52030.fb2 La inundaci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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SÁBADO

Sábado:1

A Aldous le dolía la espalda: la hamaca se le clavaba por todas partes, y además sus huesos ya no eran los de antes. Y, como si eso no fuera suficiente, había despertado con una idea fija en la mente; era algo relacionado con su abuela. Lo que quiera que fuese aquello no había ido con él al mundo de la vigilia, pero aquella verdad intangible lo inquietaba. ¿Verdad? No. No podía ser. La apartó de su mente. No querría tener nada que ver con ella si empañaba los escasos recuerdos de la abuela que con tanto cariño atesoraba. Su rostro vino a él. Ancho, carnoso, con el pelo siempre un poco fuera de su sitio y los ojos inquietos, las gafas suspendidas en el precario puente de su nariz mientras les leía histo… le leía historias. A él. A él. A la hora de acostarse.

Se puso el abrigo, aunque el día ya era cálido y, al parecer, aún lo sería más. Se subió el gran cuello del abrigo y se ordenó a sí mismo no permitirse ni por un solo instante hacer caso a semejantes susurros maliciosos acerca de cosas impensables.

Sábado:2

El nivel del agua había bajado tanto que Naia pudo, con cierto alivio, prescindir de las nada favorecedoras botas impermeables. En vez de ellas se calzó unas de goma verde más bajas y, luego, se dirigió por el terreno mojado hasta el inicio del Coneygearc. Ahora parecía un inmenso pantano, con brotes de hierba asomando aquí y allí. Naia estaba preguntándose si atravesarlo o dar un rodeo e ir en otra dirección completamente distinta cuando vio a Aldous, sentado en un banco en el centro. Titubeó. Sólo habían hablado una vez, y entonces ella no se había mostrado demasiado agradable con Aldous, pero quería hablar con él. Sí, y cuanto antes mejor.

Aldous estaba mirando un cómic que había encontrado en el recipiente de la basura fuera del recinto. Era un ejemplar de Beano. Le gustaban los comics. Pero en cuanto oyó un ruido de pies que avanzaban por el suelo mojado, se apresuró a esconderlo. Se suponía que él, un anciano, no debía leer comics. Cuando vio quién era, se apresuró a levantarse del banco con la intención de salir huyendo.

– ¡No, espere! -lo llamó Naia.

Él suspiró. Volvió a sentarse.

– ¿Puedo sentarme aquí un momento? -preguntó Naia.

– Es gratis -dijo él de mala gana.

Naia se sentó en el extremo más alejado; ahora eran dos personas invisibles, a cierta distancia la una de la otra.

– ¿Se acuerda de mí? Nos hemos encontrado antes.

– Me acuerdo -respondió Aldous.

– Quiero preguntarle una cosa.

– Oh, sí.

– ¿Realmente se apellida usted Underwood? -inquirió Naia.

– ¿Dije que me apellidaba así?

– Sí.

– Bueno, ahí tienes tu respuesta -dijo Aldous.

– Pero es que yo también me apellido así.

– Bueno, bueno -dijo él, restando importancia al asunto.

– Lo cual sugiere que somos parientes.

– Cierto.

– Pero si estamos emparentados… ¿cómo?

Aldous miró a Naia por primera vez desde que ella había tomado asiento en el banco.

– ¿Te refieres a quién soy yo? ¿Dónde encajo en todo el asunto?

– Bueno. Sí -respondió Naia.

Él le volvió la espalda.

– Es una larga historia.

– No tengo ninguna prisa.

– ¿Por que debería hablar contigo? -dijo él, todavía sin mirarla.

– Porque me ha visto antes.

– Sí, eso fue lo que dijiste.

– Me refiero a antes de esa ocasión. Hace mucho tiempo. Cuando usted era un muchacho.

Él la miró con sorpresa.

– ¿Cuando yo era un muchacho?

– ¿Se acuerda de esa época tan lejana en el tiempo? -preguntó Naia.

Aldous rió, aunque de mala gana.

