52030.fb2 La inundaci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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DOMINGO

Domingo: 1

El gato había vuelto a salir para dar un paseo. O para ir a nadar por ahi. Naia lo buscó en todas partes, llamándolo por su nombre por todo el jardín. El último sitio en el que probó fue el sauce que había en la orilla, encima de la vieja caseta de los botes.

Hacía años, el abuelo Rayner la había llevado allí. Naia recordaba que le contó que aquél era su escondite secreto cuando él era un muchacho. Antes de que su padre muriese y su madre vendiera Withern a unos desconocidos, Rayner solía acurrucarse dentro del sauce y luego reía alegremente cuando ellos lo llamaban desde la casa. En una ocasión estuvo allí durante una hora, le contó, y ellos ya estaban desesperados para cuando salió de su escondite, luciendo una gran sonrisa en el rostro. Su madre le dio una buena azotaina en las piernas, pero había valido la pena.

El abuelo Rayner contó a Naia algo más acerca de aquel lugar: le dijo que si te ponías pegado al tronco, y te quedabas completamente inmóvil, a veces podías oír cosas. La única vez que la llevó allí con la esperanza de poder hacerle una demostración de aquello, y la única otra vez que Naia había estado allí, poco después de la muerte del abuelo, no oyó absolutamente nada. Pero hoy se había embarcado en una misión distinta: encontrar al dichoso gato.

Se disponía a atravesar la espesa cortina de hojas cuando se acordó -como solía necesitar recordarse a sí misma- de que no estaba en la realidad dentro de la que había crecido. En ésta, algunas cosas eran diferentes. No muchas, pero sí algunas. El pequeño Ray de esa realidad quizá no se había escondido en aquel árbol, no había oído cosas allí. Las hojas la rozaron suavemente cuando entró, se le engancharon en el pelo y se adhirieron a su mejilla por un instante. Un velo verde la cubrió. La luz se atenuó, y el mundo, ya callado, se quedó completamente silencioso, como si una puerta hubiera sido cerrada en secreto.

– ¿Alaric? Alaric, ¿dónde diablos estás?

No podía ver gran cosa. Ciertamente, ninguna bolita de pelo blanco escondiéndose (o flotando). Se acercó un poco más al tronco inclinado del sauce, sin dejar de llamar al gato, y entró en el círculo de terreno donde no crecía nada. Estaba de pie allí, con el agua hasta las pantorrillas, cuando oyó un maullido lastimero.

– ¡Alaric, sal de una vez!

El gato no apareció. Pero sus chillidos cesaron.

Naia sintió que se quedaba helada y se apresuró a apartarse del sauce. El diablillo podía regresar a casa sin su ayuda. O no. Eso era cosa suya.

Domingo:2

Las barreras entre las distintas realidades estaban cayendo. Para él, al menos. Alaric estaba seguro de ello. Esa mañana, en el jardín, había oído cómo alguien pronunciaba su nombre, una y otra vez, y no había visto a nadie allí. Reconoció la voz de Naia, tenue y distante, si bien indudablemente era la suya. Había intentado localizar de dónde provenía aquella voz, pero ésta parecía moverse sin cesar, de un lado a otro, hasta que se desvaneció del todo. Alaric habría podido pasar sin ello después de haber permanecido despierto durante la mitad de la noche pensando en las dos clases de realidad sobre las que había tenido experiencias. Creía que para entrar en la clase paralela tenía que haber algún nivel de inversión emocional. Las realidades-del-tiempo, las pequeñas eternidades, eran otra cosa. Lo cual,.por otra parte, no tenía nada de sorprendente porque, a diferencia de las realidades paralelas, éstas no se encontraban muy próximas las unas de las otras, sino que permanecían fijas en el tiempo pasado; en el tiempo futuro también, por lo que él sabía. Si te llamaban, no tenías más remedio que ir, y después te veías totalmente borrado de ellas; un poco más cada vez.

Y ahora había algo más. Sus viajes inesperados ya no estaban limitados a junio de 1945. La noche pasada Alaric había caído, literalmente, del árbol Genealógico a una parte anterior de lo que él imaginaba era su propia pequeña eternidad. Se acordaba muy bien de aquel anochecer. Era domingo. Él estaba en su habitación, contemplando el jardín sur que acababa de quedar inundado, cuando una figura había bajado del árbol y echado a andar hacia la casa. Pero aquella noche no había visto a un Alaric llegado de otra realidad. Se había visto a sí mismo, seis días después.

