tsimtsum se hundió el dos de julio de 1977.
– Sí.
– Y yo llegué a la costa de México el catorce de febrero de mil novecientos setenta y ocho.
– Correcto.
– Les he contado dos historias que dan cuenta de los doscientos veintisiete días transcurridos.
– Efectivamente.
– Ninguna de ellas explican por qué se hundió el Tsimtsum.
– Así es.
– Ninguna de las historias cuentan hechos que afecten a su informe.
– Correcto.
– No pueden demostrar cuál de las dos es la verdadera. Tendrán que confiar en mi palabra.
– Supongo que sí.
– En ambas historias, el buque se hunde, mi familia entera muere y yo sufro.
– Sí, es cierto.
– Así que díganme, ya que los hechos no van a afectar a su informe y, de cualquier forma, no pueden demostrar cuál de ellas es verdad, ¿cuál de las dos historias les ha gustado más? ¿Cuál les parece la historia preferible, la historia con animales o la historia sin animales?
SR. OKAMOTO: Es una pregunta interesante…
SR. CHIBA: La historia con animales.
SR. OKAMOTO: Sí. La historia con animales es la historia preferible.
PI PATEL: Gracias. Y así va con Dios.
[SILENCIO]
SR. CHIBA: ¿Qué ha dicho?
SR. OKAMOTO: No lo sé.
SR. CHIBA: Ay pobre. Se ha puesto a llorar.
[SILENCIO LARGO]
SR. OKAMOTO: Ahora tendremos que conducir con cuidado. No quisiéramos toparnos con Richard Parker.
PI PATEL: No se preocupen. Se habrá escondido. Nunca van a encontrarlo.
SR. OKAMOTO: Gracias por concedernos su tiempo, señor Patel. Le estamos muy agradecidos. Y lamentamos mucho todo lo que le pasó. PI PATEL: Gracias.
– ¿Ahora qué piensa hacer?
– Supongo que iré a Canadá.
– ¿No quiere volver a la India?
– No. Ya no me queda nada allí. Sólo recuerdos tristes.
– Entiendo. Sabe que le espera una compensación.
– ¿Ah sí?
– Sí. Oika se pondrá en contacto con usted.
[SILENCIO]
SR. OKAMOTO: Tenemos que marchar. Le deseamos buena suerte, señor Patel.
SR. CHIBA: Sí, buena suerte.
– Gracias.
SR. OKAMOTO: Adiós.
SR. CHIBA: Adiós.
PI PATEL: ¿Quieren unas galletas para comer por el camino? SR. OKAMOTO: Muy amable. Muchas gracias.
– Tengan. Tres para cada uno.
– Gracias.
SR. CHIBA: Gracias.
– No hay de qué. Vayan con Dios, hermanos.
– Gracias, y usted también, señor Patel. SR. CHIBA: Adiós.
SR. OKAMOTO: Estoy hambriento. Vamos a comer. Ya puedes apagar la máquina.
En la carta que me escribió el señor Okamoto, dijo que recordaba el interrogatorio como un «asunto difícil y complicado». Recordaba a Piscine Molitor Patel como un «muchacho muy delgado, muy fuerte y muy inteligente».
La parte más importante del informe decía lo siguiente:
Único superviviente no pudo aclarar las razones por las que se hundió el Tsimtsum. Parece ser que el carguero se hundió muy rápidamente, cosa que podría indicar una importante brecha en el casco. La gran cantidad de restos respaldaría esta teoría. Pero no es posible determinar cómo se abrió la vía de agua. El cuadrante no describe grandes perturbaciones meteorológicas ese día. La evaluación del tiempo del superviviente se nos antojó impresionista y poco fiable. Como mucho, el tiempo habría sido un factor secundario. La causa podría haber sido un problema interno. El sobreviviente cree haber oído una explosión, que apunta a un importante fallo mecánico, tal vez la explosión de una caldera, pero son simples conjeturas. El carguero tenía veintinueve años (Astillero Erlandson & Skank, Malmó, 1948) y había sido reparado en 1970. Hay la posibilidad de que se debiera a las presiones del tiempo combinado con fatiga estructural, pero es otra suposición. No se informó de ninguna embarcación en la zona, así que es muy poco probable que chocara. Es posible que chocara con restos, pero no podemos verificarlo. Otra posibilidad es que chocara con una mina flotante, pero nos parece una explicación extravagante, y muy poco probable teniendo en cuenta que el carguero se empezó a hundir por la popa, y eso querría decir que la brecha en el casco seguramente estaría en la popa también. El superviviente puso en duda la capacidad de la tripulación pero no dijo nada con respecto a los oficiales. La compañía naval Oika afirma que el cargamento era complemente lícito y que no tenía noticia de que hubiera problemas con la tripulación ni con los oficiales.
Es imposible determinar las causas del hundimiento del Tsimtsum a partir de las pruebas existentes. Hay que llevar a cabo una reclamación al seguro estándar de Oika. No se tomará ninguna otra medida. Se recomienda que se cierre este caso.
Como aparte, la historia del único superviviente, señor Piscine Molitor Patel, es una odisea de valentía y resistencia bajo unas circunstancias extraordinariamente difíciles y trágicas. En la experiencia de este investigador, se trata de una historia sin precedentes en la historia de los naufragios. Muy pocos náufragos pueden afirmar haber pasado tantos días en alta mar como el señor Patel, y ninguno en compañía de un tigre de Bengala adulto.