– Como si fuera ayer -respondió.

– ¿Y de mí?

– ¿Tú?

– Entonces fue cuando me vio, ¿verdad? -dijo Naia-. A mí y a alguien más.

– No sé de que estás hablando.

– Oh, por favor -suplicó ella.

Él titubeó, como si estuviera rumiando lo que debía hacer, pero luego la miró a la cara. Naia pensó que había algo muy infantil en él.

– ¿A qué viene todo esto?

– Quiero saber acerca de usted -dijo Naia.

– ¿Por qué? ¿Para que luego puedas reírte con tus amistades?

Naia se inclinó hacia delante.

– Yo nunca haría eso. Créame.

Y él la creyó. Era imposible no hacerlo. Aldous siguió titubeando durante unos instantes más, pero luego se dio por vencido y empezó a hablar.

Sábado:3

Un banco en el Coneygeare. Alaric hincó los talones en el suelo pantanoso, un poco nervioso ante lo que había jurado intentar si se presentaba la ocasión. El nerviosismo era parte de la misma acción, pero también de la pérdida total de la energía y las fuerzas que venía después. Lo lógico habría sido pensar que el efecto iría reduciéndose a medida que el cuerpo se acostumbraba al proceso, pero no, todo lo contrario. Cada regreso al hogar era peor que el que lo había precedido.

Como no disponía de ninguna explicación para ello, Alaric volvió a su idea sobre los períodos de tiempo centrados en sí mismos a los que llamaba pequeñas eternidades. Estando solo en aquel gran espacio pantanoso, sólo él en un banco, sin distracciones, sus pensamientos siguieron un curso distinto al que solían tomar. Así era como funcionaba la mente de Naia en algunas ocasiones, con la diferencia de que la imaginación de Naia, menos lastrada por la edad y el sexo, no necesitaba espacios abiertos para volar.

Cada pequeña eternidad, razonó Alaric, podía contener días o semanas de tiempo corriente pero ser completa en sí misma, como un nudo en una cuerda interminable. Aunque los confines de las pequeñas eternidades se hallaban sellados, sus habitantes no se encontrarían prisioneros dentro de ellas. Sus vidas seguirían su curso, un día tras otro hasta llegar al último, mientras los acontecimientos del período significativo que habían dejado atrás perduraban, permanentes y contenidos en sí mismos; eran inalcanzables, a menos que te vieras arrastrado hacia allí desde otra pequeña eternidad que compartía con ellos un factor común. Factor común… Una expresión que habría encantado a Naia. Pero ¿cuál podía ser el factor común en el caso de ellos dos? ¿Qué acontecimiento o característica podía vincular ese junio con el junio del año mil novecientos cuarenta y ci…?

Oh. Ya lo tenía. Era él. Había llevado la bolsa de polietileno al Whitern Rise de 1945. Ese hecho, por sí solo, podría no haber bastado, pero la bolsa había causado una muerte que no debería haber tenido lugar, así que él se había visto enviado a una realidad duplicada, en el mismo instante, para hacer que todo volviese a su normalidad. El único problema era que la segunda vez tampoco había conseguido salvar a Aldous.

Un momento. Si el punto focal de la pequeña eternidad de 1945 era la muerte de Aldous y los acontecimientos que la habían desencadenado, ¿por qué él no se había visto arrastrado hacia allí las dos primeras veces? No había llevado la bolsa hasta su tercera visita, y si no se hubiera encontrado con Naia nunca la habría llevado. Ahora que pensaba en eso, si él había desempeñado algún papel en los acontecimientos de ese junio, ¿por qué Naia también estuvo allí? ¿Sería que ella también desempeñaba un papel en aquello, o era meramente porque dio la casualidad de que se encontraba en su árbol Genealógico cuando él estaba en el suyo, de modo que se habían visto arrastrados hacia allí más o menos como…?

