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LUNES

Lunes:1

Alex estaba en la cocina, sentada a la mesa contemplando la nada. Oyó vagamente el timbre de la puerta pero no se movió. Hubo una pausa, y luego el señor Knight apareció en la ventana abierta.

– Perdona, Alex, siento molestarte, pero acabo de encontrar esto en el viejo roble, colgado de una rama.

Ella se levantó, y él le pasó la bolsa de la compra por la ventana. Alex sacó su contenido, puso el álbum familiar sobre la mesa y volvió a sentarse. Sentía las piernas súbitamente débiles, y las puntas de sus dedos describieron lentos círculos sobre la cubierta del álbum.

– ¿Sabes?, ese árbol está enfermo -dijo el señor Knight-. Puede que no dure mucho más -añadió, pero Alex no lo estaba escuchando-. ¿Quieres que entre y te haga una taza? -le preguntó, tratando de establecer alguna clase de contacto con ella.

Alex alzó la mirada.

– ¿Qué?

– Una buena taza de té -dijo el señor Knight-. Te sentaría bien.

– No. Gracias.

No quería nada. La luz se había ido de su vida. Lo único que le quedaba de su hijo era un álbum de fotos que no podía decidirse a abrir.

Lunes:2

Iván llegó a casa a la hora del almuerzo. Tenía algo para Naia. Mientras se lo entregaba, le explicó por qué había tenido que fingir que no sabía dónde estaba.

– Lo estaban encuadernando en el taller de un profesional. Antes tenía una cubierta barata. Sé lo mucho que significa para ti, Naia. Quería que durase. Para ti.

Naia pasó la palma de la mano por la cara piel de ternero de color verde. Labradas en oro cerca del borde superior había las palabras: Libro de Naia. Tenía un aspecto y un tacto soberbios, pero tuvo que recurrir a todas sus reservas de voluntad para no gritar al hombre que creía ser su padre. Esa no era la manera en que lo había dejado Alex, la manera en que debería haber seguido hasta que se convirtiera en polvo. Eso ya era bastante grave por sí solo, pero había algo todavía peor, porque Iván acababa de hacer lo impensable y lo había cubierto con la piel de un animal joven. Debería saber que ni ella ni su madre lo habrían aprobado. Sin embargo, Iván interpretó equivocadamente el fruncimiento de su boca y el brillo de sus ojos, y vio en ello emoción y gratitud; entonces hizo algo que rara vez hacía: rodeó con los brazos a Naia y la besó. Mientras él la abrazaba, miró a Kate y supo de inmediato que ella comprendía cómo se sentía, que lo entendía completamente. Kate también estaba muy apenada por lo que había hecho Iván, pero no quería que se le notara.

Kate. Querida Kate. Durante aquellos últimos meses habían llegado a estar muy cerca la una de la otra sin habérselo propuesto siquiera. Kate le había contado muchas cosas acerca de su vida, lo que le interesaba, sus antiguos amores, y a cambio Naia le había explicado todo lo que se sintió capaz de revelar acerca de sí misma. No dijo nada sobre otras realidades y el no pertenecer a ésa; nada sobre un muchacho que compartía un nombre con su gato. Se limitó a referirle lo suficiente para parecer normal.

Después del almuerzo, cuando Iván hubo vuelto a la tienda, le habló a Kate de Aldous; su trágica vida; que ella creía que era su tío; que no tenía casa y vivía al aire libre. Kate pidió conocerlo.

– Oh, podría estar en cualquier sitio -dijo Naia.

– O hallarse justo al doblar la esquina -replicó Kate.

Partieron en su busca.

En el sendero, mientras iban por la curva que llevaba a la puerta principal, vieron a un hombre que estaba mirando la casa a través de los arbustos. De hecho, no sólo miraba: estaba tomando fotos. Como el agua ahogaba el sonido de sus pasos, el hombre no las había oído venir. Se detuvieron a observarlo.

– ¿Qué estará tramando? -susurró Kate.

– No lo sé, pero me parece que el otro día lo vi. Estoy segura de que era él -dijo Naia-. Estaba de pie allí, observando la casa. A través de unos binoculares.

– ¿Unos binoculares?

