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OTRA NOCHE

Alex estaba sentada en la cama de la habitación que había pertenecido a Alaric mirando, por primera vez, el álbum familiar del que éste había negado tener cualquier conocimiento durante meses. El árbol genealógico que ella había tardado tanto tiempo en confeccionar no se encontraba dentro de la cubierta posterior, o en cualquier otro sitio, pero eso era una cuestión insignificante. Lo que importaba -y ni siquiera aquello importaba demasiado- era que él le había ocultado el libro durante todo aquel tiempo. ¿Por qué? ¿Y por qué lo había dejado en el árbol Genealógico? Suspiró pesadamente. Alaric debía de haber tenido sus razones.

Pasó otra página. Le rompía el corazón mirar el álbum, la vida de Alaric, pero ahora era cuanto tenía de él. Iván estaba sentado en otro lugar de la casa, alimentando la pena a su propia manera. Ya no podían mirarse a los ojos. Las cosas ya nunca volverían a ser iguales entre los dos después de aquello. ¿Cómo podrían serlo? Su único hijo se había ido. Su muchacho. La vida de Alaric se había visto prematuramente truncada antes de que hubiera tenido ocasión de hacer nada con ella. Antes de que hubiera llegado a vivir, en realidad.

Las manos de Alex pasaban las gruesas páginas automáticamente; veía las fotos, pero no las miraba… hasta que llegó a las últimas páginas. Allí se encontró con que cada una de las fotos en las que aparecía Alaric desde mediados del año 2003 había sido sustituida por una notita amarilla, con algo escrito en ella. Escrito con la letra de Alaric. Las mismas trece palabras en cada una.

Te quiero.

Te echo de menos.

Piensa en de vez en cuando.

Alex no lo entendía. ¿Por qué había quitado él sus propias fotos del álbum para luego pegar aquellas notas y escribir aquellas palabras? Alaric no podía haber sabido qué iba a ocurrir, no podía haber tenido la intención de… ¿O sí? Alex leyó una y otra vez las tres cortas frases, hasta que, finalmente, contuvo la respiración, echó la cabeza hacia delante y, con el rostro entre las manos, se puso a llorar.

– Alaric. Oh, Alaric. Cariño mío.

Su pena era tan inconmensurable que no podía quedar contenida dentro de una sola realidad, ni siquiera dentro de los límites del tiempo. Era tal la tristeza que sentía que, por ende, era completa e indestructible, pasando a ser otra pequeña eternidad que siempre existiría y, ocasionalmente, en ciertas noches a aquella hora, la presenciarían aquellos de su propia sangre que compartieran con ella cierta disposición y determinada sensibilidad.

En una realidad un adolescente que se había acostado temprano porque no podía encontrar ninguna razón para seguir levantado, fue despertado por la pena infinita. Abriendo los ojos, medio esperó encontrar a alguien llorando en su cama. No había nadie, así que imaginó que había tenido un sueño especialmente vivido, pero durante todo el día siguiente llevó consigo en su interior una pena muy profunda, que lo devolvía una y otra vez a su gran pérdida. Ése fue el día en que decidió que intentaría encontrar alguna forma de llegar, una vez más, a la realidad en la que su madre seguía estando viva.

Pero todavía no. Todavía no estaba preparado. Pronto tal vez.

Pronto.

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