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A Carmen Muñoz, excelente correctora de estilo e insuperable cuidadora de gatos.
A José Miguel Pallarés, gran traductor y, si cabe, mejor amigo.
A Yolanda Reyes, María Montes-Jovellar, Alegría Gallardo, Amalio Sanz, Conchi Mangas, José Gómez, Ángeles García, José Luis Poveda, Víctor Álvarez, Verónica Jofre y a las tres Cármenes (Deza, Gayo y Santos), porque gracias a ellos la hora del café en ese lugar insensible, oscuro y siniestro, era optimista, luminosa, real.
A Elíseo Aznarte, por las risas de los viernes.
A Dora Sales, por su simpatía y por su apoyo incondicional.
A Magdalena Lasala, Roberto Faure y Fermín Goñi, por su generosidad.
A Fernando Schwartz, por su solidaridad, por su bonhomía, por su adhesión. Un caballero de los que ya no quedan.
A Paco Camarasa y José María Mijangos, libreros cada vez más atípicos, por sus opiniones, por ser como son, porque sus consejos valen su peso en oro.
A Emili, por seguir siendo una buena persona en un mundo tan difícil como el nuestro.
A Manuel, por su valentía.
A Rocío de Cominges, por no echarse atrás.
A Lucía y Allegra, para que sean felices, porque lo prometido es deuda.
A Matisse, por convertirse en personaje.
A Rafael González Gozalo, por ser todo un dandy y por esas orquídeas excepcionales.
A Susana Quicios y Alfonso González, por estar siempre ahí y por la maravillosa y tétrica idea, una tarde de cine, de las palomitas de maíz.
A Nuria Arribas y Daniel Zarazaga, por su amistad a lo largo, por su fe inquebrantable y su entusiasmo.
A Ana Lozano, Gloria Palacios, Antonio Robles y Maya Granero, por todo lo que han hecho por esta novela.
A Amaya, Paz, Raquel y Gerardo, por la confianza, por el buen rollo, por la ilusión.
A Ana Justa, por todo lo sufrido, por todo lo que nos queda por reír.
A Lola y Regina, por la paciencia infinita a la hora de la merienda, por todos los cuentos que me contaron de niña.
A Vani, Ángel y Rafa, por acogerme en Madrid.
A mi hermana Ángela y a mis padres, por su cariño, por todo el tiempo que esta novela les ha robado y porque sin ellos no me explico.
Y a Concha Hernández, por traernos a Clara.