52030.fb2 La inundaci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

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Introducción

Aldous sólo tenía seis años cuando empezó a preguntarse dónde lo enterrarían y cuándo. Cada vez que llegaba el momento de acostarse -hasta donde podía recordar- su madre hacía que se arrodillase, con las manos juntas y los ojos cerrados, para rezar por el bienestar continuado de cada pariente en el que podía pensar. Y cuando se había ocupado de todos ellos, Aldous siempre tenía que terminar con: «Y por favor, Señor, guíame a través de la noche sin que sufra mal alguno y permite que viva para ver otro día.» Cada mañana se despertaba inquieto, preguntándose si todavía estaba vivo. Lo estaba, naturalmente, pero conforme pasaban los años nunca cesó de parecerle improbable que Dios fuera a mostrarse siempre tan generoso.

Las preocupaciones acerca de su propia mortalidad no atenazaban su mente el día en que vio el bote, no obstante. Corría el mes de junio, y Aldous tenía once años. La inundación había hecho que la familia se viera obligada a trasladarse al piso de arriba, lo cual significaba que ahora pasaba más tiempo del habitual en su habitación. Le parecía fantástico, pues la situación, al igual que la vista, eran para él una novedad de lo más singular. Y en esa ocasión, hubo algo extra. Cuando Aldous fue a su ventana por enésima vez aquel día, vio un bote de remos vacío que se mecía suavemente justo al otro lado del embarcadero. Se asomó para mirar tan hacia la derecha y hacia la izquierda como se lo permitían los sauces. No había nadie en el agua. Nadie a quien el pudiera ver. ¡Curioso!

Corrió en busca de su madre y dio con ella en el cuarto de invitados; lo estaba acondicionando como sala de estar temporal. No se encontraba del mejor de los humores (todas las molestias, los destrozos en el piso de abajo), pero él le contó lo que había visto y, cogiéndola de la mano, la llevó a su habitación, frente a su ventana. Miraron fuera, el uno al lado del otro. No había ni rastro del bote.

– Pero estaba ahí -insistió él, como si su madre fuera a acusarlo de mentir.

Ella sonrió.

– Estoy segura de que estaba ahí, chéri. Sin embargo, ahora ya no está.

Y en lo que a Marie Underwood concernía, el asunto estaba zanjado. Pero no así para Aldous; su imaginación emprendió el vuelo. ¿Se habría caído alguien del bote y se habría ahogado? ¿Acaso había ahora un cuerpo atrapado entre los nenúfares o los juncos? ¿Quizá se había alejado flotando? ¿Terminaría en el jardín de alguien, debajo de un puente, en la plaza del mercado inundada de Stone?

El misterio del bote vacío era de una magnitud tal que luego podría haber llegado a obsesionarlo intermitentemente durante semanas -puede que meses- si los acontecimientos no hubieran borrado de su mente tanto aquél como otros asuntos.

Acontecimientos. Visitantes. Esa muerte suya.