– Sí. Tenía intención de contártelo.

– Ojalá lo hubieras hecho.

Kate echó a andar hacia delante al tiempo que alzaba la voz.

– ¡Eh, usted! ¿Qué es esto?

El hombre dio un salto al oír su voz; se le veía totalmente desconcertado, más aún, avergonzado.

– Lo s-s-siento -tartamudeó-. Sólo e-estaba haciendo unas c-c-cuantas fotos…

En vez de tratar de llegar a una conclusión, optó por dar media vuelta y huyó sendero arriba.

– Parece como si tuviera algo que ocultar -dijo Kate.

– ¿Crees que deberíamos decírselo a la policía, sólo por si acaso?

Decidieron que así lo harían, pero unos minutos después se toparon con Aldous por casualidad y se les olvidó. Después de haber hablado con él, Kate observó que era «un poco raro».

– Yo también sería bastante rara si hubiera tenido una vida como la suya -dijo Naia.

– Sí. ¿Naia?

– ¿Qué?

– Tenemos una casa muy grande. Hay dos habitaciones libres…

– ¿Quieres decir…?

– Sólo es una idea que se me acaba de ocurrir.

Era precisamente lo que Naia había esperado que pensara. Pero necesitaba que se lo aclarase.

– ¿Te refieres a traerlo a Withern? ¿A vivir con nosotros?

– Si él quiere -dijo Kate.

– Podría no querer.

– No, pero también podría alegrarse de que se le ofreciera esa opción. Quiero decir que parece lo más justo. Habida cuenta de que él es un pariente y todo lo demás. Tuyo. De tu padre.

– Papá nunca se avendrá.

– Oh, estoy segura de que entre las dos podríamos convencerlo. Después de todo, no es más que un hombre.

Más tarde se lo plantearon a Iván. Este se resistió, ferozmente, pero Kate siguió insistiendo como si él no hubiera abierto la boca. «Igual que habría hecho mamá», pensó Naia. Y, poco a poco, aunque de mala gana, en bien de una vida tranquila, Iván terminó aviniéndose… hasta cierto punto.

– No lo tendré en el piso de arriba. ¿Piensas que quiero ir al cuarto de baño en plena noche y encontrarme con un viejo carcamal en el recibidor?

– Puede que a él tampoco le hiciera demasiada gracia la idea de tropezarse contigo en plena noche mientras luces tus calzoncillos -dijo Kate.

– No tendrá que hacerlo, porque eso no va a suceder.

– Bueno, ¿qué sugieres?

– No estoy sugiriendo nada -dijo Iván-. No lo quiero en la casa, maldita sea.

– Podríamos reconvertir el comedor en un dormitorio -propuso Naia.

– Oh, ¿sí? ¿Y dónde comeríamos?

– En la sala del río, tal como hacemos ahora.

– Sólo comemos en la sala del río durante el verano.

– Nos resultaría igual de fácil comer allí todo el año -insistió Naia.

– La sala del río queda a una buena distancia de la cocina -observó Iván.

– Pues entonces compramos unos cuantos patines de ruedas.

– Seguirá queriendo usar el cuarto de baño. Lo que significa que irá al piso de arriba.

– Tengo una idea acerca de eso -dijo Kate.

Iván frunció el ceño. Ella le contó su idea, pero Iván no se mostró muy impresionado.

– Oh, sí, claro, como si me sobrara el dinero.

– El negocio se está animando -le recordó ella.

– Gracias a Kate -dijo Naia alegremente.

Iván frunció aún más el ceño; no tenía ninguna intención de darse por vencido así como así.

– Todavía no me puedo creer que vaya a permitir que sigáis adelante con esto -dijo-. Me estáis pidiendo que ponga patas arriba toda mi vida por un viejo carcamal al que nunca he visto. Hasta ahora ni siquiera había oído hablar de él.

– Sí, eso es bastante raro -dijo Kate-. Porque lo lógico sería pensar que alguien de tu familia habría mencionado cuando menos que existía.

– Exactamente. ¿Cómo sabemos que es quien afirma ser?

– Yo lo sé -dijo Naia en voz baja.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Iván.

– Lo sé -insistió ella.

Y eso fue todo.