40412.fb2 Viejas historias de Castilla la Vieja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

Viejas historias de Castilla la Vieja - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

XII – El matacán del majuelo

El matacán del majuelo del tío Saturio llegó a ser una obsesión en el pueblo. El matacán, como es sabido, es una liebre que se resabia y a fuerza de carreras y de años enmagrece, se la desarrollan las patas traseras, se la aquilla el pecho y corta el viento como un dalle. Por otra parte, la carne del matacán no es codiciada, ya que el ejercicio la endurece, el sabor a bravio se acentúa y por lo común no hay olla que pueda con ella. Esto quiere decir que el afán por cazar el matacán no lo inspiraba la apetencia de la presa sino que era una simple cuestión de amor propio. La liebre aquella se diría que tenía inteligencia, y sabedora que en el pueblo había buenos galgos, encamaba siempre en el majuelo del tío Saturio. De esta forma, cuando el galguero la arrancaba, sus fintas y quiebros entre las cepas le daban una ventaja inicial que luego incrementaba en el Otero del Cristo, ya que las liebres, como es sabido, corren mejor cuesta arriba que cuesta abajo. El matacán regateaba muy por lo fino y así que alcanzaba las pajas de la vaguada podía darse por salvada, ya que las laderas del Otero del Cristo la conducían al perdedero y, en fin de cuentas, a la libertad. De otro lado, si el Antonio o el Norberto le acechaban con la escopeta, el matacán se reprimía si el majuelo tenía hoja o se arrancaba largo si no la tenía, y en uno u otro caso, tanto el Antonio como el Norberto siempre erraban el disparo. Yo asistí a varios duelos entre los galgos del pueblo y el matacán y en todos, a excepción del último, salió vencedor el matacán. Al Sultán, el galgo del Ponciano, que era blando de pies, le dejaba para el arrastre después de cada carrera, mientras el Quin, el galgo de los hermanos Hernando, que agarraba la sarna cada primavera y andaban todo el tiempo untándole con pomada del Perú, rara vez se acercó al matacán más de tres cuerpos. En vista de ello, don Benjamín se creyó en el deber de poner su lebrel de Arabia y su caballo Hunter inglés al servicio del pueblo, pues ya empezaba a rumorearse por todas partes que el matacán era el mismísimo diablo, pese a que don Justo del Espíritu Santo nos instaba domingo tras domingo a acorazarnos contra la superstición lo mismo que se acorazaba Ávila tras sus murallas. Así, el día que el Silos, el pastor, cantó la presencia del matacán en el majuelo y don Benjamín con su Hunter inglés y su lebrel de Arabia se puso en movimiento, todo el pueblo marchó tras él. El duelo entre el matacán y el lebrel fue violento. El matacán de salida hizo uno de sus típicos esguinces tras la primera cepa, pero el lebrel, intuyéndolo, le atajó y llegó a tener por un momento el rabo de la liebre entre sus fauces. Luego, en las parras siguientes, el matacán regateó con tanta sabiduría que le sacó dos cuerpos al lebrel. Don Benjamín galopaba en el Hunter inglés voceando: «¡Hala, hala!», y así llegaron a las pajas del Otero del Cristo y, una vez que comenzó la pendiente, el matacán fue sacándole ventaja al perro hasta que se perdió de vista.

Al cabo de un tiempo el lebrel regresó derrotado. Era un perro que desbarraba mucho y como el terreno estaba duro se le pusieron los pies calientes. Durante una semana, don Benjamín le tuvo amarrado, con unos botines de algodón empapados en aceite de enebro, y cuando le dio por curado se reunió con el Ponciano, el Antonio y los hermanos Hernando para estudiar la estrategia a seguir en su lucha con el matacán. La encerrona que le prepararon fue tan alevosa que el Antonio le derribó, al fin, de dos disparos desde su puesto, camino del perdedero, cuando el matacán se había zafado ya del Sultán, del Quin, del lebrel de Arabia y de la escopeta del Norberto. Al cabo le guisaron en la cantina de He-nando Hernando, pero nadie pudo probar bocado porque el animal tenía un gusto que tiraba para atrás.