Domingo:3

Cuatro veces durante los últimos días, Naia había subido al árbol Genealógico con el álbum familiar de Alaric metido en una bolsa de la compra. La única manera de hacerle llegar el álbum era llevarlo a 1945 y esperar que él también acudiera. Naia no iba a dejarlo para que Alaric lo encontrara en algún momento, pues el álbum era un objeto demasiado precioso para que se lo confiara a la casualidad. Y, si tenía que ser sincera, quería ver la expresión en el rostro de Alaric cuando éste comprendiera hasta dónde había llegado el sacrificio de ella. Cada vez que subía al árbol, se sentaba en su rama habitual a esperar que se la transfiriese a la versión más joven, pero siempre bajaba del árbol, después de haber esperado media hora, sin que ello hubiera llegado a hacerse realidad. Al tercer intento empezó a sentirse bastante ridícula, subiéndose a los árboles a su edad. De hecho, se sentía tan ridícula que se juró que lo dejaría correr si no sucedía nada al cuarto intento. Pero tampoco en ése ocurrió nada. Durante el período habitual de espera carente de objeto primero empezó a ponerse de mal humor y luego se enfadó mucho: consigo misma, con el árbol, con todo el estúpido asunto. Estaba mucho mejor antes de que Alaric apareciese la primera vez, allá en febrero. Hasta entonces no había tenido ni idea de que existía más de una realidad, de que el mundo era más complejo de lo que ella nunca habría llegado a soñar. Había sido más feliz en su ignorancia; además, entonces todavía tenía a su madre, su novio y sus verdaderas amistades.

Naia se juró que no volvería a subir jamás al árbol y se conformaría con lo poco que tenía. Cuando se preparaba para descender, se sorprendió al sentir una ligera vibración bajo sus manos, pero la sorpresa fue de corta duración, porque un terrible dolor le recorrió de pronto los brazos e hizo explosión en su pecho. Apenas dejó escapar un grito de agonía cuando el dolor cesó. Se sentía bastante nerviosa, y bajó rápidamente al agua, como si la celeridad fuese a evitar una repetición. En su prisa, un bolsillo de los téjanos se le enganchó. Pasó las asas de la bolsa de la compra por una rama y se liberó el bolsillo con ambas manos antes de completar su descenso.

Se disponía a recuperar la bolsa cuando vio algo que la dejó sin respiración. Las puertas de la casa y del garaje deberían haber sido verdes, pero no lo eran. La madera había sido devuelta a su estado original y se hallaba manchada. Ahora se encontraba en su verdadera realidad, donde su madre estaba viva. No sabía si correr a la casa y reclamarla, o… no tenía ni idea de qué otra cosa hacer.

Entonces un hombre salió por una ventana de la sala alargada. Su padre. Su verdadero padre. Naia no estaba preparada para aquello. Para él. Se apresuró a esconderse detrás del árbol. ¿Qué ocurriría si se encontraba con su papá? ¿Habría un momento de transición en el que la realidad cambiaría alrededor de ambos y ella volvería a formar parte de ese mundo, como si nunca hubiera estado lejos de él? Si eso ocurría, ¿qué pasaría con Alaric? ¿Seguiría teniendo un lugar en esa realidad? Porque ambos no podían estar en la misma, ¿verdad? ¿Y si de pronto pasaban a ser gemelos, hermana y hermano, reconocidos como tales sólo por una madre, un padre? ¿Quién tendría el dormitorio de la esquina, en ese caso?

Naia se apoyó en el árbol y sintió un ligero movimiento bajo las manos. Oh, no. ¡No! Miró alrededor del tronco, hacia la casa. Las puertas eran verdes. Había dejado escapar su oportunidad; Naia quiso gritar. No era justo. ¡Maldición, no era justo! Sin embargo, consiguió no perder el control, aunque por los pelos. Era algo en lo que había llegado a ser bastante hábil. En eso y en lo de soltar mentiras. Extendió la mano hacia la bolsa que había colgado de la rama. No estaba allí. Todavía estaba en la otra realidad, donde el usurpador de Alaric sin duda la encontraría.