Voces. Susurros, más bien; poco precisos, pero próximos. Alaric miró a su alrededor. Nadie. Las voces cesaron, y enseguida fue como si nunca las hubiera oído. Sin embargo, Alaric no se limitó a encogerse de hombros y a dudar de su buen juicio, como habríamos hecho la mayoría de nosotros. Él sabía muy bien que la realidad no era una fortaleza impenetrable. Si, como había sugerido Naia en una ocasión, existía poco o ningún espacio entre las realidades, lo raro era que más personas no oyeran voces. Alaric dijo «¿Hola?» a las que acababa de oír, aunque se sintió ridículo porque se hallaba completamente solo. Como no esperaba respuesta a su saludo, no se sintió decepcionado.

Sábado:4

– ¿Ha oído algo? -dijo Naia a Aldous en el banco del Coneygeare.

– ¿Qué clase de «algo»?

– Me pareció oír una voz que decía «Hola».

– Probablemente la oíste -dijo Aldous.

– ¿Eh?

– Yo las oigo continuamente. También las visito.

– ¿Visita voces?

– Visito a los que hablan. Últimamente lo he estado haciendo muy a menudo. -Aldous tiró de su bolsillo-. ¿Una bolita de anís?

Naia declinó el ofrecimiento. La historia que le acababa de contar Aldous era la más triste que hubiera oído jamás, de primera mano. Qué vida tan trágica. Qué vida tan… corta.

– Ha dicho que había alguien más allí. En la otra cama.

Él mordió la bolita de anís.

– Había más de una.

– ¿Más de una cama? -preguntó Naia.

– Más de una persona en la otra cama. En distintos momentos. A lo largo de los años, aunque a mí no me parecieron años.

– Pero una en particular. Dijo que había una por encima de todas. Un chico. ¿Cómo se llamaba?

– Hmmm… no estoy seguro.

Naia tuvo la sensación de que Aldous sabía muy bien cuál había sido su nombre, y no se equivocaba. Pero a él sólo le había venido a la cabeza mientras le estaba hablando del ocupante de la otra cama.

– Creo que se llamaba Tommy -dijo finalmente. Bien. Ya estaba dicho.

– ¿Cuánto tiempo estuvo allí Tommy? -preguntó Naia.

– No sabría decirlo. Todo está mezclado.

– ¿Tiene alguna idea de cuánto hace de eso? ¿De si fue algo reciente?

– No.

– ¿Tommy también dormía mucho?

– Oh, no, era todo lo contrario de mí -dijo Aldous-. Él siempre estaba despierto. El problema de Tommy era que no podía dormir. Por eso estaba allí, para que ellos averiguaran por qué.

– ¿Y lo hicieron?

– Si lo hicieron, no me despertaron para contármelo.

– ¿Hablaban el uno con el otro, cuando usted estaba despierto?

– Bueno, yo no podría haber hablado con él mientras dormía, ¿verdad? -dijo Aldous, y Naia sonrió-. Si hablábamos, no puedo recordar de qué habí… fuera…

Se calló. Ahora había entornado los ojos.

– ¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa? -preguntó Naia.

– Acabo de acordarme del visitante de Tommy.

– ¿Su visitante?

Aldous apretó los puños y se encerró en sí mismo.

– ¿Qué ocurre? -volvió a preguntar ella.

En vez de responder, él se levantó, dispuesto a alejarse del banco.

– Me voy -dijo.

– Oh, no lo haga -pidió Naia.

– Tengo que hacerlo.

Y, dicho esto, Aldous comenzó a caminar a través del extenso charco que cubría el Coneygeare.

Sábado 5

Era un bote de remos de lo más corriente, pero sólido y pesado, de modo que no le resultó nada fácil darle la vuelta él solo. Cuando lo hubo conseguido, después de muchos esfuerzos, cogió un cubo y empezó a achicar el agua. No la sacó toda, pero, ya que había andado por el agua durante días, podía soportar que ésta le llegara ahora a los tobillos. La incomodidad le daba igual, porque necesitaba eliminar de su mente la posibilidad de un nuevo viaje no programado a ese día fatídico.

