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Incluimos, a continuación, algún material adicional.
LOS AÑOS INTERMEDIOS
Aldous Underwood: Una vida
El cerebro humano normal contiene miles de células que producen una sustancia química llamada arexina, la cual interrumpe nuestro sueño y nos mantiene despiertos durante horas cada día mediante la estimulación periódica del cerebro. Sin la arexina podríamos pasarnos la vida entera durmiendo. Ese momento de proximidad a la muerte por el que pasó Aldous cuando tenía once años, seguido por el errar inconsciente a través de tres realidades conexas en las que realmente llegó a morir, hizo que el noventa y cinco por ciento de las células productoras de arexina de su cerebro quedaran anuladas. Con semejante deficiencia en la producción de arexina, era incapaz de permanecer despierto. Durante las décadas que siguieron al accidente que casi lo mató, el Aldous dormido soñó mucho, y sus sueños solían tener que ver con Whitern Rise, la familia, las amistades, y dos personas a las que no conocía que se habían subido a un árbol, pero al despertar siempre recordaba tan poco de sus sueños como de su vida.
Aldous ya casi tenía setenta años para cuando los progresos llevados a cabo por la ciencia médica permitieron que su trastorno pudiera ser identificado y se desarrollaran fármacos con los que estimular la acción de las células cerebrales muertas. No tardó mucho en ser capaz de permanecer consciente durante horas cada día, quedándose dormido alrededor del anochecer y despertando con la luz.
En cuanto la pauta regular del sueño y la vigilia se hubo establecido a sí misma, se introdujo un programa de ejercicio y fisioterapia dirigido a restaurar la flexibilidad y la fuerza física. Aldous tenía que sentarse en la cama para recuperar el sentido del equilibrio, permanecer erguido en una estructura de apoyo y caminar entre barras paralelas para fortalecer tanto su columna vertebral como sus extremidades inferiores. La hidroterapia para desarrollar los músculos le resultó un placer inesperado, aunque detestaba el collarín que se vio obligado a llevar hasta que se le hubo fortalecido el cuello.
Después de haber pasado casi seis décadas en cama, Aldous alcanzó un nivel de forma física sorprendentemente bueno tras sólo dieciocho meses de tratamiento, en una recuperación a la que, sin duda, contribuyó una mente que no había envejecido junto con su cuerpo. Un educador especializado en ayudar a las personas que tenían dificultades para el aprendizaje y andaban escasas de motivación lo estimuló a «crecer» y le enseñó algo acerca de la sociedad y el mundo que habían ido desarrollándose mientras él dormía. Aldous resultó ser un estudiante con muchas ganas de aprender, si bien ingenuo y proclive a sentirse confuso, frustrado como estaba por la reticencia de su memoria a ir regresando de otra forma que no fuese en pequeños fragmentos. Sin embargo, una imagen muy potente volvió a él: la casa que había conocido de muchacho. Pero no recordaba dónde estaba, y el contacto con los parientes que aún vivían se había perdido desde el fallecimiento de Marie. Quien descubrió el nombre y la ubicación de su hogar de la infancia fue Lucy Fry, su afable preceptora. La información lo llenó de emoción. La única vida de la que guardaba algún recuerdo, aunque efímero, había tenido lugar allí, y Aldous ardía en deseos de volver a la casa. Allí, estaba seguro, el resto de sus recuerdos se revelarían a sí mismos ante él.
Aldous regresó a Eynesford en febrero de 2005. Allí, a medida que sus recuerdos iban volviendo de mala gana, descubrió una capacidad para entrar (tanto si lo quería como si no) en realidades distintas a la suya, sus «otras vidas». Había tres en total. Tres dentro de las cuales, en cada cementerio detrás de la casa, había una lápida con el nombre que él había aprendido era el suyo. Existían otras pequeñas diferencias entre las cuatro realidades, pero una cosa permanecía inmutable: no había ningún lugar para él en su hogar de la infancia. Lo máximo que podía llegar a hacer era vivir cerca de la casa.
A Aldous no le importaba no vivir en ella, ni en cualquier otra. Un complejo nuevo mundo se había abierto ante él cuando salió de la clínica, desplegándose en lo que luego resultarían ser cuatro versiones distintas de dicho mundo. Tras haberse liberado de su estrecha cama con barrotes de hierro, del personal médico y las pautas de ejercicio, la idea de volver a estar enjaulado lo ponía muy nervioso. Después de todos aquellos años de despertar para encontrarse con las mismas paredes y con un techo que no cambiaba nunca, vivir dentro de una casa sería como tener la cabeza metida en alguna clase de bolsa que le impidiese respirar.