Pasó el resto de la mañana sin hacer nada, incapaz de quitarse de encima la sensación de fracaso y decepción. Estuvo casi todo aquel tiempo metida en su habitación para evitar las preguntas. Finalmente, tras haber decidido que la actividad era la respuesta, salió y fue al bote de remos puesto del revés junto a la sala del río. Metió las manos en el agua, deslizó los dedos por debajo del borde de la embarcación y trató de levantarla, aunque sin demasiado éxito.

– ¿Necesitas ayuda ahí abajo?

Naia vio a Kate, asomada a la ventana del dormitorio que compartía con Iván.

– Yo diría que no -le respondió.

– Entonces espera un momento.

Kate rara vez llevaba nada en los pies dentro de la casa ahora que hacía más calor, así que ya estaba medio preparada cuando salió por la ventana de la sala del río un minuto después. Sus pantalones de loneta azul, ya bastante descoloridos y cortados a la altura de las rodillas, completaban el atuendo de vadear las aguas.

– ¿Adónde pensabas ir? -preguntó a Naia, mientras juntas tiraban del bote hasta dejarlo apoyado de costado.

– A dar una vuelta por el jardín, mientras puedo.

Kate rió.

– Buena idea.

– Ven conmigo -dijo Naia. La compañía tal vez fuera mejor que la soledad.

– Lo haría, pero tu padre acaba de decirme que vaya a la tienda.

– ¿Qué quiere?

– Una opinión sobre unos cuantos objetos de art déco que ha recibido hace poco. Cree tener unos cuantos Clarice Cliff de la colección Griffin. Si es así, podrían terminar en la casa, pero eso él aún no lo sabe.

– No sé cómo se las arreglaba antes sin ti -dijo Naia mientras se preparaban para bajar el bote al agua.

– Él tampoco lo sabe, pero nunca lo admitirá.

El bote pesaba demasiado para que pudieran bajarlo con facilidad, así que, de común acuerdo, retrocedieron para dejar que cayese. La quilla chocó con el agua, que se alzó en una ola y las dejó empapadas a ambas; primero chillaron las dos, pero al instante se rieron a carcajadas. Después se miraron la una a la otra: tenían el pelo en los ojos, y pegado a las mejillas y el cuello; también la ropa mojada se les adhería al cuerpo.

– Eso es obsceno -dijo Naia.

Kate bajó los ojos hacia la camiseta que acababa de quedar convertida en una segunda piel. En la parte de delante había la imagen de un ordenador, y debajo de él se leía la frase «¡Diviértete pulsando mis teclas!».

– ¿Qué es obsceno?

– El adorno.

La mirada de Kate fue de un pezón al otro.

– Oh, no sé -dijo-. Me parece que completa bastante bien el motivo. -Y sacó pecho como para subrayar sus palabras.

Una vez más compartieron las carcajadas antes de entrar a cambiarse. Veinte minutos después, Kate se puso en camino (calzada con botas impermeables) hacia la tienda de Iván en el pueblo. Naia, que lucía por primera vez su nuevo biquini de Next, subió al bote. Hacía un día magnífico para remar por el jardín yendo medio desnuda.

Domingo:4

Alaric había planeado salir en el bote antes de que terminara la mañana, pero Alex le había pedido que la ayudara a cambiar los muebles de sitio: una de sus aficiones favoritas. Lo de mover los muebles llevó a otras tareas, éstas se ramificaron en pequeñas labores suplementarias y el día fue transcurriendo, de tal manera que no fue hasta ya bien entrada la tarde cuando Alaric por fin pudo ir al bote.

Ahora algunas partes de los jardines norte y noreste de la casa ya quedaban bastante cerca de la superficie, así que no podía remar tan libremente como le habría gustado; pero cada vez que entraba en la gran extensión del jardín sur se mantenía bien alejado del árbol Genealógico. Aunque sabía que ya no era necesario estar cerca de él, el árbol lo ponía nervioso. Tocó el cuchillo que llevaba en el bolsillo.

Aunque se mantenía en guardia ante cualquier eventualidad, el movimiento de remar relajó una parte de su mente que no necesitaba permanecer alerta por si de pronto se producía algún cambio. Eso le permitió volver a sus especulaciones sobre las realidades-del-tiempo. Eran tantos los acontecimientos que habían tenido lugar en el pasado durante los últimos dos mil años, por no pensar ya en el resto, que ahora podía ser que existieran tantas pequeñas eternidades como granitos dentro de un reloj de arena. Alaric se preguntó si la única forma de entrar en ellas sería mediante «invitación». También se preguntó si siempre se vería expulsado uno tan pronto tras la llegada. Y, después, ¿era obligatorio pasar por aquel súbito quedarse sin fuerzas? Quizá la energía de uno se quedaba dentro de la pequeña eternidad, como una especie de peaje o tarifa por el privilegio de habérsete permitido entrar en ella.