Se disponía a pasar una pierna por encima de la borda cuando la luz cambió, y en vez de subir al bote se encontró resbalando a lo largo de la rama de un árbol. Su súbita aparición hizo que un mirlo, que había estado pensando en hacer un alto allí durante un rato, cambiara de parecer. Alaric rodeó la rama con los brazos para no caer, y luego se quedó inmóvil hasta que hubo recuperado el equilibrio y los sentidos. Con demasiada lentitud, a pesar de que se había jurado que estaría preparado, se acordó de lo precioso que era el tiempo. Sólo entonces actuó: hizo a un lado la cortina de verdor, y vio a Aldous, allí, suspendido del cuello y agitando los pies justo encima del agua.

– ¡Aguanta! -le gritó.

Alaric saltó a la rama inferior, fue a lo largo de ella y extendió la mano.

Demasiado tarde.

Volvía a estar de pie en el agua junto al bote de remos, tambaleándose a punto de perder el equilibrio. Se apoyó en la borda y trató de asimilar lo que había sucedido. Esta vez ni siquiera se encontraba cerca del árbol; entonces, cuando estuvo allí, todo había terminado demasiado pronto. Mientras lamentaba su tercer fracaso a la hora de salvar al chico, las fuerzas lo abandonaron. En cuestión de segundos, apenas si fue capaz de mantenerse erguido.

Sábado:6

Naia estaba perpleja. Se quedó estupefacta cuando Aldous lo dijo en el Coneygeare, pero la conversación se había desarrollado con tal rapidez que no dispuso de tiempo para digerirlo o sopesar las implicaciones. Ahora, sin embargo, estaba anocheciendo y ella se encontraba en su habitación, con el gato Alaric sobre el regazo, y podía pensar.

Quería saber acerca de las cartas que había encontrado en dos versiones distintas del Agujero de los Mensajes, aunque sólo había preguntado sobre una, en la creencia de que un Aldous alternativo había puesto allí la otra. No le cabía duda de que era Aldous quien había escrito la nueva carta. ¿Qué otra persona podía haber sido? Pero él había fruncido el ceño ante su pregunta.

– ¿Agujero de los Mensajes?

– Sí, el… Oh.

Entonces Naia cayó en la cuenta de que él no había visto un agujero en el árbol más joven que conoció cuando era un muchacho. Este tenía que haber aparecido algún tiempo después, cuando una rama se rompió o fue arrancada, dejando una cavidad. Pero, como no tardó en saber, no se trataba meramente de que Aldous no supiera nada acerca de los Agujeros de los Mensajes. Él aseguraba no haber dejado cartas en ningún lugar del árbol en el jardín de la época actual.

– ¿Por qué iba a hacer eso? -dijo.

– Bueno… ¿para contarme cosas?

– ¿Qué cosas?

– Acerca de… ya sabe -dijo Naia, y la expresión de él le indicó que no lo sabía-. ¿Me está diciendo que no ha dejado ninguna carta escrita a máquina para nadie, en ningún sitio?

– ¿Cartas escritas a máquina? -dijo Aldous-. Para hacer eso tendría que ser capaz de escribir a máquina. He visto una máquina de escribir, pero nunca he utilizado una. No sabría cómo.

Sábado:7

Alex e Iván estaban en la tienda, intentando reparar los pequeños daños causados por el agua que había entrado allí en la primera noche de la inundación. Iván esperaba poder volver a abrir el negocio el lunes. Para Alaric, la ausencia de ambos en la casa era una suerte, porque los efectos del regreso a su realidad actual eran los peores que había sentido jamás. Encontrar las energías necesarias para entrar en la casa por la ventana ya había resultado bastante difícil, pero cuando intentó subir a su habitación sólo logró llegar hasta el descansillo que había a mitad del camino antes de que le fallaran las piernas. Pasó más de una hora yaciendo sobre el costado entre la planta baja y el primer piso antes de que empezara a recuperar las fuerzas. Cuando Alex e Iván llegaron a casa alrededor de las siete, lo encontraron preparándose un té en la cocina.

