40432.fb2 Voces del desierto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 37

Voces del desierto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 37

35.

El amor es teatral, intuye Scherezade, que, a merced del Califa, jamás se ha enamorado. El espectáculo amoroso, como lo concibe ahora, junto al lecho del Califa, requiere ilusión, artificio, máscaras pegadas a los rostros de los amantes mientras copulan. Y que, modeladas como cera, se derriten y se renuevan durante la noche, a medida que ellos sustraen y añaden gestos y palabras a la convivencia.

Scherezade se desliza con babuchas doradas sobre el mármol refrescante de los amplios aposentos, yendo al encuentro del águila real de casi dos metros de envergadura, que le traen al amanecer, por orden del Califa, una vez que éste le ha perdonado la vida. Se alboroza con el ave de procedencia altanera que, después de reinar en las alturas y anidar en los acantilados inaccesibles de los mares del califato, había llegado a posarse en los jardines, donde el Califa la mantiene encadenada.

Scherezade se mortifica con su presencia. La imagen del ave realza la libertad que ha perdido. La deja a su lado, no obstante, tan sólo el tiempo de disfrutar del sentido de grandeza que el animal difunde con su indiferencia. La libera, entonces, con la misma brevedad con que, habiéndose acomodado junto al soberano en el lecho, quiere enseguida abandonarlo. Por otra parte, es común, durante el propio coito, que ella se ausente, sin importarle que otro hombre ocupe el lugar del Califa. Lo mismo, por cierto, ocurre con el soberano, que se sirve de ella para alcanzar el orgasmo que una extraña podría concederle y del cual emerge vacío y melancólico.

Desde lo alto del minarete, el clamor de la voz del almuecín convoca de lejos al pueblo a rezar. En los aposentos, donde la vida transcurre, Scherezade reza, pero no le pide nada a Alá. Envuelta en sedas, tules, velos, ensaya algunos pasos, a modo de danza. Expresiones corporales originarias de una coreografía dictada por Ishtar, la diosa que representa el amor en la antigua Babilonia. Luego se desanima. La brisa nocturna, entrando por la ventana, despeja el ambiente, rompe el equilibrio de su semblante, desgobierna las hebras de la barba del Califa, que recorre con sus ojos menudos la habitación. Se alberga en él una vida secreta.

Vacila en aplicarle adjetivos al Califa. ¿Feo, altivo, apático? O un hombre cuya nariz ganchuda, proyectada en la pared, tiene la forma de una cimitarra asesina. A pesar de las noches vividas bajo amenazas, Scherezade sobrevive a las sentencias del soberano. Embriagada por la libertad de disfrutar de un nuevo día, mastica cada alimento con un placer renovado, aspira la fragancia de la especia recién llegada de la India.

Jasmine sueña con situaciones improbables. Sin descuidar los detalles, asimila los gestos de sus amas, cómo se comportan, suspiran, se alimentan. Apura pormenores para imitar más tarde a las hermanas a escondidas. Y mientras las hijas del Visir aprecian la pulpa de los dátiles de epidermis apergaminada, Jasmine las copia también con parsimonia.

Aunque bajo el mismo techo, las hermanas no demuestran intimidad con el Califa. Scherezade jamás confunde al amante con el soberano de Bagdad. La rápida ceremonia que los unió, al prescindir de ritual, impidió en Dinazarda el aluvión de emociones. Parecía más una ejecución que una boda. Llamando la atención que el Califa, impedido de alimentar cualquier sentimiento amoroso, no pronuncie el nombre de Scherezade. Hábito que había extendido a todas las favoritas, tratándolas, así, como si formasen parte de una entidad incorpórea que debiera eludir.

Jasmine renueva el agua tibia de la lavanda donde flotan pétalos recogidos en los jardines. Le place que el Califa y las hijas del Visir, después de cada refección, sumerjan los dedos en las copas de alabastro, confiando en los resultados de los embates que en breve ocurrirán entre ellos. Cuando impelidos todos por la imaginación de Scherezade, y bajo el cúmulo de los peligros, se encaminan por el desierto, por el bosque, por los mares. Por el mundo, en fin, que ella resucita antes del amanecer.