Un momento, sin embargo. La visita de la noche pasada al domingo anterior no lo había dejado ni mucho menos tan agotado como los otros viajes. Después se encontraba muy cansado, pero no tan exhausto como para que apenas pudiera tenerse en pie. ¿Sería quizá que los efectos habían sido menores porque entonces sólo retrocedió unos cuantos días, yendo a otra parte de su propia pequeña eternidad en vez de a una completamente distinta? No podía haber sido debido a que hubiera estado allí durante un período de tiempo tan corto, porque la última vez que fue a 1945 sólo estuvo allí un par de minutos y luego se sintió peor que nunca en cuanto regresó. Lleno de frustración, Alaric masculló un juramento. ¿Cómo iba a poder encontrar jamás las respuestas a semejantes preguntas? No había nadie con quien poder comparar las anotaciones, ningún libro de referencia con un capítulo esclarecedor que lo explicase todo. Sólo estaba él, tratando de resolver el enigma. Solo.

Había dirigido la proa del bote hacia el río y estaba cruzando el embarcadero todavía sumergido cuando, sin que hubiera absolutamente ninguna advertencia previa aparte de un estremecimiento de la luz, se halló en 1945… y en el árbol. Se olvidó de todo lo que no fuera el trabajo a hacer y enseguida se puso alerta. Iba a volver a ocurrir, pero esta vez de una manera diferente, porque ahora él no metería la pata.

Domingo:5

Naia había pasado la totalidad de la tarde en el bote. En un momento dado lo amarró ante la puerta principal, entró por la ventana de la cocina y, después de haber hecho una rápida excursión al piso de arriba para ir a orinar, cogió una botella de Lucozade y metió un trozo de pastel en una bolsa para bocadillos. Luego partió de nuevo, remando con lánguido placer para seguir un rumbo escogido al azar, que equivalía a ninguno en concreto, sintiéndose todo lo feliz que uno puede llegar a ser en un mundo al que no pertenece. Se había llevado consigo un libro, La autobiografía de Alice B. Toklas, y de vez en cuando dejaba de remar y se quedaba sentada leyendo al sol (deseando haber cogido Sidra con Rosie en lugar del otro libro).

Alrededor de las cuatro, remó a lo largo del camino pero no llegó a ir más allá de la puerta porque en ese momento el agua apenas si cubría el suelo. Eso no supuso ninguna gran decepción para ella. Exhibir tanta carne en público la había tenido un poco preocupada, pues podía haber chicos por los alrededores. Habría podido cambiarse, naturalmente, pero ir remando de un lado a otro con el sol acariciándole la piel era una sensación maravillosa. Naia no necesitaba compañía. Sólo había una persona que fuera a entender las cosas que la preocupaban, y esa persona no se encontraba allí. Incluso con Alaric podría haberse sentido un poco incómoda llevando el biquini. No porque él fuera a mirarla de «aquella» manera, claro está. Eso era algo tan impensable como el que ella fuera a contemplarle el trasero cuando él se inclinaba. Sonrió. Ella nunca haría eso. Otros traseros quizá, pero no el de Alaric. No le parecería bien.

Domingo:6

Dio un vistazo rápido y supo que estaba donde esperaba estar. Con el tiempo tan en su contra, no perdió ni un solo instante y bajó, con las piernas por delante, a la extensión verde de abajo. Un mirlo echó una mirada, vio actividad y no se detuvo. Alaric puso los pies en la rama de abajo y evaluó la situación en un segundo. El muchacho ya había caído, sobresaltado esta vez no por un súbito aleteo encima de su cabeza sino por la presencia de Alaric cuando había descendido de entre las hojas. Volvía a llevar la bolsa sobre la cabeza. La cinta de plástico había vuelto a quedar atrapada en el muñón de la rama y se había tensado alrededor de su cuello. Sus pies se agitaban a un par de centímetros del agua, y un brazo batía el aire inútilmente mientras la mano contraria intentaba apartar la cinta de plástico de su garganta.