– Aún se te ve un poco pálido -le dijo Alex.

Él le respondió que no se preocupara, y los dejó.

En su habitación leyó algunas frases de la traducción del diario de Marie. El diario no contenía gran cosa durante las semanas siguientes a la muerte de su hijo. Alaric sintió una punzada de remordimiento. Y vergüenza. Si estaba en lo cierto al pensar que se creaba una nueva realidad cada vez que a él se le ofrecía una oportunidad de salvar la vida de Aldous, eso significaba que ahora había -o había habido- otras dos Marie Underwood afligidas por la pena que intentaban escribir diarios con los ojos llenos de lágrimas. Dos pequeñas eternidades más en las que un muchacho colgaba de un árbol con una bolsa misteriosa cubriéndole la cabeza.

Sábado:8

Puesto que Aldous había negado ser él quien había escrito las cartas, ahora Naia tenía que hacer frente a un nuevo acertijo. Si el responsable no era él, ¿quién había sido? Ya convencida de que algo horrible le había ocurrido al Aldous de 1945, ahora estaba todavía más segura de que la realidad se había bifurcado en el momento de la muerte y otra versión de él había sobrevivido para convertirse en el anciano con el que ella había hablado antes. Los restos en la tumba y el anciano pertenecían a distintas realidades, pero una carta que Naia pensó sólo podía provenir de él, o de una versión de él, había sido dejada en el árbol Genealógico de la antigua realidad de ella, donde él murió cuando era un muchacho. Si llevaba mucho tiempo muerto allí, ¿cómo podía dejar cartas? El Aldous más anciano, el de esa realidad, había negado que hubiese dejado una carta en el árbol, pero alguien lo había hecho, al igual que alguien que decía llamarse Aldous U. había dejado una en el otro árbol Genealógico.

¿Había dos Aldous Underwood más? De ser así, ¿por qué se escondían? ¿Y cuáles habían sido sus propósitos al dejar los mensajes?

Sábado:9

Más tarde, mientras Alex e Iván estaban viendo una película, Alaric salió de la casa a través de una ventana de la sala del río y fue hasta el jardín sur. Aún había luz. Faltaban al menos tres cuartos de hora antes de que empezara a oscurecer. Alaric llevaba en el bolsillo el cuchillo de hoja plegable de la antigua caseta de los botes. A partir de ahora, hasta que ya no lo necesitara, planeaba tenerlo consigo en todo momento. La transición podía producirse sin importar cuál fuera el lugar en el que se encontrase, y quería estar preparado. La próxima vez extendería la mano inmediatamente y cortaría la cinta de plástico alrededor del cuello de Aldous. Luego se dejaría caer tras él y arrancaría el polietileno de su cara. Sería tan rápido, tan eficiente, que el poder que tan impaciente parecía estar por llevárselo consigo cada vez más pronto se vería superado. Un Aldous Underwood continuaría viviendo, y Alaric no volvería a verse enviado a ninguna versión de esa pequeña eternidad. Eso, a él, le parecía factible y lógico.

Fue directamente al árbol. Podía ser que no necesitara encontrarse cerca de él para que surtiera efecto, pero Alaric quería provocar la transferencia para que el acto pudiera ser llevado a cabo de una vez y él pudiera dejarlo todo atrás. Se quedó de pie junto al árbol durante unos minutos hasta que, harto de esperar, puso la palma de una mano en el tronco, invitándolo a que lo enviara a ese punto del año 1945.

Nada.

Así pues, empezó a trepar.

Ya había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de la rama sobre la que planeaba continuar con su espera cuando sintió alguna clase de movimiento debajo de la corteza, como sangre que fluyese a través de una vena. Completó el ascenso lo más deprisa que pudo y pasó las piernas alrededor de la rama. Entonces metió la mano en el bolsillo y palpó el cuchillo. Estaba preparado. Pero no hubo más movimientos, ningún cambio. Alaric no se vio elevado hacia las ramas. Ninguna alfombra de hojas apareció debajo de él.

Pasó lo que le pareció un siglo sentado allí antes de que la impaciencia hiciera presa en él. Entonces, cuando la luz ya empezaba a desvanecerse, bajó del árbol y echó a andar hacia la casa. Llevaba recorrida menos de una tercera parte de la distancia cuando se dio cuenta de que ahora el agua estaba más alta de lo que lo había estado hacía cuarenta y cinco minutos. No podía estar volviendo a subir de nivel. En busca de una confirmación de que todo estaba como debería estar, Alaric alzó la mirada hacia la ventana de su dormitorio. Para su sorpresa vio a alguien allí, una figura oscura apoyada en el cristal. Se detuvo, entornó los ojos, y… se reconoció a sí mismo.

Lleno de confusión, miró a su alrededor por si descubría algo más que sugiriese una realidad distinta a la suya. Dejando aparte el nivel del agua, todo estaba como debería. Un momento. El nivel del agua. Hacía unos días estaba así. Alaric dio un salto cuando el pensamiento le vino a la cabeza. Entonces hubo movimiento a su alrededor, un ligerísimo cambio atmosférico. Simultáneamente, el nivel del agua bajó. Alaric volvió a alzar la mirada hacia la ventana. No había nadie. Pero de pronto se sintió demasiado cansado para hacerse preguntas, pensar o razonar. Lo único que quería era entrar en casa. Irse a la cama.

Sábado:10

Ya había oscurecido cuando vino a él. Estaba tendido en su hamaca entre los árboles, y un rayo no habría podido sacudirlo más que la súbita revelación de aquella certeza que no había estado dispuesto a creer. La alegre mujercita que lo sentaba encima de la mesa para lavarlo cuando él era pequeño, bañarlo en el barreño de hojalata frente al fuego, cepillarle el pelo y leerle historias a la hora de acostarse… no era su abuela. La abuela Underwood había muerto mucho antes de que él naciera, y él sólo había visto a la grand-mère Montagnier en contadas ocasiones, cuando ella iba a visitarlos desde Francia, y la única vez que fueron con ella a Limoges justo antes de la guerra. Era su madre la que lo lavaba cuando él era pequeño y, probablemente, también le cepillaba el pelo, aunque no podía recordar que lo hiciera, ni siquiera ahora. Maman era afectuosa pero, por lo general, se mostraba un poco reservada, rara vez alegre, y le leía historias con mucha menos frecuencia de lo que lo hacía su padre.

No, aquella mujer encantadora en la que no había dejado de pensar con tanto afecto durante los últimos meses había estado visitando a Tommy, en la clínica. Era la abuela de Tommy, no la suya, y las visitas podían haber tenido lugar cincuenta o más años antes, mientras físicamente él todavía era un muchacho. Aldous recordaba ahora, por fin, cómo cada vez que él despertaba Tommy se veía un poco mayor, y que su abuela, quien no parecía envejecer en absoluto, casi siempre estaba sentada en una silla leyéndole con esa voz tan cálida y melodiosa que tenía, esperando conducirlo así al sueño. Cuando se daba cuenta de que Aldous se había movido, la abuela de Tommy siempre pronunciaba su nombre, con mucha ternura, y desplazaba su silla para incluirlo en la lectura. Generalmente él la correspondía no tardando en volver a conciliar el sueño, con el rostro de ella en la mente y su voz en los oídos. En algún momento, un año, mientras Aldous estaba dormido, se llevaron a Tommy a otro lugar, y él no volvió a ver a la abuela de su compañero de habitación en la clínica. Con el tiempo, mientras se esforzaba por encontrar algo de sentido a su vida, sobre todo mientras dormía, Aldous la había adoptado y la incluyó en su breve y huidizo pasado.

Un búho se mofó de él no muy lejos de allí. Aquella noche transcurrió un buen rato antes de que Aldous pudiera conciliar el sueño.