Alaric sacó el cuchillo de su bolsillo, metió la uña de un pulgar en la muesca que corría a lo largo del extremo superior de la hoja y la desplegó. Extendió la mano hacia el trozo de cinta de plástico suspendido entre el cuello y el árbol, pero los frenéticos movimientos del muchacho se lo arrancaron de los dedos.

– ¡Estate quieto! ¡No te muevas! -le gritó.

Cogió la cinta de plástico, la sostuvo entre sus dedos y empezó a cortarla con el cuchillo. La hoja no tenía demasiado filo, así que no resultaba tan fácil como había esperado. Las piernas de Aldous ya no se movían tanto y sus manos aleteaban junto a los costados; puede que Alaric fracasase de nuevo.

Pero entonces la cinta de plástico se partió y Aldous cayó. ¡Sí! Alaric saltó en pos de él. Sus pies chocaron con el agua primero, y luego con el suelo debajo. Tras recuperar el equilibrio, Alaric pasó un brazo por debajo del muchacho y, levantándolo del agua, hincó la punta del cuchillo en el grueso polietileno con mucho cuidado de no tocar la piel. La punta era más afilada que la hoja, por lo que le resultó fácil hacer un agujero que rápidamente se convirtió en un tajo. Sin perder ni un segundo en doblar el cuchillo y guardarlo, Alaric se puso la empuñadura en la palma y tiró del polietileno con dos dedos de esa mano y la totalidad de la otra en un frenético esfuerzo. El polietileno se rasgaba con facilidad ahora que ya lo había cortado. La cabeza de Aldous quedó al descubierto, pero sus ojos estaban cerrados y su rostro no mostraba señales de vida. Alaric aflojó la cinta de plástico que rodeaba su cuello, la apartó de un tirón y la arrojó al agua sobre los restos de polietileno que flotaban cerca.

– Vamos -dijo mientras sacudía el bulto inerte-. ¡Vamos, vamos!

Los párpados de Aldous se movieron. A un tiempo, la luz cambió apenas una fracción y, de pronto, Alaric ya no estaba sosteniéndolo para mantenerlo a flote, sino de nuevo en el río dentro del bote, inclinándose peligrosamente hacia un lado. De inmediato, como si un interruptor hubiera sido accionado, las fuerzas lo abandonaron. Se quedó exhausto y, tras desplomarse sobre el costado, Alaric se hundió en el río con el cuchillo abierto todavía en la mano. Los oídos se le llenaron de agua. No intentó salvarse. No podía hacerlo.

Apenas estaba despierto. La mano que sostenía el cuchillo fue la primera en tocar el fondo y la muñeca se le dobló. El cuchillo se volvió hacia arriba mientras el cuerpo indefenso de Alaric llegaba a él. La afilada punta encontró un camino entre las costillas y, mientras el torso iba resbalando lentamente hacia abajo a lo largo de la hoja, se encontró con el corazón y lo atravesó.

Pasaban veinte minutos de las cinco de la tarde cuando Alaric murió.

Domingo:7

A las 17.19 Naia remó a través del embarcadero. «Otro día -pensó mientras tomaba el sol- y seré capaz de volver a estar de pie aquí.» Se daba por satisfecha con eso. Podría haber estado sentada allí durante un rato, disfrutando de la claridad y el suave balanceo del bote, si no hubiera sido por la súbita punzada de intenso dolor que le atravesó el corazón sin que hubiera ni un solo susurro de advertencia. Sus hombros se tensaron hacia delante y se llevó los remos al pecho. Naia permaneció tan inmóvil como una estatua y soportó el dolor durante todo el tiempo que duró éste, sin que le quedara otra elección. El dolor remitió lentamente, y cuando volvió a erguirse en el asiento lo hizo con mucha cautela, temerosa de su regreso si se movía demasiado deprisa. Al tiempo que levantaba la cabeza vio, a menos de un metro de distancia, un bote de remos vacío idéntico al suyo, meciéndose ligeramente, como si alguien acabara de saltar de él, o se hubiera caído al agua.

Entonces, igual que el dolor, el bote se desvaneció.

La misma aparición fue vista por un chico de once años desde la ventana de su dormitorio en una pequeña eternidad a sesenta años de distancia. Sorprendido al descubrir un bote vacío en el agua, corrió a buscar a su madre y la llevó al dormitorio para que lo viera con sus propios ojos. Demasiado tarde.

En junio de 2005 Naia, sin atreverse a especular, ni siquiera a asombrarse, remó hasta la orilla y los bajíos. Salió del bote. Las manos le temblaron mientras lo amarraba. Luego fue con paso tambaleante alrededor de la casa; su magnífica tarde solitaria y aventurera se había arruinado.

17.20. Nacimiento y muerte. Tijeretazo. Un péndulo se detiene en todas las pequeñas eternidades de Whitern Rise, donde un reloj Westminster permanece sobre la repisa de la chimenea. En más de un sentido, no volverá a ser puesto en marcha durante dos años enteros.

Domingo:8

Cuando la hoja del cuchillo de Eldon Underwood atravesó el corazón de Alaric, una nueva realidad en la que ésta era desviada por la caída de su cuerpo no llegó a cobrar forma. Las realidades no siempre nacen de tales momentos. La duplicación no está garantizada. No hay absolutos o enrevesados principios cuánticos. El azar manda. Esta vez Aldous tuvo suerte. Relativamente. Cuando Alaric fue extraído de aquella pequeña eternidad, un vacío los envolvió a ambos durante un breve instante. Pero mientras que Alaric fue devuelto a su bote, Aldous pasó a través de las tres realidades en las que había muerto en aquel momento, para regresar en el espacio de cuatro latidos a aquella en la que había sobrevivido, donde…

– ¡Aldous! Aldous, ¿qué estás haciendo? ¿Qué está pasando ahí?

Larissa no perdió ni un solo segundo en dar la vuelta al bote y remar hacia atrás. Se puso de pie y saltó torpemente al agua. Ahora el nivel había descendido demasiado para que pudiera nadar como era debido, así que fue hacia el árbol a pie, entre chapoteos, lo más deprisa que pudo. Se inclinó sobre Aldous para asegurarse de que todavía respiraba, y lo llevó hasta la casa manteniéndolo a flote sobre la espalda. Una vez en la cocina, lo acostó sobre la mesa. Por primera vez desde que había empezado la inundación, Marie bajó del piso de arriba. No reparó en las molestias. Ursula y Mimi lloraban. El pequeño Ray sólo podía mirar a su hermano, tan inmóvil y pálido como un cadáver.

No lograron despertar a Aldous.

Domingo 9

Había estado profundamente dormida, pero de pronto se encontró despierta por completo, como si notara la presencia de alguien en la habitación. Encendió la luz de la mesilla de noche. Estaba sola, pero entonces una pena devastadora hizo presa en ella; una pérdida que quedaba más allá de su comprensión y que la hizo sentarse al borde de la cama. Allí, un horror lento fue adueñándose de su ser. Saltó del lecho, salió corriendo de la habitación y fue hacia el recibidor; estaba muy asustada. ¡Mamá! ¡Algo horrible le había sucedido a su madre! Llegó a la puerta del dormitorio principal y, cuando se disponía a abrirla, de golpe lo recordó todo. El pánico se disolvió, como sal en agua caliente, pero la pena siguió con ella. Retrocedió, temblorosa y con la intención de regresar a su habitación; sin embargo, cuando pasaba ante la escalera decidió bajar.

Una vez llegó al final de la escalera, torció hacia la izquierda y entró en la sala alargada. No era la habitación que había sido cuando Alex estaba viva, pero la pasión y el buen gusto de Kate ya la habían mejorado bastante. Descorrió las cortinas de las cristaleras: la luna era muy brillante, y las nubes parecían de trapo. Fue al sofá y allí se sentó con un cojín entre los brazos, las rodillas levantadas y la mirada vuelta hacia el reluciente jardín sur. Algo la inquietaba todavía. Algo que no lograba identificar aún. Quizá fuese la hora, la soledad, el insistente tictac del reloj, que allí no se había parado.

Pasó en el sofá la mitad de la noche, sin moverse apenas. Sus pensamientos, en cambio, erraban inquietos por su mente, sin origen o final, impulsados por una pena abrumadora que carecía por completo de sentido. Finalmente la somnolencia la venció cuando los primeros pájaros despertaron y la luz empezó a filtrarse a través del lago venido a menos del jardín sur. A Naia le costó un gran esfuerzo, entonces, dejar el sofá y atravesar la sala. Desde el recibidor inferior, subió por una escalera que de pronto se había vuelto muy empinada para ir a una habitación que, por una vez, no sintió del todo como suya. Aun así, se quedó dormida de inmediato. Soñó que tenía una tórrida aventura con Orlando Bloom.